Capitulo 5
Consciente de su error, Elio no pareció preocuparse de que Elena aprovechara el momento para confrontarlo.

—¿No es cierto que esta mañana fuiste corriendo a la comisaría solo para reencontrarte con el nuevo inspector, Dylan? —comentó con una sonrisa algo maliciosa.

Elena se quedó perpleja. Elio no solo sabía dónde había estado, sino que también estaba al tanto de su relación con Dylan. Definitivamente, lo había subestimado.

Después de todo, conocía a Dylan desde hacía siete años, cuando él era reservado y solitario, distante incluso con los más cercanos. Además, su madre se había encargado de eliminar cualquier registro que conectara a Elena y a Dylan, borrando cualquier rastro de aquella relación y el lazo que había existido entre ambos.

Que Elio hubiera descubierto su vínculo con Dylan implicaba que también conocía el motivo de la visita de Miguel a la comisaría. Sin embargo, que Elio insinuara de forma deliberada que existía algo entre ella y Dylan, buscaba crear una grieta en la relación con Miguel.

Si no lo negaba, la abuela podría comenzar a dudar de la solidez de su matrimonio con Miguel. Mientras que, por otro lado, aunque Miguel conociera la verdad, la duda sembrada podría crecer hasta fracturar su relación en el futuro.

Sin embargo, si lo negaba, de manera inevitable tendría que explicar las acusaciones de violación contra Miguel, y, si la abuela llegaba a enterarse de aquel asunto, no solo pondría en duda la versión de que Elena y Miguel se habían enamorado, sino que también se decepcionaría profundamente de Miguel.

Fuera cual fuera el caso, Elio aprovecharía la situación para presionar con exigencias mayores.

—Vaya, querido tío, me tiene en demasiada alta estima —respondió Elena sin mostrar ni una pizca de preocupación—. Si realmente tuviera una amistad con el inspector Dylan, le habría advertido antes de su visita para que lo tratara con la amabilidad que usted se merece.

La expresión de Elio cambió de inmediato, sus ojos se contrajeron y su rostro, como una máscara agrietada, comenzó a desmoronarse en silencio.

Consciente del poder del cargo de Dylan, Elio había intentado desde el primer día reunirse con él, lo cual, debido a la apretada agenda de Dylan, le había tomado varios intentos obtener finalmente una cita.

Cuando al fin se encontraron, la actitud de Dylan fue fría, mirándolo con desprecio, como si ya conociera sus intenciones.

En su intento de romper el hielo, Elio había mencionado a Elena, diciendo que ella había sido su compañera de estudios, y, para su sorpresa, lo que inicialmente sería una reunión sencilla de cinco minutos se convirtió en media hora de conversación.

Además, la noche anterior, cuando Miguel se había enfrentado a una complicada situación, con pruebas en su contra, Elena había logrado convencer, inesperadamente, al íntegro Dylan de que lo dejara en libertad.

Elio, percibiendo una oportunidad, lanzó aquellas insinuaciones en público para probar la relación entre Elena y Dylan y, de paso, poner a prueba la solidez del matrimonio de su matrimonio con Miguel.

Sin la protección de Elena, la abuela Díaz no tardaría percatarse del despreocupado comportamiento de Miguel.

Para entonces, ellos tendrían el camino despejado para hacerse con el control de la familia Díaz. Sin embargo, no esperaban que Elena, siendo una chica tan joven, tuviera el temple necesario para enfrentarlo y responderle con una cortante elegancia.

La familia Díaz tenía estrictas reglas: o bien se dedicaban a los negocios o a la política, pero sin mezclarlas, por lo que Elio, al reunirse con Dylan en secreto, había violado esa norma.

Sintiéndose observado, especialmente por la abuela y por Miguel, Elio no lograba comprender cómo Elena sabía de su visita a Dylan, y el nerviosismo le oprimió el pecho con fuerza.

—Si no fuiste a ver al inspector Dylan, entonces, ¿qué hacías esta mañana en la comisaría? —presionó con prisa, sin poder controlar su tono.

No obstante, antes de que Elena pudiera responder, un presentimiento le hizo ponerse de pie para proteger a la abuela.

De repente, un fuerte estruendo resonó en el comedor. Como un trueno, Miguel había volcado la mesa, sin previo aviso, en un arrebato de furia.

La mesa se inclinó hacia el lado de Elio, quien, sin tiempo para reaccionar, quedó cubierto por los restos de comida, que cayeron directamente sobre él. Un plato de verduras había caído justo en su cabeza, dándole la apariencia de llevar un sombrero verde.

Miguel, indiferente a la humillante imagen de Elio, con el rostro torcido de rabia y cubierto de comida, se quedó sentado, limpiándose los dedos con un gesto exquisitamente despreocupado.

Sus movimientos eran elegantes y su actitud serena, como si estuviera disfrutando de un momento de calma junto a un lago, en una tarde de suave lluvia.

—Parece que la comida de la familia Díaz no ha sido de su agrado —comentó con voz tranquila—. En ese caso, nadie debería seguir comiendo. Además, creo que es el momento adecuado para cancelar esta tradición de cena mensual.

Con un simple gesto de su mano, los guardaespaldas y los escoltas que lo seguían aparecieron y comenzaron a sacar del salón a los miembros de la familia extendida, sin miramientos.

La abuela, sorprendida, miró a Miguel con una expresión de desaprobación:

—Miguel, acabas de enemistarte con todos tus tíos.

Miguel levantó una ceja y esbozó una sonrisa burlona.

—Si alguien tiene la audacia de molestarme a plena luz del día, ¿acaso no piensan que ellos también se están ganando mi enemistad?

Al escuchar esas duras palabras, Elena sintió un súbito sobresalto.

¡Qué bien fingía Miguel!

Claramente, él había planeado cancelar la cena familiar desde hacía tiempo, y, por fin, había encontrado la excusa perfecta, todo bajo el simple pretexto de «protegerla».

La abuela, observando el intercambio de miradas entre Miguel y Elena, sonrió con complicidad.

—Me siento tranquila, al ver cuánto se apoyan el uno al otro —comentó, satisfecha.

—Entonces, si ya estás tranquila, deberías colaborar con los médicos y seguir cuidándote —respondió Miguel, mientras se acercaba a ella, sosteniéndola del brazo con una mano y pasando la otra alrededor del cuello de Elena, mirándola fijamente y acariciándole la mejilla con suavidad—. ¿No es así, esposa?

Elena, con un sinfín de sentimientos reprimidos, no tuvo más opción que sonreír y aceptar.

La abuela, fingiendo una expresión conmovida, miró a Elena de reojo y suspiró.

—Ah, si pudiera conocer a mis bisnietos, ahí sí que moriría en paz.

Elena recordó lo que Miguel le había susurrado a la abuela antes, y que había hecho que mirara su vientre con frecuencia.

No le cabía duda: él le había dicho algo indebido a su abuela.

Después de dudar unos segundos, Elena, incapaz de desilusionar a la anciana, le respondió con voz suave:

—Abuela, si sigue cuidándose, estoy segura de que eso sucederá.

Al oír sus tiernas palabras, el rostro de la abuela se iluminó de felicidad.

Sin la cena familiar, la abuela ordenó a los sirvientes que volvieran a servir los platos, y, en compañía de Miguel y Elena, disfrutó de una comida ligera e insistió en que ambos se quedaran esa noche en la Finca Díaz y la acompañaran en el desayuno a la mañana siguiente.

Miguel, quizás cansado, no mostró interés en volver al club Estelar, por lo que no rechazó la sugerencia, por lo que, sin otra alternativa, Elena también accedió.

Cuando llegaron a la habitación que la abuela había mandado a preparar para ellos, se encontraron con una decoración abiertamente festiva, con el ambiente suavemente iluminado por velas rojas que proyectaban sombras tenues y sugerentes.

La cama estaba cubierta de sábanas de un rojo intenso, adornada con una gran cantidad de rosas de idéntico color, dispuestas en forma de corazón, llenando el aire con un embriagador aroma a flores frescas.

Elena y Miguel se miraron asombrados y sin palabras.

Rápidamente, Elena tanteó el interruptor y encendió la luz del techo, haciendo que la habitación fuera iluminada por una luz brillante que, rápidamente, disipó gran parte de la atmósfera íntima que habían creado.

Mirando con sorpresa a Miguel, Elena abordó un tema para nada romántico:

—¿Crees que la acusación en tu contra pudo haber sido obra de Elio? —Aunque lo formuló como una pregunta, su tono reflejaba una certeza de al menos un setenta por ciento.

Miguel no le respondió de inmediato; en cambio, la miró desde lo alto, con una expresión realmente indescifrable.

—¿Ese hombre de apellido García ha vuelto a acercarse a ti? —dijo de manera directa, sin rodeos, como si temiera que no lo entendiera, y añadió—: Si estás considerando retomar lo que dejaron pendiente, ¿no es mejor que me lo digas de frente?

Siendo uno de los pocos que conocía los detalles de su pasado con Dylan, las palabras «retomar lo que dejaron pendiente» llevaban una palpable carga de sarcasmo.

Elena, perdiendo la paciencia, apretó los dientes y replicó, furiosa:

—¿Miguel, a qué estás jugando? ¿Acaso no he soportado suficiente, cumpliendo con tus demandas cada vez que lo deseas?

Los ojos de Miguel se encontraron con los de ella, que brillaban intensamente debido a su enojo, y pareció vacilar, tomando una pausa de unos segundos antes de murmurar:

—No quiero volver a experimentar lo de esta noche… ser traicionado.

Al recordar la confrontación con Elio, Elena respiró hondo para tranquilizarse un poco. Estaba a punto de asegurarle que no había razón para preocuparse, cuando de repente un extraño calor empezó a recorrer su cuerpo. Era como su una chispa se hubiera encendido en su interior y se expandiera rápidamente, aumentando de intensidad.

Con un mal presentimiento, alzó la vista hacia Miguel, solo para descubrir que él también se sonrojaba, con su penetrante mirada fija en ella, con un destello ardiente en sus oscuros ojos.

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