La mañana siguiente al mensaje en el espejo, Lisboa parecía haber cambiado de piel. El cielo estaba plomizo, y el bullicio habitual de las calles se sentía lejano, como si el mundo entero contuviera la respiración. Luciana se despertó antes que Alexander, con el corazón latiendo fuerte, pero no de miedo: de certeza. Algo había cambiado. Algo se había roto para abrir paso a otra cosa.Bajó al lobby con su cuaderno bajo el brazo, vestida con ropa sencilla, sin maquillaje. Mientras pedía un café, escuchó su nombre.—¿Luciana Ferrer?Una mujer de mediana edad, con una carpeta en la mano, se le acercó con discreción.—Soy reportera de El Faro Literario. Me han dicho que estás escribiendo una novela basada en un archivo perdido de Elena D. ¿Es cierto?Luciana la miró fijamente. No respondió de inmediato. El eco de las palabras escritas con lápiz labial rojo aún le vibraba en la memoria.“Algunas historias no deben contarse.”Respiró hondo y respondió con serenidad:—No es una novela. Es un
Oslo los recibió con un cielo blanco y silencioso. Las calles parecían hechas de cristal, y el aire cortaba como un bisturí. Luciana observaba por la ventanilla del taxi los edificios elegantes, el reflejo del invierno sobre los ventanales y los rostros apurados de los transeúntes. Se sentía como si hubiese entrado en una versión paralela de su propia vida.A su lado, Alexander tomó su mano, sin decir nada. Era un gesto simple, pero en él habitaba toda la certeza del mundo.El hotel era sobrio, elegante. Les dieron una suite con dos ambientes. La organización del Congreso de Literatura y Verdad había cubierto todos los gastos, e incluso habían incluido seguridad adicional tras la exposición mediática que había generado su historia.Luciana se sentó frente a la ventana con una taza de té humeante. Alexander la observaba desde el umbral de la puerta del dormitorio, como si temiera interrumpir su silencio sagrado.—Parece que al fin llegamos al lugar donde nos atrevimos a contar todo —di
El cielo de Oslo amaneció cubierto de una bruma densa, como si presintiera lo que estaba por suceder. Luciana se había acostumbrado a esa atmósfera helada, al silencio ordenado de la ciudad y a los gestos cautelosos de quienes sabían demasiado. La conferencia del día anterior había dejado una estela que no solo cruzaba fronteras literarias, sino también fronteras de poder.En la mesa del desayuno, Alexander hojeaba su portátil con el ceño fruncido. La pantalla mostraba una notificación prioritaria: “Weighing Vargas acaba de llegar a Oslo. Reuniones confirmadas con miembros del Círculo Editorial Europeo.”Luciana sintió un cosquilleo en la nuca.—Él está aquí. ¡No puede ser!Alexander cerró el portátil con calma aparente.—Está aquí por nosotros. O por el libro.—Vargas no se mueve por curiosidad. Si vino, es porque tiene una intención clara.⸻Weighing Vargas era una figura conocida en la elite editorial: multimillonario, mecenás de causas selectivas, fundador de colecciones privadas
El amanecer en Oslo tenía un silencio que cortaba. Luciana se despertó con la sensación de que algo había cambiado mientras dormía. Alexander ya no estaba en la cama. Lo encontró frente a la ventana, con el teléfono en la mano y el rostro tenso. El sol apenas iluminaba la alfombra de nieve que cubría la ciudad, y su silueta contra la luz parecía la de un hombre esperando una guerra.—¿Pasó algo?Alexander giró con lentitud. En sus ojos había oscuridad contenida.—Acaban de filtrar partes del manuscrito.Luciana se irguió, desnuda entre las sábanas.—¿Qué partes?—Las que nombran a los financiadores de Nemesia. Incluyeron citas textuales. Está por todas partes. Twitter, foros privados, incluso un canal de Telegram.Luciana sintió una mezcla de miedo y furia.—¡Vargas!Alexander asintió.—O alguien de su entorno. Tal vez fue su forma de demostrar que tiene el poder, incluso cuando no lo dejamos controlar la narrativa.Luciana se puso de pie, caminó hasta la mesa y tomó su cuaderno.—No
El silencio que Alexander guardó después de que Luciana mencionara la llamada de Camila no fue inmediato. Fue construido. Deliberado. Como quien mide cada segundo antes de detonar una bomba. Luciana lo miraba de pie frente a él, sin parpadear. Esperando. Temiendo.—¿Qué es lo que no me dijiste?Alexander desvió la mirada hacia la ventana, donde el reflejo de ambos se recortaba sobre la nieve del amanecer.—Es algo que tenía que contarte… pero no sabía cómo. Porque no se trata solo de mí.Luciana cruzó los brazos.—Entonces cuéntalo ahora. Antes de que se convierta en otra traición.⸻Alexander se sentó. Luciana permaneció de pie. La habitación parecía contener la respiración con ellos.—Cuando publiqué mi primera novela, “La Noche de las Ausencias”, fue un éxito porque había algo auténtico en ella. Pero eso que llamaban “autenticidad”… venía de un archivo. Uno que no era mío.Luciana frunció el ceño.—¿Estás diciendo que la historia era robada?Alexander negó con la cabeza.—No robada
Luciana no había olvidado el video.Podía hablar con Alexander, reconstruir la confianza, planear confrontaciones con Camila o preparar el lanzamiento de su libro, pero el recuerdo de esa imagen suya—dormida, desnuda, grabada sin su consentimiento—la seguía como una sombra adherida a la piel. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía: la vulnerabilidad expuesta, la violencia del silencio, la certeza de que había sido profanada sin siquiera ser tocada.Esa noche, no podía dormir. Se levantó, cruzó la habitación oscura y encendió su cuaderno. Escribió una sola frase:“Me miraron como si no fuera yo. Me robaron hasta el sueño.”Alexander la observaba desde la cama. Después del perdón, después del acuerdo para seguir juntos, había espacio para otra cosa: venganza. Justicia. Reparación.—No podemos dejarlo así, Lu —dijo con voz ronca desde la almohada.Luciana lo miró, sin responder. Volvió a escribir.“La venganza es una palabra masculina. La justicia, femenina. Yo elijo la segunda.”⸻Al
La noche cayó en Oslo con una quietud extraña, como si el mundo hubiera hecho una pausa para observarlos desde lejos. Afuera, la ciudad se preparaba para el invierno real, ese que no se anuncia con copos suaves, sino con el silencio absoluto de una helada que cala hasta el alma. Dentro de la suite, la atmósfera era cálida. Había velas encendidas, una botella de vino a medio terminar y dos cuadernos abiertos sobre la mesa de madera junto a la ventana. Alexander estaba descalzo, con una camisa suelta que dejaba ver su clavícula marcada. Luciana tenía el cabello recogido en un moño desordenado, su piel iluminada por el resplandor ámbar de la lámpara. El silencio entre ellos no era incómodo. Era denso. Cómplice. Habían sobrevivido a tanto en tan poco tiempo que ahora compartían algo más peligroso que la pasión: la intimidad verdadera. Alexander fue el primero en romperlo. —Hoy recibí una propuesta para publicar mi próxima novela en Alemania. Una historia inspirada en lo que estamos
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi