Nadie le había avisado que una fiesta tendría lugar en aquella mansión, solo su madre había ido pocas horas antes a decirle que se preparara y le avisara a su "esposa" porque muchos integrantes de la familia irían a la propiedad. Había aguardado solo a minutos de la actividad para tomar el valor de decírselo a la mujer.El hombre, daba vueltas de un lugar a otro. El ambiente con Amelia había sido pesado como una roca después de haberle confesado lo que sentía. Aunque había una particularidad en el comportamiento de la mujer, no parecía en contra de lo que él sentía, parecía más angustiada por sí misma; ella tenía una tormenta en la cabeza y él ni siquiera lo sabía.—Amelia. —El hombre abrió la puerta de la habitación en donde ella se había aislado, pero no había nadie allí—. ¿Amelia?Por un instante, fue atacado por el miedo de que ella se hubiese ido sin avisarle a nadie. El pánico que se apoderó de él, fue uno inesperado, amargo y agresivo.—Estoy aquí. —El débil susurro de la mujer
—Toma asiento, Amelia —le pidió la madre de Maximiliano.La mujer pasó saliva, haciéndolo.La madre del hombre se había acercado a él y le había dicho que tenía un asunto demasiado serio que hablar con él. Había sido incluso preocupante su rostro, cosa que había incitado a Amelia a pararse pronto de su asiento, a dejar a Dylan con unos niños y a ir con ella.—¿De qué quiere hablar conmigo, señora?La mujer ruidosa y extrovertida que Amelia había conocido al principio, se había esfumado, frente a ella solo se encontraba una mujer cargada de preocupaciones en sus ojos.—Amelia, lo que menos quiero es que mi hijo salga lastimado. —La mujer libró un breve suspiro—. Pero creo que ciertas cosas son inevitables.—Señora, yo…—No dejas indiferente a mi hijo, Amelia —le confesó la mujer—. No eres solo su esposa falsa, eres la mujer que él contrató con apatía y que ahora no quiere que se vaya. —Jugó con sus dedos de manera trémula—. Amelia, mi hijo tiene un pasado del que no le hablo casi a nad
Dylan lamió sus pequeños y resecos labios, mirando a su padre, con la poca lucidez que tenía, el hombre acarició su alborotado cabello.—¿Dónde está mamá? —preguntó el pequeño, con aquella inocencia que siempre llenaba de entusiasmo para vivir al hombre.Era de día, uno bien soleado. La fiesta había dejado a todos agotados, incluyendo al pequeño que no se había subido sobre el techo porque le había resultado imposible hacerlo, pero su hiperactividad era la razón por la que había dormido hasta tarde. Eran las once de la mañana y el pequeño Dylan se encontraba con sus ojos apenas abiertos, preguntando por la que creía era su madre.—Ella duerme —le respondió Maximiliano, aunque no tenía sentido y lo sabía: Dylan estaba cayendo profundamente en otro sueño, ni siquiera había escuchado su respuesta—. Duerme como un ángel.Maximiliano cubrió al pequeño con una frisa suave y gruesa, para luego retirarse de allí a paso parsimonioso.La noche de ayer había sido la mejor noche que había tenido
Amelia cayó de rodillas en aquella tumba. El color de la noche cubría su cuerpo en un holgado vestido. La tristeza se apoderaba de su rostro, de sus gestos, de cada una de sus extremidades, de su respiraciones incluso. Jamás se vio a sí misma experimentando un dolor tan profundo como aquel; arrojada sobre aquella oscura tierra, sintiendo como sus rodillas eran lastimadas y escuchando su propio llanto, tan fuerte que parecía ajeno a ella, a medida que sentía la mano de Maximiliano, buscando consolarla.Amelia llevó sus trémulos dedos hacia la tumba, rompiéndose una vez más. Jamás había tenido comportamientos auto lesivos hasta que aquello había ocurrido. No podía verle algún color a la vida cuando su arcoíris había muerto. Pensar en que con un poco más de cuidado, había podido salvarla antes, la mataba. La había matado más de cien veces aquella semana.La mujer dejó las flores favoritas de su madre en la tumba, tragando saliva, intentando regular el flujo de sus lágrimas, pero estas po
Maximiliano detuvo su auto, ganándose la mirada de Amelia, habían sido más de dos horas de viaje. Aquel lugar parecía encontrarse en el fin del mundo.—Hemos llegado.Ambos se apearon del auto, caminando hacia el sitio en el que Maximiliano se había construido a sí mismo.—Descubrí este sitio cuando tenía unos diez años —contó—. No me he olvidado de él jamás. —El hombre sujetó a Amelia por el brazo con suavidad, ayudándole a entrar hacia aquel lugar, que parecía una mezcla entre un parque y una zona aislada de la sociedad, ella ni siquiera podía identificar que era, solo podía percibir que las estrellas parecía brillar mucho más desde aquel sitio—. La primera vez que vine, estaba en la escuela, la segunda vez, estaba ebrio, al borde de la muerte.Amelia le miró, sin comprender nada. Él no lucía como un adicto al licor, no lo había visto ni siquiera una vez bebiendo.Ambos se adentraron más en el lugar, lleno de preciosas flores que parecían acariciar el corazón de la mujer.Maximilian
Las palabras de Maximiliano, junto con su historia, era algo que todavía retumbaba en la cabeza de Amelia. No podía creer que bajo aquel rostro torpe, atractivo y serio se encontrara una historia así, tan desgarradora.La madrugada la habían pasado juntos, contemplando el amanecer precioso. Amelia atesoró en su corazón aquel tiempo compartido con él, porque sabía que aquello nunca más sucedería.Una semana, siete días completos, aquel tiempo le había tomado llenarse de valor para finalmente decidir que el momento de irse había llegado.Las manos de Maximiliano le rodeaban la cintura, él se encontraba dormido, dormido de verdad; ella había aprendido a discernir entre las veces en las que él fingía dormir y entre las veces en las que en realidad se encontraba sumergido en un sueño profundo. Aquella era una de esas veces.—Maximiliano —susurró, para asegurarse por completo de que él se encontraba dormido; no obtuvo ninguna respuesta más que el vaivén lento del pecho del hombre, que se ha
Amelia se meneó de manera nerviosa. Algo le decía que había tomado la decisión equivocada. La decisión correcta no podía sentirse tan amarga. Tan abrasadora, tan dolorosa. Se había enamorado muy pronto de aquel lugar que él le había mostrado, el cual era realmente precioso. La metáfora de las flores, le había ayudado a encontrar algo de sosiego en su corazón. Recordaba como Maximiliano había apuntado al cielo con sus gruesos dedos. "Tu madre es una estrella más, cada vez que mires al cielo, ella estará allí, cuidándote". —Mamá… ¿estás ahí? La voz de Amelia se deshizo en el viento, su mirada se fundió con el cielo. Había cometido un error, pero no creía que pudiese enmendarlo. Él seguro se había percatado de que ella se había ido. Tal vez se encontraba mejor así. Pero… ¿y si ella regresara? ¿Y si él no se encontraba mejor así? Amelia sacudió su cabeza, sacándose esa idea de allí. No había marcha atrás, aunque su corazón rugiera de dolor. Aunque sintiera que no se olvidaría de
La vida, le había regalado una oportunidad en forma de contrato, una que había estado a pocos instantes de descartar para siempre. Irónicamente, había sido su enloquecida decisión la que la había salvado de perder a aquel maravilloso hombre que le dedicaba picaronas miradas en el comedor.Ella comprimió una sonrisa, se suponía que no debía hacer aquello cuando su madre y Dylan se encontraban allí, aunque solo ellos podían entender su juego de miradas.Amelia elevó una cuchara hacia los labios de Dylan, quien le regaló una sonrisa. El pequeño sabía como comer por sí mismo, había cumplido cinco años, pero era mejor cuando su madre le daba la comida. Él decía que esta adquiría un sabor más delicioso cuando las manos de "Mermelia" era la que se la daban.Habían transcurrido cinco largos meses desde aquella noche en la que ambos habían decidido ser una realidad. Un anillo enorme relucía en el dedo de Amelia, uno que su esposo le había regalado para terminar de sellar su amor.La mano de Ma