Jordan sintió una punzada de asco mientras hablaba, no por lo que decía, sino por cómo lo decía. Odiaba tener que reducir a las personas a simples productos, a piezas de un negocio que debían mantenerse impecables para que fueran rentables. Pero si esa era la única forma de hacer que Reinhardt escuchara, entonces lo usaría a su favor.—Reinhardt, ¿de verdad crees que esto es sostenible? —insistió, dando un paso hacia él—. Si la calidad de lo que ofreces empieza a decaer, si los clientes ven algo que les causa rechazo, eventualmente dejarán de venir. Y no importa cuán exclusivo sea tu cabaret o cuán influyentes sean las personas que lo frecuentan. Todos tienen un límite. Y tú, siendo un hombre tan calculador, tan meticuloso en tus negocios, ¿cómo es posible que no hayas pensado en esto?Todos se quedaron callados mientras el aire se hacía cada vez más difícil de inhalar. Reinhardt lo escrutó detenidamente con aquella mirada grisácea, como si estuviera analizando cada palabra que Jordan
Cuando Reinhardt, en lugar de sacar su arma y convertir a Jordan en otro ejemplo más de las consecuencias de desafiarlo, simplemente les indicó a Amelia y al chico que se fueran, la incredulidad de Charlie no hizo más que crecer. Nadie hubiera esperado tal decisión de alguien como Reinhardt. De hecho, Charlie había temido tanto por la vida de Jordan como por la de Amelia, pues ambos estaban en la mira del mafioso, quien no dudaba en eliminar a quien consideraba un estorbo. Y sin embargo, habían salido de la oficina sin que se hubiera derramado una sola gota de sangre.Después de que Charlie cerró la puerta, se aproximó al escritorio de Reinhardt con pasos dudosos. Pensó que el comportamiento de Jordan había dejado de mal humor al Jefe, así que temía que, en un arranque de rabia, quitara el arma y se desquitara contra él. Sin embargo, trató de no entrar en pánico y de recordar que Reinhardt no lo mataría por los errores de otros.—La verdad, no entiendo qué demonios tiene Jordan en la
Mientras tanto, Jordan había salido de la oficina y vio a Amelia a lo lejos. Pronunció su nombre un par de de veces, pero en lugar de que ella se detuviera, apresuró sus pasos. Jordan frunció el ceño y corrió tras ella, para luego alcanzarla y tomarla de la muñeca. La tiró levemente hacia él, deteniéndola en su camino.—¡Amelia! —pronunció él, a lo que ella hizo una mueca de disgusto.—¿Qué sucede, Jordan? —cuestionó Amelia, mostrándose abrumada. Suspiraba a cada minuto, como si lo que ocurrió en la oficina de Reinhardt la hubiera agotado tanto debido a la tensión que tuvo que soportar.—¿Estás enfadada? —preguntó Jordan, a lo que Amelia respiró profundamente antes de responder, como si estuviera tratando de contener su enojo antes de estallar.—Sí, estoy enfadada —replicó—. Es que lo que hiciste, Jordan... Casi me metes en problemas con el Jefe. ¿No te das cuenta de lo que hiciste? No tenías por qué llegar a ese extremo. No necesito que me defiendas, ni ninguna de las demás lo necesi
Al día siguiente, Jordan se encontró sumergido en un mar de pensamientos. Había sido un día sin rastro de Reinhardt, pues no se cruzaron ni una sola vez y eso llenó a Jordan de una sensación extraña. Se sintió incómodo, además de arrepentido. Había tenido la osadía de hablarle al Jefe de una manera que sabía que no era apropiada, dejándose llevar por su impulso. De repente, el temor lo invadió, pues lo asustaba que Reinhardt tomara represalias por su actitud tan imprudente. Sin embargo, el día pasó sin incidentes hasta que llegó la hora de trabajar.Jordan se preparó como siempre, tocando el piano con su usual destreza, mientras el salón se llenaba de hombres que, como cada noche, acudían al cabaret en busca de diversión. No había nada fuera de lo normal, hasta que, de pronto, durante su descanso, cuando el bullicio parecía alcanzar su pico, Charlie subió al escenario. Con su carisma inconfundible y sus gestos delicados, el animador tomó el micrófono, buscando ser el centro de atenció
La organización de Reinhardt no se dedicaba a secues-trar mujeres, ni hombres, para los espectáculos en el cabaret. Todas las bailarinas y bailarines estaban allí por su propia voluntad, sabiendo que no había forma de salir a menos que hayan muerto. Reinhardt no estaba involucrado en la trata de personas, y tampoco estaba interesado en ponerlo en práctica alguna vez. Ya ganaba demasiado dinero con el contrabando de licor, la extorsión y préstamo de dinero que luego cobraba con intereses. Además, tenía varios cabarets, pues El Paraíso no era el único. Tenía muchos distribuidos por el país y que, por supuesto, estaban ocultos, y cada uno tenía a un encargado que debía pasar un informe detallado al Jefe cada semana. Si uno de ellos no cumplía con su responsabilidad, o Reinhardt notaba que había errores, lo liquidaba y conseguía a otro que lo reemplazara.Reinhardt no era de confiar, pero no tenía opción en circunstancias como esa. No podía dividirse y hacerse cargo por sí mismo de todos
Las palabras de Charlie, aunque medidas, dejaron un claro mensaje, a lo que Jordan sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Sabía en el fondo que lo que Charlie estaba diciéndole era una advertencia seria, algo que no debía tomar a la ligera.Aun así, trató de cambiar el curso de la conversación.—¿Sigues preocupándote por mí? —preguntó Jordan, brindándole una sonrisa conmovida.—No te pases de listo, Jordan —sin embargo, Charlie no pudo sonreír con él, pues se sentía algo inquieto—. Como te había dicho una vez, me das mucha lástima por cómo entraste a este mundo y todo lo que has tenido que pasar. Pero si alguna vez Reinhardt desenfunda su arma y te apunta a la cabeza con toda la intención de matarte, yo no podré defenderte. No me pondré enfrente de la pistola para que me dispare a mí, Jordan. Eso te lo puedo asegurar. No daré mi vida por la tuya. Así que, haz el favor y cuídate más. Tienes treinta minutos de descanso.Las últimas palabras de Charlie, frías y directas, no dejaro
La mujer, que no mostraba ni un atisbo de incomodidad, se levantó de inmediato. Sus movimientos eran fluidos, elegantes, y con una gracia que solo una mujer acostumbrada a ser admirada podría tener.Mientras Simone se alejaba, Reinhardt no desvió la vista de Jordan ni un solo segundo, como si quisiera dejar en claro que su presencia allí no solo era inoportuna, sino completamente irrelevante.—Esto es intolerable, campesino. Es la segunda vez que irrumpes en mi oficina de esta manera. ¿Qué te crees que estás haciendo? ¿Has olvidado cuál es tu lugar? —su voz, como un látigo, golpeó el ambiente. Pero, para sorpresa de Reinhardt, las palabras no tuvieron el impacto esperado. Jordan no se encogió ante él, no mostró temor ni sumisión. En su lugar, estaba una rabia tratando de ser reprimida, un dolor tan profundo que su corazón parecía latir en contra de su propio cuerpo.Jordan, a pesar de la furia de Reinhardt, no sentía ni miedo ni pavor. No tenía temor de las amenazas, ni siquiera de es
Jordan, sobresaltado por el modo en que Reinhardt había exclamado, pues no era muy habitual que lo hiciera, volteó con cautela, dando unos pasos hacia el escritorio. —No te dejaré pasar una más —declaró el Jefe—. Si vuelves a entrar en mi oficina de la misma forma en la que lo hiciste antes, te colocaré una soga en el cuello y te colgaré del techo.Jordan, en su interior, luchaba contra las palabras que se estaban formando en su garganta, pero no dijo nada. No podía. No sabía qué decir, y aunque la amenaza de Reinhardt se repetía una y otra vez en sus oídos, no sentía miedo. Lo que más le dolía era la presencia de esa mujer, Simone, esa figura perfecta que había irrumpido en su vida. Nada de lo que Reinhardt dijera o hiciera podría compararse con lo que sentía en ese momento. Los celos lo consumían y el dolor lo quemaba por dentro.Reinhardt lo miró fijamente, como esperando alguna respuesta, pero Jordan, simplemente, asintió.—¿Porqué no contestas apropiadamente? —regañó el Jefe—. D