¡No se pierdan el epílogo mañana!
La vida, le había regalado una oportunidad en forma de contrato, una que había estado a pocos instantes de descartar para siempre. Irónicamente, había sido su enloquecida decisión la que la había salvado de perder a aquel maravilloso hombre que le dedicaba picaronas miradas en el comedor.Ella comprimió una sonrisa, se suponía que no debía hacer aquello cuando su madre y Dylan se encontraban allí, aunque solo ellos podían entender su juego de miradas.Amelia elevó una cuchara hacia los labios de Dylan, quien le regaló una sonrisa. El pequeño sabía como comer por sí mismo, había cumplido cinco años, pero era mejor cuando su madre le daba la comida. Él decía que esta adquiría un sabor más delicioso cuando las manos de "Mermelia" era la que se la daban.Habían transcurrido cinco largos meses desde aquella noche en la que ambos habían decidido ser una realidad. Un anillo enorme relucía en el dedo de Amelia, uno que su esposo le había regalado para terminar de sellar su amor.La mano de Ma
Nunca le habían gustado las bodas, de hecho, la única razón por la que Amelia había accedido a ir a aquella boca era porque quien se casaba era su mejor amiga, de lo contrario, se encontraría acostada en su cama lamentándose porque las cortas vacaciones que su jefe le había dado, estaban a punto de terminar.La razón por la que Amelia detestaba las bodas, era porque le hacían recordar lo sola que estaba. Veintiocho años y cada una de sus relaciones amorosas habían fracasado de una manera tan horrorosa que un día de lágrimas, la mujer había pensado en ir a donde un curandero, en ese instante que lo pensaba, le ocasionó risa, pero en su momento, le pareció una opción con bastante sentido: se había dicho que su poca suerte en el amor solo se podía deber a una clase maldición. Cualquier cita, cualquiera pareja, cualquier esposo… cada uno peor que el otro, le arrancaban su fe en el amor, se la habían arrancado hasta el grado en el que esta apenas existía.Amelia suspiró cuando vio a su ami
No podía decir que detestaba su trabajo, pero sabía que merecía algo mejor que trabajar en una cafetería, a pesar de que era una muy reconocida a donde un flujo enorme de clientes acudían, sentía que tenía potencial para algo más, la cuestión era que no sabía que era ese algo más. El único talento que tenía Amalia, a pesar de la paciencia, era el escribir, pero hace mucho esos sueños se habían quebrado.Eran las seis y cincuenta de la mañana, la cafetería aún no había abierto, pero estaba a punto de hacerlo, le gustaba tomar los primeros —y únicos— momentos de paz que tenía, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, el cual parecía torcerse cada vez más, no se imaginaba trabajando allí por el resto de su vida.—Pronto vendrán los clientes —avisó su compañera de trabajo, Fatima, una mujer de estatura pequeña, tanto que Amelia no se la podía tomar en serio, a pesar de eso, parecía tener la simpatía suficiente para atrapar la atención de todos—. En menos de dos minutos.—Sí —masculló A
Amelia se alarmó, por impulso se alejó avivadamente de allí, caminando de manera rápida hacia el área en donde Fatima se encontraba, la expresión alarmada de la mujer, de inmediato alertó a su compañera, que se preparaba para abrir el establecimiento por completo.—¡¿Pero qué sucede, Amelia?! —preguntó, sujetando a la mujer por ambos hombros, ella temblaba mientras miraba hacia la parte de atrás, con el miedo de aquel hombre entrara por allí, aunque era inevitable que lo hiciera: el establecimiento tarde o temprano sería abierto, cediéndole paso a todos.Por un instante, las palabras se quedaron aferradas a su garganta, cuando vio como su otro compañero empezaba a abrir las puertas que Fatima no abrió, el pánico se dibujó en su mirada, se dijo que no tenía nada que temer, que no era para tanto, pero la sensación de aquel sujeto la había perseguido o espiado hasta su trabajo —no estaba segura—, se incrustó profundamente en ella, aunque no tenía ninguna evidencia de que él la hubiese se
Ya era casi hora de salir de su trabajo, no había podido concentrarse ni siquiera un poco. Había solo pensado en aquel extraño sujeto, en que podía querer de ella, y por qué justamente de ella. La expresión en sus ojos, era algo que Amelia apenas podía sacarse de la cabeza, como si quisiera decirle algo, pero no contara con la capacidad para hacerlo. Ella elegía que no lo hiciera, que no le dijera absolutamente nada, de todas formas, ¿qué podía tener un extraño para decirle?Suspiró cuando miró la hora, dándose cuenta de que su turno ya había concluido, se quitó los guantes que cubrían sus manos y decidió prepararse para salir.—¿Qué quería de ti? —Se giró cuando escuchó la curiosa voz de Fatima detrás de ella, la mujer la miraba como si se había contenido aquella durante todo el turno de Amelia—. ¿Te quería hacer daño o algo? ¿Te amenazó? —preguntó ella, un poco más preocupada, pues desde que aquel sujeto se había ido, Amelia lucía preocupada y pensativa—. Sabes que puedes contarme c
Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había per
La urgencia en los ojos del hombre, hizo que nuevamente, ella sintiera desconfianza de él, pese a esto, permaneció allí, escuchando sus palabras.—Será todo una farsa —le aclaró, removiéndose trémulo—. No nos casaremos en serio, quiero decir… sí lo haremos, pero no porque nos queremos, ni nos conozcamos, todo se tratará de un negocio.—¿Un negocio?—Sí, necesito una esposa para dentro de una semana, es urgente, señorita. Es algo que nos conviene a ambos.Ella enarcó una ceja, cruzándose de brazos.—Continúe.—Yo necesito una esposa para cobrar una herencia. —Ella le miró desde los pies hasta la cabeza, su rostro era muy expresivo, no se molestaba en ocultar lo que sentía, y en aquel instante, dudaba de sus palabras—. Yo necesito que usted acepte.Ella retrocedió cuando él la sostuvo por los hombros, la desconfianza se vio aposada en su mirada femenina, que una vez más, lo miró de pies a cabeza, claro que dudaba de la veracidad de sus palabras, incluso, dudaba de que aquel hombre fuera
Maximiliano cerró la puerta con sumo cuidado, asegurándose que de esta no se desglosara ningún sonido, para que así su hijo no se despertara, era fácil dormirlo, la mayoría de veces al menos, pero cuando su sueño era interrumpido, no había poder humano que pudiera sosegar su energía infantil.Cuando terminó de cerrar la puerta, vio como su madre lo esperaba, sentada en el sofá mientras bebía algo de una taza. Se acercó a ella, tenía una idea de lo que quería hablar con él, era como si contara con la capacidad de leerlo en sus ojos.—¿Cómo te fue? —le preguntó la mujer, sacándole una sonrisa amarga a Maximiliano, que terminó de sentarse frente a su progenitora y suspiró, aquella acción no le envió ningún buen mensaje a la ansiosa mujer—. ¿Te fue mal?—Me fue pésimo —dijo él con franqueza, acomodando su espalda.—¿Cómo que pésimo, Maximiliano? Necesito que me cuentes que sucedió —le pidió ella, dándole un trago trémulo a su taza de té. Su hijo le había contado que saldría a buscar, una