Laura dio una vuelta por las tiendas y al final decidió comprarle una corbata a Miguel.En tres años de matrimonio, ella siempre había sido quien preparaba su vestuario diario. Después de pensarlo un momento, ya tenía claro el color de corbata que quería comprar.La vendedora la vio y la saludó amablemente:—¿Qué tipo de corbata busca, señorita? ¿Necesita que le recomiende alguna?Laura sonrió con dulzura:—Primero quiero ver por mi cuenta, ¡si necesito ayuda te aviso!La vendedora le devolvió la sonrisa:—Por supuesto, adelante.Laura miró un rato y eligió una bonita corbata color vino tinto. La ropa de Miguel era solo de tres colores: negro, blanco y gris. Una corbata color vino combinaría perfecto con todo.Mientras pagaba, de repente Laura vio que Miguel había respondido a la foto de lencería sexy que le acababa de enviar: "Tiene demasiada tela".Laura lo maldijo en voz baja por descarado, pagó enseguida, se le volvieron las mejillas rojas y salió apurada con sus compras.Iba tan r
Miguel entró al comedor hecho una furia, con una expresión tan de pocos amigos que daba miedo.Laura se puso tensa al instante y, por impulso, escondió con rapidez el celular detrás de su espalda, temiendo que lo revisara.—Ya... ya llegaste —tartamudeó nerviosa.Miguel se plantó justo frente a ella y la miró fijamente con sus ojos oscuros y penetrantes, como si quisiera leerle la mente.Laura pensó de inmediato en el estudio de Patricia e intentó desviar la atención:—¿Por qué no subes a cambiarte mientras sirvo la sopa?Miguel la tomó con brusquedad del mentón y le sonrió con malicia:—¿Hablando con Santiago? ¿Por qué colgaste tan rápido cuando llegué? ¿Te sientes acaso, culpable de algo?Maite le había contado todo: que Laura y Santiago se habían criado juntos, que tenían una conexión especial, y que los Montero siempre la habían visto como parte de la familia. Según ella, Laura era capaz de cualquier cosa por Santiago.También le contó que hace tres años, cuando el grupo Montero es
Lo de Santiago y ella... no era algo que se pudiera explicar tan fácilmente.Miguel le clavó una fulminante mirada:—¿Por qué te tocas el vientre? ¿Estás embarazada?Laura sintió que se le helaba la sangre y respondió de forma atropellada:—¡Me duele el estómago, por eso me lo toco! ¡Siempre nos cuidamos, es imposible que esté embarazada!Su tono desesperado la hizo sonar aún más sospechosa.Miguel se tornó más furioso:—Más te vale no estar embarazada, porque si no...Era cierto que siempre se cuidaban y las pocas veces que se les había olvidado, Laura tomaba apresurada la pastilla del día siguiente.Si Laura estaba embarazada, ¿de quién era ese bebé?Laura no se imaginaba lo que Miguel estaba pensando. Solo se concentraba en cómo ocultar su embarazo.¡Temía que al enterarse, Miguel la obligara a abortar!¡Era su bebé y no dejaría que nadie le hiciera daño!Sandra trajo de inmediato la sopa y al ver a Laura distraída, le susurró:—Señora, la cena está servida.Laura volvió en sí y tom
Laura levantó la cabeza asustada al ver la cara sombría de Miguel, que presagiaba una fuerte tormenta.Suspirando se defendió en voz baja:—Tengo hambre, ¿podemos comer algo primero?—Antes no eras así. ¿Cambiaste por Santiago? —la miró con desconfianza, recordando que antes, cuando él quería, ella siempre cooperaba y tenían una química especial en la cama. Pero desde que mencionó el divorcio hace unos cuantos días, lo evitaba y rechazaba la intimidad. ¡No podía creer que no hubiera algo más!Bajo su mirada escrutadora, Laura sentía escalofríos. Había olvidado por completo lo suspicaz y astuto que era, cómo notaba cualquier cosa fuera de lo normal. De manera inconsciente, se tocó el vientre otra vez, preguntándose si se habría dado cuenta de su embarazo.—¿Por qué no dices nada? ¿Lo admites entonces verdad? —Miguel contenía su ira para no agarrarla del cuello.—¡No es lo que piensas! ¡De verdad tengo hambre! ¡No tiene nada que ver con nadie! —exclamó Laura, sabiendo que no podía hacer
Jenny temía que Laura aprovechara ese instante para seducir a Miguel. ¡Eso no podía permitirlo!—Esta noche tengo que ocuparme de asuntos de la empresa, no tengo tiempo —respondió en ese momento él.—¿Y si traes el trabajo aquí? Miguel, tengo miedo... —la voz de Jenny se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas.—Hablamos luego, ve a cenar. Adiós —Miguel frunció el ceño. A veces le molestaba que Jenny llorara por todo.Al otro lado de la línea, Jenny apretaba el teléfono con fuerza, su rostro deformado por la rabia. ¡Seguro que esa maldita zorra de Laura había hablado mal de ella y por eso Miguel no quería venir!La cuidadora entró con paso firme con la comida y al ver su expresión terrible, tembló:—Señorita Urquiza...Jenny le arrojó un vaso de agua:—¡Soy la señora Soto, no señorita Urquiza!El vaso golpeó con violencia el hombro de la cuidadora, quien perdió el equilibrio. La bandeja se volteó, derramando la sopa y la comida por el suelo.—¡Ni siquiera puedes sostener una bandeja!
Karina frunció el ceño, molesta:—¿Qué puede ser tan urgente? ¡Primero resolvamos lo tuyo con Maite!A ella le gustaba Laura. Lamentaba que no pudieran ser suegra y nuera. Tampoco quería que su hijo se casara con Maite, pero los Montero y los Sánchez eran vecinos desde siempre y tenían negocios juntos. Si este compromiso se rompía, inevitablemente el grupo Montero sufriría las consecuencias. No quería ese desenlace, pero de manera egoísta deseaba la felicidad de su hijo. Con el corazón dividido, solo podía dejar la decisión en sus manos, ya que era su vida después de todo.—¡Voy a firmar un paquete en la entrada, regreso enseguida! —Santiago salió apresurado.—¡Santiago, espérame! —Maite se levantó ansiosa.—¡Siéntate! —la reprendió Carlos con una mirada severa.—¡Papá! —protestó Maite pataleando como niña. Por fin veía a Santiago y solo quería estar cerca de él. ¿Por qué su padre no la dejaba?—Tranquila, siéntate —la jaló Lina con suavidad. Emanuel mantenía una expresión serena, aun
El mayordomo retrocedió esquivando su mano. ¿De dónde sacaba tanta confianza para llamarse señora de la casa cuando los Montero querían romper el compromiso?Maite, furiosa por no conseguir el paquete, levantó en ese instante la mano para golpearlo:—¡No eres más que un simple perro de los Montero! ¡Ni siquiera reconoces a tus jefes, no vales nada!Santiago, sin poder contenerse más, le sujetó la muñeca con fuerza:—¡Maite, cállate!Él nunca había considerado a los empleados inferiores. ¿Con qué derecho los insultaba?Maite, sintiendo que le rompería la muñeca, rompió a llorar desconsolada:—¡Santiago, me estás lastimando! ¡Seguro Laura está envenenando nuestra relación!Santiago se irritó al escucharla:—¿Puedes dejar de meter a Laura en todo? ¿Qué te ha hecho ella para que la calumnies de esa manera?Laura era la víctima inocente, pero en boca de Maite era una criminal.Maite miró atónita al elegante hombre frente a ella:—¡Me gritas por esa maldita zorra! Santiago, ¡todavía la amas,
Emanuel no quería meterse más en este asunto turbio y miró fijamente a Santiago:—Es el matrimonio de tu vida, dinos qué piensas.—Está bien —respondió Santiago secamente. Total, si no podía casarse con Laura, daba igual con quién lo hiciera.Maite se emocionó demasiado al escuchar su respuesta. ¡Por fin se casaría con Santiago! ¡Sería la señora Montero!—Sigan cenando, debo responder un correo en el estudio —se excusó Santiago cortésmente, ansioso por abrir el paquete.—¡Quiero acompañarte! —los ojos de Maite brillaban mirando con amor a Santiago. Deseaba estar pegada a él cada segundo del día.—¡Maite! ¡Compórtate! —la regañó Carlos en voz baja—. ¡Santiago va a trabajar, no lo molestes!Él sabía perfectamente que Santiago no quería este matrimonio. Solo su hija, obsesionada con el amor, era incapaz de ver el rechazo en sus ojos.—¿Verdad que puedo ir, Santiago? —insistió Maite, acostumbrada a salirse con la suya y sin miedo a sus padres. Además, pronto se casarían, ¿qué tenía de malo