Capitulo 7
—Vaya, si que eres generosa, ¿no es así? — Miguel la miró en silencio durante un largo rato antes de hablar con indiferencia, para luego volver y caminar hacia la cama.

Elena dejó escapar un suspiro de alivio mientras desplegaba una manta ligera sobre el sofá.

Miguel se sentó al borde de la cama, sus ojos oscuros y profundos la observaban sin decir una palabra, examinando cuidadoso cada uno de sus movimientos.

Sintiendo su mirada inquisitiva, Elena explicó: —Dormiré en el sofá.

Miguel se detuvo un segundo antes de responder con un tono sarcástico: —¿Qué pensabas, que yo iba a dormir ahí?

Sin cambiar de expresión, Elena respondió: —Por supuesto, que el señor Díaz, tan distinguido como siempre, no debería dormir en un sofá.

Al escuchar su tono formal y algo distante, Miguel soltó una risita: —Al menos sabes cuál es tu lugar.

Elena: —…

Finalmente, después de una noche de tensión, ambos se recostaron cada uno en su lugar.

La tenue luz de la lámpara de noche permanecía encendida.

No era molesta; de hecho, llenaba la habitación de una calidez acogedora.

Elena vaciló unos momentos antes de hablar: —Miguel, ¿podrías apagar la luz?

Recordó por un momento aquella vez en el orfanato, en una noche de tormenta, cuando la encerraron en un cuarto oscuro. Desde entonces, le había quedado el miedo a la oscuridad.

Incluso ahora, necesitaba dormir con alguna luz encendida.

A los once años, Miguel la había engañado para que entrara en una habitación completamente a oscuras, provocando que gritara aterrada; ese traumático incidente le costó a Miguel un severo castigo por parte de la abuela.

Desde entonces, Miguel sabía bien que ella no solo temía a los animales, sino que la oscuridad también la aterraba.

Por otro lado, Miguel siempre había sido exigente y estaba lleno de demasiadas manías.

Por ejemplo, no podía tolerar ni un rastro de luz al dormir, pues de lo contrario no descansaba bien y amanecía de un humor insoportable.

Elena no esperaba que él se adaptara a ella, así que decidió ceder.

Para su sorpresa, Miguel masculló con voz de fastidio: —Uyyy…hablas demasiado, duérmete ya.

Elena: —…

Él era el que dejaba la luz encendida, no ella. Solo esperaba que en la mañana no descargara su mal humor en ella.

Afuera el viento soplaba con fuerza, pero dentro de la habitación, la calefacción mantenía un ambiente cálido, casi primaveral.

No pasó mucho tiempo antes de que Elena, envuelta en su delicada manta, cayera en un sueño profundo.

Incluso en el sofá, se sentía mucho más cómoda que en las frías calles donde solía dormir o en las pequeñas camas del orfanato.

Desde que llegó a la familia Díaz, sus condiciones de vida habían cambiado de forma radical, pero nunca se había acostumbrado a la misma comodidad que Miguel exigía.

Mientras Elena dormía tranquilamente, Miguel pasó la noche dando vueltas.

La luz le resultaba bastante molesta, y la temperatura de la habitación era sofocante.

Incapaz de dormir, se encontró mirando a Elena, quien dormía plácidamente en el sofá, sintiendo cómo su garganta se secaba; en tres ocasiones, se levantó a mitad de la noche para darse una ducha fría.

A la mañana siguiente, sorprendentemente, no estaba de mal humor. Elena, al verlo sin su habitual mal humor matutino, asumió que había dormido bien, pero al notar las ojeras bajo sus ojos, se llevó una buena sorpresa.

No pudo evitar preguntarle: —¿Acaso no dormiste en toda la noche?

Miguel la miró con enfado y gruñendo le respondió: —¿No crees que es culpa tuya? Pasaste la noche rechinando los dientes y hablando en sueños. No me dejaste dormir.

Elena: —…

Tenía la costumbre de hablar dormida; sus compañeras de cuarto en la universidad ya se lo habían comentado.

Pero, ¿rechinando los dientes?

¿Acaso había estado soñando que discutía con él y eso la había llevado a rechinar los dientes de puro enfado?

—¿Dije algo mientras dormía? — preguntó curiosa, sintiéndose algo culpable.

¿Podría ser que lo insultó y él la escuchó?

Al ver el brillo de culpabilidad en sus ojos, Miguel entrecerró los suyos y preguntó: —¿Me insultaste?

Elena, tratando de mantenerse firme, negó rápidamente: —Eso es imposible.

Al notar la incredulidad en su rostro, añadió con calma: —Si afirmas que te insulté, entonces prueba lo que dices. Tú eres quien debe presentar pruebas al respecto.

Al encontrarse con su respuesta profesional, fue Miguel quien rechinó los dientes, frustrado: —La próxima vez, te grabaré como prueba de lo que digo.

Elena sonrió ligeramente, diciendo con naturalidad: —Bien.

Su respuesta lo dejó al momento desconcertado, y una leve sombra de color apareció en sus orejas mientras le lanzaba una mirada algo extraña antes de entrar al baño.

Elena estaba algo confusa, sin saber si había dicho algo incorrecto.

Después de arreglarse, bajaron las escaleras, donde la abuela ansiosa ya los esperaba. Al observar a Elena con el rostro fresco y Miguel visiblemente cansado, la abuela se mostró de muy buen humor y ordenó que les sirvieran de inmediato una sopa revitalizante.

Solo después de verlos terminar hasta la última gota, los dejó partir, aunque con un aire de nostalgia.

Tan pronto como cruzaron el umbral de la Finca Díaz, los dos soltaron apresurados sus manos y retrocedieron, cada uno a varios pasos de distancia, marcando una separación evidente en contraste con la cercanía que habían mostrado momentos antes.

El conductor de Miguel ya esperaba en la entrada.

—Nos vemos en la oficina, abogada Elena, — dijo Miguel, observando con atención el bolso adicional que llevaba ella y entrecerrando sus ojos con una mirada significativa.

Para evitar que los empleados de la empresa se enteraran de su relación con Miguel, Elena había rechazado varias veces su oferta de llevarla.

Tras tantas negativas, Miguel había perdido el interés en insistir.

Elena le respondió con una sonrisa breve y miró cómo Miguel se subía a su coche. Solo cuando el lujoso vehículo desapareció por completo en la distancia, suspiró aliviada.

La mirada de Miguel la hacía sentir que él sospechaba que había tomado algo indebido.

Elena sacó apresurada su teléfono y, mientras llamaba a alguien, se dirigió hacia su auto.

Una vez dentro, se dirigió primero al laboratorio de un amigo para dejar los objetos que había recogido del basurero en el dormitorio. Luego, llevó su bolso a una tienda de lujo para que lo limpiaran y envió un mensaje a María, después de lo cual regresó a la oficina.

Lo que había le dicho a Miguel no era del todo mentira; aquel bolso realmente era uno que María había deseado tener.

Al entrar en la oficina, Elena se dio cuenta de que el lugar estaba en completo caos.

Al parecer, alrededor de las tres de la mañana, alguien había filtrado de forma anónima en línea que el presidente de un importante grupo empresarial en ciudad Crestavalle estaba siendo investigado por la policía, acusado de agredir a una famosa estrella.

La implicación de una figura pública hizo que, en menos de media hora, numerosos fans de celebridades se apresuraran a desmentir los rumores en defensa de sus ídolos.

Para el amanecer, la noticia ya estaba en el primer lugar de las tendencias.

Con la información revelada por el misterioso usuario, se identificó finalmente a los involucrados: Nada más y nada menos que, Miguel, presidente del Grupo Díaz, y la famosa estrella Calista Lucentis.

Aunque Miguel no pertenecía al mundo del entretenimiento, su apariencia, su impresionante físico y su fortuna le habían ganado una buena base de admiradoras.

Por su parte, Calista estaba en la cúspide de su carrera, con un sólido grupo de seguidores.

En menos de medio día, la situación se había convertido en una guerra entre los fans de Miguel y los de Calista.

Aunque solo era un rumor, las acciones del Grupo Díaz comenzaron a caer de forma vertiginosa poco después de abrir el mercado y mostraban pocas señales de recuperación.

Varios accionistas aprovecharon ese momento para exigir la renuncia de Miguel.

Otros, sin embargo, se opusieron, resaltando el buen desempeño del grupo bajo su liderazgo.

Ante la falta de acuerdo, decidieron que, si no se resolvía la situación, al día siguiente se convocaría una junta de emergencia para votar.

Mientras tanto, dentro de la empresa, todo era un completo desastre.

Especialmente entre el departamento de relaciones públicas y el jurídico, que, al ser rivales de siempre, se culpaban de manera nutua y la situación llegó a gritos en la sala de reuniones.

—El departamento de relaciones públicas, ¿qué están haciendo? ¡Se les ordenó bloquear la noticia y aquí está en todos lados!

—Desde la madrugada estamos esperando la carta del departamento jurídico, y ni una palabra. Nos dejan a merced de los internautas. ¿Y todavía vienen aquí a criticarnos?

Ambos departamentos lanzaban serias acusaciones en medio de una guerra verbal, hasta que los dos directores, abatidos, salieron de la oficina de presidencia, derrotados.

Miguel había hablado claro: si no controlaban el escándalo antes del final de la jornada, ningún empleado de esos departamentos estaría a salvo.

Y sabiendo su temperamento volátil, nadie podía predecir sobre quién descargaría su ira.

—Elena, la directora Taranis desea hablar contigo, — dijo Liora Silvaris, quien acababa de salir de la oficina tras firmar algunos documentos.

Al notar el sobre de la carta legal en sus manos, Elena dedujo que la directora Taranis quería hablar con ella por el caso de Miguel.

La noche anterior, había sido la directora Taranis quien le pidió que, como abogada del grupo, gestionara la liberación de Miguel.

Con cortesía, tocó la puerta, y al oír el —adelante— de Taranis, ingresó en la oficina.

La directora Taranis se levantó con entusiasmo, sirviéndole personalmente una taza de café. —Prueba mi nuevo café.

Era de las pocas personas que conocía la relación especial entre Elena y Miguel.

Tres años atrás, cuando Elena se postuló para el departamento jurídico del Grupo Díaz, Miguel le había dado instrucciones claras: cualquier tema relacionado con él o los proyectos que liderara, debía ser gestionado exclusivamente por Elena.

Por eso, al saber que Miguel había sido llevado a la comisaría, Taranis había enviado a Elena de inmediato como representante legal del grupo.

Al probar el café, Elena sintió su suave aroma, elogiando con cortesía: —Su buen gusto en café es innegable, directora Taranis.

—Mi ojo crítico nunca me falla, ni para el café ni para las personas, — respondió la directora con una sonrisa, observándola con atención.

Elena le devolvió la sonrisa con calma y profesionalismo, transmitiendo su típica confianza.

La directora Taranis carraspeó un poco antes de hablar con tono serio: —Elena, en estos tres años has gestionado varios casos del presidente Miguel, siempre con resultados impecables. Pero en esta ocasión…

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