Rajiv también tenía su propia oficina en la empresa, igual que Clara. Una estaba a la izquierda y otra a la derecha de César. Mientras César trabajaba, Rajiv descansaba en su oficina. Sin decir nada, Rajiv agarró las llaves del carro y lo siguió. En Ricuras. Los tres terminaron de almorzar, y Andi quería volver al parque de diversiones. Perla, pensando en el encuentro reciente con César, tenía miedo de volver a encontrárselo. Buscó una excusa: —Andi, el sol de la tarde está muy fuerte. Mira cómo se te puso la carita roja. Mejor no vayamos esta tarde. Cuando haga más fresco, te prometo que te llevaré, ¿sí? Mientras decía esto, abrió la cámara de su celular en modo selfie para mostrarle a Andi su cara roja. Andi, con las mejillas hinchadas del enojo, se recostó en la silla y protestó: —¡Mamá miente! Dijiste que después del almuerzo me llevarías a jugar, y ahora no cumples tu palabra. Perla y Marina se miraron, con un poco de culpa en sus ojos. Perla no quería mentirle a su
La habitación estaba apenas iluminada, y solo César permanecía allí, con una figura desolada que parecía la de un huérfano abandonado.La luz de la pantalla de la computadora brillaba tenuemente mientras él sostenía la foto que había traído consigo. En la multitud, el perfil de Lorena era pequeño, pero claro.Tan pequeño que era fácil pasarlo por alto al mirar la foto, pero lo suficientemente nítido como para que cada detalle de su rostro quedara grabado en el corazón de César.La pantalla de la computadora, al no haber sido tocada por un tiempo, se volvió aún más tenue. La luz iluminaba la figura de César, quien inclinaba la cabeza para mirar la foto. La sala de vigilancia estaba llena de soledad.En el comedor privado en Ricuras, cuando Marina y Andi salieron, Perla, preocupada por el encuentro con César en el parque, decidió contactar a Álvaro, quien estaba en Valle Motoso, para que hackeara las grabaciones de seguridad y eliminara todas las imágenes donde aparecieran sus rostros.
Marina miró a otro lado sin decir nada, mientras Perla la observaba, curiosa. Aquel viaje a la casa junto al mar… Después de empujar a Perla a la pista de baile, Marina se había alejado y terminó en las rocas de la costa, donde conoció a Ricardo. Sus personalidades hicieron clic de inmediato y, como se llevaban bien, intercambiaron contactos. En aquel entonces, no tenía idea de que Ricardo era el mejor amigo de César. Tras marcharse de la finca, ella y Ricardo seguían encontrándose en su tiempo libre para comer juntos y visitar lugares. No sabía en qué momento exacto la dinámica entre ellos cambió. Se volvió cada vez más confusa. Hasta aquella noche en el bar, cuando, sin saber cómo, terminó acostándose con él. Fue entonces cuando descubrió que Ricardo y César no solo se conocían, sino que eran amigos de la infancia. Cuando quiso tomar distancia, ya era demasiado tarde. Su cuerpo y su corazón ya le pertenecían. Pero, lo que realmente la llevó a irse sin despedirse no fue Perla, s
La pantalla del celular se deslizó hacia arriba, y aparecieron varios mensajes de Ricardo para ella. —¿Dónde vives? —¿Por qué te fuiste sin decir nada hace cinco años? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? —¿Dónde vives ahora? Deseo verte. —Fui a tu casa, pero el casero me dijo que ya te mudaste. —¿Puedes responderme, por favor? Sé que hice algo mal, aunque ni siquiera sé qué fue. Dímelo y yo pues lo arreglaré, ¿ok? Incluso si quieres que muera, al menos dime por qué por favor. Marina leyó los mensajes, se tiró en la cama y, molesta, se tapó la cabeza con la manta. Al rato, sintió calor y se la quitó de golpe, despeinándose el pelo recién lavado. ¡Ay, qué pesado es Ricardo! Si lo hubiera sabido, le habría dado un número falso. ¡Qué fastidio! Agarró el celular y le respondió, furiosa: —Ricardo, eres un completo desgraciado, a lo bien que sí. Andas con otras viejas y todavía te atreves a molestarme. Si sigues mandándome mensajes para joderme la vida, te juro que te blo
Ya era de noche y el parque de diversiones Bahía había cerrado. Tanto el encargado como los empleados ya se habían ido a casa. Solo quedaban César y Rajiv, quien esperaba afuera de la sala de monitoreo. A Rajiv le dolía ver a su jefe tan triste. Miró su reloj: ya eran más de las once de la noche. Se acercó y tocó la puerta. —Jefe, es hora de ir a casa. ¿Casa? César se rio amargamente. Sin Lorena, ¿cómo podía llamar hogar a ningún lugar? Suspiró, cerró los ojos y aguantó el dolor. Estaba completamente seguro de que la persona en la foto de perfil era Lorena. No podía haberse equivocado. Pero, después de pasar todo el día revisando con cuidado las grabaciones de las cámaras de seguridad, sin saltarse ni un detalle, no encontró ni rastro de esa cara que tanto quería ver. ¿Lorena lo estaba evitando? ¿Era esa su forma de castigarlo? Si era así, aceptaría el castigo. Pero cuando fuera suficiente castigo… ¿podría volver con él? César se levantó de la silla. Un golpe se
En la villa del barrio Las Palmas. Ayer pasaron todo el día fuera, así que tanto los adultos como el niño llegaron molidos. Decidieron quedarse en casa para descansar. Después del desayuno, Marina hizo una videollamada. Desde que bloqueó a Ricardo, nadie más la molestaba con mensajes, y todo se sentía más tranquilo. Le contestaron. En la casa de Celeste, ya era de noche y acababan de cenar. Los tres estaban sentados juntos en el sofá. Después de saludarse, Marina miró a William y dijo: —Hermano, vinimos tan rápido que nos faltan algunas pinturas para la exposición. ¿Puedes por favor traerlas cuando vengas? —Claro —respondió William con su voz grave y elegante, con un acento extranjero que lo hacía sonar aún más atractivo. Perla se inclinó hacia la pantalla y le sonrió agradecida. —Uy muchas gracias, hermano. En un rato te mando las fotos. Siempre tomaba fotos de sus obras terminadas para organizarlas y revisar con la galería. —Está bien —contestó William con voz gra
Después de que Marina subió a su habitación, Perla se quedó sentada junto a Andi, escuchando en silencio la conversación entre los dos hermanos. La mayor parte del tiempo hablaba Andi, mientras que Orión solo decía unas pocas palabras de vez en cuando. Hablaron un buen rato. Perla miró la hora y pensó que Orión ya pasaba demasiado tiempo frente a la computadora. A su edad, no podía forzar demasiado la vista. Le revolvió el pelo a Andi y le dijo: —Tu hermano ya debería irse a dormir. No lo molestes más. —Ok —respondió Andi con mucha obediencia, entregándole el iPad a su madre y despidiéndose con la mano. —Buenas noches, hermanito. —Buenas noches —respondió Orión con calma. Perla tomó el iPad y, mirando a su hijo mayor, que llevaba días sin ver, le recordó con cariño: —No te esfuerces demasiado con los estudios, cuida por favor tu vista. Además, todavía estás creciendo, así que duerme temprano para que crezcas grandotote y fortachón. —Lo sé, mamá —respondió Orión con la
Solo ella era una perezosa inútil. Dio media vuelta, volvió a su habitación, se puso un vestido, agarró su bolso y, sin llevar guardaespaldas, salió sola en su carro hacia el salón de belleza. Ricardo respiró hondo, frustrado, y dejó el teléfono a un lado. Se sentía completamente impotente. Había visto a Marina, sabía que estaba viva y que vivía en Playa Escondida, pero, aun así, no podía acercarse a ella. ¿Qué podía hacer? Le dolía la cabeza. El amor es mucho más complicado que cualquier cosa del trabajo. …¡Andi! Claro. Ese día en el restaurante, en el pasillo, Andi estaba con Marina. Marcó el número de César para pedirle el contacto del niño. —¿Para qué quieres el número de Andi? —preguntó César, mientras le daba un documento recién firmado a Clara. Clara, viendo que su jefe estaba ocupado en una llamada, tomó el archivo, asintió respetuosamente y salió de la oficina en silencio. —Yo solo es que… —Ricardo dudó. Se dio cuenta de que había hecho la llamada muy r