Capítulo 4

La mirada de Hiz temblaba. Las yemas de sus dedos se tornaron blancas por apretar con tanta dureza el vaso que llegó a rechinar por la fuerza recibida.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando vio que Dober avanzó un paso hacia ella, después, aquella mano grande volvió a acariciar su mejilla derecha.

—No te dejaré en un lugar como este —le escuchó decir—. Por favor, ven conmigo.

Sabía que no podía negarse, de hecho, no tenía las fuerzas suficientes para contradecirlo, aunque por dentro estuviera retorciéndose y gritando con todas sus fuerzas para impedir que la apartaran de su madre.

—Hiz, mírame —pidió Dober.

Ella subió su mirada con miedo, las líneas de agua en sus ojos dificultaban su visión y sus labios rosados estaban encendidos y temblorosos.

—Aunque mi deseo sea llevarte conmigo, tampoco quiero obligarte a hacer algo en contra de tu voluntad.

A Hiz le pareció gracioso que le dijera aquello, porque, sabía que, aunque ella le explicara que tenía una madre que dependía de su cuidado y protección, él la llevaría consigo, como un recordatorio que obtuvo de la aldea de los Infinitos.

—No miento —aseguró Dober—, tampoco te ordeno que acates mi petición, si tu voluntad es otra, yo la aceptaré.

Hiz dejó salir un jadeo ahogado por la impresión. Necesitaba saber si realmente Dober hablaba con la verdad, por eso parpadeó dos veces y las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Dober llevó su otra mano al rostro de la joven y limpió una de las lágrimas. Se observaron fijamente, sus ojos llegaron a comunicarse por primera vez y, para sorpresa de Hiz, aquel hombre era sincero en sus palabras, no la estaba obligando en lo absoluto, era todo lo contrario, se preocupaba por ella.

Las manos de Dober eran cálidas, suaves, se notaba que no hacía ningún trabajo pesado con ellas, únicamente recogía papeles y los firmaba. Todo lo contrario a las manos de Hiz, que estaban ásperas y resecas de tanto meterlas en agua de jabones, así mismo como tenía que barrer y levantar cosas pesadas. Aunque la chica se sentía orgullosa de decir que así de delgada como la veían, era bastante fuerte.

—Señor, tengo una madre, no puedo apartarme de ella —comenzó a decir—, me temo que debo rechazar su generosa oferta.

—Tu madre también es bien recibida, no debes separarte de ella.

Hiz bajó la mirada. Por un momento la propuesta de Dober llegó a seducirla cuando supo que podría seguir al lado de su madre, pero, a los segundos lo descartó, sabía que su madre se moriría de la decepción cuando le contara. Después de lo que los Plumas le habían hecho a su familia, los odiaba con todas sus fuerzas, se suponía que ella también lo hacía, pero, el estar tan cerca del segundo mandatario de aquella raza, se dio cuenta que no lo odiaba, al menos, no a Dober. Tampoco es como que podría llegar a sentir amor por él, pero… le gustaba esa sensación de saber que se estaba preocupando por ella. ¿Debía preocuparse por sentirse a gusto por esa sensación?

—Es muy amable señor, pero debo rechazar su oferta —dijo.

—Hiz, no me des una respuesta ahora —pidió Dober—, piénsalo con más calma. —Contempló el rostro de la joven y acomodó un mechón de cabello rebelde detrás de su oreja—. Mañana nos iremos, dame una respuesta a primera hora.

Por un instante a Hiz le pareció que la mirada de Dober sonreía, que estaba llena de toda la expresión que no reflejaba a los demás. Sus rostros estaban demasiado cerca y Hiz podía sentir su respiración golpearle la piel, no sabía cómo retroceder, hacerle saber a Dober que, por más amable que fuera con ella, eso no haría que pudiera corresponderle.

Pronto, sus labios se encontraron, se entrelazaron y un beso empezó a florecer entre aquella turbulenta situación. Fue lento, sin nada de prisa, pero, por reflejo, Hiz se apartó de un salto, dejando a Dober sorprendido por primera vez en el poco tiempo que la chica lo conocía.

—Oh… señor, lo siento mucho —se disculpó ella con voz nerviosa.

Una ligera sonrisa se formó en el rostro de Dober, algo que impresionó en gran manera a la joven. Era la primera vez que lo veía sonreír, ¿tan a gusto se sentía con ella?

—No te preocupes —respondió el hombre.

La tomó de una mano, obligándola a dejar de apretar con tanta fuerza el vaso que seguía sosteniendo.

—Llámame Dober, sólo Dober —pidió—. Esto sí es una orden, ¿entendido?

—Sí, se- —Hiz cerró los ojos mientras se lamentaba a sus adentros, dejó salir un suspiro y relajó sus hombros para volver a abrirlos—. Sí, Dober. —Oh… eso había sonado demasiado raro.

Dober sonrió por unos segundos, después, la joven hizo una reverencia, se acercó hasta el cesto de sábanas sucias, las tomó y salió de la habitación.

Cuando estuvo en frente del ascensor, se recostó a la pared y dejó que sus piernas flaquearan.

¡¡¡¿Qué había hecho?!!!

Llevó una mano hasta sus labios: besó al segundo hombre más importante del planeta, eso había hecho. Le pidió que se fuera con él y lo había rechazado, Dober insistió, pero ella volvió a rechazarlo. ¿Tanto coraje tenía para rechazar a alguien como él?

Aunque sabía que muchas personas habían muerto a manos de él, el saber que alguien tan insignificante como ella tenía la atención de unos ojos tan poderosos como los de Dober, la hacía sentirse protegida.

Aquello le repudiaba porque alguien que tenía el poder de palabra como Dober había hecho que su padre muriera.

Al estar dentro del ascensor se pellizcó un brazo para reprenderse, sabía que debía volver a la realidad de todo lo que la rodeaba. Ella era un Infinito y él un Pluma asesino que no le importaba nadie más que él mismo.

El resto del día, los planes tanto de Dober como de Hiz se vieron cambiados cuando llegó un grupo de más Plumas al hotel para revisar lo acontecido la noche anterior.

Se creó un silencio lleno de temor cuando todos los empleados vieron a aquel grupo vestido con trajes negros subir hasta la habitación de Dober y estuvieron allí encerrados por unas largas horas.

Cuando enviaron a un grupo de chicas a llevar el almuerzo, donde Dane estaba incluida, al bajar, lograron comunicar que los Plumas estaban planeando un castigo hacia los Infinitos por la rebelión del día anterior.

Era un cuchicheo silencioso, lleno de claves que sólo los Infinitos lograban entender. Sus miedos se reflejaban en lo rígidos que caminaban, en las miradas que se echaban entre ellos en los pasillos.

Y después estaban las que habían escuchado todo, como Dane.

—¿Y qué dijo el señor Dober? —preguntó Hiz en un susurro.

—Está de acuerdo, claro —aseguró Dane entre un susurro que le salía ronco—. Es quien preguntó qué castigo deben recibir los Infinitos.

Se acurrucaron más en la esquina grisácea del patio del hotel.  

—Me pareció una burla que hablaran eso tan abiertamente sabiendo que nosotras estábamos allí —comentó una de sus compañeras, en total eran cinco las que cuchicheaban—. Era como si nosotras no valiéramos nada.

—Somos simples objetos sin valor para ellos —esbozó Hiz con desprecio.

—Lo peor es que decretaron toque de queda desde las cuatro de la tarde —Dane se cruzó de brazos.

—¡Pero el tren sale a las cinco y media, ¿cómo nos vamos a ir?! —Se asustó una chica rubia de ojos grises.

—Esa es la idea, a todos nos tocará caminar hasta la casa —explicó Dane—. ¡Y ay de que nos encuentren los del Gran Grupo!, nos van a moler a golpes.

Los ojos de Hiz estaban desorbitados, ¡eso era una crueldad! Prácticamente los tomaron como gallinas de juego que debían ser atrapadas. En vez de un castigo, estaban jugando con ellos, era la excusa perfecta para matar a los de su raza.

Más de una allí presente se cubrió la marca de Infinito en su cuello, como si con aquello se olvidaran o escondieran que pertenecían a ese nivel insignificante.

Por más que se lavara el rostro y restregara sus labios con la palma de su mano derecha con fuerza, el asco no se le quitaba de encima. ¿Cómo dejó que un hombre tan desagradable como Dober Momson llegara a seducirla? ¿Dónde quedaba todo lo que veía a diario?

Mientras él estaba sentado en aquel sillón, recibiendo todos los placeres que los Infinitos le brindaban, él preparaba un castigo para toda su raza y encima intentaba llevársela a ella consigo.

—Deja de hacer eso, te vas a pelar los labios —escuchó detrás de ella en el baño.

Se echó un poco de agua fría nuevamente en el rostro y apoyó sus manos sobre el lavamanos. Escuchó un suspiro por parte de Dane.

—La señora Margaret nos dejó ir temprano —informó—. Dice que lo mejor será encerrarnos temprano antes que salgan los agentes del Gran Grupo a tomar presos a todos los que estén por las calles.

Hiz volteó a verla con impresión.

—Sí, la señora Margaret no es tan mala como parece —se cruzó de brazos—. Ante todo, recuerda que es un Infinito, si la ven por ahí en la noche podrían apresarla también los agentes.

Hiz soltó un suspiro.

—Bueno, vámonos, no quiero seguir aquí —pidió la joven con cansancio.

Dane quería preguntarle qué era lo que le estaba sucediendo, ya que se comportaba muy rara desde que estuvo en la habitación de Dober, sin embargo, pensó que era bastante común que ella estuviera tan nerviosa después de ver todo lo que sucedía en su entorno.

Al caminar por la recepción, Hiz, junto con todas sus compañeras de trabajo, vieron que un grupo de Plumas estaban esperando en la entrada. Muchos sonreían con burla al verlas acercarse a ellos.

Se estaban burlando entre risas; claro, sabían que les tocaba toda una larga una caminata hasta su aldea, porque, por más que la señora Margaret las dejara salir temprano, el tren ya había partido, justamente más puntual de lo normal —cuando siempre acostumbraba a retrasarse— o tal vez se había adelantado ese día: todo con tal de que los Infinitos no pudieran tomarlo. Sobre todo ellas, porque debían servirle a los Plumas hasta que la señora Margaret les dejó marcharse.

Al pasar por aquel grupo, escucharon las risitas y un “qué basurero” de uno de los muchachos del fondo.

Eran simples empleados de los grandes mandatarios que habían llegado, muchos eran guardaespaldas. Pero, aun así, creían que estaban muy por encima de la marca más pobre y débil del planeta.

Aunque, para muchos allí presentes, fue algo inesperado que el chofer del gran mandatario se acercara al grupo con un porte elegante y las detuviera.

—Señorita Hiz —llamó.

La chica se detuvo en seco y, como era natural, miró a sus amigas para comprobar que no se estuviera equivocando.

—El señor Dober Momson ha ordenado que la lleve hasta su casa —informó el hombre.

Ella arrugó el entrecejo y retuvo el aire. Escuchó el cuchicheo de sus compañeras y algunas exclamaciones por parte de los Plumas.

—Disculpe, ¿qué? —preguntó la chica.

Estaban en la entrada del edificio y detrás del chofer se encontraba una esfera negra de cristal flotante con un tamaño considerable como para llevar dentro de ella a todas las cinco compañeras de Hiz y al chofer.

—Como ha oído, señorita, el señor Dober Momson pidió que la llevara a su casa —volvió a explicar el hombre con un tono tranquilo, pero fuerte como para que todos los allí presentes lo escucharan—. Por favor, venga conmigo.

Las manos de Hiz comenzaron a sudar y su corazón palpitó con fuerza.

—No —respondió de repente, notó que el hombre no lograba comprenderla, como si aquella respuesta le pareciera imposible—. No —volvió a contestar Hiz, ahora con más firmeza en su voz.

Dober podía ver desde su gran ventana todo lo que sucedía a las afueras del hotel, cómo Hiz conversaba con su chofer y, así mismo, la cara descompuesta del hombre le explicaba todo lo que sucedía.

También, cuando Hiz retrocedió y junto a ella se fue todo su grupo (algunas se veían decepcionadas, otras, confundidas y de cierta manera alarmadas), sabiendo lo que una negación hacia los Plumas podría desencadenar la muerte para las otras personas que no pertenecían a esta raza.

Sin embargo, para Dober esto era mucho más interesante, tenía tiempo que no encontraba a alguien que llegara a negarse a sus peticiones. De hecho, sólo había una persona en el planeta que lograba llevarle la contraria y esa persona ahora era la que mandaba al resto del planeta: El Mando Mayor. Después de él no existía nadie.

—Qué curioso —balbuceó mientras se cruzaba de brazos y un rayo de sol se colaba por el vidrio de la ventana.

Estaba emocionado: la triste y pobre aldea de los Infinitos estaba comenzando a impresionarlo.

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