Lo más desconcertante de todo era que Reinhardt no parecía, en absoluto, molesto. Era bien sabido que él no era un hombre dado a exteriorizar sus emociones, ni a través de su rostro ni mediante palabras precipitadas. Su semblante, siempre imperturbable, solía mantenerse ajeno a cualquier turbulencia interna, como si las pasiones humanas no lo alcanzaran del todo.Sin embargo, en ese instante, había algo en su mirada que hablaba en su lugar. Aunque su postura era serena, aunque sus gestos no traicionaban ni un atisbo de furia, Reinhardt parecía distinto, como si de pronto un enorme peso hubiese sido retirado de sus hombros. Se veía relajado, casi liberado, como un hombre que, tras soportar una carga insoportable, finalmente encuentra un respiro.—Escucha bien, Samuel Vargas —dijo, con su tono ni severo ni furioso, sino extrañamente tranquilo—. A pesar de que filtraste información vital sobre mí, datos esenciales que buscaban atraparme en momentos de vulnerabilidad... A pesar de que apr
Reinhardt se había quedado quieto, apoyando los dedos largos contra su barbilla, asintiendo lentamente mientras procesaba cada palabra que Charlie le relataba con la precisión de un bisturí. Parecía un juez silencioso, absorbiendo los detalles, calibrando las posibilidades en su mente sin necesidad de alzar la voz o mostrar ninguna emoción evidente en su rostro de mármol. Solo ese leve asentir y el resplandor frío en sus ojos delataban que estaba maquinando algo.Finalmente, rompiendo el pesado silencio, Reinhardt habló.—Muy bien, Charlie. El hombre que lo recomendó para trabajar aquí, lo quiero muerto —ordenó—. Por otro lado, quiero a la esposa de Samuel Vargas aquí, en el cabaret. Tienes una hora.La orden fue lanzada con tal naturalidad que parecía estar pidiendo un simple café en lugar de la vida de una mujer. Charlie no necesitó mayor explicación. Asintió con un respeto casi reverente y salió de la habitación sin perder tiempo.Apenas la puerta se cerró, Samuel comenzó a convuls
Media hora después, la puerta de la habitación se abrió con un chirrido. El hombre que traía a la esposa de Samuel entró cargando el peso de la mujer sobre su hombro, como quien carga un saco de harina. Ella, atada de pies y manos, con los ojos vendados y la boca amordazada, soltaba gemidos ahogados de terror puro, retorciéndose en vano, incapaz de ver, de hablar o de defenderse.El tipo la dejó caer al suelo sin ningún cuidado, como si arrojara un objeto inservible. El golpe seco resonó en la habitación, haciendo eco del desprecio absoluto con el que era tratada.Samuel, que ya había sido atado a una silla y había sido amordazado de nuevo, se retorció violentamente al verla. Gritó contra la mordaza, soltando un gemido desesperado y desgarrador, teniendo sus ojos desorbitados de horror. Su cuerpo entero temblaba, luchando contra las cuerdas que lo mantenían prisionero. La esposa, vendada, seguía sollozando, encogida en el suelo como una criatura herida, sin saber dónde estaba ni qué
Reinhardt se paseó lentamente frente a Samuel, con su figura imponiéndose como una sombra en la habitación.—Esto también es una lección —declaró Reinhardt—. Una lección para todos aquellos que osen traicionarme. Es algo que tengo que hacer, que necesito hacer, y estoy encantado de hacerlo. Porque será muy entretenido.Se detuvo frente a Samuel, inclinando apenas la cabeza como si analizara una pieza defectuosa.—La verdad es que no puedo entenderlo —continuó—. ¿En qué estabas pensando? ¿De verdad pensaste que podías traicionarme y seguir llenándote los bolsillos a través de mí y de Zaid, durante meses, sin que me diera cuenta? ¿Creíste que nunca te iba a descubrir? ¿Que Zaid me mataría, y luego qué...? ¿Creíste que se adueñaría de mi imperio y te haría su mano derecha? —chistó con desdén—. Eres un ingenuo, Samuel. Zaid podrá ser un enfermo, un patán, una basura... —escupió cada palabra con desprecio—. Pero no es un tonto. Jamás te hubiese dejado vivir. Quizás, si la suerte estaba de
Jordan estaba sola en su habitación, con la mente ocupada con pensamientos que no podía disipar. Habían pasado ya varios días sin que viera a Reinhardt, y eso la inquietaba más de lo que le gustaría admitir.Normalmente, sus caminos se cruzaban con regularidad, ya fuera en los pasillos o en las horas nocturnas del cabaret, donde él se perdía entre las sombras del local, supervisando y controlando, siempre presente en la multitud. Pero ahora, todo parecía estar en silencio. No lo veía, no lo escuchaba. Había algo en su ausencia que la perturbaba.Con la incertidumbre aumentando, decidió preguntar a Charlie, aunque ya sabía que su respuesta probablemente no arrojaría mucha luz. Charlie, con su actitud habitual, le restó importancia, asegurándole que Reinhardt estaba ocupado con "sus propios asuntos" y que no era momento de preocuparse. Nadie más parecía tener información sobre él, y aquello solo aumentaba la inquietud que Jordan no podía quitarse.Poco después, Charlie se dirigió a la h
—¿Por qué me estás mostrando esto? —cuestionó Jordan a duras penas.—Para que sepas que ese hombre está aquí por ti, porque tú lo delataste. Tú me entregaste ese papel. Pero, me pregunto, ¿cuáles eran tus verdaderas intenciones al entregarme ese papel? ¿Demostrarme que me eres leal? ¿Demostrarme que no tienes ninguna intención de traicionarme, como lo hizo él?Las palabras de Reinhardt perforaron a Jordan como un recordatorio cruel de que, en su intento de ser leal, había condenado a otro ser humano a una vida de sufrimiento. Y mientras miraba el rostro destrozado de Samuel Vargas, ella no pudo evitar preguntarse si realmente había entendido las consecuencias de sus acciones, si alguna vez podría liberarse de esta culpa que había empezado a acecharla.Reinhardt observó a Jordan por un largo momento y sus ojos penetrantes no dejaban de escanearla, como si estuviera tratando de descifrar la verdad oculta detrás de cada una de sus acciones. Finalmente, rompió el silencio con una voz fría
Jordan miró a Reinhardt, con los ojos empañados por las lágrimas que ya no podía contener, y su voz, quebrada, salió con la firmeza que le sorprendió incluso a ella misma.—Ya entiendo lo que intentas hacer —dijo, tragando con dificultad—. No estás buscando torturarme físicamente, no es eso lo que quieres. Quieres destruirme desde adentro, ¿verdad? Aquí —continuó, señalándose la sien con un dedo—. Quieres que esto me destripe, que me atormente hasta que ya no pueda descansar, que todas mis noches sean pesadillas en las que reviva esta imagen, que me sienta culpable por lo que le pasó a este hombre, y que imagine lo que habría pasado conmigo. ¿Iba a ser capaz de resistir? ¿Iba a soportar lo que tú me hubieras hecho?Su mirada se volvió más intensa, pero no de rabia, sino de una tristeza profunda.—Reinhardt, estás tratando de quebrarme la mente, ¿no es así? Tratas de que pierda el control, que pierda la razón... Pero, ¿sabes qué? No tienes que hacer nada para eso. Porque ya no tengo co
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.