Para suerte de ellas, el no haberse movido de sus lugares les ayudó a salvar sus vidas, porque no había pasado media hora cuando otro grupo —esta vez como de unos treinta en total—, pasaron por allí. No decían mucho, sólo caminaron a paso apresurado y se pudo escuchar una maldición de uno de ellos que renegaba porque el primer grupo se fue muy deprisa y no los esperaron.
Una hora después de haber pasado aquel grupo, Dane comenzó a llorar.
—Se me durmieron las piernas —sollozó Dane en un hilo de voz.
—Esperemos un poco más —ordenó Hiz a susurro.
—Creo que es un grupo pequeño —comentó su amiga—. Si fuera más grande ya habrían pasado.
—¿Y si dejaron vigilantes?
—Es un grupo pequeño, si fueran más, tal vez los dejarían, pero no creo.
—Entonces —Hiz comenzó a removerse en su lugar—, vamos. No perdamos más tiempo. Esto se pondrá peligroso dentro de unas horas.
—Sí —Dane empezó a reincorporarse, al igual como su amiga.
Las dos chicas no pensaron en caminar, esta vez, tanto como lo permitían sus piernas, corrieron: saltaron piedras, rodaron por el suelo y llenaron sus bocas de arena, así mismo como recibieron algunos raspones y latigazos de ramas.
Dane estaba a punto de desmayarse cuando vieron las pequeñas y desgastadas farolas de su aldea encendidas. Aquello era muy raro, las personas las apagaban cuando sonaba el toque de queda para así ahorrar gas.
Cuando las chicas caminaron hasta sus casas, encontraron a un grupo de cinco vecinos hablando en una esquina, al verlas, todos caminaron a paso apresurado y se encerraron en sus casas.
Las chicas voltearon por reflejo para asegurarse de que eran las únicas por allí, pero no, no lo eran. Vieron las siluetas de dos hombres que caminaban en su dirección.
No tuvieron que decir palabra alguna, sabían que debían correr por sus vidas. Así lo hicieron y llegaron hasta las puertas de sus casas, tocaron con mucha fuerza y gritaron para que sus madres supieran que eran ellas.
Hiz pudo ver que Dane entró al instante en que la puerta de la casa de la chica se abrió. En cambio, su mamá demoró unos segundos más en abrirle la puerta.
Cuando pudo entrar, ayudó a la señora a poner una tranca de madera a la puerta para asegurarla.
—¡Por Dios, Hiz, ¿por qué vienes a esta hora?! —soltó la mujer casi a grito mientras cerraba la puerta y la reforzaba poniendo una tranca que cruzaba lo ancho de la misma.
—Yo… —La joven trataba de calmarse—. Se me pasó el tiempo leyendo el libro al señor Dober y… —Tomó aire— se nos pasó el tren, después caminamos por el bosque para volver y… esos hombres, yo… Dane y yo —volvió a tomar aire— tuvimos que escondernos de esos hombres y después, había unos hombres que parecían perseguirnos. Que- ¿qué está pasando? ¿Quiénes eran esos hombres?
Su madre estaba con las manos entrelazadas cerca de su barbilla, se veía asustada y bastante pálida. Se acercó un poco más a su hija para hablar bajo.
—Después del toque de queda un grupo de hombres de la aldea se fueron a enfrentar a los Plumas que llegaron a la ciudad —explicó con tono más bajo—. Comenzaron a gritar para que los hombres salieran y… algunos intentaron explicarles que era muy mala idea hacerlo, pero quienes lo hicieron terminaron azotados. Nos dijeron que no saliéramos y que, quien de aviso a los guardias del Gran Grupo, van a matarlos.
Hiz llevó una mano hasta su pecho intentando calmarse. Ellas sabían que aquellos hombres únicamente fueron a buscar la muerte.
Los hombres de las Plumas eran muy poderosos, tenían el don de la telequinesis, en cambio, los Infinitos carecían de algún don. Aunque llevaran armas, ¿de qué le iban a servir al momento de enfrentar a los Plumas?
En su mundo los Plumas siempre habían gobernado sobre las otras razas y los Infinitos no influían de ninguna forma frente a las razas; eran los más débiles. Los Plumas podían mover los objetos a su antojo, de hecho, hasta a las mismas personas, por lo mismo eran los más fuertes y hasta se rumoraba que los que estaban en el mando podían matar con el pensamiento.
Aquella noche Hiz no pudo dormir, así como estaba segura de que toda su aldea no lo hizo. Tal vez los Plumas tomarían aquella rebelión como una excusa para eliminar esa pobre e insignificante aldea.
A primera hora de la mañana Hiz se fue a cambiar para ir al trabajo, necesitaba ver si lo habían destrozado todo. Le preocupaba aquello, no podía quedarse sin trabajo.
Cuando salió, se sorprendió al ver a Dane frente a su puerta, tenía un pequeño raspón cerca de su ceja izquierda.
—¿Cómo estás? —preguntó Dane.
—Bien, ¿y tú?
—No pude pegar los ojos, estoy muy nerviosa —se sinceró la chica.
—Yo también.
—¿Crees que ellos pudieron hacerle daño a los Plumas?
—Claro que no. De seguro se murieron antes de tocar el hotel.
—Ojalá sea así —soltó Dane con voz casi inaudible.
—Mejor vamos, debemos llegar temprano al hotel; no sea que se nos pase el tren otra vez —Hiz tomó la mano de su amiga y las dos bajaron dos peldaños y cruzaron la calle.
Cuando estaban cerca de la plaza que estaba antes de la parada de tren, vieron a un gran tumulto de personas rodeándola. Se escuchaban pequeños gritos y llantos, mientras, otros sólo curioseaban asustados.
—¿Qué está pasando? —inquirió Hiz.
Las dos chicas se adentraron entre la muchedumbre y soltaron unos gritos al ver a un grupo de unos veinte cuerpos de hombres ahorcados guindando de unas horquetas con letreros que decían “busqué mi propia muerte”, “intenté asesinar a un Pluma”, “te sucederá lo mismo que a mí si tocas a los Plumas”.
Dane vomitó segundos después de ver aquella cantidad de hombres colgados, mientras, el cuerpo de Hiz empezó a tiritar por el miedo. Logró reconocer algunos de aquellos rostros, los conocía por ser vendedores de comida en el mercado, uno de ellos era el lechero y otro el que apagaba los faroles cuando sonaba el toque de queda. Ninguno de ellos era un vándalo como tal, solamente personas cansadas por el dominio de una raza y con ganas de hacer valer su voz.
Pero ahí estaba reflejada la valentía de personas que no tenían ningún don especial frente a una raza poderosa. Algo le decía que, cuando llegaran al hotel encontrarían a todas aquellas personas de la Pluma como si nada hubiese pasado.
Cuando estaban subidas en el tren, por las ventanas podían ver en el exterior algunos cuerpos colgados con aquellos letreros en sus pechos. Imaginaba que lo hacían para que todos lo recordaran de camino a sus trabajos y, cuando estuvieran frente a los Plumas tuvieran más respeto o miedo.
Y sí, al llegar, el hotel estaba intacto, únicamente con la diferencia que se podía ver más Plumas caminando de un lado a otro con papeles, bajando y subiendo las escaleras.
—Por fin llegas —escucharon que dijeron desde el fondo.
Las dos chicas reconocieron la voz de la señora Margaret que se acercaba a ellas. Las recibió en la recepción y tomó a Hiz de una mano.
—Ve a atender al señor Dober, dijo que no va a dejar entrar a nadie que no seas tú —informó—. Pregúntale qué quiere desayunar —paseó la mirada por sus lados—, y por nada en el mundo le menciones lo ocurrido —soltó con tono más bajo. Observó a Dane que también estaba cerca de ellas—. Se están llevando a todos los que murmuran por ahí, tengan cuidado.
Un escalofrío pasó por todo el cuerpo de Hiz. Lo menos que quería esa mañana era ver a aquel terrible hombre, sabía que se le haría muy difícil verlo al rostro y no recordar los muertos exhibidos en la aldea.
—Ve, niña —pidió la señora Margaret con voz más fuerte—, ve a atenderlo, y de paso cambias las sábanas de su cama por unas limpias, las blancas de algodón, cámbialas por esas.
—Sí, señora —aceptó Hiz y corrió hacia el elevador.
Al llegar a la habitación, Hiz observó que los cuatro guardaespaldas de la Pluma estaban custodiando la puerta. Al darse cuenta de la presencia de la muchacha, posicionaron sus ojos grises en ella.
—Eh… —Hiz titubeó— soy la… Soy Hiz, el señor Dober Monson mandó a llamarme.
Uno de ellos acentuó y le hizo señas con una mano para que pasara.
A Hiz le sorprendió que ellos reconocieran su nombre, ¿tanto la había mencionado aquel hombre para que ellos la recordaran casi al instante?
Dio dos golpecitos a la puerta y después escuchó un “¡adelante!”. La joven giró la perilla, empujó y entró a la habitación.
Se sobresaltó cuando encontró al joven abotonándose una camisa blanca de mangas largas, tenía medio pecho al descubierto. Ella decidió bajar la mirada para no hacerlo enojar y que mucho menos sus ojos indiscretos cometieran alguna equivocación.
—Señor, buenos días, ¿me mandó a llamar?
—Así es —respondió Dober—. Quiero que seas la única que entre a esta habitación por hoy.
—A sus órdenes, señor —aceptó Hiz—. ¿Desea desayunar?
Se escuchó un suspiro largo.
—No quiero comer —comentó—. Organiza la habitación, no me gusta el desorden.
Hiz alzó la mirada y en aquel momento notó que había algunos libros regados en el piso, así mismo como las sábanas de la cama estaban arrugadas y encontró una mancha de sangre cerca de la punta de una de ellas.
Imaginó que la habitación estaría más desorganizada, algo que le diera muestras de haberse producido alguna pelea allí, pero no, daba más la impresión de que Dober estuvo sin nada que hacer en toda la noche y lanzó al piso libros que no lograban entretenerlo. Pero aquella mancha de sangre… ¿qué le habría pasado? Era mucha para decir que se cortó algún dedo con un papel delgado o al tratar de pelar una fruta y era muy poca para decir que recibió alguna herida de algún ataque sorpresa.
Hiz comenzó a recoger los libros del suelo y los empezó a acomodar sobre una estantería.
—No, no —dijo de repente Dober—. Esos no los quiero a la vista, mételos en el baúl.
¿Baúl?
—¿Tiene un baúl? —inquirió la chica en un hilo de voz.
—Sí, el baúl de donde los saqué —respondió él con tono obvio, como si ella debiera saberlo.
La joven paseó la mirada por todo el lugar, tratando de encontrarlo para no tener que preguntarle al hombre por su dichoso baúl. Lo vio a los segundos en un rincón de la habitación.
Parecía un cofre, de esos donde se guardan los tesoros. Imaginó que para él aquellos libros debían ser como su preciado tesoro; aunque, para ser tan valiosos no los sabía cuidar al tirarlos en el piso. Sin embargo, imaginó que, para una persona como él que tenía todo en la vida, debía tratar sus cosas preciadas como si no lo valieran.
Hiz se reincorporó sosteniendo los libros sobre sus manos, bastante cerca de su vientre y la pila llegaba hasta su pecho. Se acercó al cofre y, en vista de que tenía las manos repletas y no podría abrir la tapa del dichoso cofre, tuvo que agacharse y dejar los libros en el piso para poder abrir la tapa y meterlos en el interior de éste, uno por uno.
Al poder observar el interior del cofre, pudo ver unos manuscritos, libros viejos y otros forrados con tapa de cuero oscuro. Por como todo estaba algo desordenado en el interior, parecía que Dober estuvo rebuscando allí de forma desesperada, imaginaba que debía ser algún libro en específico.
Cuando terminó de arreglar los libros en el interior, volteó a ver qué hacía el hombre y lo encontró sentado en un sillón observándola nuevamente con aquella mirada pesada y seria.
Se preguntaba el por qué Dober siempre la veía de aquella forma. No deseaba estar íntimamente con ella y mucho menos tener una conversación, entonces, ¿qué era lo que quería? ¿Por qué de todas las chicas que trabajaban allí la eligió a ella?
Volvió a apartar la mirada hacia la cama, quitó las sábanas, las echó en el cesto de la ropa sucia y después sacó de la parte superior del closet unas limpias, las de algodón que la señora Margaret le pidió poner.
—¿Tuviste problemas anoche? —inquirió Dober de repente.
La joven paseó la mirada por el hombre y después continuó con su tarea.
—No, señor —dijo ella intentando poner entera tranquilidad en sus palabras.
—¿Cómo hiciste para volver ayer?
Hiz tragó en seco y humedeció sus labios.
—Caminando, señor —respondió antes de que su voz se quebrara.
—Tu aldea está bastante retirada si se va caminando —comentó Dober—, ¿te fuiste sola?
La chica terminó de vestir la cama y calmó su respiración mientras alisaba la tela de su uniforme.
—Señor, —lo observó fijamente. Sabía que debía contestar todas sus preguntas, pero no le apetecía en lo absoluto— ¿se le ofrece algo más? —Caminó hasta la pequeña mesa donde había un vaso de vidrio vacío, lo tomó y lo apretó con fuerza.
—Sí —Dober se acomodó en su sillón—, que me respondas cómo llegaste ayer a tu casa.
—Ya le he respondido —dijo ella con suavidad—, me fui caminando y he llegado bien, —titubeó antes de agregar—, si no hubiese sido así, no estaría frente a usted ahora.
Los ojos oscuros de Dober la escudriñaron. Ella imploraba que no siguiera aquel interrogatorio, porque ya empezaba a imaginar qué era lo que él estaba buscando y… aquello le aterraba en gran manera.
—Sabes lo que sucedió anoche —confesó Dober y se levantó, quedando los dos frente a frente.
Aquello aterró horriblemente a Hiz, que, al tenerlo tan de cerca notó lo alto, corpulento y aterrador que podría ser Dober. Ella, siendo bastante delgada por el hambre que debía pasar, se veía frágil, pequeñita, una chica que podría romperse con un fuerte apretón.
Hiz intentaba no mirarlo a los ojos, en cambio, decidió plantar su vista en el vaso que sus manos apretujaban con fuerza.
—Pasó dos horas después que te marchaste —escuchó y sus pelos se pusieron de punta—. ¿Te encontraste con ellos anoche?
Hiz volvió a tragar en seco y su respiración se congeló.
—¿Te han hecho daño?
Al escuchar aquella pregunta alzó la mirada. ¿Se estaba preocupando por ella?; qué hombre tan raro.
Los labios de Hiz temblaron, pero, al sentir el tacto de una mano acariciando su mejilla derecha, un escalofrío pasó por todo su cuerpo, erizándolo por completo.
La mano de Dober bajó hasta su barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Dime, ¿te hicieron daño? —Sitió un ligero ardor cuando él palpó un pequeño aruño en su mejilla derecha.
—N-no-n… No, oh… no, señor —soltó y sintió su rostro enrojecer por completo—. Es-es… Estoy bien, se lo juro.
Dober bajó la mano, pero la siguió observando con mucha intensidad. Su mirada se entornó y parecía estar inspeccionándola para descifrar si era cierto lo que decía.
—¿Lo viste todo? —inquirió.
El estómago de Hiz empezó a revolverse al recordar a todos aquellos hombres que vio con vida y después estaban colgados en aquellas orquetas. Tuvo que sacar fuerzas desde lo más recóndito de su ser para poder hablar.
—No, señor —respondió—. Mi amiga y yo tomamos un atajo para ir a casa.
—¿Por qué me mientes? —inquirió—. ¿Tienes miedo de que te haga daño por lo que me digas?
El rostro de Hiz estaba rojísimo, sus manos temblaban mientras sostenían el vaso que peligraba con resbalarse, a veces sus piernas tiritaban, pero intentaba controlarlas.
—No le miento, señor —explicó con voz un tanto quebrada—, mi amiga y yo tomamos un atajo para volver a casa —humedeció sus labios con la poca saliva que aún tenía su boca—. Nos escondimos cuando vimos a un grupo pasar con antorchas. Pero no sabíamos a dónde se dirigían, creímos que eran maleantes, por eso nos escondimos. No le miento al decirle que no vi nada de lo que… sucedió —suplicaba porque lo último no la condenara.
Pareció que aquello sí convenció a Dober, porque no volvió a insistir en que le contara la verdad. Se impresionó por lo insistente en que podía ser aquel hombre por obtener la verdad completa.
—No deberías seguir viviendo aquí —dijo Dober haciendo un poco de espacio entre ellos—. Es muy peligroso —ladeó un poco la cabeza—. Ven conmigo.
Los ojos de Hiz se abrieron en gran manera por el impacto de lo que acababa de escuchar, después, al procesarlo, tragó en seco.
La mirada de Hiz temblaba. Las yemas de sus dedos se tornaron blancas por apretar con tanta dureza el vaso que llegó a rechinar por la fuerza recibida.Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando vio que Dober avanzó un paso hacia ella, después, aquella mano grande volvió a acariciar su mejilla derecha.—No te dejaré en un lugar como este —le escuchó decir—. Por favor, ven conmigo.Sabía que no podía negarse, de hecho, no tenía las fuerzas suficientes para contradecirlo, aunque por dentro estuviera retorciéndose y gritando con todas sus fuerzas para impedir que la apartaran de su madre.—Hiz, mírame —pidió Dober.Ella subió su mirada con miedo, las líneas de agua en sus ojos dificultaban su visión y sus labios rosados estaban encendidos y temblorosos.—Aunque mi deseo sea llevarte conmigo, tampoco quiero obligarte a hacer algo en contra de tu voluntad.A Hiz le pareció gracioso que le dijera aquello, porque, sabía que, aunque ella le explicara que tenía una madre que dependía de su cuidad
Hiz lo sabía, pero no podía detenerse, de hecho, todo lo que había dentro de ella se estaba chocando y batiendo una guerra.—¡Estás loca! —gritaba Dane detrás de ella y sus amigas la apoyaban en el reclamo—. ¡¿Cómo se te ocurre despreciar a la segunda persona más importante del mundo?!—¡Sí, Hiz, estás buscando que nos maten a todas por tu culpa! —gritó otra chica, una de cabello rubio y ojos rasgados color esmeralda.—Parece que se te olvidan todos esos cuerpos que vimos en la plaza —soltó Dane con amargura.Hiz se devolvió para verle las caras a sus amigas que detenían el paso en seco. Se encontraban a la entrada de un estrecho camino hecho de ladrillos rojos que las conducirían a una serie de callejones por el cual podrían salir de la diminuta ciudad para poder llegar a su aldea.Hiz sabía que allí, en aquella soledad, podría decirles a todas esas chicas lo que estaba pensando sin que el miedo la detuviera.—¡Es justamente por todos esos cuerpos, por esas personas! —dijo con amarg
—Vi los cuerpos —informó Ben sentado en la cama con las piernas subidas al colchón.Hiz rebuscaba en el escaparate de madera unas sábanas, tenía que ponerse de puntitas para poder sacar del fondo la manta con la que Ben siempre se arropaba cuando pasaba la noche en la casa.—Pero los vi cuando venía hacia acá —aclaró con tono apresurado—. Por eso tu mamá me dijo que me quedara —Ben siempre justificaba el hecho de pasar la noche allí.La joven volteó a verlo. Ahí, en la intimidad de la habitación, Hiz le pareció que por primera vez en muchos años (si no es que era la primera vez del todo) le pareció algo guapo. Tal vez se trataba que estaba usando ropa que se notaba que era nueva; que la camisa de color gris le hacía resaltar su piel acaramelada y sus ojos azules agua marina y ese cabello castaño oscuro, liso y despeinado, lo hacía lucir fresco esa noche.Le pasó la sábana que Ben aceptó con un diminuto “gracias”. Hiz se sentó a su lado en silencio.Ella no era muy parlanchina, de hech
—¡Por todos los cielos! —gritaba Hiz mientras corría por toda la habitación mientras se amarraba su cabello con su típico moño donde enroscaba todo su pelo—, ¡mamá, debiste despertarme más temprano!—Lo hice, pero no te despertaste —soltó ella mientras se levantaba de la cama con voz ronca—. No te vayas sin desayunar, deja que te caliente algo, al menos.—¡No, imposible! —exclamó ella mientras terminaba de ponerse sus zapatos negros.—¡No te vayas sin nada en el estómago!—Comeré en el hotel.—¡Yo sé que no lo harás, nunca lo haces! —La mujer salió a toda prisa hacia la cocina.Hiz chasqueó la lengua con rabia, sabía que ahora la obligaría a comerse algo, no le gustaba, porque después terminaba con agriera por comer muy deprisa; a ese ritmo su gastritis terminaría matándola.Cuando salió de la habitación se encontró con Ben y su rostro de adormecimiento, se notaba que los gritos de las mujeres lo habían despertado.—Hiz, ¿te vas tan temprano? —preguntó con palabras perezosas.—Sí, en
—¿Por qué me pregunta eso? —inquirió Hiz, aún con la mente en blanco.—Apestas a su energía —gruñó Dober—. Te dejaste besar de él y todo tu cuerpo ahora tiene su olor. —Le apretó el cuello con más fuerza. Los ojos de Hiz se llenaron de espanto. ¡¿Cómo era posible que lograra saber todo eso con simplemente olerle el cuello?!De pronto, sintió que alguien entró a su mente y los recuerdos de la noche anterior comenzaron a pasar por sus ojos: el momento en que encontró a Ben en su casa; cuando estaban los dos conversando en la habitación; el momento exacto cuando el chico comenzó a besarla; las manos de él recorriendo su cuerpo; los besos en su cuello.Dober dejó salir un gruñido y soltó el cuello de Hiz con rabia, pero, la chica sintió una energía que atrajo su mandíbula un poco más hacia él, lastimándole un poco la piel por la brusquedad.—No aceptas mis favores, pero dejas que él te manosee. Un insignificante Triángulo. Un don nadie —gruñó Dober y Hiz notó que el iris de sus ojos no e
La chica también empezó a comer, pero con bastante lentitud. Incluso, Dober acabó su desayuno y Hiz aún seguía comiendo, sentía que iba a reventar por la llenura.—Disculpe, señor, pero no puedo comer más —se dio por vencida.Dober estaba acomodado en la silla, observándola como siempre. Examinó el plato y notó que sí se había comido más de la mitad del hígado y el puré batatas.—Bien —aceptó—, pero tómate el jugo.La chica tomó los últimos tragos del zumo de naranja y después, sintiendo que su estómago le agradecía algo de peso, se recostó en la silla.Notó que Dober se mostraba bastante satisfecho con lo que veía, se levantó de la silla y caminó rumbo al baño. Ella imaginó que se lavaría los dientes y las manos.Después de unos minutos regresó y tomó del closet un abrigo negro de botones que le llegaba hasta las rodillas. Al ponérselo, Hiz volvió a tener la sensación de que estaba con alguien sumamente importante, así que se levantó de la silla casi de un salto.—Repósate antes de v
El joven corrió a él y tomó el pañuelo, enseguida, se arrodilló frente al hombre para comenzar a limpiarle el zapato con mucha agilidad, como si aquello fuera la cosa más importante que le habían ordenado en su vida.Cuando terminó, se levantó con la cabeza gacha y extendió el pañuelo al hombre. Pero éste le manoteó los brazos con fuerza, haciendo que el pañuelo volara de las manos del chico y cayera al piso.—¡¿Cómo crees que voy a aceptar algo tocado por escorias como tú?! —soltó con tono de repudio.—Mil disculpas, señor —comenzó a decir el chico una y otra vez.—Largo.El jovencito salió corriendo a esconderse entre los espectadores. Mientras, él peinó su cabello con una mano e inspiró hondo, sintiéndose con su orgullo renovado.Comenzó a caminar rumbo a la entrada del viejo hotel y fue seguido por un grupo de Plumas.Cuando los espectadores comenzaron a dispersarse, un grupo de compañeros de Hiz corrieron a ayudarla.—¿Estás bien? —Empezaron a preguntar mientras la ayudaban a lev
Era difícil engañar a Dober Momson. Tal vez, era imposible.Él podía leer el pensamiento, y lo hizo desde que Dane había comenzado a hablar. Además, ¿cómo creer que Hiz se había marchado a casa? ¿Se iría sola y caminando? Ya sabía Dober que eso en la cabeza de Hiz no entraría como una opción, era una chica que medía mucho los riesgos.Y ahí estaba Dane, guiando al señor Dober hasta la parte baja del hotel, a una bodega utilizada para meter los trastes viejos, allí, en una cama vieja, se encontraba Hiz descansando.Antes de llegar a la bodega, fue todo un espectáculo ver al señor Dober Momson caminando por todos los pasillos donde únicamente transitaban los empleados. Delante de él iba Dane, como perrito regañado, guiando al hombre y le hacía señas a sus compañeros que quedaban paralizados viéndolos acercarse a ellos, para que se alejaran y les dieran paso.Los pobres Infinitos querían traspasar las paredes para no tener que chocarse con aquel hombre. Hiz estaba dormida para el momen