Capítulo 49.

Escuchar a las aves cantar, mezclado con la poca luz que se colaba por la ventana, hubiesen sido una hermosa forma de despertar para empezar el día con alegría y entusiasmo.

Pero mi caso no fue así.

Me despertó una Clover enérgica —sí, otra vez—, dispuesta a sacarme sonrisas con un café negro cargado y unas donas con glaseado de chocolate.

Lo agradecía, claro que sí, después de todo no me gustaba cocinar, pero la castaña entró a la habitación gritando unos «buenos días» que casi me hicieron clavar las uñas en el techo.

La noche anterior, luego de tomar mis pastillas, solo recuerdo ver a Kade al pie de la escalera mientras yo subía a mi habitación a dormir. Supongo que después de eso, se fue a su casa a dormir igual. Lo más extraño era que me desperté con ese sentimiento de decepció

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