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Capítulo 3. ¡Te tengo!

Valentina salió de allí con el corazón destrozado, angustiada. Su vida, sus sueños, su futuro, todo se encontraba en una especie de limbo, como si se hubiera quedado suspendida en el aire. No sabía dónde podría ir para esconderse de la cruel realidad de la vida.

Tomó su maleta y caminó sin rumbo fijo, antes revisó su cartera y se dio cuenta de que no tenía suficiente dinero, no sabía cuánto tiempo tenía caminando, pero le dolían los pies, se le habían hecho hasta unas burbujas llenas de agua y si seguía su condición podía empeorar.

Recorrió con su mirada el lugar, vio un parque, decidió caminar hasta allí y esperar que amaneciera, sin dinero y sin donde pasar la noche, era lo único que podía hacer.

El silencio solo era interrumpido por el sonido de los grillos, que la acompañó mientras avanzaba por los senderos del parque. El aire fresco le acariciaba el rostro, ubicó un banco y allí se sentó, colocando a un lado la valija, suspiró con pesar sin dejar de observar el lugar.

—¿Será posible que esto en algún momento tenga solución? ¡Estoy jodida! Falta solo que un perro venga alce su pata, me orine o me c4gue—se dijo en voz alta tratando de quitar brasas a su situación y contener la creciente angustia de su corazón.

Ni siquiera iba a poder perderse en el olvido a través del sueño, porque en esa situación era imposible.

Vio cómo la oscuridad se iba apoderando del parque tal como sentía las tragedias ceñirse sobre ella. Nunca imaginó que la vida podía ser tan dura… jamás pensó que en su vida le tocaría pasar una noche en la intemperie… aunque no fueron personas de dinero, siempre habían tenido lo necesario y nunca le tocó vivir un estado de necesidad como el que padecía en ese momento, recordó el causante de su desgracia y no pudo evitar sentir rabia.

—¡Maldita seas Giovanni Estrada! No te imaginas cuánto me arrepiento de haberte conocido… has sido el peor error de mi vida —susurró a la nada mientras el viento rugía a su alrededor.

Los recuerdos de lo ocurrido se abrieron paso en su mente y no pudo contenerlos, había conseguido trabajo en uno de los hoteles más prestigioso de la ciudad, con una muy buena remuneración, después de semanas buscando sin ningún resultado, y ese fue el mejor día de su vida.

Ese día cubriría una suplencia a una compañera que trabajaba en el noveno y décimo piso, llegó temprano y subió al piso indicado para comenzar a limpiar porque el lugar era bastante grande.

Fue limpiando una a una, cada habitación, eran más amplias de las que normalmente aseaba, por eso se tardaba más, cuando llegó a la quinta habitación después de media mañana, vio que era una habitación ocupada, pero tenía el anuncio que indicaba que debía limpiar, así que fue a buscar el carrito y lo llevó a la puerta, tomó la tarjeta de acceso y la abrió.

Valentina se asomó a la puerta de la habitación, esperando que ese endemoniado cartel de "Limpieza" en el pomo de la puerta fuera de verdad, y no solo otro de los intentos de un viejo verde de enseñarle sus miserias a una chica de la limpieza. 

Era cierto que trabajaba en uno de los mejores hoteles de la ciudad, pero pervertidos había por todos lados, y después de tirarle el segundo jarrón por la cabeza a uno, en solo dos semanas de trabajo, la jefa de piso había amenazado con acusarla con su jefe para despedirla; así que era mejor asegurarse. "¡Es que si por lo menos me tocara uno sabroso... no me molestaría echar una miradita...!", pensó con un suspiro.

Entró y comenzó a arreglar la salita, luego escuchó un ruido y frunció el ceño, caminó hacia la habitación para investigar el origen y cuando lo hizo, vio a un hombre saliendo del baño con chorros de agua goteando desde su cabello a su cuerpo, al estilo más sexy que había visto.

La chica no pudo evitar abrir los ojos desorbitados, había visto hombres atractivos, pero el espécimen masculino frente a ella, era totalmente fuera de serie “¡Tantas barritas de chocolate y yo chocohólica!” se dijo sin disimular por un segundo sus malas intenciones o mejor dicho sus buenas intenciones, porque para ella eran de las mejores.

Valentina no supo cuánto tiempo estuvo viéndolo, le daba lo mismo, que fueran segundos, minutos, para ella había sido eterno, y no era para menos, no todos los días podía tener colirio para la vista y aunque suene extraño, para ella era el hombre más bonito que había visto en su vida. Se obligó a reaccionar porque se había quedado como boba viendo su bien torneado cuerpo. 

“Valentina chica reacciona, estás bañando el piso con tu baba”, le dijo su conciencia, fue allí cuando ella reaccionó y se giró para salir corriendo.

—¡Lo siento señor! Disculpe, qué torpe soy… por favor, no me vaya a acusar con mi jefe ¡Ay Dios mío! ¡Valentina eres tan torpe! —se dijo a sí misma en voz alta, provocando que el espécimen masculino frente a ella la mirara con una extraña expresión.

Cuando el hombre vio que iba a salir corriendo, caminó hacia ella y la tomó por el brazo, impidiéndole irse, ambos sintieron como una especie de chispas eléctricas fluir entre ellos, al mismo tiempo que el hombre gritaba. 

—¡No te vayas!

Ella se giró, justo en el mismo momento en que la toalla se le soltó al hombre, dejándolo como Dios lo trajo al mundo.

“¡Jesús, María y José, por los clavos de Cristo!” exclamó su conciencia a punto de desmayarse y hasta ella que era no tan mojigata como su conciencia se asustó, abriendo los ojos de par en par y no tuvo palabras para decir, sino insultarlo. 

—¡Es usted un pervertido! ¿Por qué me impide irme? —inquirió soltándose de su agarre—. Solo para hacerme ver, eso… eso tan monstruoso —dijo a punto del desmayo mientras él la miraba divertido.

—¿Yo pervertido? En dado caso la pervertida eres tú por quedarte viéndome, así como si yo fuera un delicioso plato que te provoca comer cuando tienes tiempo sin alimentarte —le dijo sonriendo.

El rostro de Valentina se tiñó de carmesí, mientras el hombre no dejaba de mirarla divertido, al mismo tiempo de cubrirse con la toalla, mientras ella sentía un cosquilleo por todo su cuerpo.

—Yo mejor me voy… pensé que no había nadie en la habitación, estaba el cartel de limpiar y por eso decidí limpiarla… lo siento —se giró para marcharse, tratando de sostener su alocado corazón y otra vez la sostuvo.

—Lo coloqué así por error… aunque viéndote me alegro… quiero conocerte… nunca había conocido a una mujer que se sonrojara como un tomate… y no te preocupes, esto será un secreto entre nosotros… siempre y cuando me aceptes una invitación para salir juntos cuando salgas de aquí.

—Lo siento… yo no salgo con desconocidos.

—Entonces eso lo podemos arreglar, mucho gusto, soy —lo pensó por un momento y movido por la necesidad de que una mujer lo viera por sí mismo y no por su apellido, no dijo su verdadero nombre, ocultó que era Luke Ferrari y en su lugar uso el nombre de su bisabuelo y el apellido de soltera de su abuela —. Giovani Estrada —le dijo extendiendo la mano. 

—Yo… yo… —trataba de hablar, pero las palabras se atascaban en su garganta.

—¿Te llamas Yoyo? —interrogó burlón y ella movió enérgicamente la cabeza de manera negativa.

—No, soy Valentina Almeida… pero déjeme ir… si mi supervisor viene y me ve así, me vas a despedir… luego hablamos.

De pronto cuando salió corriendo, escuchó un golpe fuerte y seco, aunque su primer impulso había sido el de escapar, no pudo resistirse y se regresó, lo vio tirado en el suelo, en el mismo instante en que él levantó, se tropezó con ella y ambos terminaron tirados en el suelo, ella en sus brazos, mientras le susurraba con voz ronca.

—¡Te tengo! —y sin ella estar esperando, unió sus labios con los suyos en un profundo beso, mientras ella se quedaba paralizada entre un mar de contradicciones, si dejarlo continuar o detenerlo.

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