—¡Lana, estoy esperando! —grité desde la ventana del coche a mi querida hermana. Había pasado media hora y ella no salía de su habitación. Estaba segura de que se estaba despidiendo de ella, pero no había más que hacer que desapegarse de las cosas.
—¡Ya bajo! —escuché su respuesta. Resoplé y me tranquilicé un poco, también estaba nerviosa y con miedo. Los cambios no me gustaban, todo lo contrario, me asustaban. El sol estaba demasiado fuerte hoy, era casi medio día. Según leí que al lugar donde voy no se ve el sol diario.
Cuando mis padres murieron hace tres años tuve que hacerme cargo de mi hermana ya que era mayor de edad y tenía un empleo estable, entonces era la mejor opción para ella. Ahora mi empleo ha cambiado y tendré que mudarme. La verdad no puedo darme el lujo de perderlo.
—Listo —Lana se sube al asiento trasero y se pone los audífonos. Genial, es obvio que el viaje sería largo. Encendí el coche y arranqué, mi nueva vida me esperaba.
Horas más tarde...
No sentía mi trasero y mis manos estaban cansadas, además de que moría de sueño. Se había hecho de noche. Lo bueno es que estábamos llegando ya.
—¿Estamos cerca? —me pregunta Lana, seguida de un bostezo.
—Falta poquito.
Al llegar al pueblo todo era tan... silencioso. Me pareció extraño, habían restaurantes, al menos había gente ahí. También pasamos por un cine, a lo lejos vi un centro comercial más o menos grande. En fin, había de todo un poco en este pequeño pueblo. La casa estaría cerca de un lago según me había dicho la persona que me la vendió. Aquí al menos asistiría a mi último semestre de la universidad, me faltaba tan poco para terminar y sería una buena abogada.
Avancé por el camino que el mapa me indicaba, las casas desaparecieron de este lado del pueblo, era todo más solitario, más oscuro. Admito que no me gustó esto.
Llegamos a la casa.
Era de dos pisos, pequeña, cómoda. No importaba.
—¿Es aquí? —inquirió Lana.
—Así es —admití.
Después de bajar las maletas y meterlas a la casa, con un frío enorme porque hasta incluso estaba brisando. En verdad que aquí hace demasiado frío. La casa no era lo que esperaba pero al menos teníamos un hogar. Mientras tanto.
—¿Cuál será mi habitación? Muero de sueño.
—No lo sé, escoge cualquiera, no importa.
—Está bien. Nos vemos mañana —Lana tomó sus maletas y empezó a subir las escaleras.
—Recuerda qué mañana iré a inscribirte a tu colegio... —le dije antes de que se perdiera en el segundo piso. Ni siquiera me contestó. Lana ha estado muy callada desde la muerta de mis padres y es comprensible, solo le doy el tiempo que sea necesario. Es solo que a veces extraño a mi hermanita.
El resto de las horas me dediqué a organizar cada cosa y a revisar la casa. Moría de sueño y eran como las once de la noche. Necesitaba dormir, mañana sería otra día más. Fui a la habitación disponible, arreglé un poco y me dormí.
•
—¿Lana? —toqué su puerta. —¿Estas lista?
—Ya voy.
—Te espero para desayunar.
—Está bien.
Cuando bajé empecé a comer el pan tostado con mantequilla de maní y un trago de café mientras revisaba mi computadora con todos los trabajos que tenía pendiente. Ni siquiera tenía amigos, quizás también cambié en algo: me volví más apartada de las personas. Incluso cambié mi vestimenta: ahora soy mas seria con la ropa y el pelo, ya no soy suelta y a veces lo extraño. Afuera no había solo a pesar de que eran las siete y media de la mañana. Hasta hoy temprano pude ver el lago que teníamos frente a nosotros. Era hermoso. Sentí como la voz de mi madre diciéndome: este es tu lugar, Laura.
Cuando Lana bajó desayunamos en silencio como siempre. Al terminar cerré la casa y las dos nos fuimos hacia el colegio. El clima estaba nublado, caían gotitas de lluvia. Yo estaba acostumbrada al sol y ahora tenía que usar abrigos súper calentitos.
—Hace demasiado frío —murmuró mi hermana llegando al pueblo.
—Ya lo sé, tendríamos que comprar ropa para frío —le sonreí.
—¿Tenemos dinero para eso? —cuestionó en el mismo tono. Al menos había amanecido más habladora.
—Un poco si.
—Me parece bien entonces. Lo malo es que con este frío no podemos bañarnos en ese hermoso lago.
—Si, que triste.
Al llegar al colegio nos bajamos. Era grande, tenía muchos espacios para sentarse y disfrutar del... día. Los demás ya estaban en clases. Lana y yo nos dirigimos directo a la dirección. La directora fue muy amable, nos mostró casi todo y nos dijo que tenía que quedarse desde ya Lana.
—Está bien, traje mi mochila y unos cuadernos. —admitió ella, no parecía molestarle.
—Perfecto —aplaudió la señora directora— La llevaré a su clase. Un gusto conocerla, señorita Laura.
—Igualmente.
Ellas dos se fueron por un pasillo. Ahora tenía que buscar como ir a mi nuevo trabajo solo para asegurarme de algunas cosas. Salí del colegio. Afuera estaba helando. Subí al coche y manejé hacia la pequeña empresa. El camino era diferente, era otro. El mapa me indicaba que tenía que pasar por un camino sin barda y que había un acantilado. Manejé con cuidado a pesar de que el suelo estaba mojado y resbaladizo. Todo iba perfectamente cuando de pronto salió otro coche quien sabe de donde y por evitar impactar sobre el giré el volante, eso me hizo perder el control, dirigiéndome hacia el acantilado. Frené lo más que pude, sintiendo la muerte cerca de mi.
Jadeé al memento en que el coche se detuvo, pero se detuvo al filo del acantilado. Creo que incluso una rueda estaba en el precipicio. Me quedé quita, inmóvil, casi sin respirar. Sentía que cualquier falso movimiento sería el decisivo. Mi corazón latía a mil por hora. No podía ver más que niebla. Entonces sabía que no podía permanecer más tiempo aquí, tenía que actuar ya. Aflojé mi cinturón lentamente y quise abrir la puerta, pero en cada movimiento que daba sentía que el coche se inclinaba más y más hacia el acantilado.
—Dios —murmuré. No iba a poder, iba a morir aquí. De pronto las lágrimas empezaron a salir de mis ojos, no podía dejar a Lana sola. Esta vez ella no lo soportaría. Cerré los ojos y acepté mi muerte, pero en eso el coche se movió, no para el lado del precipicio sino para el lado de la carretera. Abrí los ojos y, entre la niebla, miré a una figura por el espejo retrovisor, una figura que arrastraba el coche con sus propias manos lejos del precipicio.
¿Esto es real? ¿Esto está pasando? Cuando noté estaba en terreno sano. El hombre se acercó a mi ventana y abrió mi puerta. Salí con pies y manos temblorosas, resbalándome en el barro. Los brazos fuertes de ese hombre me sostuvieron y es ahí cuando le miré el rostro: pálido como la niebla, sus ojos eran oscuros como la noche y sus labios rojos como la sangre. Pero no fue eso lo que me impactó sino la manera de agarrar mi coche, como si tan solo fuera una simple caja de cereal.
—¿Quién eres? —le pregunté.
El chico sonrió de lado, una sonrisa maquiavélica, y me respondió:
—Tu peor pesadilla.
—¿De qué hablas? —aún seguía idiotizada viendo al chico. No sé qué me pasa. Hasta que al fin reaccioné y me aparté de él. —¿Qué demonios pasa contigo? —exploté. El chico pareció desconcertado. —¿Eh? —Si, pudiste haberme matado. ¿Que no sabes manejar?— cuestioné viendo a unos metros el coche negro que me había hecho salir del camino hace unos minutos. Me llevé una mano a la cabeza para procesar todo lo que había pasado en tan poquito tiempo. —Te acabo de salvar, debería de darme las gracias, niña. —¿Niña? ¿Sabes que edad tengo? Veintidós —lo encaré, queriendo parecer más madura, pero no lo era y el se dio cuenta. Me miraba como si fuera una broma. —Tu edad no define tu madurez —dijo él todo lo calmado posible. —Ese no es el problema, tienes que aprender a manejar, chico. Soy abogada y pude haberte puesto una demanda. Por mal manejo. —mentí. Solo quería asustarlo un poco. Elevó una ceja curioso. —¿Ah si? —Sí. —miré el acantilado. Estaba tan alto. No pude haber sobrevivido a es
—¿Qué? —Eso, si estás aquí es porque vas a donar, ¿no? —se cruzó de brazos. —Estoy segura de que esa no era la pregunta. —De nuevo delirando, ¿tomas algún medicamento? —se burló. —No pero deberías considerar tomarlo tú, te crees mucho —quise rodearlo pero él me tomó de la mano, su agarre era fuerte. —Suéltame —demandé. Estaba mirándome cada milímetro de mi cara, me sentía un poco nerviosa justo ahora. —¿Vas a donar? —volvió a preguntar. Lo miré fijamente y contesté: —No. Me zafé de su agarre y fui dentro de la universidad. Me sentía acalorada a pesar del frío que hacía. —¡Laura! —escuché la voz de Gisela detrás de mi. Me giré a ella. —Gisela, ¿no estabas haciendo fila para donar? —Lo estaba. Pero te vi con el, ¿desde cuando lo conoces? —¿Quién? —James. James Fernsby. —¿El chico con quien hablaba? —Sí. —Pues tuvimos un percance esta mañana. —caminé por el pasillo, planeaba ir a casa. La verdad había tenido suficiente el día de hoy. —Laura, ¿sabias que James es uno de
—James... —me puse de pie. —¿Si? —se acercó más y más hasta tenerme acorralada entre la pared y él. —¿Qué haces? —lo miré. Su manos subieron a mi cuello y escondió su cara en el. Sentí que lo besó, mis piernas se pusieron débiles, sentí escalofríos por mi cuerpo. Dios, ¿que me estaba pasando? Sentí que James lamió mi cuello. —James... —quise empujarlo. —Déjame... —susurró en mi oído—... solo un poco. ¿Solo un poco que? —Laura, necesito... quiero... besarte. Entonces su rostro se acercó al mío. Iba a besarme. A pesar de que solo lo conocía un par de hora quería que me besara, quería que lo hiciera. Sentía que mis labios lo pedían a grito a como también mi cuerpo pedía otra cosa. James me hacía sentir algo que jamás había sentido y no tenía ni idea de por qué. —¿Sientes lo mismo? —preguntó encima de mis labios. Su aliento frío chocando con el mío. Su mano bajó por mi cintura, hacia mis glúteos. —James, no. —Laura, quiero...—¿Laura? Ya llegué. La voz de mi hermana me hizo sa
A la mañana siguiente me sentía un poco extraña por todo lo sucedido ayer, estaba pensativa y más o menos avergonzada. No sé qué demonios me pasaba con James si apenas lo conocía. Hoy tendría que trabajar desde mi computadora pero también tenía que asistir a mis horas en la universidad. Como tenía las libres vendría a mi casa y trabajaría en lo que pudiera.Me levanté más temprano de lo normal y me puse a hacer ejercicios frente a lago, corriendo de un lado a otro y haciendo algunos abdominales. Siempre quería mantener mi rutina de antes. Luego me puse a hacer el desayuno para después meterme a bañar. Cuando estuve lista pasé tocando la puerta de Lana para que se vistiera pero al parecer esta ya lo estaba. —Ya bajo —me había respondido. Bajé a desayunar tranquilamente. No sabía lo que pasaría hoy en la universidad. —Buenos días —saluda Lana cuando se sienta. —Buenos días —le respondí—¿Cómo dormiste?—Bien, estuve leyendo un poco y me quedé dormida súper rápido. —Qué bien por ti.
James me tomaba con fuerza, en una de esas me subió a su cintura para que me enroscara en él. —¡James! —quise zafarme—¡James! —lo logré— ¡Déjame! —Laura, no entiendes... —¡Tienes razón! No entiendo, no logro entender nada de esto. Ustedes me tratan como si fuera una cosa que se puede pedir y nada más. Pero no. Apenas te conozco desde ayer e igual a Blake, no quiero que me vuelvas a hablar en especial cuando sabias perfectamente que tienes novia y aún así vienes y me besas ¡estas loco! —¿Novia? —¡Si! Jazmine. Se rió un poco. —No es mi novia, ¿quién te dijo eso? —Pues... se dice. —No. No es mi novia, yo no tengo novias —se rió. —Ja, claro. —Es en serio. —Yo también digo las cosas en serio. Ya, no quiero seguir en esta situación, ¿me puedes entender? —¿Cuál situación? Admite que también te gusto —se volvió a acercar. —No te hagas tan importante. —¿Entonces por qué aceptas mis besos con tanta pasión? Lo miré mal. —¿Por qué te dejas tocar por mi? ¿Por qué tu corazón Justo
—¿En qué piensas? —Gisela me sacó de mis pensamientos. —Nada, solo me quedé un poco ida —medio reí, aunque quizás reía para no llorar. Miré la fogata de esos chicos y me pregunté si James estaría ahí. —¿No es Blake? —pregunta Gisela. Miré en dirección hacia donde miraba ella. Ahí venía Blake con una bolsa en sus manos, dirigiéndose a nosotros. —Sí. Hola, Blake —lo saludé. Me sorprendía verlo aquí. ¿Cómo supo dónde vivo?—Buenas noches... oh, hola... Gisela, ¿cierto?—Así es. —noté que Gisela ahora se puso un poco nerviosa. —Disculpen el atrevimiento pero las vi de lejos y preferí hacerles compañía que estar en esa patética fiesta, ¿les molesta? —Para nada, Blake. —No te preocupes—dijimos las dos al mismo tiempo. —Siéntate —le dije, poniéndome de pie y dándole mi silla. —Laura, por favor, me ofendes, siéntate tu. —No, iré por otra silla. —Está bien. Me encaminé a la casa, la cerveza que estaba en mis manos apenas estaba a la mitad y no quería seguir tomando. Fui a la cocina
—Vamos —James me tomó de la mano y me encaminó fuera de la fiesta, hacia el bosque. —¿Estás segura de esto? —¿Tú no? —Como sea. —Háblame sobre la luna de sangre. —¿Por qué quieres saber eso? —Bueno, es lo que decía la nota y tengo la leve sospecha de que Jazmine fue quien la envió. Dime, ¿que significa? —Por favor, Laura, son locuras de Jazmine, ¿en serio le harás caso? —Entonces admites que fue ella —me detuve en seco. —No... —Aceptaste que fue tu amiga quien me envió esa nota —lo encaré. Al fin podía poner mis habilidades de abogada y James había caído. —¿Que...? Estas jugando conmigo, ¿verdad? —se acercó peligrosamente. Al parecer se había percatado que había utilizado psicología inversa con el. —No lo hago, James —espeté. —Deja de jugar a la detective porque saldrás herida. —¿Serás tu quien me hiera? ¿Así como lo hiciste con Andrea? Achicó sus ojos, entonces me tomó del cuello y me estampó contra un árbol. Su agarre era fuerte pero no lo suficiente para asfixiar
Estaba sorprendida. Esto parecía irreal. —¿Es posible? —susurró Gisela. —Tal vez —respondió Jason—Pero puede ser su bisabuelo o no lo sé, hay casos de ese tipo —Jason trató de encontrar una explicación lógica. —Entonces, ¿qué es James? —Gisela me miró. —Okay, esto es un poco raro —me puse de pie. Solo nosotros tres estábamos en esta habitación y de repente me sentía observada. —¿Hay alguien más con nosotros? —le pregunté a Jason. —No. Acabo de cerrar —susurró también. Gisela y él se pusieron de pie. —Es solo que... —empecé a decir—... siento esa sensación de que no estamos solo, ¿si? Ellos asintieron. —¿Qué vamos a hacer con la foto? —inquirió Gisela. —Jason, ¿tienes impresora? Él asintió. No podía dejar este caso así como así, podía tener muchas explicaciones esa foto, del como James Fernsby está en un libro de archivos viejos y se mira completamente igual. Quizás Jason tiene razón y sea algún tatarabuelo o quizás estén pasando cosas mucho más oscuras en este lugar, en Jam