Luciana sentía el viento frío golpear su rostro mientras caminaba por la acera, alejándose del café donde su mundo acababa de colapsar.Las palabras de Alexander aún latían en su cabeza.—Te amo, Luciana. No porque seas mi historia, sino porque sin ti, no sé cómo seguir escribiendo la mía.Pero también estaban las de Javier.—Mereces algo más que un hombre que no puede decidir si te ama o solo te escribe.Dos verdades. Dos caminos.Y ella estaba en medio, sin saber cuál elegir.⸻Alexander en el LímiteAlexander no se movió de donde estaba, observando cómo Luciana desaparecía en la distancia. Había dejado salir las palabras que llevaba meses reprimiendo, pero no sabía si era demasiado tarde.—¿Vas a dejarla ir? —preguntó Javier con sorna, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.Alexander giró la cabeza lentamente.—No es asunto tuyo.Javier rió suavemente.—Oh, pero lo es. Porque si no la detienes, lo haré yo.Alexander sintió su sangre hervir. Javier nunca había sido su a
Luciana sintió el calor de Alexander envolviéndola mientras el beso se intensificaba, cada caricia, cada roce, llevando consigo la verdad que habían negado durante tanto tiempo. Por fin, después de semanas de tensión, miedo e indecisión, no había más palabras.Solo ellos.Alexander deslizó sus manos con suavidad por su cintura, acercándola más, como si temiera que si la soltaba, ella desaparecería. Pero esta vez, Luciana no iba a huir.Porque esta vez, estaba segura.Cuando sus labios se separaron, ambos quedaron sin aliento. Sus frentes apoyadas una contra la otra, con los ojos entrecerrados y los corazones latiendo como si quisieran alcanzarse.—Dime que esto es real —susurró Alexander, con voz ronca, como si aún dudara de lo que estaba sucediendo.Luciana sonrió, acariciando su rostro con ternura.—Lo es. Siempre lo fue. Solo que ahora estamos listos para aceptarlo.Alexander la miró con intensidad, su pulgar recorriendo suavemente su mejilla.—¿Segura?Luciana asintió sin dudar.—
El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Luciana despertó. La calidez de Alexander aún la envolvía, su cuerpo relajado contra el suyo, su respiración tranquila y acompasada. Era la primera vez que lo veía dormir sin rastros de tensión en su rostro. Parecía en paz. Luciana sonrió suavemente y deslizó sus dedos por su cabello despeinado. Era irónico que, después de tantos meses de lucha interna, de negación y de miedo, ahora se sintiera tan… correcto. Pero la paz no podía durar para siempre. Y la realidad estaba esperando al otro lado de la puerta. ⸻ Un Desayuno Que Sabe a Algo Más Luciana se deslizó fuera de la cama con cuidado, intentando no despertarlo. Se puso la camisa de Alexander—demasiado grande para ella—y caminó hasta la cocina. Preparar café siempre había sido su manera de procesar lo que sentía. Y esta vez, había mucho que procesar. Habían cruzado una línea. No solo en lo físico, sino en lo emocional. Ahora ya no había marcha atrás. Es
La casa estaba en calma, pero dentro de Luciana, todo era un torbellino.Había elegido.A pesar de los miedos. A pesar de las dudas. A pesar de lo que había descubierto en el manuscrito de Alexander.Ahora, él era su elección.Pero ¿era suficiente solo elegirlo?Mientras preparaba café en la cocina, sentía el peso de la noche anterior en su piel, en su pecho, en la forma en que sus pensamientos se negaban a calmarse. Había dormido junto a Alexander, pero el verdadero reto no era compartir una cama.Era compartir una vida.⸻Las Palabras No DichasAlexander apareció en el umbral de la cocina con su cabello despeinado y una camisa a medio abotonar. Se veía cansado, pero en sus ojos había algo más: una mezcla de devoción y cautela.—¿Cómo te sientes? —preguntó con voz ronca.Luciana le pasó una taza de café y se apoyó en la isla, sin responder de inmediato. ¿Cómo se sentía?Perdida. Expuesta. Enamorada.—Diferente.Alexander levantó una ceja mientras tomaba un sorbo de café.—¿Diferente
El sol comenzaba a ocultarse cuando Luciana se acomodó en el sofá de la biblioteca, con una taza de café entre las manos. Habían pasado solo unas horas desde su regreso a la mansión, pero todo se sentía diferente. Estaba aquí porque había elegido estarlo. Porque, por primera vez en su vida, no tenía miedo de quedarse. Alexander estaba sentado en su escritorio, repasando unos manuscritos, pero Luciana notó que su concentración estaba en cualquier lugar menos en el papel frente a él. —Deja de mirarme como si temieras que desaparezca —murmuró ella sin levantar la vista de su café. Alexander soltó una leve risa, pero no negó nada. —No puedo evitarlo. Luciana sonrió suavemente, apoyándose en el respaldo del sofá. —Tienes que acostumbrarte. Estoy aquí. Alexander dejó su pluma sobre la mesa y la miró fijamente. —Es la primera vez que alguien me dice eso… y lo cumple. Luciana sintió que su pecho se apretaba con esa confesión. —¿Siempre has esperado que las personas se v
La mañana después de la feria del libro, Luciana despertó con la luz dorada del amanecer filtrándose a través de las cortinas del hotel. El calor del cuerpo de Alexander aún estaba a su lado, su respiración lenta y profunda.Por un momento, se permitió simplemente observarlo.A pesar de su reputación de ser frío y distante, aquí, en la intimidad de su espacio compartido, Alexander Varnell era solo un hombre que la amaba.Pero incluso en ese momento de calma, sabía que el mundo exterior no iba a esperar a que estuvieran listos.El Ruido del MundoEl teléfono de Alexander vibró en la mesa de noche. Luciana lo tomó, frunciendo el ceño al ver la cantidad de notificaciones.Los titulares ya estaban explotando.🔥 “Alexander Varnell revela la identidad de su musa: ¿Quién es la mujer que inspiró su nueva novela?”🔥 “Romance en el mundo literario: El escritor más hermético finalmente confirma que su historia de amor es real.”🔥 “Luciana Ferrer: ¿La mujer que cambió la vida de Alexander Varn
La luz de la mañana se colaba entre las cortinas de lino blanco de la mansión, proyectando formas suaves sobre el suelo de madera. Luciana estaba recostada en el sofá del estudio, envuelta en una manta ligera, con el cabello suelto y húmedo después de una ducha rápida. Sostenía entre las manos una taza de té caliente, mientras sus ojos recorrían sin interés las notificaciones en su celular. —¿Dormiste bien? —preguntó Alexander desde la puerta. Él se acercó con pasos tranquilos, vestido con una camiseta gris claro que se pegaba sutilmente a su torso y unos pantalones deportivos oscuros que contrastaban con sus pies descalzos. Se inclinó para besarla en la frente y luego se dejó caer a su lado. —Dormí… a ratos —murmuró ella, dejando el celular en la mesa. Lo miró de reojo—. Parece que los periodistas no pierden tiempo. Alexander chasqueó la lengua. Tomó su propio café de la mesa y bebió un sorbo sin pestañear. —Están haciendo su trabajo. Lo que importa es cómo respondamos nosotros.
La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de lino blanco en la habitación de Luciana y Alexander. El canto lejano de los pájaros anunciaba un nuevo día, pero el ambiente en la mansión estaba cargado de una tensión silenciosa. Luciana se despertó lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander a su lado. Él aún dormía, su respiración profunda y rítmica. Observó su rostro relajado, notando las pequeñas líneas de preocupación que se habían formado en las últimas semanas. Con cuidado, deslizó su mano por el pecho de Alexander, sintiendo el latido constante de su corazón bajo sus dedos. Alexander abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada de Luciana. —Buenos días —murmuró él, con una sonrisa adormilada. Luciana le devolvió la sonrisa, inclinándose para besarlo suavemente en los labios. —Buenos días. ¿Dormiste bien? Alexander asintió, estirándose ligeramente. —Sí, aunque creo que podría dormir una semana entera y aún sentirme cansado