Capitulo 4
A la entrada de la Finca Díaz.

Elena apenas había estacionado el auto cuando Miguel bajó sin decir ni una sola palabra.

Al verlo, ella también se apresuró a bajarse y aceleró el paso para alcanzarlo. Si iban a actuar, debían hacerlo bien; en presencia de la abuela, debían aparentar ser una pareja unida y enamorada.

Por suerte, Miguel parecía dispuesto a colaborar, ya que, justo antes de entrar en la casa, él se detuvo por un instante.

Aprovechando la oportunidad, Elena se acercó y le tomó del brazo. Miguel bajó la mirada hacia la delicada mano de Elena, visiblemente incómodo.

Respirando profundo, ella levantó la mirada y le dedicó una sonrisa, mientras le recordaba:

—Es por la abuela; soporta esto por un corto tiempo, esposo.

—Igualmente —replicó Miguel con una sonrisa irónica, dejando entrever un tono burlón—. Gracias por el esfuerzo, esposa.

Después de una repentina pausa, levantó la otra mano y la colocó justo sobre la de Elena, presionando con intención, mientras le dedicaba una mirada significativa antes de avanzar con paso firme.

Elena, sorprendida, casi tropezó, pero rápidamente logró estabilizarse, aunque el inexplicable gesto de Miguel la inquietó. Sentía que estaba tramando algo.

La Finca Díaz era una construcción clásica de estilo europeo, rodeada de jardines, con una arquitectura refinada que se integraba perfectamente con paisaje. Elena y Miguel caminaron detrás del mayordomo por un buen rato antes de llegar al comedor principal.

La sala estaba completamente iluminada, y la mesa ya estaba rodeada por los miembros de la familia.

La familia Díaz, originaria de Ciudad de México y con una larga historia, había visto disminuir su linaje en la generación del abuelo de Miguel, quien había tenido solo dos hijos y una hija. Sin embargo, ninguno de ellos había resultado ser lo que él esperaba.

El hijo mayor, de carácter rebelde, se había marchado cuando la familia se opuso a su matrimonio con una bailarina de dudosa reputación, y había desaparecido sin dejar rastro alguno.

El segundo hijo, el padre de Miguel, había huido en una noche lluviosa durante el cumpleaños de su hijo, escapando con su amante. Trágicamente, ambos habían muerto en un accidente automovilístico.

Mientras que, la única hija, por su parte, se había enamorado de un hombre sin futuro mientras estudiaba en el extranjero, y había preferido cortar sus lazos con la familia antes que regresar.

El abuelo Díaz, desilusionado de sus propios hijos, había centrado toda su atención en los parientes lejanos y casi había entregado el control absoluto de la familia Díaz a uno de sus sobrinos antes de morir.

Había sido gracias a la abuela Díaz, quien había luchado con todas sus fuerzas para recuperar el control de la familia, Miguel había sido nombrado presidente del Grupo Díaz, resistiéndose a las presiones de otros parientes.

Sin embargo, durante años, el abuelo había permitido que esos parientes se ocuparan posiciones estratégicas en la empresa. Ellos, por su parte, habían buscado todas las maneras para debilitar a Miguel y recuperar el control de la compañía.

Pero, a pesar de que la abuela Díaz era consciente de la situación, ya no tenía la energía suficiente para actuar, y se había limitado a mantener un delicado equilibrio entre Miguel y los familiares Díaz.

Sentados en el comedor, todos los allí presentes eran miembros de la familia extendida, excepto la abuela.

El lugar de honor, donde siempre se colocaba el servicio, permanecía vacío, reservado en recuerdo del abuelo fallecido.

El rostro de la abuela, quien hasta ese momento escuchaba en silencio a los demás, se iluminó al ver entrar a Miguel y a Elena, a quienes recibió con una radiante sonrisa.

—¡Miguel, Elena! Qué bueno que han llegado; vengan a sentarse aquí —exclamó, señalando las dos sillas vacías junto a ella.

Los otros tíos y primos, aunque intentaron disimularlo, no pudieron evitar mostrar cierta molestia cuando la abuela los ignoró por completo.

Sin preocuparse por las miradas de reproche, Miguel tomó la mano de Elena y se sentó junto a su abuela con total naturalidad. Tras lo cual le susurró algo a la anciana, haciéndola sonreír y lanzar frecuentes miradas al vientre de Elena.

La ansiedad de Elena no hacía más que aumentar. Frente a su abuela, no podía decir nada, pero le dedicó una mirada de advertencia a Miguel cuando él se giró hacia ella, esperando que se contuviera.

Miguel, con su habitual y despreocupada arrogancia, sonrió provocadoramente, haciendo que Elena apretara los dientes, sintiendo una mezcla de frustración y enojo.

Para los demás, la escena parecía una muestra de afecto entre la pareja, como si estuvieran coqueteando y bromeando.

Aquel matrimonio, que llegaba tarde a la cena familiar, sin disculpas y con una actitud de amor despreocupado, les resultaba bastante irritante a todos.

La arrogancia de Miguel hacía enojar aún más a los parientes, y Elio Díaz, el tío mayor, fue el primero en hacer un comentario irónico.

—Recuerdo que la licitación en el sur terminó esta tarde. ¿Celebraron en algún lado?

Animados por el comentario de Elio, otros tíos aprovecharon para sumar sus críticas.

—La fiesta es importante, pero la cena familiar lo es aún más. Miguel, puedes romper las reglas afuera, pero en casa las tradiciones se respetan.

—Elena, tu abuela te ha educado todos estos años, y, en lugar de guiar a Miguel, lo acompañas en sus locuras. Realmente eres una decepción para ella.

Aquellas palabras, aunque no eran agresivas, resultaban extremadamente desafiantes. Sin embargo, Elena, acostumbrada a esas insinuaciones, se limitó a bajar la mirada, ignorando los comentarios. Después de todo, Miguel estaba a su lado, y él se encargaría de enfrentarse a ellos.

Acto seguido, tal y como se esperaba, la expresión de Miguel cambió radicalmente, y, de pronto, lazó un costoso vaso de cristal con fuerza.

El sonido agudo de la porcelana al romperse resonó en el comedor, y, aunque no fue un gran estruendo, la intensa autoridad que emanaba de Miguel se extendió como una ola, imponiendo un absoluto silencio entre los presentes. Incluso los niños, en brazos de sus padres, se quedaron inmóviles, sin atreverse a emitir ni el más mínimo sonido.

—Fiesta de celebración o cena familiar, mientras haya comida, coman en paz y no exageren, no vaya a ser que después se arrepientan. Porque, créanme, tengo más de una forma de hacer que devuelvan todo lo que comieron —dijo con frialdad—. La mayor regla de la familia Díaz es que aquí no hay reglas. De otro modo, ni siquiera estarían sentados aquí, diciendo estupideces. Y en cuanto a la futura señora de la familia, ni mi abuela ni yo tenemos dudas de que Elena es adecuada. ¿Acaso creen que tienen derecho a opinar? ¿O es que quieren que revele alguna de esas oscuras historias que todos aquí conocen a la perfección, para que podamos evaluarlas en conjunto?

Miguel se cruzó de brazos y, cruzándose de piernas, dejó que su mirada recorriera el salón. Primero se posó en Elio, y luego, despreocupadamente, pasó de un rostro a otro.

Su actitud era como la de un siniestro observador, decidiendo con gran frialdad quién sería la próxima víctima de su sentencia. Había una insinuación apenas disfrazada, una burla directa, y un toque de evidente desafío.

Al captar el mensaje oculto de Miguel, la incomodidad y el miedo se reflejaron en el rostro de los familiares, quienes miraron a Elio de inmediato en busca de apoyo.

—Miguel, somos tus mayores, solo te recordamos esto por el bien de la familia Díaz —dijo Elio, sosteniendo la fría mirada de Miguel durante unos segundos antes de desviarla hacia Elena—. Y ya que mencionas temas oscuros, ¿por qué no le pides a Elena que nos cuente qué hacía esta mañana en la comisaría?

Al escuchar esas palabras, Elena frunció el ceño.

Cuando había recibido la llamada de la policía, se había asegurado de contactar con el departamento de relaciones públicas para bloquear de inmediato cualquier noticia sobre el incidente; por lo que, ¿cómo era posible que Elio supiera que había estado en la comisaría aquella mañana?

Rápidamente, miró a Miguel en busca de alguna señal, y lo encontró observándola detenidamente, con los brazos cruzados y una enigmática sonrisa en sus ojos.

Después de años juntos, a Elena le había bastado una sola mirada para comprender las intenciones de Miguel.

Él había insinuado que Elio desviaba dinero y lo amenazaba sutilmente con hacerle devolver cada céntimo. Pero Elio, quien nunca lo había tomado en serio, no pensaba dejarse intimidar tan fácilmente, y, en su desesperación, había cometido el error de lanzar una comprometedora acusación.

Era evidente que Miguel le había tendido una trampa a su tío, usándola a ella como peón sin previo aviso.

Elena apretó los dientes en silencio, sintiendo cómo su puño se cerraba con fuerza bajo la mesa. ¡Su intuición no le había fallado!

Miguel, como sospechaba, había planeado cuidadosamente todo aquello, y ella había caído inevitablemente en su juego, y, para colmo, aun siendo consciente de que él la había vendido, debía colaborar con la venta y contar el dinero junto a él.

¡Aquello era realmente humillante!

Si no fuera por la abuela, Elena se hubiera levantado y hubiera dejado a Miguel solo con su espectáculo.

—Elena, querida, ¿te ha ocurrido algo? —preguntó la abuela, volviéndose hacia ella con preocupación, al notar la tensión en su rostro.

—Abuela —repuso Elena, antes de inspirar profundamente, buscando calmarse, tras lo cual tomó la mano de la anciana, acariciándola con suavidad mientras le sonreía—, si algo me hubiera pasado, ¿cree que estaría aquí tan tranquila sentada con usted?

La abuela, aún algo inquieta, miró entonces a Miguel, quien contestó con una sonrisa tranquila, lo que finalmente le permitió relajarse.

Aprovechando el momento, Elena lanzó una mirada de advertencia a Miguel antes de girarse y enfrentar a Elio con una sonrisa irónica.

—Querido tío, no esperaba que estuviera tan atento a mis movimientos, tan al tanto de dónde he estado. ¡Cualquiera podría pensar que tiene a alguien vigilándome! — comentó con tono suave, devolviéndole la acusación con—. Sin embargo, como soy una nuera torpe, realmente, no entiendo qué es lo que insinúa. Tal vez podría explicarnos a todo cuál es el asunto turbio en el que «supuestamente» me vi envuelta.

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