Hiz dejó salir un suspiro mientras observaba los árboles del bosque mecerse con la brisa, dejando que los rayos de luz penetraran entre las hojas para así caer sobre el rostro de la chica.
Le encantaban los momentos de soledad como aquellos, donde su alma podía respirar tranquilidad, no tenía que pensar en nada, simplemente vivir el momento. Por un instante cerró los ojos mientras sus pulmones se llenaban de aire y sus oídos comenzaban a saciarse por la orquesta que formaba la naturaleza a su alrededor.
—¡Hiz! —escuchó que la llamaron.
Rodó la mirada hacia la izquierda donde encontró la silueta de una joven de esbelta figura, morena, con un largo cabello achocolatado lacio y ojos verdes, era su mejor amiga Dane, quien le hacía señas con una mano para que llegara a donde se encontraba. Perezosamente se levantó del suelo y caminó en dirección a ella mientras se limpiaba su vestido gris con las manos en la parte de atrás.
—¡La señora Margaret nos está llamando! —informó Dane con voz preocupante.
—¿Llegaron los nuevos clientes? —preguntó.
—¡Sí, y son muchos, no deja de gritar tu nombre! —le dijo.
—¡Me va a matar! —gritó mientras empezaba a correr.
Las dos muchachitas se dirigieron a grandes zancadas a un callejón un tanto estrecho creado por paredes de piedra un poco húmedas. Se encontraron con una plaza donde las personas iban y venían con canastas llenas de verduras, gallinas en jaulas, caballos que relinchaban mientras un pequeño viejo gordo gritaba para que los animales les hicieran caso.
Dane observó cómo el viejo le dio una palmada a un caballo con fuerza y éste lo pateó con las patas traseras.
—¡Mira, Hiz! —soltó Dane desplegando una sonrisa animada.
Hiz volteó a ver al viejo gordo que estaba tirado en el piso intentando tomar el aire que el golpe sacó de sus pulmones.
—¡Se lo merecía, estaba cansada de ver cómo maltrataba a esos pobres caballos! —espetó Hiz.
Las chicas escucharon que una puerta de madera se abrió de forma brusca y una mujer de cuerpo robusto, con un lunar en su barbilla fruncida demostraba en su sudado rostro lo furiosa que estaba: se trataba de la señora Margaret, quien, mientras se limpiaba las manos, fulminaba a las chicas con la mirada.
—¡¿Dónde andaban, partidas de flojas?! —reconvino la señora Margaret.
—¡Lo sentimos mucho! —gritaron las chicas con miedo.
—¡Rápido, a trabajar! —ordenó fuertemente resoplando en sus rostros—, ¡ya, ya, ya!
La señora Margaret cuando se llenaba el hotel se estresaba en gran manera y les gritaba a todos los empleados. Hiz entró a la recepción y encontró a una gran cantidad de hombres que esperaban para ser atendidos, sus compañeros tomaban las maletas de los clientes y los hacían pasar.
Los ojos rosados de la muchacha se paseaban de un lugar a otro sin saber a quién atender primero.
—Hiz, ¿qué haces? —preguntó Dane frente a ella—, toma a cualquiera y dirígelo a una habitación, son personas muy importantes, son la marca Pluma que estábamos esperando.
La piel de Hiz se erizó por completo y abrió su boca de la impresión, llevó una mano a sus labios, luego, paseó la mirada por los hombres, quienes eran atendidos por los empleados.
En aquel momento, en la recepción cayó un gran silencio y se le abrió paso a alguien que estaba llegando. Las jovencitas pudieron ver a un hombre de aparentemente veinticinco años acercándose totalmente vestido de negro, con un atuendo elegante, siendo custodiado por cuatro guardaespaldas. Era alto, bastante blanco y con un cabello de un color peculiar: era violeta oscuro; con los ojos negros que creaban una mirada bastante profunda y demandaba un aire de imponencia.
La señora Margaret salió del tumulto de empleados y posada frente al imponente hombre hizo una venia y se presentó, aquel joven repitió la acción de la mujer. Ella rodó la mirada a todos sus empleados, quienes ya estaban con las manos llenas de maletas y las únicas disponibles y con mejor semblante eran Hiz y Dane, les hizo señas con los ojos para que se acercaran.
Dane no era capaz de mirar a aquel joven a los ojos, permanecía con la cabeza gacha en un intento forzado por mostrar respeto. Todo lo contrario a Hiz, que no era capaz de apartar sus ojos rosados de aquel peculiar hombre.
Un Pluma de rango alto, era la primera vez que observaba a alguien como aquel. Sus ojos negros parecían que la llamaban y sus pestañas largas, tupidas y erguidas parecían susurrarle que anduviera con cuidado, porque si él deseaba, podía asesinarla únicamente con el hecho de pensarlo.
De repente, sintió un codazo en sus costillas. La señora Margaret se había percatado de la gran imprudencia de su empleada. Aquel dolor hizo que Hiz se doblegara un poco y bajara la mirada hasta sus zapatos negros llenos de barro. Después, al darse cuenta que Dane comenzaba a avanzar, se acercaron, hicieron una reverencia y tomaron las maletas que traía un hombre que anteriormente no se habían percatado de su presencia.
Se le había reservado para aquel joven el último piso que era el más amplio y elegante del pequeño hotel que era el mejor en aquella pequeña ciudad; claro, si aclaramos que un viejo y destartalado hotel en la aldea de los Infinitos podría llamarse el mejor en cuanto a elegancia se refiere: la insignificante raza de obreros grises no tenía ni para pagar un candelabro producido por la raza de los Diamantes.
Hiz dejó la maleta del hombre en el cuarto.
—Ordenen la ropa en el closet después de haberla planchado —pidió de repente el joven—. Tengo hambre, así que preparen una salsa de verduras baja en sal con vegetales al vapor.
—Por supuesto señor, enseguida —aceptó la señora Margaret.
Hiz se dio cuenta que el nuevo huésped era bastante exigente. Rodó la mirada a Dane, quien estaba muy seria.
El joven se dio cuenta de la expresión que sostenía Hiz en su rostro y le pareció interesante.
—Por favor, que esta chica planche mi ropa en el cuarto —ordenó.
Todos quedaron confundidos al escuchar la petición del huésped y rodaron la mirada a Hiz, que era señalada por la mano derecha del joven.
Así fue como Hiz a la media hora estaba planchando en un rincón del cuarto la ropa del hombre, mientras él la observaba desde un sillón donde estaba sentado, sosteniendo en una mano un libro. Era la cosa más incómoda que Hiz debió pasar en su vida.
Él la reparó de arriba abajo: una muchacha de cuerpo sencillo, piel clara y un poco estropeada por el sol, cabello rojo y rostro bastante tierno y muy concentrado en su trabajo. Tenía puesto un uniforme gris que era un vestido de tela gruesa bastante discreto y cumplía la función de dejar por desapercibido cualquier parte de su cuerpo en el cual algún hombre pudiera fijarse (cuello alto y mangas largas).
—¿Cómo te llamas? —le preguntó.
—Hiz, señor —respondió la chica con voz tranquila.
—¿Desde cuándo trabajas en este hotel? —siguió interrogando.
—Desde hace seis años —contestó Hiz sin dejar de hacer su trabajo.
—¿Y tu edad?
—Veintidós —Hiz tragó en seco, ¿por qué le estaba preguntando tanto sobre su vida?
—Entraste a trabajar aquí muy joven —expresó el muchacho.
—Sí, señor —acentuó Hiz.
—Mi nombre es Dober Momson, soy representante segundo de la ciudad de Plumas, pero, me imagino que ya lo sabías —se presentó, aunque ella nunca lo pidió.
—Sí señor, ya lo sabía —dijo Hiz.
No tenía muy claro quién era en realidad aquel importante personaje, pero ahora que lo tenía aclarado, un gran miedo por hacer las cosas mal la invadió. No cualquiera puede soportar la penetrante mirada de alguien como Dober mientras le hacía un interrogatorio como aquel. La voz del hombre era gruesa, como el gruñido de una fiera mientras observa a su presa.
La joven sabía que, por como hablaba aquel hombre, no estaba acostumbrado a parafrasear, más bien, se notaba que era alguien que no repetía lo que decía dos veces y mucho menos de esos que animaban las conversaciones con sus ideas, por lo contrario, era quien apagaba las conversaciones con su mera presencia.
A Hiz le preocupó que estuviera escudriñando en su vida personal, y cuando un hombre como él hacía eso, era porque tenía algo entre manos. Las jovencitas de su edad se preocupaban mucho, ya que ellos tenían la costumbre de llevárselas después a su ciudad y nunca más las volvían a ver.
—Cuando termines de planchar la ropa necesito que te quedes y me leas este libro —informó Dober.
Hiz alzó la mirada para poder ver al hombre que estaba a unos metros de distancia de ella, quien sostenía el libro en su mano derecha, dejando a la vista la portada de éste. Dober le hacía peticiones muy extrañas a Hiz y eso le asustaba.
Las horas le parecieron eternas, al terminar de planchar la ropa y organizarla en el closet, Hiz tragó en seco, se acercó a Dober, que nunca dejó de observarla con aquella mirada que escondía sus intenciones.
El joven le mostró con una mano un sillón que se encontraba al lado de él, frente a ellos se encontraba una enorme ventana que dejaba ver el atardecer en las montañas. El cielo se pintaba como un gran lienzo lleno de multicolores que se mezclaban y excitaban los ojos de tanta belleza.
Hiz tomó el libro y lo abrió, tenía como título “Árbol de deseos” y narraba la vida de un viejo árbol que estaba cansado de vivir en una montaña, parecía ser una simple historia de niños, pero no era así; pronto la historia tomaba un rumbo totalmente diferente, aparecía un hombre que le pidió al árbol un deseo para así conquistar a una bella dama que vivía en su ciudad, aunque, ella no sabía nada de la existencia de él. Fue así como el árbol le dio un fruto que él debía regalarle a la muchacha, cuando ella lo comiera, se iba a enamorar perdidamente de él.
Tuvieron que dejar la historia hasta aquella parte, aunque, Hiz quería saber qué pasaba con la mujer y el deseo del árbol que ya no quería vivir en aquella montaña. Pero, su turno había acabado y vivía bastante lejos del hotel.
—Mañana, cuando regreses, me seguirás leyendo el libro —informó Dober—. Quiero que ya estés en el cuarto lista para leerme el libro cuando yo llegue, aquí, como ahora.
—Sí, señor —aceptó Hiz.
La joven después de unos minutos salió del cuarto un tanto confundida con las peticiones de Dober. Varios de sus compañeros se acercaron a ella para comenzar una profunda interrogación; pasó horas a puertas cerradas con aquel hombre y muchos rumores se crearon.
—¿Qué te hizo hacer? —preguntaron.
—Primero planché su ropa y después me dijo que le leyera un libro —respondió.
—¡¿Un libro?! —inquirió la señora Margaret con gesto de confusión.
—Sí… Pide cosas muy extrañas —confesó Hiz con las manos entrelazadas.
—¿Por qué no dejó que le lleváramos la comida que mandó a preparar? —indagó Dane.
—No quería que interrumpieran la lectura, ahora va a dormir, pide que nadie lo moleste —informó.
Los empleados se miraron las caras sin saber qué pensar, tenían mucho tiempo que no recibían un cliente que hiciera peticiones tan extrañas como el que le lean un libro.
Hiz se acercó a la señora Margaret para informarle sobre la otra petición que Dober le hizo. Iban en el ascensor que era un poco viejo acompañadas de Dane.
—¿Te pidió que fueras mañana? —le preguntó Margaret.
—Sí, que estuviera preparada para cuando él llegara —informó Hiz.
La señora Margaret reparó el rostro de Hiz, por su mente pasó la idea de que Dober lo que quería era tener algo más con alguna de las empleadas; había muchos casos así y a ella no le tocaba hacer otra cosa más que ceder brindando a las más hermosas para así no tener ningún problema y tener mejores dividendos.
Notó que Hiz no era tan agraciada, su cuerpo no estaba dotado de muchas curvas y voluptuosidades, además, su piel pálida se veía estropeada por el sol. En cambio, Dane era una hermosa morena de curvas proporcionadas, con su busto, piernas largas, ojos verdes que resaltaban su mirada y aquella cascada de cabello lacio encantaba a cualquiera: toda una belleza tropical bastante rara en un lugar tan frío como aquel. Dane era la más indicada para darle un buen momento de placer al cliente.
—No, quien estará en su cuarto mañana será Dane —le dijo a Hiz.
—¿Qué? —inquirió Dane mientras su piel se erizaba.
—Sí, Hiz no podrá satisfacer al señor Dober, en cambio, tú, Dane —la observó fijamente—, eres mucho más bonita. Espero que lo dejes satisfecho. Recuerda que después del Mando Mayor, el señor Dober es el que tiene más poder, así que, si no queda satisfecho vamos a tener problemas: no sólo la raza de los Infinitos, sino también el hotel. Por eso, Dane, tienes una gran responsabilidad entre manos.
Dane sintió un hueco en su pecho, nunca imaginó que le hicieran una petición como aquella. No pudo negarse, el hacerlo sería como pedir que la mataran y esto era lo único que ganarían. Todos en su raza debían ser sumisos y aceptar cualquier petición sin vacilar.
Las dos jóvenes llegaron a sus casas en silencio, cuando estuvieron a las afueras de las viviendas Dane soltó el llanto y Hiz la abrazó sintiéndose muy culpable por no hacer nada.
—¡Yo no quiero hacer eso! —confesó Dane.
—Lo sé, amiga, lo siento, quien debería ir soy yo, no tú —dijo Hiz.
Había un gran sentimiento de impotencia atrapado en el pecho de Hiz, ¿por qué debían de tratarlos como si fueran objetos? Su pobre amiga no merecía pasar por lo que, seguramente, sería una violación. Como si fuera poco, no podían quejarse, simplemente estaban limitadas a obedecer órdenes.
Aquellas marcas en sus cuellos que tenían forma de un infinito las hacían esclavas de una vida miserable, tenían que resignarse a ser inferiores a las demás marcas importantes como lo eran las Plumas, tener que soportar las peticiones asquerosas como las de Dober hasta que la muerte los abrazara.
Hiz entró a su casa que era un tanto pequeña, hecha de madera. Su madre se encontraba en la cocina lavando unos platos, cuando la vio aparecer por el marco de la puerta, le mostró una sonrisa muy amorosa.La señora era muy joven, de aproximadamente treinta y cinco años, tenía los mismos ojos rosados de su hija, aunque, su cabello era de un color castaño claro.—Hiz, ¿cómo te fue hoy? —saludó mientras se lavaba las manos llenas de espuma.—Muy bien, mamá, —respondió Hiz— ¿estás cocinando? —Abrió un poco sus fosas nasales para inspirar el aroma de las especias que recorrían la habitación.La mujer acentuó con la cabeza.—¿Quieres comer? —le preguntó a su hija—, ya le falta poco.—Sí, tengo mucha hambre —respondió la joven.—Bueno, voy a servir —dijo la mujer sonriente.Su mamá se adentró a la cocina para seguir en su labor, mientras, Hiz caminó por un pasillo un poco estrecho hasta llegar a su habitación, donde dejó su pequeño bolso sobre la cama para después tirarse de cara en el colch
Para suerte de ellas, el no haberse movido de sus lugares les ayudó a salvar sus vidas, porque no había pasado media hora cuando otro grupo —esta vez como de unos treinta en total—, pasaron por allí. No decían mucho, sólo caminaron a paso apresurado y se pudo escuchar una maldición de uno de ellos que renegaba porque el primer grupo se fue muy deprisa y no los esperaron.Una hora después de haber pasado aquel grupo, Dane comenzó a llorar.—Se me durmieron las piernas —sollozó Dane en un hilo de voz.—Esperemos un poco más —ordenó Hiz a susurro.—Creo que es un grupo pequeño —comentó su amiga—. Si fuera más grande ya habrían pasado.—¿Y si dejaron vigilantes?—Es un grupo pequeño, si fueran más, tal vez los dejarían, pero no creo.—Entonces —Hiz comenzó a removerse en su lugar—, vamos. No perdamos más tiempo. Esto se pondrá peligroso dentro de unas horas.—Sí —Dane empezó a reincorporarse, al igual como su amiga.Las dos chicas no pensaron en caminar, esta vez, tanto como lo permitían
La mirada de Hiz temblaba. Las yemas de sus dedos se tornaron blancas por apretar con tanta dureza el vaso que llegó a rechinar por la fuerza recibida.Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando vio que Dober avanzó un paso hacia ella, después, aquella mano grande volvió a acariciar su mejilla derecha.—No te dejaré en un lugar como este —le escuchó decir—. Por favor, ven conmigo.Sabía que no podía negarse, de hecho, no tenía las fuerzas suficientes para contradecirlo, aunque por dentro estuviera retorciéndose y gritando con todas sus fuerzas para impedir que la apartaran de su madre.—Hiz, mírame —pidió Dober.Ella subió su mirada con miedo, las líneas de agua en sus ojos dificultaban su visión y sus labios rosados estaban encendidos y temblorosos.—Aunque mi deseo sea llevarte conmigo, tampoco quiero obligarte a hacer algo en contra de tu voluntad.A Hiz le pareció gracioso que le dijera aquello, porque, sabía que, aunque ella le explicara que tenía una madre que dependía de su cuidad
Hiz lo sabía, pero no podía detenerse, de hecho, todo lo que había dentro de ella se estaba chocando y batiendo una guerra.—¡Estás loca! —gritaba Dane detrás de ella y sus amigas la apoyaban en el reclamo—. ¡¿Cómo se te ocurre despreciar a la segunda persona más importante del mundo?!—¡Sí, Hiz, estás buscando que nos maten a todas por tu culpa! —gritó otra chica, una de cabello rubio y ojos rasgados color esmeralda.—Parece que se te olvidan todos esos cuerpos que vimos en la plaza —soltó Dane con amargura.Hiz se devolvió para verle las caras a sus amigas que detenían el paso en seco. Se encontraban a la entrada de un estrecho camino hecho de ladrillos rojos que las conducirían a una serie de callejones por el cual podrían salir de la diminuta ciudad para poder llegar a su aldea.Hiz sabía que allí, en aquella soledad, podría decirles a todas esas chicas lo que estaba pensando sin que el miedo la detuviera.—¡Es justamente por todos esos cuerpos, por esas personas! —dijo con amarg
—Vi los cuerpos —informó Ben sentado en la cama con las piernas subidas al colchón.Hiz rebuscaba en el escaparate de madera unas sábanas, tenía que ponerse de puntitas para poder sacar del fondo la manta con la que Ben siempre se arropaba cuando pasaba la noche en la casa.—Pero los vi cuando venía hacia acá —aclaró con tono apresurado—. Por eso tu mamá me dijo que me quedara —Ben siempre justificaba el hecho de pasar la noche allí.La joven volteó a verlo. Ahí, en la intimidad de la habitación, Hiz le pareció que por primera vez en muchos años (si no es que era la primera vez del todo) le pareció algo guapo. Tal vez se trataba que estaba usando ropa que se notaba que era nueva; que la camisa de color gris le hacía resaltar su piel acaramelada y sus ojos azules agua marina y ese cabello castaño oscuro, liso y despeinado, lo hacía lucir fresco esa noche.Le pasó la sábana que Ben aceptó con un diminuto “gracias”. Hiz se sentó a su lado en silencio.Ella no era muy parlanchina, de hech
—¡Por todos los cielos! —gritaba Hiz mientras corría por toda la habitación mientras se amarraba su cabello con su típico moño donde enroscaba todo su pelo—, ¡mamá, debiste despertarme más temprano!—Lo hice, pero no te despertaste —soltó ella mientras se levantaba de la cama con voz ronca—. No te vayas sin desayunar, deja que te caliente algo, al menos.—¡No, imposible! —exclamó ella mientras terminaba de ponerse sus zapatos negros.—¡No te vayas sin nada en el estómago!—Comeré en el hotel.—¡Yo sé que no lo harás, nunca lo haces! —La mujer salió a toda prisa hacia la cocina.Hiz chasqueó la lengua con rabia, sabía que ahora la obligaría a comerse algo, no le gustaba, porque después terminaba con agriera por comer muy deprisa; a ese ritmo su gastritis terminaría matándola.Cuando salió de la habitación se encontró con Ben y su rostro de adormecimiento, se notaba que los gritos de las mujeres lo habían despertado.—Hiz, ¿te vas tan temprano? —preguntó con palabras perezosas.—Sí, en
—¿Por qué me pregunta eso? —inquirió Hiz, aún con la mente en blanco.—Apestas a su energía —gruñó Dober—. Te dejaste besar de él y todo tu cuerpo ahora tiene su olor. —Le apretó el cuello con más fuerza. Los ojos de Hiz se llenaron de espanto. ¡¿Cómo era posible que lograra saber todo eso con simplemente olerle el cuello?!De pronto, sintió que alguien entró a su mente y los recuerdos de la noche anterior comenzaron a pasar por sus ojos: el momento en que encontró a Ben en su casa; cuando estaban los dos conversando en la habitación; el momento exacto cuando el chico comenzó a besarla; las manos de él recorriendo su cuerpo; los besos en su cuello.Dober dejó salir un gruñido y soltó el cuello de Hiz con rabia, pero, la chica sintió una energía que atrajo su mandíbula un poco más hacia él, lastimándole un poco la piel por la brusquedad.—No aceptas mis favores, pero dejas que él te manosee. Un insignificante Triángulo. Un don nadie —gruñó Dober y Hiz notó que el iris de sus ojos no e
La chica también empezó a comer, pero con bastante lentitud. Incluso, Dober acabó su desayuno y Hiz aún seguía comiendo, sentía que iba a reventar por la llenura.—Disculpe, señor, pero no puedo comer más —se dio por vencida.Dober estaba acomodado en la silla, observándola como siempre. Examinó el plato y notó que sí se había comido más de la mitad del hígado y el puré batatas.—Bien —aceptó—, pero tómate el jugo.La chica tomó los últimos tragos del zumo de naranja y después, sintiendo que su estómago le agradecía algo de peso, se recostó en la silla.Notó que Dober se mostraba bastante satisfecho con lo que veía, se levantó de la silla y caminó rumbo al baño. Ella imaginó que se lavaría los dientes y las manos.Después de unos minutos regresó y tomó del closet un abrigo negro de botones que le llegaba hasta las rodillas. Al ponérselo, Hiz volvió a tener la sensación de que estaba con alguien sumamente importante, así que se levantó de la silla casi de un salto.—Repósate antes de v