Orión recordaba que Andi había dicho que César estaba soltero, que no tenía novia ni esposa.Sintió una duda. Combinando eso con la reacción de Marina aquel día, parecía que ella sabía algo.Es que Mamá no conoce a César, ¿o será que sí?Desde afuera, se oyó el grito de Álvaro:—¡Orión, entra, ven a jugar conmigo!Orión cerró la computadora, la apagó y fue a buscar a Álvaro.Si Marina conocía a César, entonces el tío de Álvaro también debía conocerlo, ¿verdad?¿Quizá podría hacerle una pregunta a Álvaro?Enseguida, dijo que no. Con la reacción tan agitada de Marina, mejor no preguntar. Probablemente no sacaría nada de valor.El hermano pequeño y Marina tienen la lengua igual de peligrosa.—¡Orión, ya saliste! ¡Mueve esas piernas! —gritó Álvaro, sin moverse ni un paso.—¡Ya voy!Orión bajó las escaleras. Álvaro estaba en el sofá con las piernas cruzadas, la computadora portátil sobre las rodillas y conectado al juego. Mientras tanto, Andi estaba afuera en el jardín, practicando artes ma
La verdad, Ricardo ha estado yendo a escondidas al salón de belleza para hacerse tratamientos en la cara, además de comprar montones de mascarillas que se aplica cada vez que tiene chance. El ejercicio y el gimnasio tampoco los deja de lado.Lo hace porque teme que Marina lo deje al apreciar al ver que está envejeciendo.Este año cumple treinta y dos, cuatro más que Marina, y ella siempre anda hablando de cantantes jóvenes. Por eso, Ricardo se esfuerza aún más en secreto; no puede dejar que los nuevos talentos lo opaquen.Desvió la mirada de la pantalla de su computadora y, viendo a Marina que se acercaba, le dijo susurrando:—¿Ya llegaste?—¿Para qué me llamaste? No será para verme mientras trabajas, ¿o sí? —dijo Marina, dejándose caer en la silla de enfrente como si nada.—Obvio que no...“¡Toc, toc!” La puerta se abrió otra vez.Ricardo se interrumpió. —Adelante.—Director, aquí están los informes mensuales de los departamentos —dijo el asistente mientras entraba con una pila de pap
—Hace un rato no estabas así, hasta me pediste que te ayudara —dijo él, con una mirada dura y una voz que se volvía cada vez más áspera, como una serpiente lista para atacar.Se acercó y se dejó caer sobre la espalda de Teresa.Ella no hizo nada para evitarlo, pero tampoco lo abrazó. Con desprecio, dijo:—¿Tú crees en lo que dice una mujer cuando está en la cama? ¿Qué te pasa? Cada vez eres más ingenuo.Saúl la miró con rabia, sin poder disimular lo dolido que estaba. Su cara se puso tiesa.Teresa lo empujó a un lado y se agachó para recoger la falda ajustada que había quedado tirada en el piso. Se la puso de nuevo, acomodándosela sin apuro.—La diferencia entre tú y César es enorme. Aunque se parezcan, no tienen ni de lejos la misma cabeza. —Dijo eso mientras se arreglaba la ropa, sin molestarse en ocultar su desprecio.César, a diferencia de Saúl, podía mantener su porte impecable incluso después de momentos intensos. Con solo ponerse los pantalones, volvía a lucir elegante en su tra
—¡Saúl, no me gusta que me agarren!Teresa intentó zafarse, pero él le agarró la muñeca con fuerza y la arrastró hacia el edificio de la clínica de rehabilitación.Con un fuerte golpe, abrió de un portazo una habitación en el primer piso.Sin darle tiempo a reaccionar, Saúl la llevó adentro del edificio.Su silencio y el fastidio en su rostro hicieron que Teresa sintiera un escalofrío.—¿En dónde estamos? ¿Para qué diablos me traes acá? —preguntó, entre enojada y asustada.Saúl la giró bruscamente hasta que quedó frente al anciano que estaba en la cama.Teresa lo miró con sorpresa. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que había más personas en la habitación.El anciano tenía el rostro rígido, la mirada fija y la luz de la luna iluminaba su cara, dándole un aspecto aún más sombrío.Ese hombre era Rowan Balan, el abuelo de César y Saúl.Después de cederle la empresa a César, sufrió un derrame cerebral tras un golpe en la cabeza.Lo trataron en el hospital, pero lo trasladaron a
La mano de Saúl recorrió la costura de la ropa hasta llegar a la cintura de Teresa.Ella forcejeó, sin querer hacer un espectáculo frente a un anciano enfermo.Saúl la ignoró y siguió haciendo lo suyo.En la cama, Rowan, el abuelo, estaba inmóvil, con la boca torcida y gruñidos de rabia atorados en su garganta. Sus ojos no se despegaban de ellos, y aunque su cuerpo no respondía, se retorcía con fuerza, como si intentara levantarse para darle su merecido a su nieto.El monitor del electrocardiograma comenzó a marcar líneas irregulares y la alarma sonó de golpe.—¡Mira lo que haces, vámonos! —dijo Teresa, empujando a Saúl—. Si alguien viene, nos van a descubrir.Saúl levantó la cabeza, vio la expresión de desesperación de Rowan y, sin decir nada, ayudó a Teresa a acomodarse la ropa. Luego salieron de la habitación.Apenas habían avanzado por el pasillo cuando el mayordomo del abuelo, que estaba en el cuarto de al lado, escuchó la alarma. Se levantó enseguida, asustado.—¡Doctor! ¡Doctor!
—María, deja de decir tantos disparates. Papá está enfermo, Flavio está triste y no deja de llorar, ¿qué tiene de malo? En cambio, tú no paras de hablar de la muerte, ¿acaso quieres que papá se muera? —dijo Rocío Ciferri, la esposa de Flavio, con firmeza.—¡Tú de que...! —María se quedó sin palabras, señalándola con el dedo por un momento sin saber qué responder.César la miró con desprecio, y Rocío, satisfecha, guardó silencio.En ese momento, el médico salió de la sala de emergencias.—Su señor padre está estable por el momento.—Gracias a Dios, si papá sigue así, me quedo tranquila —dijo María, dejando escapar un suspiro de alivio y juntando las manos en señal de oración.—Sin embargo, la causa de la crisis fue un ataque al corazón por estrés, y la situación se complicó rápido. El paciente tiene sus años y aunque sobreviva, no creo que le quede mucho tiempo. Debería prepararse para cualquier cosa —dijo el médico, intentando suavizar la noticia para no provocar una reacción muy fuert
—"Mejor no nos sigas acompañando, no vaya a ser que el abuelo Rowan termine muriéndose del coraje", pensó Ricardo, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.La situación de la familia Balan era complicada, algo que los de afuera nunca entenderían. Y aunque César y él se llevaban bien, Ricardo conocía mejor que nadie cómo eran las cosas.No era César lo que realmente le preocupaba. Lo que le inquietaba era la familia de Flavio.El ambiente estaba tenso. Nadie decía nada hasta que César, sin más, se dio la vuelta y tomó a su madre, María, para irse. Flavio y Rocío intentaron acercarse, pero al ver a los guardias en la puerta de la habitación, no les quedó otra opción que marcharse.Ricardo aprovechó la oportunidad y le pidió a la enfermera que se encargara de los trámites. Luego se giró hacia César.—Tía, necesito hablar un momento con César a solas —dijo Ricardo.María asintió.—Ve, hijo.Ambos caminaron por el pasillo. César sacó un cigarro, lo encendió y comenzó a fumar. Ricardo hizo
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad