Reinhardt fue el primero en notar algo extraño. Escuchó el crujido tenue de la madera al ser comprimida. Una pisada... luego otra. Lentas, avanzando hacia la entrada de la casa como si el destino mismo viniera a cobrarse una deuda.Jordan, aún sacudido por la conversación que no había podido terminar, no lo notó al principio, pero pronto escuchó también ese sonido. Por lo tanto, ambos se quedaron inmóviles.Reinhardt giró la cabeza hacia la puerta justo cuando la manija comenzó a moverse con lentitud. Y entonces ocurrió: la manija giró del todo y la puerta se abrió, lentamente, con un quejido largo y grave. No hubo forma de ocultarse, no hubo manera de evadir la mirada de la figura que se presentó en el umbral.Allí, de pie, como una sombra salida de una pesadilla, se encontraba Zaid. Su cuerpo seguía mostrando los rastros de un daño brutal, secuelas evidentes del atropello que Reinhardt le había causado. Aunque sus heridas no habían sanado del todo, había algo peor en él: su presenci
Reinhardt incrustó su mirada en Zaid con una intensidad helada, sus ojos no mostraban ni una chispa de emoción, pero había algo en su expresión que dejaba claro que no permitiría que nadie, y mucho menos él, tuviera el dominio sobre su persona. No se trataba solo de su físico o de su habilidad, era la fuerza de su voluntad que se reflejaba en cada movimiento. Aunque en su interior sabía que la situación era peligrosa, nunca daría la más mínima muestra de vulnerabilidad. Estaba acostumbrado a ser el depredador, no la presa, y esta vez no sería la excepción. No importaba si Zaid tenía una ventaja, Reinhardt jamás se rebajaría a reconocérselo.—Zaid —pronunció él—. Parece que olvidaste la advertencia que te di la última vez. Te dije que este campesino es mío, que me pertenece. Entonces, ¿por qué sigues persiguiéndolo? ¿Es que acaso estás buscando que te mate? En la última ocasión, tuviste suerte de que te haya dejado con vida, pero estoy cansado y harto de tu existencia, deja de provocar
Zaid, no obstante, procuró no dejarse intimidar. Darse vuelta y solo irse dejándolos allí sería aceptar la derrota ante Reinhardt, una más de tantas. Además, no era propio de su personalidad solo retirarse sin dar batalla. Estaba harto de sentirse inferior, de siempre perder contra él. Zaid fue el primero en haber encontrado a Jordan -es decir, a Isabella-, y con esa lógica, creía que el chico debía ser suyo, pues quien lo encuentra primero se lo queda. Sin embargo, para Reinhardt no funcionaban esas tontas reglas.De pronto, en su rostro apareció una sonrisa.—Este... chico y yo estamos más unidos que nunca, Reinhardt. Aunque tú te creas que esta cercanía que compartes con él es inquebrantable, te aseguro que no es así. Lo que nosotros tenemos, lo que nos une, es mucho más profundo. Un secreto que compartimos... y del cual tú no tienes idea.La mirada de Jordan se endureció y una chispa de comprensión cruzó sus ojos. Él no se estaba refiriendo a la muerte de su familia, al sufrimient
Zaid, sin amedrentarse, lo desafió con una sonrisa burlona.—Entonces pelea. Si quieres quedarte con él, pelea, Reinhardt.Reinhardt no dudó ni un segundo antes de responder.—En todas las batallas que hemos tenido, tú siempre has perdido. ¿Acaso me estás rogando que te mate? ¿Es eso lo que quieres? Incluso fuiste a mi territorio, desafiando mi autoridad y tratando de quitarme lo que me pertenece, de adueñarte de lo que es mío. ¿Quién te has creído?La sonrisa de Zaid se amplió, pero sus ojos brillaron con cierta rabia.—No voy a permitir que me mires por encima del hombro —declaró.—Yo estoy muy por encima de ti en muchos sentidos, no hace falta decirlo —señaló.—En la jerarquía de la mafia tal vez, pero soy igual de peligroso que tú, o tal vez más.—No me pongas al mismo nivel que tú, ¿cómo te atreves? Qué descarado eres —siseó.Zaid frunció los labios, incapaz de mantener su sonrisa.—Deja de subestimarme, Reinhardt. Y saca tu arma.—¿Me estás pidiendo a gritos que te asesine? —pre
Al llegar nuevamente al salón, Jordan se fijó en la escena frente a él, viendo que Reinhardt seguía en una confrontación directa con Zaid. De pronto, Reinhardt golpeó a Zaid con un puñetazo certero, enviándolo al suelo. Zaid, respirando pesadamente, estaba en el piso, pero su rabia no había desaparecido. Con un movimiento ágil y rápido, sostuvo su arma y apuntó hacia Reinhardt.Zaid estaba a punto de disparar, pero entonces, el instinto de Jordan tomó el control. Con la escopeta en sus manos, no lo pensó ni un segundo. Levantó el cañón del arma, apuntó hacia Zaid y apretó el gatillo. El disparo resonó como un trueno dentro de aquel lugar y el sonido se amplificó en las paredes como si toda la casa temiera lo que acababa de suceder. La bala voló con una precisión mortal y alcanzó la mano de Zaid.El impacto fue devastador. La mano de Zaid, que antes sujetaba el arma con furia, fue literalmente destrozada. Los fragmentos de hueso, carne y sangre volaron por todos lados. La visión de su
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.