Elena había sido dada de alta hace un mes, y Francesco se había instalado en el apartamento para cuidarla. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando el salón con una calidez que contradecía la tensión en el aire. Elena, aún pálida, descansaba en el sofá mientras Francesco le servía un té caliente.— ¿Cómo te sientes hoy, Elena? —preguntó Francesco, sentándose a su lado y tomando su mano.—Me sentiría mejor si te atrevieras a tocarme —dijo Elena, mirándolo con reproche—. No sé qué te sucede, Francesco. Somos una pareja, ya es suficiente reposo. Quiero intentar tener una familia, quiero un hijo. Lo tendría si no te hubieras ido detrás de esa que fue la causante de la pérdida de mi bebé.Francesco respiró fuerte, cansado de los reproches. —Elena, ya es suficiente. El bebé estaría bien si te hubieras quedado aquí esperando a que regresara. Todo fue por tu culpa; tus reproches me estaban enloqueciendo, como ahora. Entiende de una vez que no habrá otro bebé. Ahora debo
De camino a la mansión, los tres hombres guardaron silencio, cada uno con la mente perdida en la nueva dificultad que se les había presentado. ¿Cómo podía esfumarse tanto dinero en cuestiones de minutos?, ¿Por qué parecía que el mundo se había puesto en contra? ¿Acaso los momentos de dicha y tranquilidad los había abandonado?, ¿Acaso la familia había perdido el respeto sobre las personas que un día temblaron al escuchar el apellido Rossi? Cuantas preguntas, sin respuestas, giraban como un torbellino en la cabeza de los tres hombres.Finalmente, fueron sacados de su predicamento mental cuando las puertas del coche se abrieron, caminaron hacia la antesala y posteriormente el silencio se rompió. —Abuelo, ve y descansa. Dije que iría a casa más tarde, pero es imposible descansar cuando todo se ha perdido. Tomaré una ducha y luego iré a ver a Isabella; Leo, si no estás muy cansado, me gustaría que me acompañaras.—Claro, Fran, salimos en una hora. —respondió Leonardo mientras Francesco subí
Mientras Isabella y Francesco disfrutaban de la mutua compañía y de las confesiones inconclusas, Alessa, Leonardo y compañía llegaban al club Acadie, un majestuoso lugar donde se reunían para disfrutar de eventos privados, música en vivo o simplemente de la música de algún DJ.En cuanto los autos se detuvieron en el amplio aparcamiento, las puertas se abrieron para que Alessa bajara como una celebridad. Seguidamente, Leonardo siguió sus pasos. De inmediato, los chicos de seguridad que estaban en la entrada quitaron el cordón de seguridad y se hicieron a un lado para darle paso a Leonardo y compañía.El aire nocturno estaba cargado con una mezcla de aromas: el humo de los cigarrillos, el perfume caro y el olor fresco del césped mojado. La temperatura era cálida, perfecta para una noche de verano, y se escuchaba el murmullo de las conversaciones y las risas de los invitados que ya estaban dentro.—No hay que ser adivino para saber que aquí es donde te diviertes —dijo Carter, girándose p
Era poco más de las cuatro de la mañana cuando Charly y Carter ayudaron a Alessa y Chiara a regresar a la mansión después de la larga noche en el club. Las chicas estaban tambaleantes y visiblemente afectadas por la bebida. Al llegar, las dejaron en sus respectivas habitaciones y se despidieron con un suspiro de alivio antes de dirigirse a sus propias camas.El amanecer en la mansión trajo consigo una brisa fresca que se colaba por las ventanas abiertas, llenando el aire con el aroma del rocío matutino y los sonidos suaves del canto de los pájaros. La luz dorada del sol naciente se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente cálido y acogedor en la cocina. Francesco estaba de pie junto a la estufa, concentrado en preparar el desayuno. El sonido del aceite chisporroteando en la sartén y el aroma del café recién hecho creaban una sinfonía de familiaridad y confort.Isabella, con una sonrisa tenue, entró en la cocina y se sentó en un taburete al lado del mesón, observando a su
El aire era fresco y ligeramente húmedo, con la promesa de una tormenta en el horizonte. Francesco, con la mente llena de pensamientos oscuros, dejó el apartamento de Elena y condujo directamente a la casa del abuelo Rossi. Necesitaba reunirse con Charly, Leonardo y el abuelo, buscando el consuelo y la sabiduría del patriarca de la familia.Al llegar, el aroma del café recién hecho se mezclaba con el olor a madera envejecida de la casa. Fue recibido por el abuelo, que se encontraba en compañía de su fiel mayordomo y amigo, Franco. La expresión en el rostro del abuelo era una mezcla de preocupación y calidez.—Francesco, hijo, pasa. Charly me llamó para decir que vendrías. Cuéntame, ¿qué te trae por aquí tan temprano? ¿Cómo sigue Isabella? ¿Lograste encontrar información sobre nuestro dinero? —preguntó el abuelo con voz grave y serena.Francesco se sentó junto a su abuelo, sintiendo que por fin podía hablar libremente sobre sus problemas y buscar el consejo que tanto necesitaba. El cue
La brisa suave apenas movía las hojas de los árboles, revelando la imponente casa Rossi-Moretti, que se alzaba majestuosa en medio de jardines perfectamente cuidados. A lo lejos, se escuchaba el ruido de los autos de Francesco y Charly acercándose, rompiendo la tranquilidad de la tarde. La tensión era palpable mientras ambos se estacionaban e ingresaban a la mansión, cada uno sumido en sus pensamientos tras la inquietante llamada de Roger. El aire era cálido, pero una ligera sensación de opresión lo hacía pesado, como si anticipara la tormenta que se avecinaba.Dirigieron sus pasos al salón principal, donde las chicas, Carter, Arthur y John, estaban reunidos platicando y riendo sobre las antiguas hazañas del grupo durante su estadía en Nueva York. El ambiente estaba cargado de risas y camaradería, pero la llegada de Francesco y Charly cambió todo en un instante.— ¿Todos están aquí? —preguntó Francesco a Vicenzo, el mayordomo, quien asintió con una ligera inclinación de cabeza.—Sí, s
Cuando finalmente llegó la hora de partir, el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, pintando el cielo con tonos de despedida. El equipo se reunió en el garaje, donde los vehículos estaban listos y cargados, esperando el momento de la verdad. Francesco, Charly, Leonardo, Jacomo, Gabriele y Mattia, junto a Carter, Arthur, Jhon e Isabella, revisaban un mapa de la zona donde se ubicaban las bodegas.—Vamos, chicos. Es hora de limpiar la basura —dijo Francesco con voz firme y decidida.De pronto, una agitada voz los detuvo.— ¡Hey, esperen! ¡Ya estoy lista! —Alessa corría hacia ellos con un maletín y un guante negro en la mano, adornado con lo que parecían ser sensores.— ¿Qué rayos es esto? ¿A dónde crees que vas, Alessa? Isabella dijo que te quedaras con el abuelo —replicó Leonardo, volviéndose hacia Isabella y Charly en busca de apoyo.— ¿Y a ti quién demonios te dio vela en este entierro, Leonardo? Ocúpate de tus asuntos y déjame en paz. Para que quede claro, voy con mi hermana.
El aire estaba denso y cargado de pólvora. El eco de los disparos retumbaba en la distancia, mezclándose con los gritos de órdenes y el crujir de la grava bajo los pies apresurados. La noche había caído, y la temperatura fresca contrastaba con el calor del combate.Cuando Francesco vio a Carter sostener a Isabella en el suelo, su corazón se aceleró y sintió una opresión en el pecho. Corrió hacia ellos, gritando a sus compañeros a su alrededor.— ¡Arthur, Jhon, dense prisa, traigan el auto! —gritó mientras tomaba a Isabella en sus brazos y se dirigía hacia el vehículo.El equipo rápidamente se movilizó, ocupando los autos para llevar a Isabella y a Leonardo al hospital. De repente, Charly habló con voz firme.—Esperen, pensemos con cabeza fría. No podemos ir todos o lo ocurrido será en vano. Nos dividiremos: Arthur, Jacomo y Mattia, encárguense de sacar el dinero y la mercancía que dejaron esos infelices. Carter, Jhon y Gabriele, revisen el perímetro; no debe quedar rastro de nosotros