Pasó un buen rato, hasta que el celular de Andi volvió a sonar. Fue entonces cuando Ricardo dejó de besar a Marina. Andi, rápido como un rayo, colgó el teléfono para no interrumpir el momento entre su tía y el tío Ricardo. ¡Todavía no había espiado lo suficiente! Ricardo miró hacia abajo, viendo a Andi, y de repente preguntó: —Andi, ¿es este tu hijo que tuviste a escondidas de mí? Marina tosió, casi ahogándose con su propia saliva por la sorpresa. Andi dijo: —¿En serio? ¿El tío Ricardo es su verdadero papá? Ambos, el grande y el pequeño, la miraron con cara de confusión. Ricardo, con una mano, le dio una palmada en la espalda a Marina, y con la otra la agarró por la cintura para que no se escapara. Marina, después de recuperar el aliento, lo miró, furiosa y le gritó: —Ricardo, deja de inventar. Andi no es tu hijo. Andi, que estaba justo debajo de sus rodillas, respiró aliviado y se dio unas palmaditas en el pecho. ¡Menos mal! El tío Ricardo no era su papá. ¡Pues
Ricardo levantó tres dedos, como si estuviera haciendo una promesa. No quería volver a dormir solo en una cama vacía. —¿Quién es tu esposa? No digas pendejadas —le dijo Marina mientras caminaban. Marina llevaba de la mano a Andi mientras doblaban por el pasillo. De repente, Andi, que había estado callado, preguntó: —Tía, ¿esto es entonces como en las series que a ti tante te gustan ver, cuando los protagonistas se encuentran de nuevo y vuelven a estar juntos? Marina le tapó la boca a Andi y le susurró al oído: —¿Por qué dices eso? ¿Quién está volviendo con quién? Cuando regresemos, no le digas a tu mamá lo que pasó, ¿entendiste? Andi asintió rápido, mostrando que lo había entendido. ¿Acaso su tía pensaba que era tonto? Solo era pequeño, pero había visto cómo Ricardo y ella se habían besado. Eso solo podía significar que eran novios, como en las series. Al menos… Andi pensó en el tiempo que había pasado… al menos en el pasado habían sido novios. Cuando Marina abrió la pu
Rajiv también tenía su propia oficina en la empresa, igual que Clara. Una estaba a la izquierda y otra a la derecha de César. Mientras César trabajaba, Rajiv descansaba en su oficina. Sin decir nada, Rajiv agarró las llaves del carro y lo siguió. En Ricuras. Los tres terminaron de almorzar, y Andi quería volver al parque de diversiones. Perla, pensando en el encuentro reciente con César, tenía miedo de volver a encontrárselo. Buscó una excusa: —Andi, el sol de la tarde está muy fuerte. Mira cómo se te puso la carita roja. Mejor no vayamos esta tarde. Cuando haga más fresco, te prometo que te llevaré, ¿sí? Mientras decía esto, abrió la cámara de su celular en modo selfie para mostrarle a Andi su cara roja. Andi, con las mejillas hinchadas del enojo, se recostó en la silla y protestó: —¡Mamá miente! Dijiste que después del almuerzo me llevarías a jugar, y ahora no cumples tu palabra. Perla y Marina se miraron, con un poco de culpa en sus ojos. Perla no quería mentirle a su
La habitación estaba apenas iluminada, y solo César permanecía allí, con una figura desolada que parecía la de un huérfano abandonado.La luz de la pantalla de la computadora brillaba tenuemente mientras él sostenía la foto que había traído consigo. En la multitud, el perfil de Lorena era pequeño, pero claro.Tan pequeño que era fácil pasarlo por alto al mirar la foto, pero lo suficientemente nítido como para que cada detalle de su rostro quedara grabado en el corazón de César.La pantalla de la computadora, al no haber sido tocada por un tiempo, se volvió aún más tenue. La luz iluminaba la figura de César, quien inclinaba la cabeza para mirar la foto. La sala de vigilancia estaba llena de soledad.En el comedor privado en Ricuras, cuando Marina y Andi salieron, Perla, preocupada por el encuentro con César en el parque, decidió contactar a Álvaro, quien estaba en Valle Motoso, para que hackeara las grabaciones de seguridad y eliminara todas las imágenes donde aparecieran sus rostros.
Marina miró a otro lado sin decir nada, mientras Perla la observaba, curiosa. Aquel viaje a la casa junto al mar… Después de empujar a Perla a la pista de baile, Marina se había alejado y terminó en las rocas de la costa, donde conoció a Ricardo. Sus personalidades hicieron clic de inmediato y, como se llevaban bien, intercambiaron contactos. En aquel entonces, no tenía idea de que Ricardo era el mejor amigo de César. Tras marcharse de la finca, ella y Ricardo seguían encontrándose en su tiempo libre para comer juntos y visitar lugares. No sabía en qué momento exacto la dinámica entre ellos cambió. Se volvió cada vez más confusa. Hasta aquella noche en el bar, cuando, sin saber cómo, terminó acostándose con él. Fue entonces cuando descubrió que Ricardo y César no solo se conocían, sino que eran amigos de la infancia. Cuando quiso tomar distancia, ya era demasiado tarde. Su cuerpo y su corazón ya le pertenecían. Pero, lo que realmente la llevó a irse sin despedirse no fue Perla, s
La pantalla del celular se deslizó hacia arriba, y aparecieron varios mensajes de Ricardo para ella. —¿Dónde vives? —¿Por qué te fuiste sin decir nada hace cinco años? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? —¿Dónde vives ahora? Deseo verte. —Fui a tu casa, pero el casero me dijo que ya te mudaste. —¿Puedes responderme, por favor? Sé que hice algo mal, aunque ni siquiera sé qué fue. Dímelo y yo pues lo arreglaré, ¿ok? Incluso si quieres que muera, al menos dime por qué por favor. Marina leyó los mensajes, se tiró en la cama y, molesta, se tapó la cabeza con la manta. Al rato, sintió calor y se la quitó de golpe, despeinándose el pelo recién lavado. ¡Ay, qué pesado es Ricardo! Si lo hubiera sabido, le habría dado un número falso. ¡Qué fastidio! Agarró el celular y le respondió, furiosa: —Ricardo, eres un completo desgraciado, a lo bien que sí. Andas con otras viejas y todavía te atreves a molestarme. Si sigues mandándome mensajes para joderme la vida, te juro que te blo
Ya era de noche y el parque de diversiones Bahía había cerrado. Tanto el encargado como los empleados ya se habían ido a casa. Solo quedaban César y Rajiv, quien esperaba afuera de la sala de monitoreo. A Rajiv le dolía ver a su jefe tan triste. Miró su reloj: ya eran más de las once de la noche. Se acercó y tocó la puerta. —Jefe, es hora de ir a casa. ¿Casa? César se rio amargamente. Sin Lorena, ¿cómo podía llamar hogar a ningún lugar? Suspiró, cerró los ojos y aguantó el dolor. Estaba completamente seguro de que la persona en la foto de perfil era Lorena. No podía haberse equivocado. Pero, después de pasar todo el día revisando con cuidado las grabaciones de las cámaras de seguridad, sin saltarse ni un detalle, no encontró ni rastro de esa cara que tanto quería ver. ¿Lorena lo estaba evitando? ¿Era esa su forma de castigarlo? Si era así, aceptaría el castigo. Pero cuando fuera suficiente castigo… ¿podría volver con él? César se levantó de la silla. Un golpe se
En la villa del barrio Las Palmas. Ayer pasaron todo el día fuera, así que tanto los adultos como el niño llegaron molidos. Decidieron quedarse en casa para descansar. Después del desayuno, Marina hizo una videollamada. Desde que bloqueó a Ricardo, nadie más la molestaba con mensajes, y todo se sentía más tranquilo. Le contestaron. En la casa de Celeste, ya era de noche y acababan de cenar. Los tres estaban sentados juntos en el sofá. Después de saludarse, Marina miró a William y dijo: —Hermano, vinimos tan rápido que nos faltan algunas pinturas para la exposición. ¿Puedes por favor traerlas cuando vengas? —Claro —respondió William con su voz grave y elegante, con un acento extranjero que lo hacía sonar aún más atractivo. Perla se inclinó hacia la pantalla y le sonrió agradecida. —Uy muchas gracias, hermano. En un rato te mando las fotos. Siempre tomaba fotos de sus obras terminadas para organizarlas y revisar con la galería. —Está bien —contestó William con voz gra