Blanca exhaló aire transmitiendo cierta preocupación, pero siempre mirándola con cariño.—Ojalá hubieras podido seguir estudiando en vez de trabajar tanto.Isabella bajó la mirada por un momento, pero luego sonrió con resignación.—Es la vida que me tocó, Blanquita. Tal vez algún día pueda ir a la ciudad y estudiar algo… pero por ahora, debo quedarme aquí y seguir ahorrando.—Sabes que esta casa siempre será tuya —le aseguró Blanca—. Si en algún momento decides regresar, estaremos aquí para ti.—Lo sé —susurró Isabella, agradecida.Pasó la mañana junto a Blanca y su esposo, compartiendo recuerdos y risas entre el aroma del café recién hecho y el crujir de la leña en la chimenea. En un momento, preguntó por Alexis, el hijo de la pareja, con quien había compartido muchas jornadas de trabajo en la granja.—Salió temprano, pero seguro le encantará saber que viniste —expuso Blanca—. ¿Por qué no te quedas un rato más?—Me encantaría, pero quería pasar por el río antes de regresar —respondió
La joven dejó escapar un suspiro silencioso y esbozó una sonrisa dulce. Alexis tenía apenas dieciocho años, tres menos que ella. Era un muchacho atractivo, sin duda alguna, pero lo que más resaltaba de él era su carácter. Era educado, respetuoso, siempre cortés en su trato con los demás. Un joven trabajador, inteligente, servicial. Un buen hombre, sin lugar a dudas, alguien con un futuro prometedor.—Alexis… —pronunció ella con suavidad, intentando elegir con cuidado sus palabras—. No pienses en eso ahora. Eres muy joven, tienes toda una vida por delante.Su voz era cálida, pero había en ella una nota de preocupación. No quería desilusionarlo, pero tampoco deseaba que él sacrificara su juventud por un sueño construido sobre la emoción del momento.—Una vez que alguien se casa, las cosas cambian. El matrimonio no es solo una promesa, es una responsabilidad, y no quiero que tomes una decisión de la que puedas arrepentirte. Deberías disfrutar de tu libertad, escalar alto, construir tu ca
Isabella frunció el ceño con desconfianza mientras miraba a Zaid. Había algo en él que le resultaba extraño, inquietante incluso. Su forma de hablar y esa manera de sonreír con una serenidad que parecía más bien una amenaza velada, la hacían sentirse incómoda.—No tengo por qué decirte mi nombre. No te conozco —respondió fríamente, procurando mantener su distancia.Zaid no pareció tomarse a mal su respuesta. Al contrario, esbozó una sonrisa que hizo que la incomodidad de Isabella se intensificara.—Pues para conocernos, dímelo —replicó con un tono casi juguetón—. Como te dije, soy Zaid Albaz. ¿Y tú eres...?El silencio se extendió entre ellos por unos segundos. Isabella no quería responder. Había algo en la forma en la que él la observaba, en la manera en que sus ojos cafés parecían estudiarla con un interés que no le gustaba.—No eres de por aquí —alegó al fin, esquivando la pregunta con astucia—. Supongo que no nos veremos seguido. No creo que sea necesario que sepamos nuestros nomb
—¿C-Cómo dices? —Isabella pestañeó repetidamente, impactada por la reciente declaración.—Lo has oído bien. Estoy interesado en ti.—P-Pero... —la joven tenía toda la intención de decirle que ella no lo estaba, para que no se hiciera ideas extrañas. Sin embargo, antes de que pudiera articular palabra, Zaid se despidió.—Mañana volveré por más carne.Y se fue, sin esperar una respuesta, como si su decisión ya estuviera tomada y ella no tuviera voz en ello.Durante toda la semana, Zaid apareció cada día en el mercado, siempre en su puesto, pidiendo lo mismo. Carne. Isabella intentó ignorarlo al principio, que simplemente era un cliente más. Aunque le haya dicho que estaba interesado, ella no tenía porqué corresponderle. Pero el modo en que la observaba, el modo en que sonreía—una sonrisa torcida, ajena a cualquier emoción genuina—hacía que cada encuentro se sintiera como un aviso de algo peor.Isabella no podía evitar sentir que algo en Zaid no encajaba. Desde el primer día que apareció
Isabella se quedó completamente inmóvil al ver a Zaid, como si su cuerpo hubiese olvidado cómo reaccionar. Una sensación helada se deslizó a través de su médula espinal, erizando cada vello de su piel. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, reflejando sorpresa y pavor. Su respiración se tornó irregular, por lo que su pecho subía y bajaba de manera acelerada.—¿Qué haces aquí? —logró articular, aunque su voz sonó débil, casi quebrada.Zaid la miró con una sonrisa ladina, ese tipo de sonrisa que no presagiaba nada bueno. Se llevó una mano a la mandíbula y se rascó con parsimonia, como si estuviera considerando qué responder. Finalmente, con un encogimiento de hombros, decidió hablar.—Te seguí.Lo dijo como si no fuera gran cosa, como si fuera un simple juego, como si fuese un niño travieso confesando haber hecho una travesura. No había rastro de culpa en su tono, ni la más mínima intención de disculparse.La respuesta la desconcertó aún más y el corazón de Isabella empezó a martillear
Isabella sintió que su corazón estaba a punto de explotar dentro de su caja torácica cuando Zaid continuó acercándose a ella con pasos lentos y decididos. Su presencia llenaba la habitación de una ansiedad sofocante, como si el aire mismo se hubiera vuelto irrespirable con su sola existencia. Entonces, Isabella levantó una mano con firmeza, estirando los dedos en un gesto claro de advertencia.—Detente. No te acerques más —impuso.Zaid, sin embargo, ignoró su súplica por completo. Una sonrisa apenas perceptible se asomó en sus labios mientras continuaba avanzando con la seguridad de alguien que ya ha tomado una decisión inamovible.Isabella sintió su pulso acelerarse y, en un acto reflejo, comenzó a retroceder, un paso tras otro, sintiendo cómo la distancia entre ellos se acortaba peligrosamente. Su espalda finalmente chocó contra la dura superficie de la puerta y un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta de que estaba acorralada.Zaid se detuvo apenas a un suspiro de distancia
Isabella sintió el miedo treparle por la columna como un frío gélido, inmovilizándola por un instante al comprender la peligrosa determinación de Zaid. Evidentemente no iba a retroceder, para él no importaban sus súplicas ni su rechazo. Isabella se lo había dicho con claridad: no quería estar con él, no le gustaba, no sentía nada por él. Pero Zaid simplemente lo había ignorado con una sonrisa cruel y unas palabras que la hicieron estremecer: "No me importa que no te guste".El significado de esas palabras se clavó en su pecho como un cuchillo afilado. No iba a dejarla ir, sino que iba a obligarla a estar con él. Isabella sintió un nudo de desesperación formarse en su garganta, pero no iba a rendirse sin luchar. No se quedaría de brazos cruzados, permitiendo que Zaid hiciera lo que quisiera con ella. Entonces, su instinto de supervivencia se encendió como una llama furiosa.Zaid la sujetaba del hombro con fuerza y su agarre era férreo, como si quisiera aferrarla a él sin dejarle escape
Isabella retrocedió sobre la cama, pegándose a la cabecera, mientras que Zaid se inclinó hacia el colchón, apoyando un codo mientras la miraba con una sonrisa ladeada, casi perezosa, pero con un brillo peligroso en sus pupilas.—Voy a disfrutar esto como no tienes idea —musitó—. Desde aquí puedo oler que no tienes ningún tipo de experiencia, ¿no es así?No era una pregunta, era una afirmación. Una certeza que lo deleitaba.—Y eso… —exhaló lentamente, como si saboreara la idea— eso me encanta. Me emociona, pues significa que nadie ha puesto las manos en ti. Que nadie ha recorrido tu piel… Que nadie, absolutamente nadie, te ha hecho sentir placer. No en la forma en la que el cuerpo puede hablar.Se detuvo un momento, como si estudiara su reacción. No necesitaba que ella hablara. Lo veía en su mirada.—No hace falta que me lo digas. Lo noto en la forma en la que miras, en el aroma de tu cabello… en la manera en la que hablas, en cómo te mueves... Todo de ti grita que estás intacta. He co