Sentía que se encontraba en un cuento fantástico, uno en donde la realidad y la ficción se mezclaban hasta dejar algo por completo increíble, así se sentía en aquel momento, tan extraña, incomoda, quería reírse de sí misma por la decisión que había tomado. Más de una vez, había pensado en renunciar a aquella decisión, pero suponía que no había oportunidad marchar hacia atrás, además, solo era necesario recordar a su madre para que la motivación de cometer aquel acto llegara para no abandonarla jamás.Él la había invitado a su casa, Amelia se había negado y le había que fácilmente podrían hacerlo en cualquier otro lugar, la respuesta de Maximiliano la había fastidiado: «Hay que ir a un sitio discreto, nadie puede descubrir que es un matrimonio falso». Amelia creía que era demasiado evidente que todo era una farsa, ella era una mujer simple y poco atractiva, de bajos recursos, que de repente se casaría con un hombre adinerado que pertenecía a la alta sociedad. Rascó su cabeza, su madre
Amelia tragó saliva con dificultad, sus piernas perdían la fuerza y si no se encontrara siendo sostenida por Maximiliano, el suelo y ella se hubiesen transformado en uno. Estaba despierta desde las cinco de la mañana, apenas había comido algo, todo el proceso se había realizado de manera apresurada, con la intención de que lo más rápido posible se concluyera, para la desdicha de todos, los inconvenientes no habían dejado de llegar, haciéndoles perder por lo menos tres horas, pero se encontraban allí: Amelia, Maximiliano, dos testigos, el hijo de Maximiliano y su madre, todos reunidos en un mismo sitio.Amelia usaba aquel blanco y escotado vestido que sabía que había atrapado más de una mirada, nunca había tenido su cabello tan bien arreglado, los tacones que usaba, eran una tortura la cual no podía esperar que concluyera. La mujer elevó su mirada cuando el fotógrafo que Maximiliano había contratado le sacó una foto. «Necesito tener evidencias de todo», recordó las palabras del hombre
Un silencio ensordecedor había reinado en todo el auto, la madre de Maximiliano miraba por la ventana, mientras que Maximiliano conducía con una rapidez que solo Amelia parecía percibir, se notaba preocupado. No lo conocía en absoluto, y por lo mismo, no podía leer demasiado sus expresiones, porque no estaba muy familiarizada con estas, pero era evidente en sus ojos que estaba preocupado por algo.Escuchar como el hijo de Maximiliano tosió bruscamente, fue la única respuesta que los rápidos pensamientos de Amelia necesitaron, no le costó demasiado atar cabos, había escuchado a la otra mujer que los acompañaba, decir que el pequeño era asmático, lo cual explicaba bastante, la lluvia era una de las peores enemigas del asma.El pequeño tosió de nuevo, colocando su débil y pequeño puño en el pecho.Amelia miró por el espejo como Maximiliano cerró por un instante sus ojos.—¿Te duele el pecho? —La voz del hombre se escuchó trémula, débil, Maximiliano hizo una mueca cuando su hijo asintió,
Maximiliano le dedicó una mirada indescriptible a Amelia, que se removió, inquieta.—Tenemos que tener evidencia de todo —dijo él, de vez en cuando, miraba hacia la puerta en donde estaba su hijo, como si quisiera mandar todo al demonio y solo ir a verificar de manera más detallada la condición de su hijo.—¿A q-que se refiere? —preguntó Amelia, que sintió unos deseos repentinos e intensos de irse de allí, empezaba a entender que rumbo tomaría la conversación, lo cual odió.La madre de Maximiliano suspiró, como si era demasiada evidente la respuesta a aquella pregunta que Amelia acababa de hacer.—Amelia, ahora eres la esposa de Maximiliano, tienes que demostrarlo con evidencias.—P-pero sigo sin entender q-que…—Lo primero es que si mi abuelo ve que tartamudeas tanto al hablar, no creerá nada, es un hombre muy listo que sabrá que fue una farsa y todo se irá al demonio. —El tono de voz que había usado Maximiliano, resultó desagradable para una mujer tan rebelde como Amelia, que odiaba
Ambos habían perdido la cuenta de la cantidad de fotos que se habían tomado, más de una vez, él había querido mandar todo al demonio, diciéndose que no valía la pena tener que fingir tanto por un par de millones, claro, el dinero le vendría bien, independientemente de que tan extensa fuera su fortuna, el dinero siempre le vendría bien, pero aquel dinero involucraba un esfuerzo emocional que él dudaba pudiese concretar, lo peor era, que la parte más fácil, era aquella: fingir que quería a aquella mujer, que a pesar de ser preciosa como pocas, no lograba despertar nada en él, la peor parte vendría cuando tuviese que fingir delante de su abuelo por los siguientes tres meses. Ni siquiera ella se veía dispuesta a fingir tanto.—Maldición —masculló Amelia; se había cambiado de ropa unas cuatro veces en menos de tres horas, se había tomado al menos unas cien fotos, había tenido que besarlo más veces de la que recordaba, había tenido que fingir que lo conocía desde hace mucho y que su persona
No era cuestión de si recordaba o no como hacerlo, era que tenía que acordarse como hacerlo. Hace años —muchos años— Maximiliano había aprendido primeros auxilios, como parte de un proyecto estudiantil, a pesar de ser un estudiante demasiado aplicado, jamás había prestado demasiada atención a la ejecución correcta de esos auxilios, porque en su mente se decía, que jamás en su vida tendría que emplearlos.Que equivocado se encontraba aquel Maximiliano joven y rebelde.El cabello de Amelia disperso sobre su rostro, ocasionó que este apenas pudiese dejarse ver, sus manos inclinadas hacia abajo y lo poco que era visible de sus ojos, llenaron de angustia a Maximiliano: parecía estar muerta, y no podía en duda que se encontrara en aquel estado, no sabía por cuanto tiempo había estado ella ahogándose, lo único que sabía, era que, al no poder concebir el sueño —a pesar de tener sus ojos cerrados y dar la apariencia de dormir—, había decidido salir a dar un paseo en el lugar, se había percatad
Luego de aquel desagradable suceso, Maximiliano había decidido que lo mejor por hacer, era irse de aquel lugar, lo que menos quería era que algo similar volviera a repetirse, desde que el día terminara de entrar, ambos se irían. Le había pedido a Amelia que descansara un poco sobre la cama, mientras que él se había quedado en las afueras de aquella habitación, reflexionando sobre demasiadas cosas, y a la vez, sobre nada en absoluto, lo único de lo que estaba al tanto, era de que quería que su hijo se encontraba consigo, no quería estar ahí, una vez más, puso en duda si realmente era necesario el dinero que obtendría de aquel matrimonio falso.Una tos seca se desprendió de los labios de Maximiliano, eran las cinco de la mañana, en dos horas más se iría, había pasado la noche en vela, estaba acostumbrado a la falta de sueño, pero la odiaba, porque esta siempre traía consigo a su peor enemigo: los deseos de consumir alcohol. Estaba agradecido de que en aquel lugar no hubiese nada de alco
Amelia se removió de manera nerviosa, observando al abuelo de Maximiliano que se acercaba a ambos. De inmediato, Maximiliano la tomó por la mano, dejando un beso en la mejilla de la mujer, que casi rió, sabía que no era el momento, pero él recuerdo de como él la había perseguido por la calle, y como casi la habían atropellado, fue demasiado para contenerse, por lo que bajó la cabeza, diciéndose a sí misma que tenía que dejar de ser tan infantil. —Sí, ella es Amelia, mi esposa. —Se sintió extraño decirlo, y escucharlo—. Toma asiento, mi amor. —Maximiliano sujetó a Amelia del brazo, la mujer se encontraba rígida, siempre se había considerado una mala mentirosa, temía que el abuelo de Maximiliano se percatara de que no estaba acostumbrada a ser sujetada por él. —Un gusto, señor… —Había olvidado el apellido de Maximiliano, y tanto el hombre que sostenía su mano, como su abuelo, se percataron—. Un gusto, señor… me llamo Amelia —dijo esta, implorando para que un detalle más no se le olvida