El sol comenzaba a ocultarse cuando Luciana se acomodó en el sofá de la biblioteca, con una taza de café entre las manos. Habían pasado solo unas horas desde su regreso a la mansión, pero todo se sentía diferente. Estaba aquí porque había elegido estarlo. Porque, por primera vez en su vida, no tenía miedo de quedarse. Alexander estaba sentado en su escritorio, repasando unos manuscritos, pero Luciana notó que su concentración estaba en cualquier lugar menos en el papel frente a él. —Deja de mirarme como si temieras que desaparezca —murmuró ella sin levantar la vista de su café. Alexander soltó una leve risa, pero no negó nada. —No puedo evitarlo. Luciana sonrió suavemente, apoyándose en el respaldo del sofá. —Tienes que acostumbrarte. Estoy aquí. Alexander dejó su pluma sobre la mesa y la miró fijamente. —Es la primera vez que alguien me dice eso… y lo cumple. Luciana sintió que su pecho se apretaba con esa confesión. —¿Siempre has esperado que las personas se v
La mañana después de la feria del libro, Luciana despertó con la luz dorada del amanecer filtrándose a través de las cortinas del hotel. El calor del cuerpo de Alexander aún estaba a su lado, su respiración lenta y profunda.Por un momento, se permitió simplemente observarlo.A pesar de su reputación de ser frío y distante, aquí, en la intimidad de su espacio compartido, Alexander Varnell era solo un hombre que la amaba.Pero incluso en ese momento de calma, sabía que el mundo exterior no iba a esperar a que estuvieran listos.El Ruido del MundoEl teléfono de Alexander vibró en la mesa de noche. Luciana lo tomó, frunciendo el ceño al ver la cantidad de notificaciones.Los titulares ya estaban explotando.🔥 “Alexander Varnell revela la identidad de su musa: ¿Quién es la mujer que inspiró su nueva novela?”🔥 “Romance en el mundo literario: El escritor más hermético finalmente confirma que su historia de amor es real.”🔥 “Luciana Ferrer: ¿La mujer que cambió la vida de Alexander Varn
La luz de la mañana se colaba entre las cortinas de lino blanco de la mansión, proyectando formas suaves sobre el suelo de madera. Luciana estaba recostada en el sofá del estudio, envuelta en una manta ligera, con el cabello suelto y húmedo después de una ducha rápida. Sostenía entre las manos una taza de té caliente, mientras sus ojos recorrían sin interés las notificaciones en su celular. —¿Dormiste bien? —preguntó Alexander desde la puerta. Él se acercó con pasos tranquilos, vestido con una camiseta gris claro que se pegaba sutilmente a su torso y unos pantalones deportivos oscuros que contrastaban con sus pies descalzos. Se inclinó para besarla en la frente y luego se dejó caer a su lado. —Dormí… a ratos —murmuró ella, dejando el celular en la mesa. Lo miró de reojo—. Parece que los periodistas no pierden tiempo. Alexander chasqueó la lengua. Tomó su propio café de la mesa y bebió un sorbo sin pestañear. —Están haciendo su trabajo. Lo que importa es cómo respondamos nosotros.
La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de lino blanco en la habitación de Luciana y Alexander. El canto lejano de los pájaros anunciaba un nuevo día, pero el ambiente en la mansión estaba cargado de una tensión silenciosa. Luciana se despertó lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander a su lado. Él aún dormía, su respiración profunda y rítmica. Observó su rostro relajado, notando las pequeñas líneas de preocupación que se habían formado en las últimas semanas. Con cuidado, deslizó su mano por el pecho de Alexander, sintiendo el latido constante de su corazón bajo sus dedos. Alexander abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de Luciana. —Buenos días —murmuró él, con una sonrisa adormilada. Luciana le devolvió la sonrisa, inclinándose para besarlo suavemente en los labios. —Buenos días. ¿Dormiste bien? Alexander asintió, estirándose ligeramente. —Sí, aunque creo que podría dormir una semana entera y aún sentirme cansado
La mañana parecía tranquila. El cielo tenía ese azul sereno que engaña al corazón, como si el mundo no fuera capaz de romperse en mil pedazos bajo tanta claridad. Pero Luciana sabía que esa calma era solo superficial. La tormenta venía desde dentro.Alexander aún dormía. Estaba boca abajo, uno de sus brazos extendido sobre la cama, cubriendo parte de la almohada de ella. Su respiración era pesada, rítmica, el cuerpo sin tensión. Parecía ajeno a todo lo que los rodeaba.Luciana lo observó por un instante, apoyada en la puerta de la habitación, aún vestida con la bata de satén azul que Alexander le había comprado semanas atrás, esa que siempre le decía que le dejaba los hombros “demasiado expuestos como para concentrarse”.Ella no sabía si reír o llorar.Porque había cosas que no se decían, que no se escribían, pero que se sentían.Y una de esas era el miedo.El miedo que crecía en ella cada vez que se encontraba con su nombre en titulares. El miedo que Alexander disimulaba con serenida
La mañana siguiente a su íntima conversación, Luciana y Alexander despertaron con una sensación renovada de cercanía. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación que compartían. Luciana se estiró perezosamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander junto al suyo.—Buenos días —murmuró él, girándose para mirarla con una sonrisa adormilada.—Buenos días —respondió ella, devolviéndole la sonrisa antes de besarlo suavemente en los labios.Después de unos momentos de tranquilidad compartida, decidieron levantarse y enfrentar el día. Mientras desayunaban en la cocina, el teléfono de Alexander vibró sobre la mesa. Él lo tomó y frunció el ceño al leer el mensaje.—Es Richard. Quiere que vayamos a la editorial lo antes posible. Dice que es urgente.Luciana sintió una punzada de preocupación, pero asintió.—Entonces, será mejor que nos preparemos.Ambos se vistieron rápidamente. Luciana optó por una blusa blanca de algodón y unos jeans oscuros,
La mañana amaneció gris y lluviosa, como si el cielo compartiera la inquietud que se había instalado en la mansión desde la llegada de la carta anónima. Luciana se despertó temprano, incapaz de conciliar el sueño después de los eventos del día anterior. Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Alexander, y descendió las escaleras en silencio.En la cocina, el aroma del café recién hecho llenaba el aire. Luciana se sirvió una taza y se sentó junto a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia resbalaban por el cristal. Su mente estaba llena de preguntas sin respuesta, y la sensación de vulnerabilidad la abrumaba.Unos minutos más tarde, Alexander apareció en la cocina, con el cabello despeinado y una expresión de preocupación en el rostro.—No pude dormir más —dijo, sirviéndose una taza de café y sentándose frente a ella.Luciana asintió, comprendiendo perfectamente cómo se sentía.—Yo tampoco. No puedo dejar de pensar en esa carta.Alexander suspiró, pasando una mano por
La mansión se llenó de murmullos y risas mientras los amigos más cercanos de Luciana y Alexander llegaban para la cena. La atmósfera cálida contrastaba con las preocupaciones que habían ensombrecido sus días recientes. Luciana, vestida con un elegante vestido azul marino que realzaba el brillo de sus ojos, se movía con gracia entre los invitados, asegurándose de que todos se sintieran cómodos. Alexander, con una sonrisa tranquila, observaba a su esposa desde la distancia, admirando su fortaleza y elegancia. Llevaba una camisa blanca arremangada y pantalones oscuros, un look casual que reflejaba su personalidad relajada. —¿En qué piensas? —preguntó Richard, acercándose con una copa de vino en la mano. Alexander giró la cabeza y sonrió. —Solo en lo afortunado que soy. Richard asintió, siguiendo la mirada de Alexander hacia Luciana. —Es una mujer increíble. Ambos lo son. La velada transcurría con conversaciones animadas y brindis por futuros éxitos. Sin embargo, una sensació