Ya era casi hora de salir de su trabajo, no había podido concentrarse ni siquiera un poco. Había solo pensado en aquel extraño sujeto, en que podía querer de ella, y por qué justamente de ella. La expresión en sus ojos, era algo que Amelia apenas podía sacarse de la cabeza, como si quisiera decirle algo, pero no contara con la capacidad para hacerlo. Ella elegía que no lo hiciera, que no le dijera absolutamente nada, de todas formas, ¿qué podía tener un extraño para decirle?
Suspiró cuando miró la hora, dándose cuenta de que su turno ya había concluido, se quitó los guantes que cubrían sus manos y decidió prepararse para salir.
—¿Qué quería de ti? —Se giró cuando escuchó la curiosa voz de Fatima detrás de ella, la mujer la miraba como si se había contenido aquella durante todo el turno de Amelia—. ¿Te quería hacer daño o algo? ¿Te amenazó? —preguntó ella, un poco más preocupada, pues desde que aquel sujeto se había ido, Amelia lucía preocupada y pensativa—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.
—No, no, no me amenazó, de hecho, sigo sin entender que quería aquí. A ese sujeto… lo conocí en una boda, en la boda de una de mis amigas, ahí también se comportó raro.
—Dijiste que no lo conocías en absoluto.
—Lo sé, y hablaba en serio, que haya compartido dos palabras con él, no significa que lo conozca, pero se comportó extraño en la fiesta, y pocos días después se aparece en mi trabajo, y me solicita a mí, específicamente a mí. Maldición, si solo hubiese venido a pedir un café, no me encontraría así, pero él vino y preguntó por mí…
—¿Crees que te persiguió?
—No lo sé, como te dije, a menos que se haya quedado fuera de mi casa a ver a que hora salgo, es muy extraño, maldición, ¿cómo sabe en donde trabajo?
—No tengo idea, pero para serte sincera, ese no luce como la clase de hombre que acosaría a nadie.
—Lo sé, y es eso lo que más me desconcierta, ¿qué diablos busca de mí un hombre de aspecto adinerado? ¿Por qué siento que me persigue y no es la última vez que lo veré?
Fatima se removió, Amelia logró transmitirle sus nervios.
—¿Quieres que llame a la policía?
—No tiene sentido, ni siquiera me hizo nada. Nada de nada, ¿qué iría a testificar en la policía? ¿Qué un hombre fue a mi trabajo y me miraba extraño? No puedo ir con suposiciones, no pudo solo decir que siento que él me está acosando.
—¿Y qué piensas esperar? ¿A que él te haga algún daño?
—Sabes que hasta que no sufres algún daño, la policía de aquí no te presta atención —dijo Amelia, suspirando, resignada, todavía buscaba convencerse a sí misma de que solo se trataba de una simple paranoia, tal vez se sentía mejor en esa mentira que su cabeza se negaba a aceptar—. Tengo que irme, nos vemos mañana.
—Nos vemos mañana —se despidió Fatima, mirándola con una preocupación maternal—. Cuídate, cualquier cosa, tienes mi número, ¿no?
—Sí, claro, lo tengo, adiós —se despidió, para luego recoger sus cosas y salir del lugar a paso rápido. Sentía un hambre excesiva, sentía que estómago rugía por algo de alimento. Su casa quedaba a unos cuarenta minutos de allí, no lograría llegar sin que el hambre la debilitara más de lo que se encontraba, así que decidió pedir un taxi hacia la tienda.
—Buenas tardes —la saludó el hombre, un sujeto de nariz respigada y sonrisa extrañamente amable—. ¿A dónde desea ir?
—A la tienda más cercana —pidió ella, cerrando la puerta y dejándose llevar.
El taxista asintió y emprendió la marcha. Mientras ella, miraba por las ventanas a todo pasar, al mundo pasar frente a sus ojos mientras ella se sentía por completo ajena, siempre había sentido que todos estaban delante de ella: todas sus amigas tenían esposos, hijos, familias, ella tenía casi treinta años y era una solterona con mal carácter y problemas para conseguir una relación estable, sabía que todavía le quedaba demasiada vida por delante, pero no podía evitar que la presión social se aposara sobre sus hombros siempre.
El taxista se detuvo casi frente a una tienda de comestibles, ella agradeció y le entregó el dinero correspondiéndote, apeándose y cruzando la calle hasta la tienda, no muy grande, pero tampoco tan pequeña. No le importaba, solo necesitaba algo de comer.
Entró a la tienda, buscó un carro pequeño y empezó a llenarlo de chucherías para comérselas más tarde. No fueron demasiadas, pero sí las suficientes para llenar su estómago más tarde. Caminó hacia la caja, colocando los productos allí y preparándose para pagar.
Fue en aquel instante en el que sus ojos se levantaron, al sentir una mirada clavada en su cuerpo.
Se paralizó, sintiéndose agitada de inmediato, por impulso retrocedió, siendo incapaz de ocultar los repentinos nervios que se instalaron en sus extremidades.
Aquellos ojos que la observaban, pertenecían a nada más y nada menos que a Maximiliano, que a aquel mismo hombre de aspecto millonario que parecía estar persiguiéndola.
Amelia empezó a sentir el pánico rasguñar todo su cuerpo, sus dedos temblorosos lo revelaron, él la miraba, él estaba allí parado, mirándola, no se podía tratar de una coincidencia, aquello no era una coincidencia, aquel hombre la estaba persiguiendo.
Amelia echó a correr, dejando los productos que había comprado allí sobre la caja.
Maximiliano empezó a correr tras ella.
Las miradas cayeron sobre aquella mujer que era perseguida por ese alto y elegante hombre.
—¡Espera! —gritó Maximiliano, intentando así que ella se detuviera, pero sus palabras solo consiguieron hacer que ella se sintiera más agitada, más nerviosa, el pánico se apoderó de sus piernas cuando echó una mirada hacia atrás y se percató de que él la perseguía muy de cerca—. ¡Espera, Amelia!
La mujer salió de la tienda, agregó potencia a su carrera, sudor empezó a deslizarse por su frente, su cabello empezó a adherirse a su piel, el miedo fue su única motivación para no detenerse, corría con fuerza, con mucha potencia, un sollozo se escapó de ella, ¿qué hacía aquel hombre persiguiéndola?
Cruzó la calle corriendo, más de una vez siendo amenazada con ser atropellada.
—¡Por favor, espera! ¡Tengo algo que decirte! —gritó él, rugiendo cuando un carro casi lo atropella—. ¡Por favor, detente! —Ella llegó hacia el otro lado de la calle, mirándolo a él, ansioso porque los carros frenaran su paso y él pudiera cruzar, creyó que lo conseguiría, creyó que conseguiría hacer que ella se detuviera y lo esperara allí—. ¡Espérame ahí, pronto cruzaré!
—¡Púdrete! —le gritó Amelia, sacándole el dedo del medio y empezando a correr de nuevo.
Él supo que sería mucho más difícil de lo que pensaba.
Cruzó la calle como pudo, escuchando las furiosas bocinas de quienes conducían y parecían querer atropellarlo.
Cuando se encontró del otro lado de la calle, no le tomó mucho tiempo seguir el paso de la mujer, quien maldijo en voz alta cuando volvió a verlo, ¿por qué diablos aquel hombre la perseguía?
—¡Por favor, solo escúchame!
Ella potencializó su velocidad, pero sentía como sus pies apuntaban a fallar: no era una mujer demasiado atlética, no recordaba nunca haber corrido así, ni siquiera en su infancia.
De pronto, se encontró enojada: estaba hambrienta y sudada, corriendo por la acera bajo el sol, mientras un desconocido la perseguía sin alguna razón.
Apretó sus puños, parando su carrera y girándose con brusquedad hacia el hombre, que pronto la alcanzó.
—¡¿Qué diablos es lo que usted quiere de mí?! —le gritó, con furia reluciendo entre sus ojos, pero también miedo, claro que sentía miedo, no sentía que sus pies resistiría más de todas formas, así que lo mejor era encararlo.
—Yo necesito… hablar con… contigo —le dijo el hombre, tomando aire—. Tengo… una propuesta para ti.
Ella le miró, incrédula.
—¿Una propuesta? ¿Qué clase de propuesta podría usted tener para mí? —Amelia retrocedió un poco, buscando de manera disimulada algo con lo que atacar a ese sujeto. Sintió miedo al darse cuenta de que había dejado de correr justo en el lado más solitario, en donde solo un par de personas a la distancia se veían, si él quisiera hacerle daño, podría hacerlo.
Él respiró hondo, intentando recobrar su capacidad de hablar, nunca había corrido así jamás.
—Yo… tengo una propuesta que usted no podrá rechazar. —Amelia se percató de que él había dejado de tutearla, respiró con más comodidad, aún así, buscaba todavía en su bolso algo con que atacarla, algo filoso, no encontraba nada.
—¿Por qué diablos me perseguía? —le preguntó, agitada—. ¡Usted no tiene nada que me interese! ¡No aceptaré ninguna propuesta suya!
—Por favor, escúcheme —le pidió, sosteniéndola por los hombros.
—¡No me toque o gritaré! —le amenazó, y él supuso que hablaba en serio—. ¡¿Qué quiere de mí?! ¡¿Por qué me persiguió?! ¡Suelteme, maldito pervertido!
—¡Escúchame, no te haré daño! ¡Le propondré algo que le cambiará la vida! —Amelia guardó silencio, mirándolo con el suficiente recelo como para que él supiera que ella no confiaba en sus intenciones—. Es que… yo quiero… la razón por la que la he perseguido es porque… —Maximiliano respiró hondo, todavía no se había recuperado de la carrera, sabía que toda su dignidad se iría al decir aquellas palabras, pero no tenía demasiado que perder de todas formas—. Es porque necesito que usted sea mi esposa.
Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había per
La urgencia en los ojos del hombre, hizo que nuevamente, ella sintiera desconfianza de él, pese a esto, permaneció allí, escuchando sus palabras.—Será todo una farsa —le aclaró, removiéndose trémulo—. No nos casaremos en serio, quiero decir… sí lo haremos, pero no porque nos queremos, ni nos conozcamos, todo se tratará de un negocio.—¿Un negocio?—Sí, necesito una esposa para dentro de una semana, es urgente, señorita. Es algo que nos conviene a ambos.Ella enarcó una ceja, cruzándose de brazos.—Continúe.—Yo necesito una esposa para cobrar una herencia. —Ella le miró desde los pies hasta la cabeza, su rostro era muy expresivo, no se molestaba en ocultar lo que sentía, y en aquel instante, dudaba de sus palabras—. Yo necesito que usted acepte.Ella retrocedió cuando él la sostuvo por los hombros, la desconfianza se vio aposada en su mirada femenina, que una vez más, lo miró de pies a cabeza, claro que dudaba de la veracidad de sus palabras, incluso, dudaba de que aquel hombre fuera
Maximiliano cerró la puerta con sumo cuidado, asegurándose que de esta no se desglosara ningún sonido, para que así su hijo no se despertara, era fácil dormirlo, la mayoría de veces al menos, pero cuando su sueño era interrumpido, no había poder humano que pudiera sosegar su energía infantil.Cuando terminó de cerrar la puerta, vio como su madre lo esperaba, sentada en el sofá mientras bebía algo de una taza. Se acercó a ella, tenía una idea de lo que quería hablar con él, era como si contara con la capacidad de leerlo en sus ojos.—¿Cómo te fue? —le preguntó la mujer, sacándole una sonrisa amarga a Maximiliano, que terminó de sentarse frente a su progenitora y suspiró, aquella acción no le envió ningún buen mensaje a la ansiosa mujer—. ¿Te fue mal?—Me fue pésimo —dijo él con franqueza, acomodando su espalda.—¿Cómo que pésimo, Maximiliano? Necesito que me cuentes que sucedió —le pidió ella, dándole un trago trémulo a su taza de té. Su hijo le había contado que saldría a buscar, una
Los ojos de Fatima se llenaron de una profunda perplejidad, sino supiera que Amelia era una mujer muy poco creativa para las mentiras, la hubiese señalado sin pensarlo como mentirosa. La mujer se removió, incluso se quitó los guantes, sus ojos abiertos se clavaron en Amelia.—No, espera, espera, ¿qué demonios?—Esa misma fue mi reacción —murmuró Amelia, terminando de preparar un café, la hora de irse de aquel lugar llegaba, inmediatamente saliera, se direccionaría hacia donde su madre, necesitaba leer sus resultados en el hospital, apenas había logrado dormir treinta minutos pensando en la enfermedad de su progenitora—. Ese hombre se acercó a mí y me dijo que si quería casarme con él, que si quería ser su esposa, ¿qué clase de locura es esa? Jamás había visto algo similar en mi vida, además, me persiguió por una calle, casi me atropellan, casi lo atropellan a él, cuando por fin lo dejé hablar, me dijo que todo se trataba de un negocio en el que tendría que fingir ser su esposa a cambi
Sentía que se encontraba en un cuento fantástico, uno en donde la realidad y la ficción se mezclaban hasta dejar algo por completo increíble, así se sentía en aquel momento, tan extraña, incomoda, quería reírse de sí misma por la decisión que había tomado. Más de una vez, había pensado en renunciar a aquella decisión, pero suponía que no había oportunidad marchar hacia atrás, además, solo era necesario recordar a su madre para que la motivación de cometer aquel acto llegara para no abandonarla jamás.Él la había invitado a su casa, Amelia se había negado y le había que fácilmente podrían hacerlo en cualquier otro lugar, la respuesta de Maximiliano la había fastidiado: «Hay que ir a un sitio discreto, nadie puede descubrir que es un matrimonio falso». Amelia creía que era demasiado evidente que todo era una farsa, ella era una mujer simple y poco atractiva, de bajos recursos, que de repente se casaría con un hombre adinerado que pertenecía a la alta sociedad. Rascó su cabeza, su madre
Amelia tragó saliva con dificultad, sus piernas perdían la fuerza y si no se encontrara siendo sostenida por Maximiliano, el suelo y ella se hubiesen transformado en uno. Estaba despierta desde las cinco de la mañana, apenas había comido algo, todo el proceso se había realizado de manera apresurada, con la intención de que lo más rápido posible se concluyera, para la desdicha de todos, los inconvenientes no habían dejado de llegar, haciéndoles perder por lo menos tres horas, pero se encontraban allí: Amelia, Maximiliano, dos testigos, el hijo de Maximiliano y su madre, todos reunidos en un mismo sitio.Amelia usaba aquel blanco y escotado vestido que sabía que había atrapado más de una mirada, nunca había tenido su cabello tan bien arreglado, los tacones que usaba, eran una tortura la cual no podía esperar que concluyera. La mujer elevó su mirada cuando el fotógrafo que Maximiliano había contratado le sacó una foto. «Necesito tener evidencias de todo», recordó las palabras del hombre
Un silencio ensordecedor había reinado en todo el auto, la madre de Maximiliano miraba por la ventana, mientras que Maximiliano conducía con una rapidez que solo Amelia parecía percibir, se notaba preocupado. No lo conocía en absoluto, y por lo mismo, no podía leer demasiado sus expresiones, porque no estaba muy familiarizada con estas, pero era evidente en sus ojos que estaba preocupado por algo.Escuchar como el hijo de Maximiliano tosió bruscamente, fue la única respuesta que los rápidos pensamientos de Amelia necesitaron, no le costó demasiado atar cabos, había escuchado a la otra mujer que los acompañaba, decir que el pequeño era asmático, lo cual explicaba bastante, la lluvia era una de las peores enemigas del asma.El pequeño tosió de nuevo, colocando su débil y pequeño puño en el pecho.Amelia miró por el espejo como Maximiliano cerró por un instante sus ojos.—¿Te duele el pecho? —La voz del hombre se escuchó trémula, débil, Maximiliano hizo una mueca cuando su hijo asintió,
Maximiliano le dedicó una mirada indescriptible a Amelia, que se removió, inquieta.—Tenemos que tener evidencia de todo —dijo él, de vez en cuando, miraba hacia la puerta en donde estaba su hijo, como si quisiera mandar todo al demonio y solo ir a verificar de manera más detallada la condición de su hijo.—¿A q-que se refiere? —preguntó Amelia, que sintió unos deseos repentinos e intensos de irse de allí, empezaba a entender que rumbo tomaría la conversación, lo cual odió.La madre de Maximiliano suspiró, como si era demasiada evidente la respuesta a aquella pregunta que Amelia acababa de hacer.—Amelia, ahora eres la esposa de Maximiliano, tienes que demostrarlo con evidencias.—P-pero sigo sin entender q-que…—Lo primero es que si mi abuelo ve que tartamudeas tanto al hablar, no creerá nada, es un hombre muy listo que sabrá que fue una farsa y todo se irá al demonio. —El tono de voz que había usado Maximiliano, resultó desagradable para una mujer tan rebelde como Amelia, que odiaba