Charlie, notablemente harto y con la paciencia casi agotada, exhaló aire por la boca y se aproximó de nuevo al hombre que acusaba a Jordan de haberle robado.—Mire, olvidemos todo este asunto, ¿de acuerdo? No hay necesidad de convertir esto en un problema mayor —manifestó.El hombre, sin embargo, no quería dar su brazo a torcer. Mostrándose indignado, empezó a quejarse de nuevo.—¿Que lo olvide? ¿Así como si nada? ¡Se ha cometido un crimen a plena luz del día! ¿Dónde queda la justicia en todo esto? —fijó los ojos en el policía, para luego dirigirlos hacia Charlie—. ¿Quién le dará una lección si retiro la denuncia? ¡Estoy seguro de que volverá a robar! No se trata solo mi motocicleta, sino de la falta de respeto hacia la propiedad ajena, la falta de educación y el descaro de esta juventud que cree que pueden hacer lo que les da la gana. ¡Es inaceptable! ¡No permitiré que se salga con la suya tan fácilmente! —articuló, casi gritando.Charlie escuchaba al enojado hombre mientras pasaba un
Jordan, quien observó la escena en silencio, tragó saliva, aún procesando el alboroto que había ocasionado. Cuando el hombre se alejó por completo, expresó su gratitud.—Charlie, yo... te lo agradezco en verdad. Gracias por ayudarme a salir de este lío.Charlie, sin embargo, no estaba de humor. Su rostro permaneció serio y sus ojos apenas reflejaban la poca paciencia que le quedaba. Caminó hacia su coche y abrió la puerta con un movimiento brusco, indicando a Jordan que subiera.—No me lo agradezcas —replicó, sonando molesto.Luego de que Jordan se acomodara, Charlie cerró la puerta de un golpe, para después rodear el auto y sentarse en el asiento del conductor.—Nos hemos demorado demasiado por tu culpa —agregó secamente, mirando a Jordan por el rabillo del ojo—. Ahora tenemos que irnos de inmediato.El trayecto en coche empezó en medio de un silencio tenso y Jordan se sintió cada vez más incómodo. Pasaron varios minutos sin que ninguno de los dos dijera una palabra, hasta que el chic
Jordan, al igual que Charlie, se quedaron congelados en su sitio. —¿Sucede algo, Reinhardt? —preguntó Charlie, con los nervios a flor de piel, pero procurando verse normal.Sin embargo, la respuesta de su jefe fue tan directa que lo dejó sin aliento.—Es lo mismo que te pregunto yo a ti —articuló—. ¿Me estás ocultando algo?La voz de Charlie tembló un poco cuando trató de negarlo.—¿Q-Qué? ¿Ocultarte algo? ¿De qué estás hablando? —cuestionó—. No estoy ocultando nada...—Entonces dime por qué tardaron tanto —el tono de Reinhardt se endureció al instante, como si ya supiera la respuesta.Charlie tragó saliva y trató de justificarse, pero cada palabra salía con más esfuerzo.—Es que… tuve un problema con el coche… —pero antes de que pudiera continuar, Reinhardt lo interrumpió.—Charlie —pronunció, dando unos pasos hacia él—. Nos conocemos desde hace años. Y créeme, conozco cada uno de tus movimientos, cada una de tus expresiones, cada gesto que te delata cuando mientes. Así que no puede
Reinhardt continuaba con los ojos clavados en Charlie. —No sentimos compasión, Charlie. ¿Acaso se te está empezando a olvidar quiénes somos? —cuestionó, dejando en claro que no aceptaría ninguna debilidad de su parte—. Si es así, dímelo, para tomar una decisión con respecto a ti.Charlie no se sentía particularmente ofendido por las palabras duras de Reinhardt. Al contrario, sabía que el jefe tenía razón para estar molesto. Charlie era su mano derecha, el segundo al mando en la organización, y si él se atrevía a mentirle o a ocultarle algo, eso significaba que había una falla en su lealtad, y Reinhardt no podía permitirse esa clase de dudas. Charlie era la única persona en la él que apostaba todo. Si mostraba indulgencia con él, daba espacio para que otros en la organización cuestionaran su autoridad.Reinhardt no podía ser suave ni tolerante, y Charlie lo sabía. En su mundo, el respeto y la lealtad no se ganaban con gestos amables, sino con mano dura y frialdad, sin espacio para sent
Jordan tragó saliva, quedándose mudo ante las palabras de Reinhardt. La amenaza era clara y el aire en el pequeño espacio entre ellos se volvía más pesado con cada segundo. —No hay manera de que salgas de aquí —resaltó el Jefe—. Hagas lo que hagas, te encontraré. No importa dónde vayas.Jordan intentó controlar su respiración, pero el peso de aquellas palabras le hizo difícil siquiera inhalar con normalidad. La mirada penetrante de Reinhardt, oscura y furiosa, estaba incrustada en él, como si lo analizara. Jordan sabía que era inútil intentar razonar con él, pero tampoco quería quedarse en silencio.—Ya te lo dije, no intenté huir —dijo finalmente, aunque su voz temblaba con ligereza.Reinhardt ladeó la cabeza, sin apartar su cuerpo del suyo. El calor del gigante sofocaba al chico, pero más que eso, era la intensidad de su mirada la que lo hacía querer apartar los ojos. Aun así, Jordan no era alguien que se rendía fácilmente, y aunque sentía cómo el pavor lo dominaba, se obligó a sos
Jordan, completamente paralizado, mantuvo la boca cerrada. Las palabras que había preparado en su mente se desvanecieron rápidamente, como si el mismo miedo les hubiera robado la fuerza. En ese momento, la realidad de su vulnerabilidad se hizo cada vez más clara. Jordan comprendía ahora, con una claridad que le helaba la sangre, que cualquier cosa que dijera sería utilizada en su contra, cualquier palabra, por inocente que pareciera, podría transformarse en una trampa mortal.Por primera vez en mucho tiempo, Jordan se dio cuenta de que, en esta batalla, el silencio podría ser su única arma.El Jefe, por su parte, frunció aún más el ceño y apretó la mandíbula.—¿Qué tengo que hacer para que te mantengas quieto y solo hagas lo que yo te diga? —gruñó—. Solo tienes que obedecerme. ¿Por qué es tan difícil para ti hacerlo?Jordan cerró los ojos un segundo, sintiendo el peso abrumador de las palabras de Reinhardt.—No puedo confiar en ti en absoluto, campesino —agregó el Jefe—. No lograste e
Jordan se preparó para el espectáculo como siempre. Tocó en el cabaret clandestino, cumpliendo con su papel mientras el ambiente transcurría con normalidad. A la medianoche, estaba donde Reinhardt le había indicado: el salón de arriba. Este salón era mucho más tranquilo comparado con el bullicio del cabaret de abajo. Había un pianista, un hombre mayor con problemas en las articulaciones, que tocaba de forma decente, pero sin llamar la atención. Las bailarinas, las mismas que alternaban entre ambos salones, se movían en el escenario con gracia, aunque el espectáculo no tenía el mismo impacto que el de abajo. El chico aguardó hasta que la presencia de Reinhardt se hizo evidente. Éste se colocó detrás de él, pero no tuvo que decir una palabra. Jordan percibió rápidamente su aura tan imponente y giró hacia él. —Vamos —dijo el Jefe sin más explicaciones. Ambos salieron del salón y se dirigieron al coche de Reinhardt. Jordan se sentó en el asiento del copiloto y, consciente de su situaci
El corazón de Jordan latió con fuerza y sus manos apretaron el ba-te involuntariamente. Miró a su alrededor, buscando alguna forma de escapar de la situación. Corrió hacia la entrada con toda la intención de cruzar el umbral, pero antes de que pudiera dar un paso más, su vista se cruzó con la de Reinhardt, quien estaba en el coche. Los ojos del Jefe no necesitaban palabras, era una mirada tan fría y penetrante que atravesó su alma. Era la mirada de un hombre que no toleraría la desobediencia. Jordan se quedó paralizado, con el ba-te aún en las manos. En ese momento, comprendió lo que significaba desobedecer a Reinhardt. La amenaza estaba clara: si se atrevía a escapar, las consecuencias serían fatales. Por lo tanto, no tuvo más opción que regresar al interior del bar. El lugar estaba en ruinas. El ruido de cristales rotos y el estruendo de muebles siendo destrozados invadían aquel sitio, mientras los hombres de Reinhardt se dedicaban a destruir el lugar sin miramientos. El chico se m