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Jordan tragó saliva, quedándose mudo ante las palabras de Reinhardt. La amenaza era clara y el aire en el pequeño espacio entre ellos se volvía más pesado con cada segundo. —No hay manera de que salgas de aquí —resaltó el Jefe—. Hagas lo que hagas, te encontraré. No importa dónde vayas.Jordan intentó controlar su respiración, pero el peso de aquellas palabras le hizo difícil siquiera inhalar con normalidad. La mirada penetrante de Reinhardt, oscura y furiosa, estaba incrustada en él, como si lo analizara. Jordan sabía que era inútil intentar razonar con él, pero tampoco quería quedarse en silencio.—Ya te lo dije, no intenté huir —dijo finalmente, aunque su voz temblaba con ligereza.Reinhardt ladeó la cabeza, sin apartar su cuerpo del suyo. El calor del gigante sofocaba al chico, pero más que eso, era la intensidad de su mirada la que lo hacía querer apartar los ojos. Aun así, Jordan no era alguien que se rendía fácilmente, y aunque sentía cómo el pavor lo dominaba, se obligó a sos
Jordan, completamente paralizado, mantuvo la boca cerrada. Las palabras que había preparado en su mente se desvanecieron rápidamente, como si el mismo miedo les hubiera robado la fuerza. En ese momento, la realidad de su vulnerabilidad se hizo cada vez más clara. Jordan comprendía ahora, con una claridad que le helaba la sangre, que cualquier cosa que dijera sería utilizada en su contra, cualquier palabra, por inocente que pareciera, podría transformarse en una trampa mortal.Por primera vez en mucho tiempo, Jordan se dio cuenta de que, en esta batalla, el silencio podría ser su única arma.El Jefe, por su parte, frunció aún más el ceño y apretó la mandíbula.—¿Qué tengo que hacer para que te mantengas quieto y solo hagas lo que yo te diga? —gruñó—. Solo tienes que obedecerme. ¿Por qué es tan difícil para ti hacerlo?Jordan cerró los ojos un segundo, sintiendo el peso abrumador de las palabras de Reinhardt.—No puedo confiar en ti en absoluto, campesino —agregó el Jefe—. No lograste e
Jordan se preparó para el espectáculo como siempre. Tocó en el cabaret clandestino, cumpliendo con su papel mientras el ambiente transcurría con normalidad. A la medianoche, estaba donde Reinhardt le había indicado: el salón de arriba. Este salón era mucho más tranquilo comparado con el bullicio del cabaret de abajo. Había un pianista, un hombre mayor con problemas en las articulaciones, que tocaba de forma decente, pero sin llamar la atención. Las bailarinas, las mismas que alternaban entre ambos salones, se movían en el escenario con gracia, aunque el espectáculo no tenía el mismo impacto que el de abajo. El chico aguardó hasta que la presencia de Reinhardt se hizo evidente. Éste se colocó detrás de él, pero no tuvo que decir una palabra. Jordan percibió rápidamente su aura tan imponente y giró hacia él. —Vamos —dijo el Jefe sin más explicaciones. Ambos salieron del salón y se dirigieron al coche de Reinhardt. Jordan se sentó en el asiento del copiloto y, consciente de su situaci
El corazón de Jordan latió con fuerza y sus manos apretaron el ba-te involuntariamente. Miró a su alrededor, buscando alguna forma de escapar de la situación. Corrió hacia la entrada con toda la intención de cruzar el umbral, pero antes de que pudiera dar un paso más, su vista se cruzó con la de Reinhardt, quien estaba en el coche. Los ojos del Jefe no necesitaban palabras, era una mirada tan fría y penetrante que atravesó su alma. Era la mirada de un hombre que no toleraría la desobediencia. Jordan se quedó paralizado, con el ba-te aún en las manos. En ese momento, comprendió lo que significaba desobedecer a Reinhardt. La amenaza estaba clara: si se atrevía a escapar, las consecuencias serían fatales. Por lo tanto, no tuvo más opción que regresar al interior del bar. El lugar estaba en ruinas. El ruido de cristales rotos y el estruendo de muebles siendo destrozados invadían aquel sitio, mientras los hombres de Reinhardt se dedicaban a destruir el lugar sin miramientos. El chico se m
El negocio era ahora un desastre. El suelo estaba cubierto de vidrios rotos, madera astillada y trozos de recuerdos perdidos. El líder encargado de la destrucción dirigió la mirada hacia Jordan, quien seguía tratando de consolar al dueño. —¡Tú! Derriba eso —le ordenó al chico, señalando el mueble detrás de la barra. Las botellas, copas y vasos parecían ser el único rincón que aún no había recibido violencia. —Yo no voy a romper nada —Jordan se opuso a formar parte de aquella catástrofe. —Bien, haz lo que quieras, pero se lo informaré al Jefe —replicó con un aura amenazante—. Él sabrá qué hacer contigo. Jordan se crispó ante la advertencia del líder y no pudo evitar mirarlo con desdén. A decir verdad, no tenía otra salida. Además, Reinhardt lo estaba vigilando desde la distancia y ni siquiera hacía falta que el líder le informara la situación, pues lo estaba viendo con sus propios ojos. Sin embargo, Reinhardt no tenía ninguna intención de intervenir. Cualquier regaño que debiera ha
Reinhardt guardó el arma en su cinto y exhaló aire ruidosamente.—Oye, campesino, ¿acaso quieres que te dé una buena razón para llorar? —recriminó con dureza.Jordan no respondió en ese momento, solo siguió llorando. Reinhardt avanzó hacia él, dando pasos firmes, en lo que su paciencia se agotaba cada vez más.—Termínalo ya. Basta de esta ridiculez —reclamó—. Actúas como un maldito mocoso y no dejas de llorar como un bebé. ¿Crees que soy tu nana?Jordan respiró profundo, se limpió la nariz y apretó los puños, dejándose llevar por su enfado. —Eres un monstruo... y un idiota.Reinhardt se detuvo de golpe, frunciendo el ceño con incredulidad.—¿Qué dijiste?Jordan, aún dándole la espalda, volvió a respirar hondo. Cualquier rastro de miedo desapareció en ese instante y se giró lentamente hacia él.—Dije que eres un monstruo, y también un idiota.El silencio que siguió era más pesado que cualquier palabra. Reinhardt se quedó algo atónito, nunca antes nadie se había atrevido a insultarlo en
Reinhardt, manteniendo el control absoluto de la situación, se acercó aún más a Jordan, violando su espacio personal con la frialdad de quien sabe que puede hacerlo. Con una calma perturbadora, Reinhardt observó cómo Jordan aún temblaba de dolor, pero su rostro estaba endurecido por la rabia.—Además, tienes que tener cuidado de dónde pones las manos —indicó, recordando el momento en que el chico trató de detenerlo—. Nunca vuelvas a levantar la mano contra mí. ¿Me entiendes, campesino?Jordan luchaba por liberarse, pero cuanto más se movía, más dolor sentía. No respondió a lo que Reinhardt acababa de decir, pero su mirada fulminante mostraba su desprecio. —Si hubieras sido otra persona, ya te habría cortado la muñeca —recalcó el Jefe—. Pero, en tu caso, siendo el pianista y necesitándote para ciertos trabajos, no lo he hecho. Me he contenido, pero no me hagas volver a pensarlo.En un movimiento rápido, Reinhardt volvió a alzar el brazo de Jordan, torciéndolo aún más hacia atrás. Los
—¿Eh? —soltó Jordan, atónito, sin poder deducir qué era lo que su Jefe trataba de hacer. Segundos después, Reinhardt lo miró con severidad.—Hazlo ahora, campesino —ordenó, con su tono cada vez más autoritario.Con un nudo en el pecho, Jordan comenzó a moverse hacia el asiento trasero. La incomodidad se apoderó de él, pero lo hizo sin cuestionar más, como un reflejo condicionado. Al llegar al asiento trasero, Reinhardt, con su habitual control, le dio la siguiente orden.—Saca el respaldo que está en medio del asiento —indicó—. Estíralo fuerte y se moverá.Jordan, aún confundido, comenzó a mover el asiento, retirando el respaldo con manos temblorosas.—Ahora, entra en el maletero. Puedes entrar a través de ese espacio. Luego vuelve a colocar el respaldo en su sitio. Y escúchame bien, campesino. Pase lo que pase, oigas lo que oigas, no salgas. ¿Te quedó claro? Es una orden, obedece.El corazón de Jordan latió con fuerza y su mente se llenó de preguntas aterradoras.«¿Por qué me está p