Nunca le habían gustado las bodas, de hecho, la única razón por la que Amelia había accedido a ir a aquella boca era porque quien se casaba era su mejor amiga, de lo contrario, se encontraría acostada en su cama lamentándose porque las cortas vacaciones que su jefe le había dado, estaban a punto de terminar.
La razón por la que Amelia detestaba las bodas, era porque le hacían recordar lo sola que estaba. Veintiocho años y cada una de sus relaciones amorosas habían fracasado de una manera tan horrorosa que un día de lágrimas, la mujer había pensado en ir a donde un curandero, en ese instante que lo pensaba, le ocasionó risa, pero en su momento, le pareció una opción con bastante sentido: se había dicho que su poca suerte en el amor solo se podía deber a una clase maldición. Cualquier cita, cualquiera pareja, cualquier esposo… cada uno peor que el otro, le arrancaban su fe en el amor, se la habían arrancado hasta el grado en el que esta apenas existía.
Amelia suspiró cuando vio a su amiga Maribel acercándose a ella, sabía lo que iba a decirle, era como si pudiera leer sus labios antes de que estos incluso se abrieran.
—¡Amelia, querida! ¿Por qué tan sola aquí? —Lo sabía, sabía que exactamente le iba a preguntar aquello—. Únete a nosotros, tal vez encuentres a alguien que te guste entre mi grupo de amigos.
Amelia le dedicó una sonrisa amarga a Maribel, la amaba, pero era tan predecible que hablar con ella carecía de sentido, era la típica persona que creía que la soledad era una maldición, pero Amelia había pasado por tantos desplantes amorosos que empezaba a ver la soledad, no solo atractiva, sino como la única alternativa que tenía, le gustara o no, elegía eso a estar con hombres que la herían siempre.
—Lo dudo —dijo Amelia, removiéndose en su asiento, se encontraba ubicada en la última mesa del lugar, sola, todos estaban agrupados al otro margen de aquel extenso sitio que Maribel había alquilado para su boda—. Sabes que el amor no es para mí —continuó, y, viendo las intenciones de su amiga por empezar a darle aquellas charlas románticas que Amelia se sabía de memoria, decidió continuar—: Además, todos tus invitados lucen demasiado elegantes como para fijarse en mí.
—¡No digas tonterías, Amelia! Luces hermosa hoy, querida, más hermosa que nunca, estoy segura de que al menos a uno cautivarás si vas con nosotros.
Amelia se lo pensó, a su mente llegó la imagen de cuando se había visto al espejo, creía que Maribel solo exageraba para hacer que Amelia se animara, pero no muchas cosas podrían devolverle el ánimo a Amelia, le había dejado en claro a su amiga que solo iba por puro compromiso.
—No lo creo, Maribel, además, ni siquiera soy buena socializando, esas personas solo hablan de coches costosos y de dinero.
—Pero al menos inténtalo, ¿sí?
Amelia suspiró, acariciando su sien con las manos y mirando a su amiga de manera exhausta, para ella era fácil decirle que lo intentara, ella jamás había fracasado en el amor, tenía de novia diez años con ese sujeto, y aquel día se había casado, la sola idea de durar diez años con alguien le resultaba por completo inverosímil, ella apenas, con demasiada suerte, podía mantener una relación por diez semanas.
—Para ti es fácil decirlo, Maribel.
—Tu problema es el pesimismo, Amelia. No sucederá nada si lo intentas, vamos, aunque sea esta vez inténtalo, ¿sí?
Amelia suspiró, jugando con sus dedos de manera rápida. Usando su mano izquierda arrojó su oscuro cabeza hacia atrás, sus ojos color verde se fijaron una nueva vez en Maribel, quien parecía no dejaría de insistir hasta que ella accediera a unirse al grupo de ricachones que hablaban de temas que ella seguro ni siquiera entendería.
—Está bien —accedió finalmente, para luego ponerse de pie—. Pero solo será unos momentos —le aclaró, elevando su mano para mirar la hora—. Tengo que irme en unos treinta minutos.
—¿Por qué tienes que irte? —cuestionó su amiga con una mueca, sabía que Amelia mentía, ella vivía sola y era soltera, el único que podía estarla esperando en su casa era su moribundo gato, ese que desaparecía la mayor parte de la semana—. ¿Quién te está esperando?
—Tengo que ir a visitar a mamá. —Maribel le dedicó una mirada incrédula—. Lo digo en serio, ha estado muy enferma.
—Bien, pero antes, ven conmigo. —La mujer vestida con un despampanante vestido blanco que acariciaba el suelo, sujetó a Amelia por el brazo derecho, casi arrastrándola de manera sobreexcitada hacia el grupo de personas que como Amelia había dicho y supuesto, hablaban de temas que ella ni siquiera comprendía.
Ambas mujeres se acercaron al grupo de personas, Maribel presentó a Amelia, quien de manera tímida saludó a la mayoría de hombres y mujeres del grupo, por unos minutos, toda la atención se mantuvo fija en Amelia, las ganas de salir corriendo, se presentaron con más fuerza que nunca, se prometió jamás acudir a un evento social de nuevo, aunque aquellos pensamientos y promesas se fueron alejando de su mente cuando, con el transcurso de los minutos, las miradas volvieron a sus lugares y ella pudo respirar con mucha más tranquilidad cuando dejó de ser el foco de atención de esas mujeres y esos hombres adinerados, sentía que todos la juzgaban, que todos tenían algo para decir de ella, de la manera en la que vestía, incluso en su manera de pararse, que era distinta a las personas de clases sociales elevadas, ella era una simple mujer que trabajaba en una cafetería, jamás podría comportarse como ellos, y en realidad, no lo quería. Con estos pensamientos en mente y con su amiga Maribel distraída, Amelia se permitió caminar hacia el área de vinos y servirse una copa, la cual bebió con rapidez.
El vino apagaría sus ganas de irse corriendo de allí. Se sentía tan distinta a todos, que ni siquiera podía dar una respuesta a como era posible que Maribel contara con amigos tan ricos, y con otros tan pobres, como ella.
«Supongo se toma un poco de todo», pensó ella, riendo para su interior a medida que llevaba la copa de vino a sus labios.
—Es incomodo, ¿no? —La mujer se removió de manera trémula cuando de repente escuchó a una voz masculina hablarle.
Sus ojos asustados por la manera repentina en la que esa voz había hecho presencia, se dirigieron hacia el lugar de en donde esta venía, mirándole de pies a cabeza: se trataba de un hombre corpulento, que también sostenía una botella de vino mientras la miraba de una manera que sacó una mueca de Amelia.
—¿Qué es incómodo? —Su voz sonó más brusca de lo que había planeado, seguía sin girarse completamente hacia él.
El hombre le dio un trago al vino. La fina barba que cubría su rostro de apariencia perfecta le daba un toque de misterio que fue lo único que ocasionó que Amelia no lo maldijera por haberla asustado.
—Venir a una boda solo.
Amelia asintió de manera pesada. Lo supuso, supuso que alguien más haría un comentario innecesario sobre yendo a una boda sola, ya habían hecho mil en el grupo de personas al que estúpidamente había aceptado unirse, no necesitaba que un estúpido sujeto más que se había acercado a ella sin razón, le dijera algo que ella ya sabía.
—Es incómodo, pero soportable —masculló ella, cubriendo su rostro de una máscara de pesadez, no quería hablar con ese sujeto, y se lo demostró cuando dejó el vaso de vino allí y se preparó para caminar lejos de aquel lugar, hasta que la voz de él la frenó.
—Sé que es soportable, más que nadie lo sé.
La mirada de Amelia se posó en él, curiosidad se vio en sus ojos, ¿acaso un hombre como aquel se encontraba soltero? No podía decir que era el hombre más atractivo que jamás hubiese visto, pues estaría mintiéndose a sí misma, sin embargo, era bastante atractivo y tenía una apariencia elegante, Amelia suponía que le resultaba demasiado fácil conseguir pareja a un hombre como aquel, por lo que, escuchar que él insinuaba también estar solo allí, capturó su atención.
—¿Está solo aquí?
Él le dio un trago más a su vino, para luego mirar a la mujer de pies a cabeza. Era una mujer algo corpulenta, no demasiado alta, con un montón de pequeñas manchas oscuras en sus mejillas, pero, para su dicha, lucían como pecas, lo cual le añadía un toque precioso y cautivador a su rostro tan blanco como la nieve misma.
—Pues sí —respondió él, quitándole la mirada de encima.
—Su esposa eligió quedarse en casa, supongo —dijo Amelia, dejando salir una nerviosa risa que el hombre no correspondió.
—No tengo esposa —murmuró él.
Amelia asintió, sin comprender demasiado bien como aquel hombre tan atractivo podía estar soltero. Aunque eso era lo que menos duda causaba en ella, no podía dejar de preguntarse la razón por la que él, se había acercado justamente a ella. Amelia lo había observado en un par de ocasiones en la boda, él andaba por ahí, parecía buscar a alguien, sus miradas se habían conectado un par de veces, en realidad, más de las que a ella le hubiese gustado.
—Ya veo —le respondió ella, tras analizarlo con la mirada, no era como que le importara demasiado aquella información.
—Supongo que tú tampoco tienes.
—¿Tanto se me nota la soledad en el rostro?
El hombre rió de manera suave.
—No, pero en realidad, creo que venir solo a una boda, es el signo más evidente de que uno está soltero, ¿no es así, señorita?
Ella rió, tenía casi treinta años, había dejado de ser una “señorita” hace un largo tiempo.
—Tal vez, puede ser.
—Supongo que estaba en lo correcto.
—¿En lo correcto sobre qué?
—Sobre que usted es soltera.
Ella enarcó una ceja, ¿por qué a un hombre de aspecto adinerado como él le importaría si ella estaba soltera? Ni siquiera era un poco atractiva, o al menos aquel era el auto concepto que tenía.
—Puede ser.
—Eso es un sí.
—¿Por qué le importa?
—No me importa. Solo estaba tratando de saber algo —le admitió, para luego soltar el vaso de vino—. Dígame, ¿cómo se llama?
—¿Para qué quiere saberlo?
—No haré ningún mal con esa información si es lo que piensa —rió él.
—No he dicho que hará ningún mal, solo que no veo la razón de darle mi nombre a un sujeto desconocido.
Él sonrió.
—Supongo usted era de esas niñas que obedecían de manera demasiado estricta lo de “no hables con desconocidos”. —Amelia no pudo contener una pequeña risa, pero luego volvió a su estado de normalidad, algo le decía que aquel era solo un millonario egocéntrico que buscaba engrosar su ego—. ¿Me equivoco?
—Se equivoca —le contestó ella, buscando retirarse, pero sintiendo el agarre del sujeto en su mano, se contuvo para no soltarse de un fuerte manotazo.
—Necesito saber su nombre.
—¿Necesita? ¿Por qué lo necesita? Usted y yo ni siquiera nos conocemos —le escupió, tirando de su brazo, pero algo le decía que él no la soltaría hasta que ella le diera su nombre, la pregunta era, ¿por qué un completo desconocido estaba tan interesado en su nombre?
—Solo quiero saberlo, es todo.
—No le daré mi nombre, suélteme en este instante o empezaré a gritar.
Él empezó a reírse, todavía sin soltarla.
—Hágalo, grite —la retó, pensando que ella no se atrevería, pero cuando la mujer abrió sus labios, el hombre rápidamente corrió hacia estos, colocando la mano sobre el rostro de la mujer.
—¡No me toque el rostro!
—¡¿Iba a gritar de verdad?!
—¡Usted me dijo que lo hiciera!
—¡¿Qué le hace pensar que hablaba en serio?! ¡¿Quién demonios grita en una boda?!
—¡Yo, si usted no suelta mi mano ahora mismo! ¡Ni siquiera sé quien es, ya déjeme ir!
—Me llamo Maximiliano, es un placer. —Él se calmó de repente, y le tendió la mano, sin soltarle la otra, ella no correspondió el saludo, solo lo miró sin todavía comprender por qué demonios él no la soltaba.
—Yo Amelia —le escupió con esfuerzo, tal vez así él la soltaría de una vez por todas—. ¿Puede dejarme ir ahora?
Él aflojó el agarre lo suficiente para que ella se soltara de un tirón y le mirara con recelo. En realidad, no le sorprendía que un completo extraño la estuviese tratando así, sentía que tenía una especie de imán para atraer a los más particulares hombres, hombres que solo querían jugar con ella, por supuesto, que le prometían todas las estrellas del cielo, y ni siquiera podían brindarle la luz de una relación sana.
—Es un placer para mí conocerla, Amelia.
Ella le miró de pies a cabeza, negó de manera fastidiada y se alejó bruscamente de aquel sujeto, dirigiéndose hacia donde Maribel, que parecía haber observado toda la escena, la sonrisa en su rostro lo revelaba.
—¿Quién es ese loco que invitaste? Me agarró por la mano y me dijo que no me dejaría ir hasta que le diera mi nombre, ¿qué clase de loco hace eso? ¡Ni siquiera lo conozco!
—Se llama Maximiliano, creo… y me preguntó por ti hace un rato.
—¿Qué? ¿Te preguntó por mí? ¿Por qué ese tipo te preguntaría por mí?
Maribel se encogió de hombros.
—No lo sé, en realidad no lo sé, es amigo de mi esposo… es un hombre muy… particular, misterioso, no lo sé, en realidad me alegro de que hayas al menos hablado con alguien más hoy, pero no te recomendaría ponerte en una relación con él.
Amelia miró a Maribel con una mueca de estupefacción.
—¿Pero quién te dijo que yo me voy a poner en una relación con ese sujeto? ¡Lo conozco hace menos de cinco minutos!
Maribel sonrió.
—Yo solo digo —murmuró, encogiendo sus delgados hombros.
El resto de boda transcurrió con normalidad, hasta que llegó el momento de irse, al menos para Amelia, quien, al dirigirse a la salida, no pudo evitar echar un último vistazo al lugar, encontrándose de nuevo con los ojos familiares de Maximiliano, que la había estado observando toda la noche.
Sintió un frío que la volvió trémula, ¿qué miraba aquel tipo en ella? ¿Por qué toda su atención parecía estar fijada en ella? ¿Qué era lo que quería?
—¿Qué es lo que busca de mí? —se preguntó en un susurro, empezaba a sentir un poco de miedo, y fue aquel sentimiento que la obligó a casi salir corriendo del lugar, apenas se había despedido de su amiga, suponía que lo tendría que hacer por llamada, pues difícilmente soportaba ser observada por él de aquella tan particular manera.
Y fue así como Amelia salió del lugar, tomando un taxi con rapidez y montándose en él, sin dejar un segundo de pensar en los ojos de aquel desconocido de nombre Maximiliano.
No podía decir que detestaba su trabajo, pero sabía que merecía algo mejor que trabajar en una cafetería, a pesar de que era una muy reconocida a donde un flujo enorme de clientes acudían, sentía que tenía potencial para algo más, la cuestión era que no sabía que era ese algo más. El único talento que tenía Amalia, a pesar de la paciencia, era el escribir, pero hace mucho esos sueños se habían quebrado.Eran las seis y cincuenta de la mañana, la cafetería aún no había abierto, pero estaba a punto de hacerlo, le gustaba tomar los primeros —y únicos— momentos de paz que tenía, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, el cual parecía torcerse cada vez más, no se imaginaba trabajando allí por el resto de su vida.—Pronto vendrán los clientes —avisó su compañera de trabajo, Fatima, una mujer de estatura pequeña, tanto que Amelia no se la podía tomar en serio, a pesar de eso, parecía tener la simpatía suficiente para atrapar la atención de todos—. En menos de dos minutos.—Sí —masculló A
Amelia se alarmó, por impulso se alejó avivadamente de allí, caminando de manera rápida hacia el área en donde Fatima se encontraba, la expresión alarmada de la mujer, de inmediato alertó a su compañera, que se preparaba para abrir el establecimiento por completo.—¡¿Pero qué sucede, Amelia?! —preguntó, sujetando a la mujer por ambos hombros, ella temblaba mientras miraba hacia la parte de atrás, con el miedo de aquel hombre entrara por allí, aunque era inevitable que lo hiciera: el establecimiento tarde o temprano sería abierto, cediéndole paso a todos.Por un instante, las palabras se quedaron aferradas a su garganta, cuando vio como su otro compañero empezaba a abrir las puertas que Fatima no abrió, el pánico se dibujó en su mirada, se dijo que no tenía nada que temer, que no era para tanto, pero la sensación de aquel sujeto la había perseguido o espiado hasta su trabajo —no estaba segura—, se incrustó profundamente en ella, aunque no tenía ninguna evidencia de que él la hubiese se
Ya era casi hora de salir de su trabajo, no había podido concentrarse ni siquiera un poco. Había solo pensado en aquel extraño sujeto, en que podía querer de ella, y por qué justamente de ella. La expresión en sus ojos, era algo que Amelia apenas podía sacarse de la cabeza, como si quisiera decirle algo, pero no contara con la capacidad para hacerlo. Ella elegía que no lo hiciera, que no le dijera absolutamente nada, de todas formas, ¿qué podía tener un extraño para decirle?Suspiró cuando miró la hora, dándose cuenta de que su turno ya había concluido, se quitó los guantes que cubrían sus manos y decidió prepararse para salir.—¿Qué quería de ti? —Se giró cuando escuchó la curiosa voz de Fatima detrás de ella, la mujer la miraba como si se había contenido aquella durante todo el turno de Amelia—. ¿Te quería hacer daño o algo? ¿Te amenazó? —preguntó ella, un poco más preocupada, pues desde que aquel sujeto se había ido, Amelia lucía preocupada y pensativa—. Sabes que puedes contarme c
Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había per
La urgencia en los ojos del hombre, hizo que nuevamente, ella sintiera desconfianza de él, pese a esto, permaneció allí, escuchando sus palabras.—Será todo una farsa —le aclaró, removiéndose trémulo—. No nos casaremos en serio, quiero decir… sí lo haremos, pero no porque nos queremos, ni nos conozcamos, todo se tratará de un negocio.—¿Un negocio?—Sí, necesito una esposa para dentro de una semana, es urgente, señorita. Es algo que nos conviene a ambos.Ella enarcó una ceja, cruzándose de brazos.—Continúe.—Yo necesito una esposa para cobrar una herencia. —Ella le miró desde los pies hasta la cabeza, su rostro era muy expresivo, no se molestaba en ocultar lo que sentía, y en aquel instante, dudaba de sus palabras—. Yo necesito que usted acepte.Ella retrocedió cuando él la sostuvo por los hombros, la desconfianza se vio aposada en su mirada femenina, que una vez más, lo miró de pies a cabeza, claro que dudaba de la veracidad de sus palabras, incluso, dudaba de que aquel hombre fuera
Maximiliano cerró la puerta con sumo cuidado, asegurándose que de esta no se desglosara ningún sonido, para que así su hijo no se despertara, era fácil dormirlo, la mayoría de veces al menos, pero cuando su sueño era interrumpido, no había poder humano que pudiera sosegar su energía infantil.Cuando terminó de cerrar la puerta, vio como su madre lo esperaba, sentada en el sofá mientras bebía algo de una taza. Se acercó a ella, tenía una idea de lo que quería hablar con él, era como si contara con la capacidad de leerlo en sus ojos.—¿Cómo te fue? —le preguntó la mujer, sacándole una sonrisa amarga a Maximiliano, que terminó de sentarse frente a su progenitora y suspiró, aquella acción no le envió ningún buen mensaje a la ansiosa mujer—. ¿Te fue mal?—Me fue pésimo —dijo él con franqueza, acomodando su espalda.—¿Cómo que pésimo, Maximiliano? Necesito que me cuentes que sucedió —le pidió ella, dándole un trago trémulo a su taza de té. Su hijo le había contado que saldría a buscar, una
Los ojos de Fatima se llenaron de una profunda perplejidad, sino supiera que Amelia era una mujer muy poco creativa para las mentiras, la hubiese señalado sin pensarlo como mentirosa. La mujer se removió, incluso se quitó los guantes, sus ojos abiertos se clavaron en Amelia.—No, espera, espera, ¿qué demonios?—Esa misma fue mi reacción —murmuró Amelia, terminando de preparar un café, la hora de irse de aquel lugar llegaba, inmediatamente saliera, se direccionaría hacia donde su madre, necesitaba leer sus resultados en el hospital, apenas había logrado dormir treinta minutos pensando en la enfermedad de su progenitora—. Ese hombre se acercó a mí y me dijo que si quería casarme con él, que si quería ser su esposa, ¿qué clase de locura es esa? Jamás había visto algo similar en mi vida, además, me persiguió por una calle, casi me atropellan, casi lo atropellan a él, cuando por fin lo dejé hablar, me dijo que todo se trataba de un negocio en el que tendría que fingir ser su esposa a cambi
Sentía que se encontraba en un cuento fantástico, uno en donde la realidad y la ficción se mezclaban hasta dejar algo por completo increíble, así se sentía en aquel momento, tan extraña, incomoda, quería reírse de sí misma por la decisión que había tomado. Más de una vez, había pensado en renunciar a aquella decisión, pero suponía que no había oportunidad marchar hacia atrás, además, solo era necesario recordar a su madre para que la motivación de cometer aquel acto llegara para no abandonarla jamás.Él la había invitado a su casa, Amelia se había negado y le había que fácilmente podrían hacerlo en cualquier otro lugar, la respuesta de Maximiliano la había fastidiado: «Hay que ir a un sitio discreto, nadie puede descubrir que es un matrimonio falso». Amelia creía que era demasiado evidente que todo era una farsa, ella era una mujer simple y poco atractiva, de bajos recursos, que de repente se casaría con un hombre adinerado que pertenecía a la alta sociedad. Rascó su cabeza, su madre