Maximiliano le dedicó una mirada indescriptible a Amelia, que se removió, inquieta.—Tenemos que tener evidencia de todo —dijo él, de vez en cuando, miraba hacia la puerta en donde estaba su hijo, como si quisiera mandar todo al demonio y solo ir a verificar de manera más detallada la condición de su hijo.—¿A q-que se refiere? —preguntó Amelia, que sintió unos deseos repentinos e intensos de irse de allí, empezaba a entender que rumbo tomaría la conversación, lo cual odió.La madre de Maximiliano suspiró, como si era demasiada evidente la respuesta a aquella pregunta que Amelia acababa de hacer.—Amelia, ahora eres la esposa de Maximiliano, tienes que demostrarlo con evidencias.—P-pero sigo sin entender q-que…—Lo primero es que si mi abuelo ve que tartamudeas tanto al hablar, no creerá nada, es un hombre muy listo que sabrá que fue una farsa y todo se irá al demonio. —El tono de voz que había usado Maximiliano, resultó desagradable para una mujer tan rebelde como Amelia, que odiaba
Ambos habían perdido la cuenta de la cantidad de fotos que se habían tomado, más de una vez, él había querido mandar todo al demonio, diciéndose que no valía la pena tener que fingir tanto por un par de millones, claro, el dinero le vendría bien, independientemente de que tan extensa fuera su fortuna, el dinero siempre le vendría bien, pero aquel dinero involucraba un esfuerzo emocional que él dudaba pudiese concretar, lo peor era, que la parte más fácil, era aquella: fingir que quería a aquella mujer, que a pesar de ser preciosa como pocas, no lograba despertar nada en él, la peor parte vendría cuando tuviese que fingir delante de su abuelo por los siguientes tres meses. Ni siquiera ella se veía dispuesta a fingir tanto.—Maldición —masculló Amelia; se había cambiado de ropa unas cuatro veces en menos de tres horas, se había tomado al menos unas cien fotos, había tenido que besarlo más veces de la que recordaba, había tenido que fingir que lo conocía desde hace mucho y que su persona
No era cuestión de si recordaba o no como hacerlo, era que tenía que acordarse como hacerlo. Hace años —muchos años— Maximiliano había aprendido primeros auxilios, como parte de un proyecto estudiantil, a pesar de ser un estudiante demasiado aplicado, jamás había prestado demasiada atención a la ejecución correcta de esos auxilios, porque en su mente se decía, que jamás en su vida tendría que emplearlos.Que equivocado se encontraba aquel Maximiliano joven y rebelde.El cabello de Amelia disperso sobre su rostro, ocasionó que este apenas pudiese dejarse ver, sus manos inclinadas hacia abajo y lo poco que era visible de sus ojos, llenaron de angustia a Maximiliano: parecía estar muerta, y no podía en duda que se encontrara en aquel estado, no sabía por cuanto tiempo había estado ella ahogándose, lo único que sabía, era que, al no poder concebir el sueño —a pesar de tener sus ojos cerrados y dar la apariencia de dormir—, había decidido salir a dar un paseo en el lugar, se había percatad
Luego de aquel desagradable suceso, Maximiliano había decidido que lo mejor por hacer, era irse de aquel lugar, lo que menos quería era que algo similar volviera a repetirse, desde que el día terminara de entrar, ambos se irían. Le había pedido a Amelia que descansara un poco sobre la cama, mientras que él se había quedado en las afueras de aquella habitación, reflexionando sobre demasiadas cosas, y a la vez, sobre nada en absoluto, lo único de lo que estaba al tanto, era de que quería que su hijo se encontraba consigo, no quería estar ahí, una vez más, puso en duda si realmente era necesario el dinero que obtendría de aquel matrimonio falso.Una tos seca se desprendió de los labios de Maximiliano, eran las cinco de la mañana, en dos horas más se iría, había pasado la noche en vela, estaba acostumbrado a la falta de sueño, pero la odiaba, porque esta siempre traía consigo a su peor enemigo: los deseos de consumir alcohol. Estaba agradecido de que en aquel lugar no hubiese nada de alco
Amelia se removió de manera nerviosa, observando al abuelo de Maximiliano que se acercaba a ambos. De inmediato, Maximiliano la tomó por la mano, dejando un beso en la mejilla de la mujer, que casi rió, sabía que no era el momento, pero él recuerdo de como él la había perseguido por la calle, y como casi la habían atropellado, fue demasiado para contenerse, por lo que bajó la cabeza, diciéndose a sí misma que tenía que dejar de ser tan infantil. —Sí, ella es Amelia, mi esposa. —Se sintió extraño decirlo, y escucharlo—. Toma asiento, mi amor. —Maximiliano sujetó a Amelia del brazo, la mujer se encontraba rígida, siempre se había considerado una mala mentirosa, temía que el abuelo de Maximiliano se percatara de que no estaba acostumbrada a ser sujetada por él. —Un gusto, señor… —Había olvidado el apellido de Maximiliano, y tanto el hombre que sostenía su mano, como su abuelo, se percataron—. Un gusto, señor… me llamo Amelia —dijo esta, implorando para que un detalle más no se le olvida
El mal humor que Amelia sentía en aquellos instantes, era completamente indescriptible: había dormido horrible, en todos sus años de vida, no había dormido tan mal como lo había hecho aquella noche. No había querido compartir cama con Maximiliano, pero se había visto obligada a hacerlo, se había colocado una pijama cubierta, tanto que a mitad de la noche tuvo que pararse y ponerse algo más corto, y entre suspiros y negaciones, se había acostado en la cama, con Maximiliano, con su esposo; pero aquello no había sido ni siquiera el principio de su amarga noche: él había empezado a roncar, la había abrazado como en más de seis ocasiones, le había dado una patada, casi en la costilla e incluso la había orillado tanto, que Amelia había terminado cayéndose y golpeándose el rostro, fue el grito furioso de la mujer —quien había soportado demasiado— que terminó de despertar a Maximiliano, quien con ojos cargados de pena por sus actos, se había disculpado, pero una disculpa no borraba el dolor q
Había evitado muchos puntos importantes sobre su vida, no solo por el hecho de que no quería hablar de ellos con nadie, sino porque hablar de eso, era como revivirlo, como hablar del abandono de su padre, de sus problemas con el alcohol y con su propia mente, de sus intentos de suicidio cuando era una adolescente… no creía que nada de eso fuera necesario para decir, así que con un nudo en la garganta, se había limitado a contarle a Amelia que él había estado casado y que su esposa había muerto en el parto; todo el malhumor de Amelia se había desvanecido por completo, abriendo paso a un rostro lleno de lástima, porque aunque suponía que él era viudo —por unas cuantas conversaciones que había escuchado—, debería de haber sido muy crudo perder a quien se ama mientras da a la luz a su hijo, por eso Amelia había insistido en que cambiaran de tema, en que ya tenía suficiente. En que dudaba que su abuelo quisiera hablar sobre la esposa muerta de su nieto.—Pues… creo que eso anotado es lo má
Maximiliano no era un hombre demasiado supersticioso, pero al llegar a la casa, pudo sentir una energía de preocupación, pesada; el silencio absoluto, engrosó aquellos pensamientos, ¿no se suponía que debían de estar almorzando? Miró hacia todas las direcciones, intentando dar con su abuelo, pero aquello no ocurrió, pues el hombre se encontraba en ningún lado, tampoco su madre, pero eso no significaba que no se encontrara en la casa y que en cualquier momento pudiese aparecer, por tal razón, le estiró la mano a Amelia, para que la sujetara mientras ambos terminaban de entrar.Como marido y mujer, tomados de la mano, caminaron por el interior de la casa.—Quédate aquí —le dijo Maximiliano, soltando las manos de Amelia, quien asintió—. En la noche te daré el dinero —se vio en necesidad de decir—. Ahora iré por mi hijo, regresaré pronto. —Fue aquello lo primero que dijo antes de retirarse.Un suspiro se desprendió de los labios de Amelia, la mujer tomó asiento sobre uno de los muebles, y