La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de lino blanco en la habitación de Luciana y Alexander. El canto lejano de los pájaros anunciaba un nuevo día, pero el ambiente en la mansión estaba cargado de una tensión silenciosa. Luciana se despertó lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander a su lado. Él aún dormía, su respiración profunda y rítmica. Observó su rostro relajado, notando las pequeñas líneas de preocupación que se habían formado en las últimas semanas. Con cuidado, deslizó su mano por el pecho de Alexander, sintiendo el latido constante de su corazón bajo sus dedos. Alexander abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de Luciana. —Buenos días —murmuró él, con una sonrisa adormilada. Luciana le devolvió la sonrisa, inclinándose para besarlo suavemente en los labios. —Buenos días. ¿Dormiste bien? Alexander asintió, estirándose ligeramente. —Sí, aunque creo que podría dormir una semana entera y aún sentirme cansado
La mañana parecía tranquila. El cielo tenía ese azul sereno que engaña al corazón, como si el mundo no fuera capaz de romperse en mil pedazos bajo tanta claridad. Pero Luciana sabía que esa calma era solo superficial. La tormenta venía desde dentro.Alexander aún dormía. Estaba boca abajo, uno de sus brazos extendido sobre la cama, cubriendo parte de la almohada de ella. Su respiración era pesada, rítmica, el cuerpo sin tensión. Parecía ajeno a todo lo que los rodeaba.Luciana lo observó por un instante, apoyada en la puerta de la habitación, aún vestida con la bata de satén azul que Alexander le había comprado semanas atrás, esa que siempre le decía que le dejaba los hombros “demasiado expuestos como para concentrarse”.Ella no sabía si reír o llorar.Porque había cosas que no se decían, que no se escribían, pero que se sentían.Y una de esas era el miedo.El miedo que crecía en ella cada vez que se encontraba con su nombre en titulares. El miedo que Alexander disimulaba con serenida
La mañana siguiente a su íntima conversación, Luciana y Alexander despertaron con una sensación renovada de cercanía. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación que compartían. Luciana se estiró perezosamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander junto al suyo.—Buenos días —murmuró él, girándose para mirarla con una sonrisa adormilada.—Buenos días —respondió ella, devolviéndole la sonrisa antes de besarlo suavemente en los labios.Después de unos momentos de tranquilidad compartida, decidieron levantarse y enfrentar el día. Mientras desayunaban en la cocina, el teléfono de Alexander vibró sobre la mesa. Él lo tomó y frunció el ceño al leer el mensaje.—Es Richard. Quiere que vayamos a la editorial lo antes posible. Dice que es urgente.Luciana sintió una punzada de preocupación, pero asintió.—Entonces, será mejor que nos preparemos.Ambos se vistieron rápidamente. Luciana optó por una blusa blanca de algodón y unos jeans oscuros,
La mañana amaneció gris y lluviosa, como si el cielo compartiera la inquietud que se había instalado en la mansión desde la llegada de la carta anónima. Luciana se despertó temprano, incapaz de conciliar el sueño después de los eventos del día anterior. Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Alexander, y descendió las escaleras en silencio.En la cocina, el aroma del café recién hecho llenaba el aire. Luciana se sirvió una taza y se sentó junto a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia resbalaban por el cristal. Su mente estaba llena de preguntas sin respuesta, y la sensación de vulnerabilidad la abrumaba.Unos minutos más tarde, Alexander apareció en la cocina, con el cabello despeinado y una expresión de preocupación en el rostro.—No pude dormir más —dijo, sirviéndose una taza de café y sentándose frente a ella.Luciana asintió, comprendiendo perfectamente cómo se sentía.—Yo tampoco. No puedo dejar de pensar en esa carta.Alexander suspiró, pasando una mano por
La mansión se llenó de murmullos y risas mientras los amigos más cercanos de Luciana y Alexander llegaban para la cena. La atmósfera cálida contrastaba con las preocupaciones que habían ensombrecido sus días recientes. Luciana, vestida con un elegante vestido azul marino que realzaba el brillo de sus ojos, se movía con gracia entre los invitados, asegurándose de que todos se sintieran cómodos. Alexander, con una sonrisa tranquila, observaba a su esposa desde la distancia, admirando su fortaleza y elegancia. Llevaba una camisa blanca arremangada y pantalones oscuros, un look casual que reflejaba su personalidad relajada. —¿En qué piensas? —preguntó Richard, acercándose con una copa de vino en la mano. Alexander giró la cabeza y sonrió. —Solo en lo afortunado que soy. Richard asintió, siguiendo la mirada de Alexander hacia Luciana. —Es una mujer increíble. Ambos lo son. La velada transcurría con conversaciones animadas y brindis por futuros éxitos. Sin embargo, una sensació
La búsqueda de la verdad sobre Elena y Andrés había dejado de ser solo una investigación para Luciana y Alexander; ahora era una obsesión, un compromiso con la memoria, con el amor perdido y silenciado por el tiempo y las circunstancias. Cada nuevo documento, cada hoja amarillenta por los años, parecía latir entre sus dedos, como si las palabras escritas en tinta antigua contuvieran la esencia de un amor que se negaba a morir.—Mira esto… —dijo Luciana una tarde, mientras hojeaban un viejo cuaderno en la penumbra de la biblioteca local—. Aquí habla de una carta no entregada. Elena le escribió a Andrés cuando estaba embarazada, pero alguien intervino…Alexander se inclinó sobre su hombro, leyendo en silencio. La letra era delicada, pero las palabras estaban cargadas de una angustia contenida, de un amor frustrado.—Y aquí está el nombre… —añadió él, con la voz tensa—. Javier.Ambos se miraron. El nombre flotó en el aire como una amenaza silenciosa, pesada y desconcertante.—¿Crees que
El silencio que quedó tras la reunión con Javier no fue un alivio inmediato, sino una pausa tensa, como si el universo les concediera un instante de respiro antes de la próxima tormenta. Aunque el joven había prometido no interferir más, las palabras, las amenazas, las emociones contenidas y no dichas durante años no desaparecen con una simple conversación.Luciana despertó en la madrugada, envuelta en sudor, el corazón desbocado. A su lado, Alexander dormía profundamente, con el ceño levemente fruncido, como si su mente aún estuviera resolviendo todo lo ocurrido. No quiso despertarlo. Se levantó en silencio, caminó descalza hasta la sala y encendió una lámpara tenue. El aire estaba denso. La casa, por primera vez en mucho tiempo, se sentía ajena.Tomó la carta de Elena. La había guardado en su diario personal, casi con reverencia. Releyó las palabras una vez más, las lágrimas resbalando por su rostro sin resistencia.“Mi amado Andrés, si lees esto alguna vez, quiero que sepas que jam
El aire en la casa se sentía más denso desde la desaparición de Camila. Aunque las piezas comenzaban a encajar, algo dentro de Luciana se resistía a aceptar que la joven hubiese mentido. Sentía una conexión que iba más allá de la sangre. Era como si su alma reconociera a Camila… o al menos, lo que ella representaba.Esa tarde, mientras organizaba los archivos del hospicio, Valeria llegó sin anunciarse. Su silueta elegante cruzó la entrada como un fantasma del pasado, con el mismo aire de misterio que traía consigo desde su primera aparición.—Necesitamos hablar —dijo, sin preámbulos—. No en la sala. En privado.Luciana la guió hasta el estudio. Cerró la puerta y se cruzó de brazos.—¿Qué es tan urgente?Valeria se quitó los guantes lentamente, con un gesto de control calculado.—No puedo callarlo más. Sé que confías en Camila. Pero deberías preguntarte… ¿por qué apareció justo ahora?—¿Qué insinúas?—No es la hija de Elena.Luciana palideció.—¿Qué estás diciendo?—Digo que lo que Cam