Capítulo 354
La mano de Saúl recorrió la costura de la ropa hasta llegar a la cintura de Teresa.

Ella forcejeó, sin querer hacer un espectáculo frente a un anciano enfermo.

Saúl la ignoró y siguió haciendo lo suyo.

En la cama, Rowan, el abuelo, estaba inmóvil, con la boca torcida y gruñidos de rabia atorados en su garganta. Sus ojos no se despegaban de ellos, y aunque su cuerpo no respondía, se retorcía con fuerza, como si intentara levantarse para darle su merecido a su nieto.

El monitor del electrocardiograma comenzó a marcar líneas irregulares y la alarma sonó de golpe.

—¡Mira lo que haces, vámonos! —dijo Teresa, empujando a Saúl—. Si alguien viene, nos van a descubrir.

Saúl levantó la cabeza, vio la expresión de desesperación de Rowan y, sin decir nada, ayudó a Teresa a acomodarse la ropa. Luego salieron de la habitación.

Apenas habían avanzado por el pasillo cuando el mayordomo del abuelo, que estaba en el cuarto de al lado, escuchó la alarma. Se levantó enseguida, asustado.

—¡Doctor! ¡Doctor!
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