El corazón de Jordan latió con fuerza y sus manos apretaron el ba-te involuntariamente. Miró a su alrededor, buscando alguna forma de escapar de la situación. Corrió hacia la entrada con toda la intención de cruzar el umbral, pero antes de que pudiera dar un paso más, su vista se cruzó con la de Reinhardt, quien estaba en el coche. Los ojos del Jefe no necesitaban palabras, era una mirada tan fría y penetrante que atravesó su alma. Era la mirada de un hombre que no toleraría la desobediencia. Jordan se quedó paralizado, con el ba-te aún en las manos. En ese momento, comprendió lo que significaba desobedecer a Reinhardt. La amenaza estaba clara: si se atrevía a escapar, las consecuencias serían fatales. Por lo tanto, no tuvo más opción que regresar al interior del bar. El lugar estaba en ruinas. El ruido de cristales rotos y el estruendo de muebles siendo destrozados invadían aquel sitio, mientras los hombres de Reinhardt se dedicaban a destruir el lugar sin miramientos. El chico se m
El negocio era ahora un desastre. El suelo estaba cubierto de vidrios rotos, madera astillada y trozos de recuerdos perdidos. El líder encargado de la destrucción dirigió la mirada hacia Jordan, quien seguía tratando de consolar al dueño. —¡Tú! Derriba eso —le ordenó al chico, señalando el mueble detrás de la barra. Las botellas, copas y vasos parecían ser el único rincón que aún no había recibido violencia. —Yo no voy a romper nada —Jordan se opuso a formar parte de aquella catástrofe. —Bien, haz lo que quieras, pero se lo informaré al Jefe —replicó con un aura amenazante—. Él sabrá qué hacer contigo. Jordan se crispó ante la advertencia del líder y no pudo evitar mirarlo con desdén. A decir verdad, no tenía otra salida. Además, Reinhardt lo estaba vigilando desde la distancia y ni siquiera hacía falta que el líder le informara la situación, pues lo estaba viendo con sus propios ojos. Sin embargo, Reinhardt no tenía ninguna intención de intervenir. Cualquier regaño que debiera ha
Reinhardt guardó el arma en su cinto y exhaló aire ruidosamente.—Oye, campesino, ¿acaso quieres que te dé una buena razón para llorar? —recriminó con dureza.Jordan no respondió en ese momento, solo siguió llorando. Reinhardt avanzó hacia él, dando pasos firmes, en lo que su paciencia se agotaba cada vez más.—Termínalo ya. Basta de esta ridiculez —reclamó—. Actúas como un maldito mocoso y no dejas de llorar como un bebé. ¿Crees que soy tu nana?Jordan respiró profundo, se limpió la nariz y apretó los puños, dejándose llevar por su enfado. —Eres un monstruo... y un idiota.Reinhardt se detuvo de golpe, frunciendo el ceño con incredulidad.—¿Qué dijiste?Jordan, aún dándole la espalda, volvió a respirar hondo. Cualquier rastro de miedo desapareció en ese instante y se giró lentamente hacia él.—Dije que eres un monstruo, y también un idiota.El silencio que siguió era más pesado que cualquier palabra. Reinhardt se quedó algo atónito, nunca antes nadie se había atrevido a insultarlo en
Reinhardt, manteniendo el control absoluto de la situación, se acercó aún más a Jordan, violando su espacio personal con la frialdad de quien sabe que puede hacerlo. Con una calma perturbadora, Reinhardt observó cómo Jordan aún temblaba de dolor, pero su rostro estaba endurecido por la rabia.—Además, tienes que tener cuidado de dónde pones las manos —indicó, recordando el momento en que el chico trató de detenerlo—. Nunca vuelvas a levantar la mano contra mí. ¿Me entiendes, campesino?Jordan luchaba por liberarse, pero cuanto más se movía, más dolor sentía. No respondió a lo que Reinhardt acababa de decir, pero su mirada fulminante mostraba su desprecio. —Si hubieras sido otra persona, ya te habría cortado la muñeca —recalcó el Jefe—. Pero, en tu caso, siendo el pianista y necesitándote para ciertos trabajos, no lo he hecho. Me he contenido, pero no me hagas volver a pensarlo.En un movimiento rápido, Reinhardt volvió a alzar el brazo de Jordan, torciéndolo aún más hacia atrás. Los
—¿Eh? —soltó Jordan, atónito, sin poder deducir qué era lo que su Jefe trataba de hacer. Segundos después, Reinhardt lo miró con severidad.—Hazlo ahora, campesino —ordenó, con su tono cada vez más autoritario.Con un nudo en el pecho, Jordan comenzó a moverse hacia el asiento trasero. La incomodidad se apoderó de él, pero lo hizo sin cuestionar más, como un reflejo condicionado. Al llegar al asiento trasero, Reinhardt, con su habitual control, le dio la siguiente orden.—Saca el respaldo que está en medio del asiento —indicó—. Estíralo fuerte y se moverá.Jordan, aún confundido, comenzó a mover el asiento, retirando el respaldo con manos temblorosas.—Ahora, entra en el maletero. Puedes entrar a través de ese espacio. Luego vuelve a colocar el respaldo en su sitio. Y escúchame bien, campesino. Pase lo que pase, oigas lo que oigas, no salgas. ¿Te quedó claro? Es una orden, obedece.El corazón de Jordan latió con fuerza y su mente se llenó de preguntas aterradoras.«¿Por qué me está p
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.