La mañana amaneció gris y lluviosa, como si el cielo compartiera la inquietud que se había instalado en la mansión desde la llegada de la carta anónima. Luciana se despertó temprano, incapaz de conciliar el sueño después de los eventos del día anterior. Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Alexander, y descendió las escaleras en silencio.En la cocina, el aroma del café recién hecho llenaba el aire. Luciana se sirvió una taza y se sentó junto a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia resbalaban por el cristal. Su mente estaba llena de preguntas sin respuesta, y la sensación de vulnerabilidad la abrumaba.Unos minutos más tarde, Alexander apareció en la cocina, con el cabello despeinado y una expresión de preocupación en el rostro.—No pude dormir más —dijo, sirviéndose una taza de café y sentándose frente a ella.Luciana asintió, comprendiendo perfectamente cómo se sentía.—Yo tampoco. No puedo dejar de pensar en esa carta.Alexander suspiró, pasando una mano por
La mansión se llenó de murmullos y risas mientras los amigos más cercanos de Luciana y Alexander llegaban para la cena. La atmósfera cálida contrastaba con las preocupaciones que habían ensombrecido sus días recientes. Luciana, vestida con un elegante vestido azul marino que realzaba el brillo de sus ojos, se movía con gracia entre los invitados, asegurándose de que todos se sintieran cómodos. Alexander, con una sonrisa tranquila, observaba a su esposa desde la distancia, admirando su fortaleza y elegancia. Llevaba una camisa blanca arremangada y pantalones oscuros, un look casual que reflejaba su personalidad relajada. —¿En qué piensas? —preguntó Richard, acercándose con una copa de vino en la mano. Alexander giró la cabeza y sonrió. —Solo en lo afortunado que soy. Richard asintió, siguiendo la mirada de Alexander hacia Luciana. —Es una mujer increíble. Ambos lo son. La velada transcurría con conversaciones animadas y brindis por futuros éxitos. Sin embargo, una sensació
La búsqueda de la verdad sobre Elena y Andrés había dejado de ser solo una investigación para Luciana y Alexander; ahora era una obsesión, un compromiso con la memoria, con el amor perdido y silenciado por el tiempo y las circunstancias. Cada nuevo documento, cada hoja amarillenta por los años, parecía latir entre sus dedos, como si las palabras escritas en tinta antigua contuvieran la esencia de un amor que se negaba a morir.—Mira esto… —dijo Luciana una tarde, mientras hojeaban un viejo cuaderno en la penumbra de la biblioteca local—. Aquí habla de una carta no entregada. Elena le escribió a Andrés cuando estaba embarazada, pero alguien intervino…Alexander se inclinó sobre su hombro, leyendo en silencio. La letra era delicada, pero las palabras estaban cargadas de una angustia contenida, de un amor frustrado.—Y aquí está el nombre… —añadió él, con la voz tensa—. Javier.Ambos se miraron. El nombre flotó en el aire como una amenaza silenciosa, pesada y desconcertante.—¿Crees que
El silencio que quedó tras la reunión con Javier no fue un alivio inmediato, sino una pausa tensa, como si el universo les concediera un instante de respiro antes de la próxima tormenta. Aunque el joven había prometido no interferir más, las palabras, las amenazas, las emociones contenidas y no dichas durante años no desaparecen con una simple conversación.Luciana despertó en la madrugada, envuelta en sudor, el corazón desbocado. A su lado, Alexander dormía profundamente, con el ceño levemente fruncido, como si su mente aún estuviera resolviendo todo lo ocurrido. No quiso despertarlo. Se levantó en silencio, caminó descalza hasta la sala y encendió una lámpara tenue. El aire estaba denso. La casa, por primera vez en mucho tiempo, se sentía ajena.Tomó la carta de Elena. La había guardado en su diario personal, casi con reverencia. Releyó las palabras una vez más, las lágrimas resbalando por su rostro sin resistencia.“Mi amado Andrés, si lees esto alguna vez, quiero que sepas que jam
El aire en la casa se sentía más denso desde la desaparición de Camila. Aunque las piezas comenzaban a encajar, algo dentro de Luciana se resistía a aceptar que la joven hubiese mentido. Sentía una conexión que iba más allá de la sangre. Era como si su alma reconociera a Camila… o al menos, lo que ella representaba.Esa tarde, mientras organizaba los archivos del hospicio, Valeria llegó sin anunciarse. Su silueta elegante cruzó la entrada como un fantasma del pasado, con el mismo aire de misterio que traía consigo desde su primera aparición.—Necesitamos hablar —dijo, sin preámbulos—. No en la sala. En privado.Luciana la guió hasta el estudio. Cerró la puerta y se cruzó de brazos.—¿Qué es tan urgente?Valeria se quitó los guantes lentamente, con un gesto de control calculado.—No puedo callarlo más. Sé que confías en Camila. Pero deberías preguntarte… ¿por qué apareció justo ahora?—¿Qué insinúas?—No es la hija de Elena.Luciana palideció.—¿Qué estás diciendo?—Digo que lo que Cam
El descubrimiento de los gemelos lo cambió todo.Luciana no podía dejar de pensar en ello. Dos hijos. Dos destinos. Uno entregado, otro desaparecido. Y el nombre de Sebastián Ibarra estampado al pie del documento como un sello de traición.—¿Y si el segundo hijo fue ocultado deliberadamente? —preguntó en voz alta, aún procesando lo leído.Valeria, sentada frente a ella, asintió lentamente.—Ese es el escenario más probable. El sistema estaba corrompido. Familias de poder como los Ibarra tenían formas de desaparecer vidas enteras con un solo trazo de pluma.Alexander, que hasta entonces había guardado silencio, se frotó el rostro con ambas manos.—¿Y Camila? ¿Dónde encaja ahora?—Ella dijo que fue usada. Si eso es cierto… quizá fue manipulada para ocupar un lugar que nunca le correspondió.—¿Y con qué fin? —preguntó Luciana—. ¿Para desviar nuestra atención? ¿Para proteger a alguien más?Valeria bajó la mirada, como si temiera pronunciar lo que pensaba.—Tal vez para encubrir al verdade
La noche no trajo descanso. Luciana no pegó un ojo. Las palabras de Adrián retumbaban en su cabeza como un eco imposible de acallar: “Mi madre me abandonó”. ¿Cuánto odio había en su voz? ¿Cuánta mentira en su corazón?Alexander, en cambio, se mantuvo sereno. Aunque por dentro ardía. No por temor a Adrián, sino por la certeza de que aquel hombre tenía el poder —y el frío suficiente— para destruirlos si se lo proponía.A las 5:47 a.m., una notificación iluminó el celular de Alexander.—Un mensaje —dijo en voz baja, tomando el móvil.Luciana se incorporó en la cama, aún somnolienta.—¿Quién es?Alexander frunció el ceño al leer.—Número desconocido. Solo dice: “Valeria está en peligro.”Luciana saltó de la cama, ya despierta del todo.—¿Dónde está?—No lo dice. Pero abajo hay una foto…Abrió el archivo. Era una imagen borrosa, tomada con un ángulo alto. Valeria, inconsciente, dentro de lo que parecía un vehículo. Su rostro tenía un corte en la frente. Estaba sola. Amarrada.—¡Dios mío! —
El amanecer llegó sin gloria. Un cielo gris cubría la ciudad como un velo de advertencia. Luciana se despertó con una presión en el pecho, como si sus sueños hubieran intentado advertirle algo que su mente aún no comprendía.Camila aún dormía profundamente en la habitación de huéspedes. Sus respiraciones eran cortas, irregulares, como si los recuerdos la acosaran incluso en su inconsciencia.Luciana, envuelta en una bata de algodón, bajó a la cocina. Encontró a Alexander revisando planos viejos sobre la mesa. Tenía ojeras profundas y los ojos clavados en un croquis desgastado.—¿No dormiste nada? —preguntó Luciana en voz baja.Él negó, sin apartar la vista del papel.—Este plano es de la finca donde criaron a Adrián… o mejor dicho, a Ismael. Aquí hay una estructura subterránea. Según las notas de Sebastián, la llamaban La Cueva.—¿Crees que aún existe?—Si la destruyeron, fue con mucho cuidado. Pero si sigue allí, podría contener pruebas. Registros. Quizá incluso… el diario de Elena.