Bajo las sombras - Mi boda forzada -
Bajo las sombras - Mi boda forzada -
Por: Black bear
Pactando en las Sombras

La noche envolvía la ciudad de Nueva York, y las luces titilaban como estrellas dispersas en la vasta oscuridad de la urbe. En lo más alto de un edificio que dominaba el horizonte, una habitación, apartada del bullicio y del caos citadino, aguardaba. La sala de reuniones tenía paredes de madera oscura y sofás de cuero negro que reflejaban el lujo discreto de quienes se movían tras las sombras. La mesa larga y pulida al centro era el epicentro de la tensión contenida en aquel lugar. Las lámparas colgantes emitían una luz tenue, proyectando sombras alargadas que parecían bailar sobre las paredes, creando un ambiente aún más solemne y enigmático. Cada detalle de la decoración parecía calculado para transmitir poder y autoridad sin extravagancias innecesarias.

Alrededor de la mesa, dos familias se miraban con rostros imperturbables. La Familia G. López y la Familia P. Johnson se habían reunido. No era la primera vez que sus caminos se cruzaban, pero sí la primera en la que compartían una mesa de negociación. La atmósfera era densa, cada movimiento cargado de significado. No había espacio para sonrisas; las miradas eran penetrantes, como si cada uno intentara desentrañar los secretos del otro. El aire estaba cargado de desconfianza, y el silencio que llenaba la habitación era casi tan pesado como el mobiliario que los rodeaba.

Gregorio López, el patriarca de la Familia G. López, cruzó sus manos sobre la mesa. Su expresión era un lienzo de seriedad calculada, sus ojos oscuros se entrecerraron mientras observaba al hombre sentado frente a él. Peter Johnson, cabeza de la familia rival, devolvió la mirada sin parpadear. Ambos hombres entendían que, a pesar del antagonismo que había definido su relación durante generaciones, había algo más poderoso que los unía: la necesidad de estabilidad. No se trataba de una alianza deseada, sino de una necesidad que los había obligado a estar ahí, a compartir ese espacio, aunque cada fibra de sus cuerpos les gritara que no confiaran en el otro.

—El acuerdo es claro —dijo Peter, con su voz grave resonando en la sala—. Necesitamos una tregua que asegure que nuestras operaciones continúen sin interferencias. Este conflicto entre nuestras familias nos ha hecho vulnerables, y no podemos permitirnos más debilidad. Si no actuamos ahora, las repercusiones podrían ser desastrosas para ambos lados.

Gregorio asintió, aunque sus ojos nunca abandonaron a Peter. Había una dureza en sus facciones, el tipo de frialdad que solo se obtenía tras años de liderar en la oscuridad. Sabía que cada palabra que salía de su boca debía ser medida, calculada para no mostrar ninguna fisura, ninguna vulnerabilidad que pudiera ser explotada.

—Estoy de acuerdo —dijo con voz pausada—. Pero una tregua de palabras no es suficiente. Necesitamos algo que selle este acuerdo, algo tangible que demuestre que nuestras familias están comprometidas con la paz. Algo que demuestre que estamos dispuestos a sacrificar incluso lo más preciado por el bien común.

La tensión aumentó un grado mientras las palabras de Gregorio flotaban en el aire. Nadie se movió. Los guardaespaldas, apostados en los rincones de la sala, mantenían la mirada fija al frente, sin atreverse a reaccionar a la conversación. La solución era evidente, pero nadie quería ser el primero en decirla. Había un reconocimiento tácito en las miradas de los patriarcas: ambos sabían lo que debían hacer, pero el peso del sacrificio recaía sobre sus hijos, y eso añadía una carga emocional que ninguno podía ignorar.

Fue Peter quien rompió el silencio.

—Un compromiso entre nuestros hijos —declaró—. Mi hija, Aurore, y tu hijo, Alonso. Unidos en matrimonio. Eso demostraría nuestro compromiso con esta alianza. Unir nuestras familias a través de ellos será la señal que todos necesitan para entender que esto no es solo una tregua temporal, sino el inicio de algo sólido.

Gregorio no se sorprendió. Había previsto esta propuesta, pero escucharla en voz alta hizo que el peso de la decisión cayera sobre él como una losa. Sus ojos se desviaron hacia el ventanal que daba a la ciudad, observando las luces parpadear en la oscuridad. Sabía lo que esto significaba para su hijo, y aunque la decisión era dolorosa, también era necesaria. Alonso siempre había sido un soldado leal a los intereses familiares, pero esto iba más allá de lo que jamás le había pedido.

—Alonso siempre ha sido leal a la familia —dijo Gregorio finalmente, volviendo su mirada a Peter—. Estoy dispuesto a aceptar, pero debemos asegurarnos de que esta alianza sea sincera. No puede haber fisuras, Peter. Si alguna de nuestras familias falla, las consecuencias serán irreversibles. Todo lo que hemos construido podría desmoronarse, y nuestros enemigos aprovecharán cualquier signo de debilidad.

Peter asintió lentamente. Sabían que esto no se trataba solo de sus hijos. Era un sacrificio que ambos estaban dispuestos a hacer para mantener sus posiciones de poder. La tregua, sellada por el matrimonio de Aurore y Alonso, significaba una esperanza de estabilidad en medio de un mundo donde cualquier signo de debilidad podría significar la caída. Ambos eran conscientes de que sus hijos pagarían el precio de sus decisiones, pero en el juego del poder, los sacrificios personales eran inevitables.

Aurore estaba sentada en el borde de su cama, con la mirada perdida en la ventana de su habitación. La noticia del compromiso la había golpeado como un puño invisible, dejándola sin aire y con una mezcla de incredulidad y enojo. Todo a su alrededor parecía ajeno, como si el lugar que siempre había considerado su refugio hubiera dejado de pertenecerle. Las paredes estaban cubiertas de cuadros y estantes con libros de historia del arte, instrumentos musicales descansaban en las esquinas, pero nada de eso lograba darle consuelo en ese momento. Incluso la luz que entraba por la ventana parecía distinta, fría, desprovista del calor que solía reconfortarla en otros momentos difíciles.

La puerta se abrió suavemente y su madre, Caroline, entró en la habitación. Vestía de manera impecable, con un elegante vestido azul oscuro que resaltaba la seriedad en su rostro. Sus ojos, normalmente cálidos, ahora tenían una sombra de preocupación. Se acercó a su hija y se sentó a su lado, colocando una mano sobre su hombro, un gesto que pretendía ser reconfortante pero que Aurore apenas sintió.

—Aurore, sé que esto es difícil para ti —dijo Caroline, con una voz suave—. Pero debes entender que es lo mejor para la familia. Esto no es solo un matrimonio, es una alianza que garantizará nuestra seguridad y nuestro lugar en el mundo.

Aurore giró la cabeza hacia su madre, sus ojos grises reflejaban una mezcla de desesperación y furia contenida. Había algo roto en su interior, una sensación de traición que no podía ignorar.

—¿Y qué hay de lo que yo quiero? —preguntó, con un hilo de voz que apenas pudo controlar para que no se rompiera—. ¿Alguna vez pensaron en mí antes de decidir esto? Yo no quiero casarme con un hombre al que ni siquiera conozco. No quiero ser una pieza en su tablero de ajedrez.

Caroline suspiró y apartó la mirada por un momento. Sabía que su hija tenía razón, que lo que le estaban pidiendo no era justo, pero también sabía que no había otra opción. Levantó la vista y miró a Aurore, con una mezcla de tristeza y determinación.

—Lo sé, querida. Créeme que lo sé. Pero a veces, ser parte de esta familia significa hacer sacrificios. No estamos en una posición donde podamos permitirnos pensar solo en nosotros mismos. Sé que no es lo que querías para tu vida, pero necesitamos que seas fuerte, por todos nosotros.

Aurore apartó la vista y clavó los ojos en el suelo. Su madre tenía razón, y eso era lo peor de todo. Siempre había sabido que su vida no era completamente suya, que había expectativas, compromisos y responsabilidades de las que no podía escapar. Pero una cosa era saberlo y otra muy distinta era sentir el peso de esa realidad aplastándola, robándole sus sueños y su libertad.

—Yo quería casarme por amor, mamá —dijo, su voz apenas un susurro—. Quería elegir a alguien que me hiciera sentir viva, no estar atada a un extraño por obligación.

Caroline la abrazó con suavidad, apoyando la cabeza de Aurore en su hombro. Permanecieron así en silencio por un momento, un momento que para Aurore se sintió interminable, mientras trataba de encontrar algún consuelo en el contacto de su madre. Pero el peso de la realidad no se disipaba.

Alonso estaba sentado en su oficina, una habitación amplia y sobria decorada con muebles de líneas rectas y colores neutros. La luz del sol se filtraba a través de los ventanales que daban a la ciudad, iluminando el escritorio de madera oscura frente al cual Alonso se encontraba. Tenía el ceño ligeramente fruncido mientras escuchaba a su padre explicarle la situación que ya esperaba desde hacía días. Sabía que algo así se avecinaba, y aun así, la confirmación lo llenaba de una mezcla de resignación y frustración.

Gregorio estaba de pie frente a él, con una postura firme, las manos entrelazadas a la espalda. Su voz era profunda y calculada, sin un rastro de duda ni vacilación. Había liderado a la familia durante años, y cada decisión que tomaba estaba basada en lo que consideraba mejor para la seguridad y el poder de la familia.

—El compromiso con la familia Johnson es necesario —dijo Gregorio, mientras miraba fijamente a su hijo—. No es solo un acto simbólico, Alonso, es la base para asegurar nuestra estabilidad. Las tensiones entre nuestras familias han llegado a un punto crítico, y esta es la única forma de resolverlo sin un conflicto directo. Sé que no es lo que esperabas para tu vida, pero este es tu deber.

Alonso permaneció en silencio durante un momento, apretando ligeramente la mandíbula. Había esperado que su vida estuviera llena de decisiones difíciles, pero esto se sentía como si le estuvieran arrebatando la poca libertad que había logrado mantener hasta ahora. Había trabajado arduamente para estar preparado, para ser digno del legado de su familia, pero no esperaba que el precio fuera entregar su vida personal de una manera tan definitiva. No había forma de escapar de este destino, y eso lo enfurecía, aunque no lo mostrara.

—Entiendo lo que dices, padre —respondió finalmente, con un tono frío y controlado—. Haré lo que tenga que hacer por la familia. Cumpliré con el compromiso, si eso es lo que se espera de mí.

Gregorio asintió, aunque su mirada se suavizó apenas por un segundo. Sabía que le estaba pidiendo mucho a su hijo, que estaba sacrificando parte de su futuro por el bien mayor. Pero también sabía que Alonso siempre había demostrado estar a la altura de las circunstancias. Los sacrificios eran necesarios, y Alonso siempre había sido un ejemplo de disciplina y lealtad.

—Sabía que podía contar contigo, Alonso. Siempre has sido leal a la familia, y esto no es diferente. Lo que está en juego es más importante que cualquiera de nosotros. Aurore Johnson será tu futura esposa, y necesitas asegurarte de que este acuerdo funcione. Por el bien de todos.

Alonso se levantó de su asiento y caminó hacia el ventanal, cruzando los brazos mientras miraba la ciudad a sus pies. Los edificios altos y las luces que comenzaban a encenderse a medida que el día llegaba a su fin. Había algo casi irónico en el hecho de que, mientras él se sentía atrapado, la ciudad seguía su curso, libre, sin preocuparse por las cadenas invisibles que lo rodeaban. La gente allá afuera vivía sus vidas sin saber que, en habitaciones como esta, se tomaban decisiones que afectaban a miles. Para Alonso, la libertad era una ilusión, una fantasía reservada para aquellos que no tenían las responsabilidades que él cargaba.

—¿Cuándo será el anuncio oficial? —preguntó sin volverse hacia su padre.

—La próxima semana —respondió Gregorio—. Durante estos días, pasarán tiempo juntos, los fines de semana, para que puedan conocerse. Es esencial que parezcan una pareja unida. No solo para nosotros, sino para todos aquellos que nos observan, esperando cualquier signo de debilidad.

Alonso asintió lentamente. Sabía que las apariencias lo eran todo en su mundo, y que cualquier signo de flaqueza podía ser explotado por aquellos que deseaban ver a su familia caer. Aurore Johnson no era más que otra pieza en este juego interminable, y él debía desempeñar su papel, le gustara o no. Su vida siempre había estado destinada a ser un sacrificio por el bien de la familia, y aunque lo aceptara, no podía evitar sentir que algo se rompía dentro de él.

—Lo haré —dijo, con una voz cargada de determinación—. Me aseguraré de que todo salga según lo planeado.

Gregorio se acercó a su hijo, colocando una mano en el hombro. Era un gesto raro, una muestra de afecto que pocas veces se permitía, pero que en ese momento parecía necesario.

—Sé que esto es difícil, Alonso. Pero recuerda que estás haciendo lo correcto. La familia siempre viene primero.

Alonso se giró hacia su padre y asintió, aunque en su interior sentía un vacío creciente. Sabía que su vida estaba destinada a servir a los intereses de la familia, que su libertad personal era un precio pequeño comparado con el poder que debían mantener. Pero eso no hacía que la carga fuera menos pesada. Mientras veía a su padre salir de la oficina, Alonso sintió que algo dentro de él se endurecía aún más, una parte que se había aferrado a la esperanza de poder decidir su propio destino finalmente se quebró.

La tarde había llegado, y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. La mansión de los Johnson estaba perfectamente preparada para el encuentro. Cada detalle había sido meticulosamente organizado: desde la decoración de la sala de estar con arreglos florales elegantes hasta la elección de la vajilla de porcelana que se usaría para la cena. Todo debía transmitir una atmósfera de cordialidad, aunque todos los presentes sabían que la realidad era muy distinta. Las cortinas pesadas y los candelabros dorados resplandecían con la luz suave que iluminaba la sala, creando una atmósfera casi teatral, como si se tratara de una puesta en escena en la que cada uno debía interpretar su papel sin margen de error.

Aurore estaba en su habitación, dándose los últimos retoques frente al espejo. Se obligaba a mantener la expresión serena mientras se recogía el cabello en un moño bajo, dejando algunos mechones sueltos para suavizar su rostro. El vestido que llevaba, un conjunto sencillo pero elegante en tonos azul oscuro, había sido elegido por su madre para proyectar una imagen formal y sofisticada. No se sentía cómoda, pero sabía que no tenía otra opción. Se miró a sí misma, preguntándose cómo un compromiso impuesto podía llevarla a convertirse en una versión de sí misma que apenas reconocía. Se ajustó los pendientes de perlas, tratando de convencerse de que, de alguna manera, podría encontrar una forma de enfrentar todo esto sin perderse por completo.

—Aurore, ya están aquí —dijo Caroline, asomando la cabeza por la puerta. La sonrisa en su rostro era un intento forzado de tranquilizar a su hija, pero Aurore podía ver la tensión en los ojos de su madre. Ella también estaba preocupada.

Aurore tomó aire y asintió. Se giró para mirar a su madre, quien se acercó y tomó sus manos con delicadeza.

—Recuerda, querida, esto es por el bien de todos. Sé que es difícil, pero estoy segura de que podrás manejarlo. Eres más fuerte de lo que crees.

Aurore asintió de nuevo, tragando la amargura que se acumulaba en su garganta. No quería mostrarse débil, ni siquiera ante su madre. Bajó las escaleras con pasos firmes, a pesar del nudo que sentía en el estómago. Cada paso la acercaba más a ese encuentro que tanto temía y del cual no podía huir. Cada escalón que descendía era como una barrera que cruzaba, dejándola más cerca de un futuro que no había elegido, pero que debía enfrentar con la cabeza en alto.

En la sala de estar, Alonso estaba de pie junto a su padre. Llevaba un traje oscuro que resaltaba sus facciones, y su postura erguida transmitía una confianza casi desafiante. A su lado, Gregorio observaba la estancia con una expresión neutra, casi aburrida. Al escuchar los pasos en la escalera, Alonso alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Aurore. En ese instante, ambos se estudiaron con una mezcla de curiosidad y sospecha. Alonso notó la gracia con la que Aurore se movía, aunque también pudo percibir la rigidez en su expresión, como si estuviera armándose de valor para lo que venía.

Aurore se acercó con la barbilla en alto, haciendo todo lo posible por mantener una expresión calmada. Aunque había algo en los ojos de Alonso que la desconcertaba: una mezcla de frialdad y determinación, como si él también se hubiera preparado para este encuentro con la misma resignación que ella. Caroline fue la primera en hablar, rompiendo la tensión que se había acumulado en el aire.

—Alonso, Gregorio, me alegra tenerlos aquí. Esta es mi hija, Aurore —dijo, presentándola con una sonrisa que trataba de suavizar la incomodidad del momento.

—Un placer conocerla, Aurore —dijo Gregorio, extendiendo la mano hacia ella. Aurore la estrechó con cortesía, dedicándole una sonrisa contenida antes de volverse hacia Alonso. Sintió la presión de las expectativas de todos sobre sus hombros, y aunque trataba de mantenerse firme, no podía evitar sentir el peso del momento.

—Aurore, él es Alonso López —dijo Caroline, observando con atención cada uno de los gestos de su hija.

Alonso se inclinó ligeramente hacia adelante, extendiendo la mano hacia ella. Los ojos de Aurore se encontraron con los suyos, y por un segundo, sintió una chispa de desafío en la mirada del joven. Sus manos se encontraron, y aunque el apretón fue firme, hubo una tensión palpable entre ambos. Ambos parecían medir al otro, intentando encontrar algún signo de debilidad o un indicio de lo que se escondía detrás de las máscaras que llevaban puestas.

—Aurore, un placer —dijo Alonso con voz baja y controlada, aunque sus palabras parecían vacías, como si fueran parte de una obligación que debía cumplir.

—Igualmente, Alonso —respondió Aurore, manteniendo la mirada fija en él, intentando leer algo más allá de su expresión imperturbable. Pero no encontró nada, solo una máscara fría y meticulosa que la hizo sentir aún más sola en ese momento. Era como si ambos estuvieran atrapados en una representación teatral, obligados a interpretar un papel sin opción a improvisar.

Caroline los guió hacia el sofá, donde se sentaron uno frente al otro. Alonso mantenía una postura rígida, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas. Aurore, por su parte, intentaba parecer relajada, pero el ambiente cargado de formalidad hacía imposible cualquier intento de comodidad. Gregorio y Caroline comenzaron a hablar sobre el compromiso, intercambiando comentarios sobre lo conveniente que era la unión entre las dos familias, mientras Aurore y Alonso permanecían en silencio. Sus padres hablaban de alianzas, estabilidad y beneficios mutuos, pero para ellos, esas palabras eran vacías, cargadas de un significado que no alcanzaban a sentir.

Finalmente, Caroline dirigió la conversación hacia ellos, intentando involucrarlos.

—Aurore, Alonso, este compromiso es una oportunidad para conocerse mejor y, con el tiempo, construir algo sólido —dijo, sonriendo a ambos—. Tal vez puedan compartir algo sobre ustedes mismos, para que puedan empezar a conocerse.

Aurore intentó evitar la incomodidad que la pregunta le provocaba. Giró hacia Alonso y lo miró con una media sonrisa, aunque el gesto se sentía forzado.

—Bueno, me gusta la historia del arte. Creo que ya lo saben todos —dijo, intentando romper el hielo—. He estado trabajando en una exposición recientemente, algo pequeño, pero significativo para mí. Es un proyecto que llevo bastante tiempo desarrollando.

Alonso asintió lentamente, sus ojos nunca abandonaron los de Aurore. No había frialdad en su mirada, pero sí una seriedad que hacía difícil leer sus pensamientos.

—Eso suena interesante. No soy un experto en arte, pero admiro a quienes tienen esa pasión —dijo Alonso, eligiendo cuidadosamente sus palabras. Quería evitar parecer indiferente, aunque en su interior, sentía que cualquier cosa que dijera sonaría vacío. Él también estaba lidiando con sus propias emociones, tratando de comprender cómo conectarse con alguien que parecía venir de un mundo tan distinto al suyo. Había algo en Aurore que lo intrigaba, una fuerza silenciosa que, aunque sutil, era evidente en su forma de hablar.

Hubo un silencio tenso después de eso. Aurore no sabía qué más decir, y Alonso tampoco parecía dispuesto a forzar una conversación innecesaria. Caroline, consciente de la incomodidad, se levantó con una sonrisa forzada.

—¿Por qué no vamos al comedor? La cena ya está lista —anunció, haciendo un gesto para que todos la siguieran.

Aurore y Alonso se levantaron al mismo tiempo, caminando uno al lado del otro hacia el comedor. Aurore no pudo evitar lanzar una rápida mirada hacia Alonso, preguntándose si alguna vez podrían romper esa barrera que los separaba. Sabía que detrás de esa postura rígida había alguien, un ser humano que, al igual que ella, estaba siendo arrastrado por decisiones que no había tomado. Pero también sabía que para llegar a conocerlo, tendría que atravesar una armadura construida con años de disciplina y obligaciones. Mientras caminaban, sintió la distancia que los separaba, una distancia que parecía imposible de acortar, pero que también la desafiaba a intentarlo.

Al sentarse a la mesa, Aurore decidió que intentaría, al menos, conocerlo un poco más. No por el compromiso que les habían impuesto, sino porque quería entender quién era la persona que ahora formaría parte de su vida. Y mientras observaba a Alonso por el rabillo del ojo, pensó que tal vez, solo tal vez, él también sentía esa necesidad de conexión, de algo real en medio de todo lo que se les exigía. Había algo en su mirada que sugería que él también estaba buscando, aunque fuera de manera inconsciente, una forma de hacer que todo esto tuviera sentido.

La cena transcurrió entre comentarios triviales y conversaciones superficiales. Aurore y Alonso se esforzaron por mantener la compostura, mientras sus padres dirigían la mayoría de las interacciones. Ambos eran conscientes de la necesidad de proyectar una imagen de armonía, de mostrar que el acuerdo no solo era conveniente, sino también posible. Pero en el fondo, los dos sabían que el verdadero desafío no estaba en las sonrisas forzadas ni en los gestos educados, sino en el camino que tenían por delante, un camino lleno de incógnitas y decisiones que no habían elegido. Aurore intentaba concentrarse en las palabras de su madre, pero su mente no dejaba de preguntarse qué pensaba Alonso realmente. ¿Estaba tan resignado como ella o había alguna parte de él que quería rebelarse?

Cuando la cena terminó, Aurore se despidió de Alonso con una ligera inclinación de cabeza. Él le devolvió el gesto, sus ojos encontrándose una vez más antes de que cada uno tomara un rumbo distinto. Mientras Aurore subía las escaleras hacia su habitación, sintió una extraña mezcla de alivio y ansiedad. Habían superado el primer encuentro, pero aún quedaba un largo camino por recorrer. Cerró la puerta de su habitación y se recostó contra ella, dejando escapar un suspiro profundo. Sentía que había logrado mantener la compostura, pero también sabía que esto era solo el comienzo de algo mucho más grande y complicado.

Alonso, por su parte, salió de la mansión junto a su padre, sin decir palabra. Sus pensamientos estaban llenos de incertidumbre. Había visto algo en Aurore, algo más allá de la obligación que los unía. Una chispa de resistencia, una voluntad de no dejarse vencer. Y eso, de alguna manera, le hacía pensar que tal vez no estaban tan solos como creían. Mientras se subía al coche que los llevaría de regreso, Alonso se permitió mirar una vez más hacia la casa, hacia la ventana del segundo piso donde suponía que estaría Aurore. Tal vez, solo tal vez, había una posibilidad de encontrar algún punto de conexión en medio de todo esto. Y mientras el coche arrancaba, Alonso pensó que, a pesar de todo, no estaba dispuesto a dejar que su vida se redujera a un simple acuerdo sin significado. Había más en juego, y estaba decidido a encontrarlo.

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