Briana:
Mi pecho se estrujo al oír la comparación, sabía que eso era lo que pasaría al obedecer las órdenes de mis abuelos. No quería ser comparada con la difunta Reina, una mujer fuerte, poderosa y amada, todo lo contrario a mí. Caminé cabizbaja detrás del señor Jones hasta llegar a una habitación del segundo piso, me entregó unas llaves: — Señorita Lewis, este es su aposento — la mirada del señor Jones era neutra, parecía que no tenía emociones — Saldremos mañana por la mañana con el Rey y sus hombres, pasaré a buscarte, intenta descansar. —Sí, señor Jones — abrí la puerta del dormitorio y antes de ingresar escuché su voz a mis espaldas. —Ha sido una suerte encontrarnos con su Majestad, aprovecha esta oportunidad para acercarte más a él, no tendrás tanta suerte de encontrarte con el una vez lleguemos a la Capital. Has conseguido llamar su atención, no lo estropees y cumple con las órdenes de mis Señores. Asentí sin darme la vuelta y cerré la puerta a mis espaldas, la habitación estaba oscura, apoye la espalda en la superficie de la puerta y me deje caer hasta sentarme en el frío suelo. Estaba cansada, no solo del viaje, sino de mi vida en general. - ¿Qué mal cometí en mi vida pasada para sufrir tanto en está? - dije en voz casi imperceptible. Las cálidas lágrimas comenzaron a descender por mis mejillas, hacía tiempo que no lloraba, el dolor en mi pecho se intensifico así como las lágrimas que caían de mis ojos. “¿Por qué tengo que sufrir tanto?” — Mis padres me abandonaron y rehicieron su vida, mis abuelos no me quieren, no conozco a nadie más de mi familia, no me siento querida, crecí sola a base de duros entrenamientos para intentar alcanzar las expectativas de mis abuelos y aun así, nunca soy suficiente. Nunca soy suficientemente bonita, inteligente, fuerte, nunca soy suficiente — dije con la voz gruesa por el llanto. Desee tener a alguien que me consuele, que me diga que todo saldrá bien, que la felicidad llegará a mi vida. Desee tener a alguien que me abrace con cariño y me libere de esta soledad, como siempre nadie llegó. Seque mis lágrimas y me tumbe en la cama, las sábanas eran más finas y rugosas que las de la mansión, me hice un ovillo e intenta apartar los pensamientos que tanto daño me hacían. El sueño no tardó el llegar y en algún momento perdí la consciencia y me rendí en los brazos de Morfeo. Toc, toc, toc, el sonido de la puerta hizo que me levantará de golpe, por unos instantes me sentí desorientada, no reconocía el lugar en el que estaba. Los pensamientos del día de ayer inundaron mi mente y la ansiedad que sentí al despertar de forma brusca poco a poco desapareció. Bajé de la cama y se estremecí, hacía frío en la habitación, la chimenea ya se había apagado. Abrí la puerta y así estaba el señor Jones, tranquilo y relajado como siempre. — Buenos días señorita Lewis — saludo— saldremos en una hora, prepárese y baje a desayunar. — Sí señor Jones — observé como me miraba de arriba abajo, me sentí incómoda. —¿Hay algún problema señorita? — la pregunta me pillo desprevenida, recordé que anoche estuve llorando y lo más seguro es que ahora tenga el rostro rojo e hinchado. —No hay ningún problema — dije — bajare a desayunar cuando termine de alistarme. — De acuerdo señorita Lewis — cerré la puerta y camine al baño, al mirarme al espejo comprobé que en efecto, tenía la cara roja e hinchada, suspiré profundamente y me lave el rostro con agua fría para disminuir la hinchazón. No me tomo mucho tiempo asearme y prepárame, miré mi rostro pálido por última vez en el espejo, la coleta que mi nana me había hecho antes de partir estaba un poco floja, los mechones se escapaban y caían en mi rostro, tenían los labios un poco secos y los ojos seguían un poco hinchados. “Espero que no se note mucho que he llorado”, pensé peinando los mechones lo mejor que podía. Me apliqué crema en la cara y bálsamo en los labios y salí de la habitación. — Señor Jones, sigue aquí — me sorprendí al verle parado aún en mi puerta. —Esperaba para ayudarla a bajar su equipaje — asentí y dejé que retirará la bolsa de mi mano — vamos, nos están esperando. Al llegar al comedor, observé que estaba lleno, tenía hambre, caminé detrás del señor Jones y llegamos a una mesa con los otros dos guerreros. —Buenos días Señorita Lewis — saludaron. —Buenos días — “Ahora que pienso, no me sé sus nombres, ni apellidos, tengo que preguntarles”. Miré alrededor y no vi al Rey por ninguna parte, esto me tranquilizo, ese hombre me inquietaba. Una camarera me trajo el desayuno, una bandeja con un bollo recién horneado, fruta y un zumo de naranja. — Gracias — agradecí con una leve sonrisa cuando me entrego la bandeja, tenía hambre, la noche anterior no había cenado nada. Desayune con ganas, escuchando el suave parloteo del comedor, cuando termine salimos de la cabaña, Elijah estaba junto a los otros caballos, parecía más tranquilo, cuando me vio comenzó a relinchar. —Tranquilos, ya estoy aquí — le acaricie con una sonrisa y el pego su frente con la mía — ¿has podido descansar? Me contesto con un relincho y sonreí, una potente e imponente voz me saco de mi mundo: —¿Estamos todos listos? — pregunto el Rey ya subido a su semental del color del carbón, desde ahí se veía mas temerario y amenazante, parecía un ser capaz de dominar el mundo sin apenas sudar. Sus intensos ojos celestes brillaban como el mar, su abundante cabellera negra se mecía con el suave viento y su enorme y trabajado cuerpo imponía respeto. Ahí, subido en el caballo parecía la mismísima personificación del poderoso Dios del Sol, Magnus du Soleil, el emperador del Sol, el Emperador de Reyes. Con amargura pensé, “¿Cómo se supone que un ser tan insignificante como yo pueda llamar la atención de semejante hombre?”, baje la mirada sintiéndome pequeña ante su presencia.El sonido de sus pasos descendiendo por las frías escaleras de mármol resonaban por la mansión. Briana avanzó por el pasillo, sus ojos recorriendo los cuadros que decoraban las paredes. Paisajes nevados en su mayoría, pintados con una paleta de blancos y azules, reconocía cada uno de ellos, había dedicado incontables horas de su vida creando esas obras que la acompañaban en la soledad de esa aislada mansión. Cada pincelada era un recuerdo, un pedazo de su tristeza plasmada en el lienzo.Al llegar al salón, la calidez de la chimenea y el aroma a madera quemada la envolvieron, respiró profundamente. Sus abuelos, figuras imponentes y de mirada penetrante, la esperaban sentados en dos sillones de terciopelo negro, situados a los lados de la chimenea.Cuando sintieron sus presencia, sus oscuros ojos se posaron en ella, sintió como el calor de la chimenea quedaba sepultado por la frialdad de sus miradas, se irguió y agarró sus manos, esperando que el frío causado por estas desapareciera.—T
Briana suspiró sentándose en su cama, cansada de que sus abuelos la usaran como una marioneta. Deseaba ser libre y feliz algún día, pero cuánto más crecía más se alejaba de ese sueño.—¿Cuándo podré decidir cómo vivir mi vida? — la tristeza en su voz la hizo sentirse pequeña, en esa enorme y solitaria mansión siempre se sentía pequeña.Toc, toc, toc el sonido de la puerta hizo que se levantará y caminará hacia ella, la abrió a vio a su nana con tres doncellas más.—Señorita, es hora de su baño — asintió y dejo que llenaran la bañera. Cuando las doncellas se retiraron cerró la puerta con pestillo y camino al cuarto de baño.—Nana, los señores Lewis me quieren enviar a la capital para enamorar al Rey — se rio de sus propias palabras, sonaban absurdas.—Niégate a ir si no quieres — su nana la ayudo a quitarse el vestido de terciopelo negro.Se adentró en la bañera de cerámica negra y hundió la cabeza en el cálido agua:—Lo que yo quiera no importa — dijo sacando el exceso de agua de su r
La noche se cernía sobre el bosque, envolviendo en un manto oscuro las copas de los árboles y los senderos tortuosos. Una luna menguante luchaba por perforar la espesa bóveda de hojas, proyectando sombras alargadas que danzaban al compás del viento. Una gruesa voz rompió en el bosque:— ¿Qué tenemos aquí? — una desconocida voz sonó a sus espalda, Briana se estremeció.Los cuatro se habían colocado en círculo al oír la masculina y amenazadora voz, esperando a que empezase la lucha.Un solitario jinete apareció de entre las sombras, su rostro estaba oculto por la capucha que llevaba.—Le recomiendo que no se atreve a atacarnos, pertenecemos a la familia Lewis y cualquier daño a nuestra persona será el fin de vuestros días — amenazó el señor Jones sin ningún ápice de miedo.—Chicos, pertenecen a la Casa Lewis — vítores de emoción resonaron por el bosque — buscábamos un poco de plata y hemos encontrado la fuente del oro, hoy es nuestra noche de suerte — se oyeron más aplausos y vítores.—
Ninguno de los dos bajo la guardia, la mano izquierda de Briana agarrada con fuerza por el desconocido sostenía la daga a centímetros del cuello de este y su brazo derecho también estaba apresado por las cálidas manos de este imponente y gran hombre.Se observaban en silencio, sus miradas estaban hipnotizadas la una de la otra, ambos eran incapaces de apartar la vista, queriendo, deseando ver el alma del otro. La tensión que se había formado mantuvo a todos los presentes en silencio, nadie se atrevía a hablar.—¿Quién eres? — cuestionó con voz grave y profunda el desconocido.—¿Quién es usted? — contestó Briana desafiante, sin bajar la daga, aguantando el dolor que le provocaba el fuerte agarre del hombre.—El que hace las preguntas aquí soy yo — Briana hizo una mueca de burla—Muy autoritario para ser un simple bárbaro — dijo soltando su brazo derecho de un fuerte tirón. El hombre sonrió con sorna.—¿Un bárbaro? —cuestionó con una mueca burlona en sus labios.—¿No viene a por sus hom
La Cabaña Azul, una mole de piedra y madera que se erguía imponente en medio del claro del bosque, era un oasis para los viajeros. Sus amplias salas, siempre llenas de bullicio y aromas de comida, ofrecían un refugio acogedor para quienes cruzaban aquellas tierras.Los cinco jinetes llegaron y fueron recibidos por un joven de baja estatura:—Buenas noches viajeros — saludo con voz alegre.—Buenas noches — saludaron los cinco jinetes.—¿Van a hospedarse en Cabaña Azul? – pregunto con una gran sonrisa en el rostro.—Si, joven — al escuchar esa potente voz levanto la cabeza aun más y enfoco la vista, abriendo la boca de la sorpresa.—¡¿Su majestad?! — gritó tapándose la boca e intentando contener la emoción de salir corriendo y decirle a todo el mundo que el mismísimo Rey estaba ahí.—Shhh, no grite joven, es tarde y hay viajeros descansando.—Si su Alteza — obedeció bajando la voz y haciendo una reverencia — permita que le acompañe al establo.Los cinco jinetes siguieron al joven al est