Amelia se removió de manera nerviosa, observando al abuelo de Maximiliano que se acercaba a ambos. De inmediato, Maximiliano la tomó por la mano, dejando un beso en la mejilla de la mujer, que casi rió, sabía que no era el momento, pero él recuerdo de como él la había perseguido por la calle, y como casi la habían atropellado, fue demasiado para contenerse, por lo que bajó la cabeza, diciéndose a sí misma que tenía que dejar de ser tan infantil. —Sí, ella es Amelia, mi esposa. —Se sintió extraño decirlo, y escucharlo—. Toma asiento, mi amor. —Maximiliano sujetó a Amelia del brazo, la mujer se encontraba rígida, siempre se había considerado una mala mentirosa, temía que el abuelo de Maximiliano se percatara de que no estaba acostumbrada a ser sujetada por él. —Un gusto, señor… —Había olvidado el apellido de Maximiliano, y tanto el hombre que sostenía su mano, como su abuelo, se percataron—. Un gusto, señor… me llamo Amelia —dijo esta, implorando para que un detalle más no se le olvida
El mal humor que Amelia sentía en aquellos instantes, era completamente indescriptible: había dormido horrible, en todos sus años de vida, no había dormido tan mal como lo había hecho aquella noche. No había querido compartir cama con Maximiliano, pero se había visto obligada a hacerlo, se había colocado una pijama cubierta, tanto que a mitad de la noche tuvo que pararse y ponerse algo más corto, y entre suspiros y negaciones, se había acostado en la cama, con Maximiliano, con su esposo; pero aquello no había sido ni siquiera el principio de su amarga noche: él había empezado a roncar, la había abrazado como en más de seis ocasiones, le había dado una patada, casi en la costilla e incluso la había orillado tanto, que Amelia había terminado cayéndose y golpeándose el rostro, fue el grito furioso de la mujer —quien había soportado demasiado— que terminó de despertar a Maximiliano, quien con ojos cargados de pena por sus actos, se había disculpado, pero una disculpa no borraba el dolor q
Había evitado muchos puntos importantes sobre su vida, no solo por el hecho de que no quería hablar de ellos con nadie, sino porque hablar de eso, era como revivirlo, como hablar del abandono de su padre, de sus problemas con el alcohol y con su propia mente, de sus intentos de suicidio cuando era una adolescente… no creía que nada de eso fuera necesario para decir, así que con un nudo en la garganta, se había limitado a contarle a Amelia que él había estado casado y que su esposa había muerto en el parto; todo el malhumor de Amelia se había desvanecido por completo, abriendo paso a un rostro lleno de lástima, porque aunque suponía que él era viudo —por unas cuantas conversaciones que había escuchado—, debería de haber sido muy crudo perder a quien se ama mientras da a la luz a su hijo, por eso Amelia había insistido en que cambiaran de tema, en que ya tenía suficiente. En que dudaba que su abuelo quisiera hablar sobre la esposa muerta de su nieto.—Pues… creo que eso anotado es lo má
Maximiliano no era un hombre demasiado supersticioso, pero al llegar a la casa, pudo sentir una energía de preocupación, pesada; el silencio absoluto, engrosó aquellos pensamientos, ¿no se suponía que debían de estar almorzando? Miró hacia todas las direcciones, intentando dar con su abuelo, pero aquello no ocurrió, pues el hombre se encontraba en ningún lado, tampoco su madre, pero eso no significaba que no se encontrara en la casa y que en cualquier momento pudiese aparecer, por tal razón, le estiró la mano a Amelia, para que la sujetara mientras ambos terminaban de entrar.Como marido y mujer, tomados de la mano, caminaron por el interior de la casa.—Quédate aquí —le dijo Maximiliano, soltando las manos de Amelia, quien asintió—. En la noche te daré el dinero —se vio en necesidad de decir—. Ahora iré por mi hijo, regresaré pronto. —Fue aquello lo primero que dijo antes de retirarse.Un suspiro se desprendió de los labios de Amelia, la mujer tomó asiento sobre uno de los muebles, y
Amelia permaneció estática por un par de segundos, no sabiendo exactamente que debía hacer, si soltar al niño o continuar cargándolo entre sus brazos. Eligió que la primera opción era la mejor; no sabía que había en los ojos de Maximiliano, pero no quería que él malinterpretara la situación, aunque por un lado, sabía que no había nada para malinterpretar en la escena de ella cargando a aquel niño y dándole el té que con tanto esfuerzo había preparado.—Lo siento —se disculpó, intentando dejar a Dylan en el suelo, pero él se aferró a los hombros de la mujer, que observó como Maximiliano continuaba parado allí, sin decir absolutamente nada—. Solo quería darle el té —explicó—. Por eso lo cargué… lo siento. —No sabía hasta que grado a Maximiliano le gustaba que cargaran a su hijo, más cuando él no estaba presente.—No tienes que disculparte —la tranquilizó el hombre, caminando hacia Amelia; había algo en los ojos de Maximiliano, algo distinto, pero que ella no conseguía comprender—. Por l
Maximiliano siempre había odiado a su padre, aunque no lo había conocido demasiado bien, y los recuerdos que tenía sobre él, eran demasiados vagos como para prestarles atención; su madre siempre le había dicho que tenía que perdonar para sanar, pero le resultaba imposible perdonar a un hombre que lo había abandonado a su suerte. Su abuelo siempre había odiado al hombre con el que su hija se había casado, y había sido por eso que había siempre pensado en dejarle en la miseria, para que aprendiera una lección, pero él nunca había sido tan cruel, y tal vez, la incapacidad no poder ser realmente cruel, había sido heredada por su nieto, quien observaba de manera perdida el suelo.Dylan dormía, su abuelo no se encontraba, Amelia estaba en otra habitación de aquella casa —no solían pasar nada de tiempo juntos, solo cuando el abuelo estaba allí— y él se encontraba observando la nada absoluta, sumergiéndose entre recuerdos, pensamientos, emociones. Había llorado tres veces, rompiéndose y luego
No sabía que su cerebro era capaz de lidiar con tanto estrés, hasta que lidiar con estrés se había convertido en su única alternativa. No había podido callar a su mente y el constante parloteo que esta mantenía; había practicado decenas de veces, como le diría a su madre que se había casado con un hombre por dinero, y no se le ocurría nada, nada lo suficientemente fuerte como para que su madre no le diera una lección de vida por hacer lo que había hecho, que sabía que era inaceptable para la religión a la que la mujer pertenecía, en otra ocasión, no le hubiese importado un demonio que su madre no estuviera de acuerdo con lo que ella llevaba a cabo, sin embargo, sabía que uno de los factores que empeoraban todas las enfermedades que su madre tenía, era el estrés, uno al que irremediablemente la sometería aquella tarde.Maximiliano le había dicho que se quedarían encerrados en aquella habitación hasta que su abuelo se fuera de allí, para así poder visitar a la madre de Amelia y explicar
Maximiliano suspiró, casi en el rostro de Amelia.—No creo que lo mejor seas que le grites a tu madre, Amelia.—No le iba a gritar —mintió—. Es solo… exasperante, solo es eso.—Lo sé, pero gritarle no hará que nos colabore.—¿Y qué lo hará entonces? Cuando quiere, es un dolor de cabeza, si dice que no, es no, especialmente cuando se habla de su religión. —Amelia suspiró, toda aquella situación la mantenía en un estrés profundo—. No sé que haremos, ella… no creo que acepte, lo siento demasiado…—Podría decirle a mi abuelo que tu madre enfermó y que tiene que aplazar la visita, y si dice que quiere venir a verla, le decimos que tiene algo contagioso. —Amelia le miró en silencio—. Tienes razón, no se va a tragar ese cuento.—No dije nada.—Pero tu mirada sí, y tienes razón: no se tragará un cuento como aquel, con lo obstinado que es, querrá venir.—¿Qué podemos hacer?—No tengo idea, tal vez intentar convencer a tu madre. Tal vez si me voy y hablan ustedes dos solas…—Cuando te vayas ace