No podía decir que detestaba su trabajo, pero sabía que merecía algo mejor que trabajar en una cafetería, a pesar de que era una muy reconocida a donde un flujo enorme de clientes acudían, sentía que tenía potencial para algo más, la cuestión era que no sabía que era ese algo más. El único talento que tenía Amalia, a pesar de la paciencia, era el escribir, pero hace mucho esos sueños se habían quebrado.
Eran las seis y cincuenta de la mañana, la cafetería aún no había abierto, pero estaba a punto de hacerlo, le gustaba tomar los primeros —y únicos— momentos de paz que tenía, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, el cual parecía torcerse cada vez más, no se imaginaba trabajando allí por el resto de su vida.
—Pronto vendrán los clientes —avisó su compañera de trabajo, Fatima, una mujer de estatura pequeña, tanto que Amelia no se la podía tomar en serio, a pesar de eso, parecía tener la simpatía suficiente para atrapar la atención de todos—. En menos de dos minutos.
—Sí —masculló Amelia, suspirando, en lo único que podía pensar era en que quería irse—. Lo dices como si fuera algo bueno.
Su compañera rió, iba a decir algo, pero de pronto, otro compañero de ellas se acercó, con un rostro preocupado, pero a la vez sonriente. Amelia no entendió su expresión.
—Que romántico, ¿de quién es pareja? —Amelia y Fatima se miraron entre sí, incapaces de entender aquella pregunta.
—¿De qué hablas? —preguntó Amelia, bostezando, había dormido pésimo la noche anterior.
—¿Quién de ustedes trajo a su esposo al trabajo?
Ambas seguían sin comprenderle siquiera un poco, pero rieron ante sus palabras, las dos se encontraban solteras.
—No entiendo de qué hablas —le dijo con franqueza Fatima, frunciendo su entrecejo.
—Hay un hombre parado en la salida, bueno… ahora se sentó en los bancos que están afuera, pero desde muy temprano en la mañana se encuentra ahí, parado. —La que frunció su ceño fue Amelia, haciendo una mueca con sus labios, torciéndolos—. Supuse que sería la nueva pareja de alguna de ustedes, no sé, ha estado parado allí, como si esperara a alguien.
Amelia sintió un repentino miedo.
—Seguro es uno de esos lunáticos que suelen venir —supuso, encogiéndose de hombros para así restarle importancia a la situación, aunque le pareció extraño que alguien estuviera tan temprano allí, los clientes empezaban a aparecer unos minutos más tardes en general.
—Lo dudo —negó su compañero—. Luce demasiado bien para ser un lunático o un vagabundo.
—¿A qué te refieres cuando dices que luce demasiado bien para ser un vagabundo? —preguntó Fatima, sintiendo como la curiosidad se aposaba en su cuerpo.
—Velo por ti misma —la invitó su compañero, Fatima de inmediato se dirigió hacia la puerta—. ¿No vendrás a verlo, Amelia?
La mujer negó, en realidad no le interesaba, se sirvió un café y empezó a beberlo con lentitud, pensando que aquel sería otro día más de estresante trabajo.
A los pocos minutos de irse, Fatima regresó, con un brillo distinto en los ojos y una sonrisa adornándole el bello rostro.
—¿Qué sucedió? —preguntó Amelia, viendo la expresión de la mujer—. ¿Acaso es tan guapo?
—¡Es guapísimo, Amelia! ¡Tienes que verlo! —Fatima sujetó a la mujer por el brazo, casi ocasionando que el café se vertiera sobre su ropa.
—Espera, espera, ¡espera, Fatima! ¿Qué te hace pensar que quiero verlo?
—¡No seas tan aburrida, Amelia! ¡Está guapísimo el hombre!
—¿Y qué te dice que no es un lunático? Solo un completo lunático se sentaría al frente de un establecimiento para esperar a que abra —opinó Amelia, dándole un trago a su café.
—Es el hombre más elegante que he visto alguna vez, dudo demasiado que se trate de un lunático, tiene incluso apariencia de rico, cabello oscuro, barba fina, porte elegante, y viene en el carro del año, ¿sabes cuánto cuenta el carro del año, Amelia? Solo eso se necesita para saber que el tipo es rico, tienes que verlo.
Amelia frunció su entrecejo, aquella descripción le sonaba ciertamente, similar, pero no quiso hacer suposiciones incoherentes, así que terminó aceptando ir a ver al hombre, mientras le daba un trago al café.
—Mira, ahí, sentando en el banco de al frente —indicó Fatima, entusiasmada.
Cuando los ojos de Amelia se precisaron en la persona que se encontraba sentada allí, la taza de café se resbaló de manera trémula de sus manos. Sus labios se abrieron y su rostro se cubrió de una máscara de perplejidad y miedo.
El hombre que se encontraba allí, esperando a que abrieran, era nada más y nada menos que Maximiliano, el mismo sujeto que la había acosado con la mirada durante toda la noche.
Fatima tomó los nervios de su amiga, y no logró comprenderlos. Amelia no le había dicho nada de aquel sujeto que la había básicamente obligado a decirle su nombre, no creía que fuese importante, además, se dijo a sí misma que no volvería a ver a aquel sujeto jamás en su vida, lo que menos imaginaba era que él estaría esperando a que el lugar en donde ella trabajara abriera.
—¿Pero qué sucede, Amelia? ¿Lo conoces acaso?
Amelia negó con dificultad, tenía que tranquilizarse: lo más probable, era que se tratara de una broma del destino, de una simple coincidencia, no había manera que aquel sujeto que apenas sabía su nombre, hubiese averiguado en donde ella trabajaba, claro que no, se trataba de una simple coincidencia. Sus propias palabras no le brindaban ninguna tranquilidad, aunque sabía que lo más probable era que así fuera, una coincidencia, no pudo evitar sentirse nerviosa, pues en realidad, se había sentido demasiado incomoda por los ojos de aquel sujeto fijados en ella el otro día.
—No, claro q-que no lo conozco —le respondió a su amiga, agachándose a recoger los fragmentos de la taza de café que había dejado caer.
—¿Necesitas ayuda? —se ofreció Fatima.
—No, estoy b-bien… tú ve y prepara todo, estamos a pocos minutos de abrir.
Su compañera le dedicó una mirada más, como si buscara analizar sus pensamientos, la reacción de Amelia había sido una bastante particular, nerviosa, se encontraba nerviosa, incluso sus dedos temblaban mientras recogía aquellos trozos de vidrio.
¿Y sí él la había estado espiando?
—No —se murmuró, cuidando no ser escuchada por nadie—. Estoy siendo paranoica.
O eso esperaba.
Terminó de recoger los trozos de vidrios entre sus manos, luego se colocó de pie, sin quererlo, su mirada se posó en el hombre de nuevo. Amelia se quedó estática cuando los ojos de Maximiliano cayeron sobre los de ella.
La mujer se estremeció cuando vio como el hombre rápidamente se ponía de pie y se acercaba al establecimiento en donde ella estaba.
Amelia se alarmó, por impulso se alejó avivadamente de allí, caminando de manera rápida hacia el área en donde Fatima se encontraba, la expresión alarmada de la mujer, de inmediato alertó a su compañera, que se preparaba para abrir el establecimiento por completo.—¡¿Pero qué sucede, Amelia?! —preguntó, sujetando a la mujer por ambos hombros, ella temblaba mientras miraba hacia la parte de atrás, con el miedo de aquel hombre entrara por allí, aunque era inevitable que lo hiciera: el establecimiento tarde o temprano sería abierto, cediéndole paso a todos.Por un instante, las palabras se quedaron aferradas a su garganta, cuando vio como su otro compañero empezaba a abrir las puertas que Fatima no abrió, el pánico se dibujó en su mirada, se dijo que no tenía nada que temer, que no era para tanto, pero la sensación de aquel sujeto la había perseguido o espiado hasta su trabajo —no estaba segura—, se incrustó profundamente en ella, aunque no tenía ninguna evidencia de que él la hubiese se
Ya era casi hora de salir de su trabajo, no había podido concentrarse ni siquiera un poco. Había solo pensado en aquel extraño sujeto, en que podía querer de ella, y por qué justamente de ella. La expresión en sus ojos, era algo que Amelia apenas podía sacarse de la cabeza, como si quisiera decirle algo, pero no contara con la capacidad para hacerlo. Ella elegía que no lo hiciera, que no le dijera absolutamente nada, de todas formas, ¿qué podía tener un extraño para decirle?Suspiró cuando miró la hora, dándose cuenta de que su turno ya había concluido, se quitó los guantes que cubrían sus manos y decidió prepararse para salir.—¿Qué quería de ti? —Se giró cuando escuchó la curiosa voz de Fatima detrás de ella, la mujer la miraba como si se había contenido aquella durante todo el turno de Amelia—. ¿Te quería hacer daño o algo? ¿Te amenazó? —preguntó ella, un poco más preocupada, pues desde que aquel sujeto se había ido, Amelia lucía preocupada y pensativa—. Sabes que puedes contarme c
Amelia lo miró con sus cejas levantadas y sus labios abiertos, soltó sus puños apretados y le miró una nueva vez como si un tercer ojo le estuviese creciendo en el rostro. Un minuto de silencio se dejó pasar, hasta que el sonido de la risa de Amelia lo quebró.—¿Qué diablos me está diciendo? —preguntó, carcajeándose—. Maldición, no sabía que la cocaína era tan accesible en estos días.—Señorita, no estoy bromeando. —Él intentó sujetarla del brazo, pero ella se lo impidió con recelo, jalándolo—. En realidad, necesito que acepte ser mi esposa.—¿Ha escuchado lo que me pide? —le cuestionó, como si no fuese demasiado evidente que aquello era una completa locura—. ¿Qué diablos le sucede? ¿Sabe qué? No tengo tiempo para esto, necesito ir a buscar mis compras de vuelta.Ella intentó irse, pero Maximiliano la sujetó por el brazo, impidiéndoselo con fuerza.—¡Suélteme, maldición! —exclamó, sentía demasiada hambre y demasiado estrés como para tener que lidiar con un desconocido que la había per
La urgencia en los ojos del hombre, hizo que nuevamente, ella sintiera desconfianza de él, pese a esto, permaneció allí, escuchando sus palabras.—Será todo una farsa —le aclaró, removiéndose trémulo—. No nos casaremos en serio, quiero decir… sí lo haremos, pero no porque nos queremos, ni nos conozcamos, todo se tratará de un negocio.—¿Un negocio?—Sí, necesito una esposa para dentro de una semana, es urgente, señorita. Es algo que nos conviene a ambos.Ella enarcó una ceja, cruzándose de brazos.—Continúe.—Yo necesito una esposa para cobrar una herencia. —Ella le miró desde los pies hasta la cabeza, su rostro era muy expresivo, no se molestaba en ocultar lo que sentía, y en aquel instante, dudaba de sus palabras—. Yo necesito que usted acepte.Ella retrocedió cuando él la sostuvo por los hombros, la desconfianza se vio aposada en su mirada femenina, que una vez más, lo miró de pies a cabeza, claro que dudaba de la veracidad de sus palabras, incluso, dudaba de que aquel hombre fuera
Maximiliano cerró la puerta con sumo cuidado, asegurándose que de esta no se desglosara ningún sonido, para que así su hijo no se despertara, era fácil dormirlo, la mayoría de veces al menos, pero cuando su sueño era interrumpido, no había poder humano que pudiera sosegar su energía infantil.Cuando terminó de cerrar la puerta, vio como su madre lo esperaba, sentada en el sofá mientras bebía algo de una taza. Se acercó a ella, tenía una idea de lo que quería hablar con él, era como si contara con la capacidad de leerlo en sus ojos.—¿Cómo te fue? —le preguntó la mujer, sacándole una sonrisa amarga a Maximiliano, que terminó de sentarse frente a su progenitora y suspiró, aquella acción no le envió ningún buen mensaje a la ansiosa mujer—. ¿Te fue mal?—Me fue pésimo —dijo él con franqueza, acomodando su espalda.—¿Cómo que pésimo, Maximiliano? Necesito que me cuentes que sucedió —le pidió ella, dándole un trago trémulo a su taza de té. Su hijo le había contado que saldría a buscar, una
Los ojos de Fatima se llenaron de una profunda perplejidad, sino supiera que Amelia era una mujer muy poco creativa para las mentiras, la hubiese señalado sin pensarlo como mentirosa. La mujer se removió, incluso se quitó los guantes, sus ojos abiertos se clavaron en Amelia.—No, espera, espera, ¿qué demonios?—Esa misma fue mi reacción —murmuró Amelia, terminando de preparar un café, la hora de irse de aquel lugar llegaba, inmediatamente saliera, se direccionaría hacia donde su madre, necesitaba leer sus resultados en el hospital, apenas había logrado dormir treinta minutos pensando en la enfermedad de su progenitora—. Ese hombre se acercó a mí y me dijo que si quería casarme con él, que si quería ser su esposa, ¿qué clase de locura es esa? Jamás había visto algo similar en mi vida, además, me persiguió por una calle, casi me atropellan, casi lo atropellan a él, cuando por fin lo dejé hablar, me dijo que todo se trataba de un negocio en el que tendría que fingir ser su esposa a cambi
Sentía que se encontraba en un cuento fantástico, uno en donde la realidad y la ficción se mezclaban hasta dejar algo por completo increíble, así se sentía en aquel momento, tan extraña, incomoda, quería reírse de sí misma por la decisión que había tomado. Más de una vez, había pensado en renunciar a aquella decisión, pero suponía que no había oportunidad marchar hacia atrás, además, solo era necesario recordar a su madre para que la motivación de cometer aquel acto llegara para no abandonarla jamás.Él la había invitado a su casa, Amelia se había negado y le había que fácilmente podrían hacerlo en cualquier otro lugar, la respuesta de Maximiliano la había fastidiado: «Hay que ir a un sitio discreto, nadie puede descubrir que es un matrimonio falso». Amelia creía que era demasiado evidente que todo era una farsa, ella era una mujer simple y poco atractiva, de bajos recursos, que de repente se casaría con un hombre adinerado que pertenecía a la alta sociedad. Rascó su cabeza, su madre
Amelia tragó saliva con dificultad, sus piernas perdían la fuerza y si no se encontrara siendo sostenida por Maximiliano, el suelo y ella se hubiesen transformado en uno. Estaba despierta desde las cinco de la mañana, apenas había comido algo, todo el proceso se había realizado de manera apresurada, con la intención de que lo más rápido posible se concluyera, para la desdicha de todos, los inconvenientes no habían dejado de llegar, haciéndoles perder por lo menos tres horas, pero se encontraban allí: Amelia, Maximiliano, dos testigos, el hijo de Maximiliano y su madre, todos reunidos en un mismo sitio.Amelia usaba aquel blanco y escotado vestido que sabía que había atrapado más de una mirada, nunca había tenido su cabello tan bien arreglado, los tacones que usaba, eran una tortura la cual no podía esperar que concluyera. La mujer elevó su mirada cuando el fotógrafo que Maximiliano había contratado le sacó una foto. «Necesito tener evidencias de todo», recordó las palabras del hombre