Solo merecer dolor

Abelardo, señor. — dijo haciendo una reverencia.

Bien Abelardo, si eres tan amable… — el mozo le cedió el paso, deseándole una buena noche… Carlisle subió la pequeña escalera y se dio con un escenario demasiado íntimo. Parecía que la noche se había confabulado con su pequeña esposa, mostrando un cielo estrellado y una Sophie llena imponente, flotando en una bóveda oscura. La zona donde estaba la mesa estaba decorada con velas, protegidas por graciosos farolitos formando un cuadrado de luz sobre la pequeña mesa, donde estaba sentada, apoyando los codos sobre la mesa en una pose poco sensual, la mujer más espectacular de la tierra… su mujer. Recorrió con su mirada la extensión de su cuerpo. Tenía el cabello suelto, que se movía apenas al compás de la suave brisa de la noche; y estaba vestida con un sugerente vestido negro, que se pegaba a su anatomía, y cuya la tela parecía emitir destellos de color dorado. Un estupendo tajo descubría una de sus piernas. Carlisle juró en silencio. Si se
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