Aquí se detiene el matrimonio con CEO, ella no volverá jamás
Aquí se detiene el matrimonio con CEO, ella no volverá jamás
Por: Adela
Capitulo 1
Cuando Elena llegó a la comisaría, aún no había amanecido, y las pequeñas gotas de lluvia se arremolinaban en el viento nocturno, deshaciéndose al tocar el suelo y formando una capa de lodo sobre el pavimento.

Dos horas antes, había recibido una terrible noticia: Miguel, su esposo, con quien acababa de casarse, había sido arrestado bajo sospecha de violación. Por lo que, pensando que no quería alarmar a su familia, y en calidad de abogada y familiar directa, fue ella quien acudió de inmediato a la comisaría.

Sentada en la sala de visitas, Elena se encontraba limpiando cuidadosamente el barro de sus tacones cuando Miguel entró, cabizbajo y escoltado por dos policías.

Al verla, los oscuros y penetrantes ojos de Miguel mostraron una leve de sorpresa, y, de inmediato, se acercó, desplomándose en la silla que se encontraba frente a ella, con una actitud algo despreocupada.

Elena se enderezó un poco y observó cómo Miguel cruzaba las piernas, con una desconcertante calma, exhibiendo una total indiferencia que no correspondía en lo más mínimo con la de un sospechoso, ni mucho menos con la de alguien arrepentido o temeroso.

Era evidente.

Como heredero de una de las familias más poderosas de Ciudad de México, Miguel siempre había actuado con una arrogancia insuperable, acostumbrado a que los demás le temieran. Nunca había conocido el miedo.

De no ser porque el oficial a cargo del caso era sumamente competente, Miguel ni siquiera habría pisado la comisaría, sin importar la gravedad de sus crímenes.

—Señor Díaz, ¿podría informarme qué sucedió anoche? —preguntó Elena de manera directa e informal, mirándolo con el rostro impasible.

Miguel, con los brazos extendidos sobre el respaldo de la silla, observó a Elena con pereza, sin que su expresión seria se perturbara.

El abrigo de lana color camel de Elena estaba impecablemente planchado, y su rostro, aunque sin maquillaje alguno, mantenía una pureza y luminosidad natural que resaltaba bajo la tenue luz de la sala. Su peinado tan perfecto como siempre no mostraba ni el más mínimo rastro de la agitación o de la ira que se esperaría de una esposa al enterarse de la acusación que se había levantado contra su marido.

Ella se comportaba tan profesional, como si solo se tratara de un caso más.

—¿Con qué rol me estás interrogando? —preguntó Miguel, dejando que su voz se tornara en un susurro provocador—. ¿Como abogada de mi grupo o… como mi esposa?

Su tono bajo y envolvente parecía cargar ciertas insinuaciones, pero Elena permaneció impasible, observándolo con ojos sombríos.

—¿Acaso eso importa?

—Si me estás interrogando como abogada, entonces quiero cambiar de representante —repuso Miguel, arqueando una ceja. Acto seguido, hizo una pausa, y en sus oscuros ojos apareció un destello de picardía mientras la miraba con malicia—. En cambio, si lo haces como esposa, entonces primero quiero que me llames «mi amor».

Elena le lanzó una mirada despectiva, sin mostrar sorpresa ante la habilidad de Miguel para bromear en una situación así.

—Si se demuestra que eres culpable, podrías enfrentarte a una pena de entre tres a diez años de cárcel —dijo ella, sus labios tensos y un tono irónico—: Dígame, señor Díaz, ¿acaso ya está cansado de los placeres de la vida de lujo y quiere probar la sencilla comida de la prisión?

Miguel no mostró la más mínima preocupación y, al encontrarse con la mirada ligeramente molesta de Elena, sonrió de manera insolente.

—¿Qué pasa? ¿Ahora te preocupas por mí?

Viendo que Miguel no tenía intención de cooperar, y dado que la visita era solo protocolaria, Elena decidió no perder más tiempo y se puso de pie.

—Señor Díaz, esto es la comisaría. Hablar de más puede podría meterlo en más problemas que guardar silencio —le advirtió con firmeza, antes de darse media vuelta—. Ah, y también recuerde que firmamos un acuerdo prenupcial —añadió, recordándole la base práctica de su relación, la cual no daba cabida a sentimientos como la preocupación.

Si no fuera porque un importante proyecto en el sur de la ciudad requería la presencia de Miguel esa misma tarde, y porque no quería preocupar a su abuela con la noticia del arresto, Elena ni siquiera se habría molestado en ir a verlo.

Solo después de que Elena desapareció tras la puerta, Miguel desvió la mirada lentamente.

Ella había demostrado que no le importaba en absoluto si él realmente había cometido un acto tan atroz como violar a otra mujer. Al fin y al cabo, para Elena, su matrimonio nunca había sido real.

El contrato prenupcial había sido redactado por ella misma, quien nunca lo había considerado como una verdadera pareja. Para ser precisos, Elena jamás había tenido la intención de que él formara parte de su futuro.

La sonrisa arrogante de Miguel comenzó a desvanecerse poco a poco, y en sus oscuros ojos apareció una sutil y casi imperceptible tristeza.

Diez minutos más tarde, Elena, de pie junto a la puerta de la sala de interrogatorios, se encontró cara a cara con el oficial a cargo, Dylan García.

Habían pasado cinco años desde la última vez que lo había visto, y ahora la imponente presencia de Dylan irradiaba una energía mucho más intimidante que antes.

Elena sabía que podría encontrarse con Dylan en la comisaría, pero verlo en persona la dejó paralizada durante unos segundos, hasta que por fin logró recobrar la compostura.

Cinco años atrás, si no hubiera sido por la advertencia de la madre de Dylan, Elena jamás habría imaginado que su compañero de trabajo, quien siempre llevaba una vida sencilla y modesta, en realidad provenía de una familia de gran influencia.

—Eres una mendiga sin nombre, una simple ramera mantenida por la familia Díaz. ¿De verdad crees que puedes aspirar a nuestra familia, los García? ¿Te has visto en el espejo? ¿Sabes qué clase de basura eres?

»Mi hijo tiene una prometida que, en cuanto a posición social, antecedentes familiares y educación, está a años luz de ti. ¿Acaso no te has enterado de eso? Ambos están a punto de irse juntos al extranjero a estudiar.

»Espero que te ubiques y dejes de aferrarte descaradamente a mi hijo. Deshacerme de una mujer despreciable como tú sería tan fácil como pisar una hormiga indefensa.

Hasta los siete años, Elena se había visto obligada a pedir limosna para sobrevivir. Y no fue hasta que la policía desmanteló una red de tráfico que finalmente pudo ser rescatada.

Sin embargo, como nunca encontraron a sus padres en la base de datos genéticos, había sido enviada a un orfanato.

Desde pequeña, se había acostumbrado a las miradas de desprecio y al rechazo de los demás, pero nunca antes había sentido una humillación tan profunda y cruel como la que le había hecho pasar la madre de Dylan. Había sido como si alguien le arrancara la piel del rostro para arrojarla al suelo y pisotearla sin piedad.

Tras esto, cualquier afecto que Elena pudiera haber tenido por Dylan se había desvanecido por completo.

Si él hubiese ocultado su identidad, Elena nunca hubiera tenido que pasar por una humillación de aquella magnitud. Por lo que, por orgullo y resentimiento, se había negado a volver haberlo hasta que él se graduó y dejó la escuela.

Con el tiempo, Elena había llegado a comprender que todo había sido una miserable maniobra de la madre de Dylan, y que tal vez había sido injusta al culparlo a él.

—Dylan, cuánto tiempo sin verte —repuso, rompiendo el silencio, adoptando una cordial pero distante sonrisa.

Dylan la observó detenidamente, sin mostrar ni la más mínima emoción.

Al ver su expresión calmada y serena, él frunció el ceño ligeramente, asintió en señal de saludo y, de inmediato, se encaminó hacia la sala de interrogatorios.

Elena exhaló profundamente, se recompuso un poco y lo siguió para testificar en calidad de testigo.

Ella y Miguel estaban casados en secreto, por lo que, excepto por sus familiares, nadie estaba al tanto de su matrimonio.

Miguel estaba bajo acusación, y, para colmo, se negaba a cooperar, sin revelar qué había sucedido la noche anterior, por lo que Elena no tuvo más opción que activar una estrategia de emergencia.

Tendría que testificar en calidad de esposa.

Después de todo, Dylan tenía la reputación de ser un «juez» implacable en el departamento de policía de Ciudad de México. A todos a quienes investigaba, los hacía pagar por cada error que hubieran cometido en sus vidas; y Miguel no era precisamente una persona intachable, por lo que quién podía saber qué podría descubrir Dylan sobre él.

El proyecto del sur de la ciudad estaba en una fase crucial, y, como presidente de su grupo empresarial, en ese momento Miguel no podía permitirse ningún tipo de escándalo. Además, la abuela de Miguel estaba delicada de salud, y el médico ya le había advertido que no debía sufrir ninguna alteración emocional.

Por todas estas razones, Elena debía proteger a Miguel, tanto en lo personal como en lo profesional.

Una vez concluida la declaración, Dylan la miró con una expresión compleja y le preguntó:

—¿Cuándo se casaron tú y el sospechoso, Miguel?

Elena le sostuvo la mirada, sintiendo una leve inquietud que reprimió al instante.

—Hace casi un mes. ¿Necesitas que te muestre el certificado de matrimonio para probarlo? —respondió, con voz tranquila.

Hacía un mes, Dylan había solicitado su traslado a la comisaría de Ciudad de México.

De no haber surgido un contratiempo en el trámite…

La mirada de Dylan se oscureció de repente, y, tras un breve silencio, continuó con evidente dificultad:

—¿Estás segura de que estuviste con él toda la noche? —Hizo una pequeña pausa, y, con cierto tono de advertencia, añadió—: Como abogada, sabes bien cuáles son las consecuencias de dar un falso testimonio.

Percibiendo su duda, Elena respiró profundamente y respondió con la firmeza propia de su experiencia profesional:

—El artículo 305 del Código Penal establece que dar un falso testimonio se castiga con hasta tres años de prisión, y, en caso de ser grave, de tres a siete años. —Se humedeció los labios y continuó—: Además, los abogados que cometen delitos de manera intencional pueden perder de forma definitiva su licencia para ejercer. Por eso mismo, mi testimonio tiene mucho más peso.

Miguel estaba acusado de haber interrumpido en la habitación de un hotel a las 12:37 de la noche, donde presuntamente había agredido y había violado a una famosa actriz, y de haber permanecido allí durante dos horas.

Elena, en su calidad de esposa, testificó que Miguel había permanecido en la casa hasta casi medianoche, y que únicamente había salido a las 11:57, y, desde su residencia hasta el hotel donde había ocurrido el incidente, incluso a máxima velocidad, le habría tomado al menos una hora llegar. Además, ella había logrado conseguir capturas de las cámaras de seguridad de todo el camino, en donde se veía claramente a Miguel saliendo de su casa en su auto deportivo.

En definitiva tenía pruebas suficientes para demostrar que Miguel no había tenido tiempo de cometer el crimen.

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