La mano de Saúl recorrió la costura de la ropa hasta llegar a la cintura de Teresa.Ella forcejeó, sin querer hacer un espectáculo frente a un anciano enfermo.Saúl la ignoró y siguió haciendo lo suyo.En la cama, Rowan, el abuelo, estaba inmóvil, con la boca torcida y gruñidos de rabia atorados en su garganta. Sus ojos no se despegaban de ellos, y aunque su cuerpo no respondía, se retorcía con fuerza, como si intentara levantarse para darle su merecido a su nieto.El monitor del electrocardiograma comenzó a marcar líneas irregulares y la alarma sonó de golpe.—¡Mira lo que haces, vámonos! —dijo Teresa, empujando a Saúl—. Si alguien viene, nos van a descubrir.Saúl levantó la cabeza, vio la expresión de desesperación de Rowan y, sin decir nada, ayudó a Teresa a acomodarse la ropa. Luego salieron de la habitación.Apenas habían avanzado por el pasillo cuando el mayordomo del abuelo, que estaba en el cuarto de al lado, escuchó la alarma. Se levantó enseguida, asustado.—¡Doctor! ¡Doctor!
—María, deja de decir tantos disparates. Papá está enfermo, Flavio está triste y no deja de llorar, ¿qué tiene de malo? En cambio, tú no paras de hablar de la muerte, ¿acaso quieres que papá se muera? —dijo Rocío Ciferri, la esposa de Flavio, con firmeza.—¡Tú de que...! —María se quedó sin palabras, señalándola con el dedo por un momento sin saber qué responder.César la miró con desprecio, y Rocío, satisfecha, guardó silencio.En ese momento, el médico salió de la sala de emergencias.—Su señor padre está estable por el momento.—Gracias a Dios, si papá sigue así, me quedo tranquila —dijo María, dejando escapar un suspiro de alivio y juntando las manos en señal de oración.—Sin embargo, la causa de la crisis fue un ataque al corazón por estrés, y la situación se complicó rápido. El paciente tiene sus años y aunque sobreviva, no creo que le quede mucho tiempo. Debería prepararse para cualquier cosa —dijo el médico, intentando suavizar la noticia para no provocar una reacción muy fuert
—"Mejor no nos sigas acompañando, no vaya a ser que el abuelo Rowan termine muriéndose del coraje", pensó Ricardo, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.La situación de la familia Balan era complicada, algo que los de afuera nunca entenderían. Y aunque César y él se llevaban bien, Ricardo conocía mejor que nadie cómo eran las cosas.No era César lo que realmente le preocupaba. Lo que le inquietaba era la familia de Flavio.El ambiente estaba tenso. Nadie decía nada hasta que César, sin más, se dio la vuelta y tomó a su madre, María, para irse. Flavio y Rocío intentaron acercarse, pero al ver a los guardias en la puerta de la habitación, no les quedó otra opción que marcharse.Ricardo aprovechó la oportunidad y le pidió a la enfermera que se encargara de los trámites. Luego se giró hacia César.—Tía, necesito hablar un momento con César a solas —dijo Ricardo.María asintió.—Ve, hijo.Ambos caminaron por el pasillo. César sacó un cigarro, lo encendió y comenzó a fumar. Ricardo hizo
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo sí era cierto: no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le habían
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.Apagó la luz y cerró los ojos.Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.A Lorena no le importa
Dicen que los tipos adinerados como él, son fríos e insensibles en cuestiones personales, que cambian de mujer como de ropa interior, porque creían que con tener dinero podrían hacer lo que se les viniera en gana. Sin embargo, el presidente solo había tenido a Lorena durante estos tres años. Todos pensaban que era alguien fiel, pero al final, cambiar de pareja le resultaba igual que nada. ¿Quién sabe cuánto tiempo podrá quedarse Teresa a su lado?Clara había entrado en la empresa cuando César tomó las riendas del Grupo financiero Runpex hace tres años. No sabía nada sobre el enredo emocional entre Teresa y César.En el centro comercial Lorena estaba seleccionando ropa. Cada prenda que escogía estaba completamente alejada del estilo dulce y tierno que a Cesar tanto le encantaba.—Bebé, ¿has cambiado de estilo? —preguntó Marina al verla sostener un vestido largo negro con tirantes sensuales y una abertura en el dobladillo. Ese vestido, ajustado al cuerpo curvilíneo de Lorena, seguramente