No era cuestión de si recordaba o no como hacerlo, era que tenía que acordarse como hacerlo. Hace años —muchos años— Maximiliano había aprendido primeros auxilios, como parte de un proyecto estudiantil, a pesar de ser un estudiante demasiado aplicado, jamás había prestado demasiada atención a la ejecución correcta de esos auxilios, porque en su mente se decía, que jamás en su vida tendría que emplearlos.Que equivocado se encontraba aquel Maximiliano joven y rebelde.El cabello de Amelia disperso sobre su rostro, ocasionó que este apenas pudiese dejarse ver, sus manos inclinadas hacia abajo y lo poco que era visible de sus ojos, llenaron de angustia a Maximiliano: parecía estar muerta, y no podía en duda que se encontrara en aquel estado, no sabía por cuanto tiempo había estado ella ahogándose, lo único que sabía, era que, al no poder concebir el sueño —a pesar de tener sus ojos cerrados y dar la apariencia de dormir—, había decidido salir a dar un paseo en el lugar, se había percatad
Luego de aquel desagradable suceso, Maximiliano había decidido que lo mejor por hacer, era irse de aquel lugar, lo que menos quería era que algo similar volviera a repetirse, desde que el día terminara de entrar, ambos se irían. Le había pedido a Amelia que descansara un poco sobre la cama, mientras que él se había quedado en las afueras de aquella habitación, reflexionando sobre demasiadas cosas, y a la vez, sobre nada en absoluto, lo único de lo que estaba al tanto, era de que quería que su hijo se encontraba consigo, no quería estar ahí, una vez más, puso en duda si realmente era necesario el dinero que obtendría de aquel matrimonio falso.Una tos seca se desprendió de los labios de Maximiliano, eran las cinco de la mañana, en dos horas más se iría, había pasado la noche en vela, estaba acostumbrado a la falta de sueño, pero la odiaba, porque esta siempre traía consigo a su peor enemigo: los deseos de consumir alcohol. Estaba agradecido de que en aquel lugar no hubiese nada de alco
Amelia se removió de manera nerviosa, observando al abuelo de Maximiliano que se acercaba a ambos. De inmediato, Maximiliano la tomó por la mano, dejando un beso en la mejilla de la mujer, que casi rió, sabía que no era el momento, pero él recuerdo de como él la había perseguido por la calle, y como casi la habían atropellado, fue demasiado para contenerse, por lo que bajó la cabeza, diciéndose a sí misma que tenía que dejar de ser tan infantil. —Sí, ella es Amelia, mi esposa. —Se sintió extraño decirlo, y escucharlo—. Toma asiento, mi amor. —Maximiliano sujetó a Amelia del brazo, la mujer se encontraba rígida, siempre se había considerado una mala mentirosa, temía que el abuelo de Maximiliano se percatara de que no estaba acostumbrada a ser sujetada por él. —Un gusto, señor… —Había olvidado el apellido de Maximiliano, y tanto el hombre que sostenía su mano, como su abuelo, se percataron—. Un gusto, señor… me llamo Amelia —dijo esta, implorando para que un detalle más no se le olvida
El mal humor que Amelia sentía en aquellos instantes, era completamente indescriptible: había dormido horrible, en todos sus años de vida, no había dormido tan mal como lo había hecho aquella noche. No había querido compartir cama con Maximiliano, pero se había visto obligada a hacerlo, se había colocado una pijama cubierta, tanto que a mitad de la noche tuvo que pararse y ponerse algo más corto, y entre suspiros y negaciones, se había acostado en la cama, con Maximiliano, con su esposo; pero aquello no había sido ni siquiera el principio de su amarga noche: él había empezado a roncar, la había abrazado como en más de seis ocasiones, le había dado una patada, casi en la costilla e incluso la había orillado tanto, que Amelia había terminado cayéndose y golpeándose el rostro, fue el grito furioso de la mujer —quien había soportado demasiado— que terminó de despertar a Maximiliano, quien con ojos cargados de pena por sus actos, se había disculpado, pero una disculpa no borraba el dolor q
Había evitado muchos puntos importantes sobre su vida, no solo por el hecho de que no quería hablar de ellos con nadie, sino porque hablar de eso, era como revivirlo, como hablar del abandono de su padre, de sus problemas con el alcohol y con su propia mente, de sus intentos de suicidio cuando era una adolescente… no creía que nada de eso fuera necesario para decir, así que con un nudo en la garganta, se había limitado a contarle a Amelia que él había estado casado y que su esposa había muerto en el parto; todo el malhumor de Amelia se había desvanecido por completo, abriendo paso a un rostro lleno de lástima, porque aunque suponía que él era viudo —por unas cuantas conversaciones que había escuchado—, debería de haber sido muy crudo perder a quien se ama mientras da a la luz a su hijo, por eso Amelia había insistido en que cambiaran de tema, en que ya tenía suficiente. En que dudaba que su abuelo quisiera hablar sobre la esposa muerta de su nieto.—Pues… creo que eso anotado es lo má
Maximiliano no era un hombre demasiado supersticioso, pero al llegar a la casa, pudo sentir una energía de preocupación, pesada; el silencio absoluto, engrosó aquellos pensamientos, ¿no se suponía que debían de estar almorzando? Miró hacia todas las direcciones, intentando dar con su abuelo, pero aquello no ocurrió, pues el hombre se encontraba en ningún lado, tampoco su madre, pero eso no significaba que no se encontrara en la casa y que en cualquier momento pudiese aparecer, por tal razón, le estiró la mano a Amelia, para que la sujetara mientras ambos terminaban de entrar.Como marido y mujer, tomados de la mano, caminaron por el interior de la casa.—Quédate aquí —le dijo Maximiliano, soltando las manos de Amelia, quien asintió—. En la noche te daré el dinero —se vio en necesidad de decir—. Ahora iré por mi hijo, regresaré pronto. —Fue aquello lo primero que dijo antes de retirarse.Un suspiro se desprendió de los labios de Amelia, la mujer tomó asiento sobre uno de los muebles, y
Amelia permaneció estática por un par de segundos, no sabiendo exactamente que debía hacer, si soltar al niño o continuar cargándolo entre sus brazos. Eligió que la primera opción era la mejor; no sabía que había en los ojos de Maximiliano, pero no quería que él malinterpretara la situación, aunque por un lado, sabía que no había nada para malinterpretar en la escena de ella cargando a aquel niño y dándole el té que con tanto esfuerzo había preparado.—Lo siento —se disculpó, intentando dejar a Dylan en el suelo, pero él se aferró a los hombros de la mujer, que observó como Maximiliano continuaba parado allí, sin decir absolutamente nada—. Solo quería darle el té —explicó—. Por eso lo cargué… lo siento. —No sabía hasta que grado a Maximiliano le gustaba que cargaran a su hijo, más cuando él no estaba presente.—No tienes que disculparte —la tranquilizó el hombre, caminando hacia Amelia; había algo en los ojos de Maximiliano, algo distinto, pero que ella no conseguía comprender—. Por l
Maximiliano siempre había odiado a su padre, aunque no lo había conocido demasiado bien, y los recuerdos que tenía sobre él, eran demasiados vagos como para prestarles atención; su madre siempre le había dicho que tenía que perdonar para sanar, pero le resultaba imposible perdonar a un hombre que lo había abandonado a su suerte. Su abuelo siempre había odiado al hombre con el que su hija se había casado, y había sido por eso que había siempre pensado en dejarle en la miseria, para que aprendiera una lección, pero él nunca había sido tan cruel, y tal vez, la incapacidad no poder ser realmente cruel, había sido heredada por su nieto, quien observaba de manera perdida el suelo.Dylan dormía, su abuelo no se encontraba, Amelia estaba en otra habitación de aquella casa —no solían pasar nada de tiempo juntos, solo cuando el abuelo estaba allí— y él se encontraba observando la nada absoluta, sumergiéndose entre recuerdos, pensamientos, emociones. Había llorado tres veces, rompiéndose y luego