Maximiliano suspiró, casi en el rostro de Amelia.—No creo que lo mejor seas que le grites a tu madre, Amelia.—No le iba a gritar —mintió—. Es solo… exasperante, solo es eso.—Lo sé, pero gritarle no hará que nos colabore.—¿Y qué lo hará entonces? Cuando quiere, es un dolor de cabeza, si dice que no, es no, especialmente cuando se habla de su religión. —Amelia suspiró, toda aquella situación la mantenía en un estrés profundo—. No sé que haremos, ella… no creo que acepte, lo siento demasiado…—Podría decirle a mi abuelo que tu madre enfermó y que tiene que aplazar la visita, y si dice que quiere venir a verla, le decimos que tiene algo contagioso. —Amelia le miró en silencio—. Tienes razón, no se va a tragar ese cuento.—No dije nada.—Pero tu mirada sí, y tienes razón: no se tragará un cuento como aquel, con lo obstinado que es, querrá venir.—¿Qué podemos hacer?—No tengo idea, tal vez intentar convencer a tu madre. Tal vez si me voy y hablan ustedes dos solas…—Cuando te vayas ace
Amelia jamás se hubiese visto a sí misma siendo parte de un juego infantil como aquel, menos acompañada de un hombre que también era un adulto.Aunque no podía negar que de vez en cuando se le escapaba una sonrisa por la torpeza del enorme cuerpo de Maximiliano corriendo para evitar que su hijo lo atrapara.—¡Listos o no, aquí voy! —Amelia se escondió en una esquina cuando escuchó la chillona voz de Dylan decir aquello, sintió como el pequeño pasó cerca de donde ella se encontraba, pero sin conseguir verla. Amelia se asomó por la puerta de una de las habitaciones, viendo como Maximiliano también miraba al pequeño correr, el comienzo de una sonrisa se vio en los labios del hombre cuando miró a Amelia.—¡Cruza! —le susurró, haciéndole un gesto con la mano que ella no comprendió demasiado bien, tampoco comprendió la razón por la que él le pedía que cruzara hacia la misma habitación en donde él se encontraba, así que permaneció quieta en su lugar—. ¡Cruza, Amelia! —insistió.—¡Me descubri
La primera imagen con la que Maximiliano se encontró al abrir sus ojos aquella mañana, fue una ciertamente, inesperada.Amelia con sus ojos cerrados y sus labios apenas moviéndose entre casi inaudibles ronquidos, mientras que su rostro, permanecía a solo unos centímetros del suyo, tanto que pudo ver una pequeña marca de nacimiento que la mujer tenía debajo de su ceja, intentó descifrar la forma de aquella marca, pero no dio resultado, no tenía alguna forma, pero era preciosa.Maximiliano pasó saliva cuando se percató de lo cerca que se encontraban sus rostros, sus labios, luego bajó su mirada, percatándose de que la abrazaba con fuerza, de que tenía su pierna izquierda sobre el cuerpo de la mujer a la que sofocaba en un abrazo.¿Cómo demonios había ocurrido aquello?, se cuestionó, deshaciendo de manera lenta su agarre. No recordaba haber hecho nada de aquello. No recordaba haberla abrazado, mucho menos recordaba haberse acurrucado en el que cuello de la mujer, ¿qué diablos había ocurr
El pequeño no había dejado de hablar durante todo el camino.Amelia se encontraba en la parte trasera del carro, sentada a su lado, respondiendo a sus particulares dudas mientras que Maximiliano conducía, escuchándolos en silencio. Ni siquiera con él hablaba tanto, ni así, con la suficiente confianza como de alguien a quien conocía de toda la vida.De vez en cuando, las miradas de ambos adultos se rozaban. No decían nada, pero sus ojos gritaban un montón de cosas que de cierta forma, ninguno quería descifrar.Lucían como cualquier familia feliz, pero ellos no eran ni siquiera una familia.—Papá me enseñó a leer —habló Dylan, sacando de manera desordenada uno de los cuadernos que su padre le había entrado en aquella mochila repleta.Amelia mordió sus labios, ¿por qué había comprado tantos cuadernos para un pequeño de solo cuatro años? Rió para sí misma, algo le decía que el hecho de que él tuviera un hijo, no significaba que supiera demasiado sobre niños.—¿Sí? —preguntó Amelia, admiti
Había transcurrido un mes desde la visita de la madre de Amelia a la casa de Maximiliano, el abuelo se había comportado con "normalidad", aunque las preguntas ocasionales que querían tenderle una trampa a la mujer, no se detenían, algo le decía a Amelia que no se detendría hasta que toda aquella farsa continuara. La noche había caído, los días cada vez eran más particulares, su insomnio no había frenado, mucho menos lo haría mientras siguiera durmiendo con él. Como cada una de las noches, luego de prometerle a Amelia que controlaría sus movimientos mientras dormía, Maximiliano se encontraba abrazando a la mujer mientras dormía, con su rostro adherido al de ella. Amelia suspiró, con la esperanza de que no ocurriera lo mismo del día anterior en el que él la había besado mientras dormía. Había sido un beso en los labios corto, torpe. «Aunque no lo detuviste», le susurró su mente, sacándole una sonrisa a la mujer, que sintió como el hombre apretaba su estómago. Se preguntaba que demoni
Amelia no había concebido el sueño en absoluto, se estaba convirtiendo en algo usual.La duda de si todas las veces en las que él la había abrazado de aquella manera mientras dormía habían sido intencionales, seguía dando vueltas en su cabeza, en una especie de rueda de hámster que no frenaría pronto.La luz del sol se coló por la ventana a medio abrir, él se había levantado hace rato, curiosamente, aquella noche, luego de disculparse por "la costumbre", Maximiliano no había vuelto a abrazarla mientras "dormía", lo más que había hecho, era acercarse por la espalda de la mujer, respirando casi en su oído, quería acercarse a ella, pero se encontraba descubierto.Había pasado con él cuarenta y cinco noches, y en todas ellas, había tenido que sentir como unos brazos fuertes se aferraban a ella, como el cabello más suave del mundo se acariciaba contra su nuca, mientras que al bajar sus ojos se encontraba con un precioso rostro, ¿todo aquello había sido intencional? Amelia tenía demasiadas
La única motivación que Amelia se vio en lugar de usar para correr más rápido que aquellas mujeres que parecían una bala, fue recordar la vez en la que Maximiliano la había perseguido; solo aquello, solo imaginarse a sí misma corriendo de un desconocido del cual sintió miedo en su momento, ocasionó que ella tuviera la suficiente potencia para correr, adelantándose de unas cuantas, sin embargo, todavía habían algunas más delante de ella; aquello le impulsó a correr más rápido, ser una mujer alta por fin le había servido para algo.Escuchaba la voz de Dylan decir algo, pero el ruido del aire franqueando por sus oídos, le impedía comprender qué cosa.La mujer apuró el paso, sintiendo como sus rodillas iban al máximo.Desde la distancia pudo observar como Maximiliano se había posicionado con Dylan en la meta, quizás para recibirla.Amelia aumentó la potencia de su carrera, perdiendo casi el control sobre sus extremidades, una sonrisa se trazó en su rostro al percatarse de que había corrid
Habían transcurrido dos semanas más, los días se volvían pesados, aunque no de una manera tan negativa, lo único "malo" que ocurría, era que ambos se comportaban de manera particular el uno con el otro, no querían estrechar en absoluto sus relaciones, pero de alguna forma, sentían que era algo imposible, las mismas circunstancias los orillaban a hacerlo. A Maximiliano no le gustaba admitir que le había empezado a gustar la sensación del cuerpo de la mujer frotándose con el suyo, no se lo admitía a sí mismo, y mucho menos lo haría con nadie más, pero cuando sentía aquel cuerpo femenino a su lado, no se sentía tan solo a como estaba acostumbrado, aunque no podía evitar decirse a sí mismo que era un estúpido, aquello era temporal, ¿por qué se hacía eso?El hombre enfocó su mirada en el cúmulo de documentos que tenía al frente; había retomado sus actividades en su empresa, aunque no se sentía con el ánimo suficiente para ejercerlas, pero como ya su abuelo había aprobado a Amelia y la fort