Las chicharras chillaban con insistencia sobre los árboles del parque. Hacía un calor terrible, una sofocante humedad cálida, de esas que son características en Seúl, la ciudad donde vivía.
Se acercaba el verano, los días estaban siendo mucho más largos, y el calor era insoportable en aquellos días.
Sentada sobre uno de los bancos, admiraba una enorme pluma de paloma que había sobre la madera, junto a mí.
Me levanté mientras acomodaba mi cabello hacia un lado y guardaba la pluma en uno de los bolsillos del pantalón de mi uniforme. Miré hacia la cafetería donde trabajaba, percatándome de que algunos clientes entraban en el lugar.
Corrí hasta ellos sintiendo la suave brisa sobre mi rostro, mientras mi cabello se ondeaba tras de mí.
El lugar donde trabajaba era una cafetería americana. Era curioso, pues entraban más coreanos que americanos en aquel negocio.
Mi jefa, una mujer mayor, de unos 70 años, bastante reservada y seria, a la que me había obligado a decir, señora, era coreana. Algo raro, ¿no creéis?, un coreano montando un negocio americano. Pero lo cierto era que ella había vivido en EEUU desde que tenía uso de razón, incluso se casó con un americano.
Aquel día parecía ser tan tranquilo como cualquier otro, todo en aquel lugar era siempre igual. Me sentía agradecida de haber encontrado aquel trabajo cuando había llegado al país, tan sólo unos pocos meses atrás. Recordaba conmovida como el señor Miyagui, un hombre mayor de más o menos la misma edad que la señora, el cual había conocido en el avión, me había puesto en contacto con ella. Gracias a él y a la señora Chan había conseguido adaptarme a aquel lugar.
Aunque la verdad era que yo no quería para nada encajar, es más casi nunca hablaba el idioma por temor a ser aceptada, así que tan sólo me limitaba a hablarles a todos en inglés.
Salí por la puerta casi obligada, con mi bolsa a cuestas, mientras caminaba hacia el parque, el lugar más relajante de todos.
La verdad era que yo no solía coger el autobús, el metro, o cualquier otro medio de transporte, me gustaba mucho caminar. Para mí era como mi propia penitencia.
Llegué a una enorme plaza de piedra, cerca de donde la gran estatua del antaño emperador Joseon se encontraba, y me tumbé en la caliente roca boca arriba, sintiendo el calor de esta sobre mi espalda.
Cerré los ojos en paz, aunque podía sentir como miles de personas me miraban y murmuraban, compadeciéndose de mí. Pero no me importaba, en cierto modo me gustaba ser una incomprendida en aquel lugar.
Me gustaba mucho sentirme sola, sentir que no tenía a nadie en aquel triste mundo. No podía dejar que nadie se volviese a acercar lo suficiente, no podía dejar que nadie viese como era realmente.
Me levanté sin prestarle demasiada atención, mientras seguía mi camino, sin mirar hacia él siquiera, sin tan sólo responderle. No quería hablar coreano con nadie más que no fuese mi jefa. Así que simplemente pretendí que no le había entendido.
Caminé por el puente, sobre el río Han, mientras sentía el sol en mi espalda. Pronto anochecería, y eso me tranquilizaba, el día acabaría pronto.
Miré hacia abajo, tocando mi colgante, mientras aligeraba el paso hacia casa.
Entré en casa de sopetón, sin prestarle atención a Kity, mi gata (la había encontrado en la calle, y tras echarle un poco de pan, me había seguido hasta casa, y como mi casera era bastante buena me dejó quedármela), dejando mi bolsa sobre la mesita del salón, tumbándome sobre el sofá. Estaba exhausta, y no era de haber caminado hasta allí. Estaba cansada de sentir aquel peso sobre mí.
Kitty caminó hacia mí, acariciando mis dedos, que colgaban del sofá, con su cola. Dejando claro que quería ser saludada y mimada.
Miré hacia ella con una sonrisa, era divertido.
Dejé mi dolor a un lado, agarré a mi gata y la puse sobre mi regazo, para luego acariciarla dulcemente y notar como el animal ronroneaba.
Me levanté del sillón con desgana. Ya había desayunado, me había aseado y vestido con un agradable vestido que me había comprado la semana anterior.Caminé sin demasiado ánimo hacia el recibidor, percatándome de la hora, como siempre demasiado temprano, pero así debía serlo, ya que debía ir al trabajo en bicicleta, mi otro amado medio de transporte. Aquella semana la señora me había prestado una para que la usase, en vez de ir caminando, y no me parecía mala idea la verdad, era mucho más rápido que ir caminando y me agradaba sentir el aire en mi rostro cuando conducía sobre ella a gran velocidad.Miré hacia el espejo y me percaté de que mi cabello estaba demasiado sucio, debía haberlo lavado en vez de haber gastado ese tiempo en depilarme las piernas, podría haber usado un pantalón vaquero o cualquier ot
La señora se fue demasiado pronto, antes de que pudiese creer si quiera aquella locura a la que me enfrentaba: Encargada, ahora era encargada de aquella tienda.Me bajé del auto (no me malinterpretéis, no era mío, era de la señora, que me lo había dejado como el resto de cosas del negocio) y caminé con desgana hacia la tienda, odiaba tener responsabilidades, una de las razones por las que huí de España era esa, esa y muchas otras la verdad, y odiaba que alguien confiase en mí de aquella forma, aquello no traería nada bueno, sin lugar a dudas en algún momento del camino la defraudaría.Dejé el bolso sobre la barra mientras encendía las luces del local, volví a agarrar el bolso y caminé cabizbaja y a paso ligero hacia el despacho de la señora. Había un montón de papeles sobre el escritorio, los mismos que había d
Aquel día no tenía nada importante que hacer, sentada sobre una de las mesas de la tienda miraba a la gente pasar por la ventana.Ya había terminado de ordenar toda la documentación que la señora me había dejado, había elegido a los nuevos empleados, y todo parecía estar en calma aquel día, no había nada que hacer.Me puse mis gafas y caminé hacia el mostrador donde Sara les explicaba a los nuevos las tareas de la tienda. Todos miraron hacia mí al verme aparecer, en espera de respuestas.Creo que es una buena idea hacer algo diferente un día, es decir, un día a la semana servir sólo productos de España. Por ejemplo podríamos servir Torrijas.Es una buena idea – reconocía Sara - ¿crees que podrías encontrar los ingredientes?Claro que sí, iré a buscarlos.Me q
Mantenía los ojos cerrados, sobre aquella reconfortable almohada me sentía a salvo. Podía escuchar el abundante tráfico que provenía de la ventana, era obvio que había amanecido hacía ya algunas horas. Pero me sentía tan bien en aquel lugar.El olor que impregnaba la habitación era suave y agradable, olía a limpio y a jazmín.Abrí los ojos para enfrentarme al día, pues, aunque era mi día libre, tenía que recoger la casa. Esperaba encontrar miles de latas de cerveza y otras tantas botellas de soju por el suelo. Pero quedé totalmente desorientada al percatarme de que no había nada de lo que había esperado, el suelo estaba limpio, olía a comida recién hecha y… pronto me percaté de que no reconocía aquella habitación, aquel lugar no era mi casa.Salí de la cama bastante más
Caminaba por la calle de regreso a casa, atravesando las calles, cuando me percaté de que alguien me seguía.Aligeré la marcha, me metí por una calle y me detuve en la esquina, pegándome lo más que pude a la pared, echando en falta mi calibre del 47. Era la primera vez en dos años en la que me sentía asustada.Podía escuchar los pasos de mi acosador, estaba cada vez más cerca, y yo cada vez más nerviosa, pero no dejaría que el miedo nublase mi vista, esta vez no.Tan pronto como fui descubierta, me abalancé sobre aquella persona y lo apreté contra la pared con una de esas llaves que me enseñaron en la academia.AnaShi – me llamó, haciendo que prestase atención a su rostro, sabía que era ese apuesto cliente.– Veo que sabe defenderse… - comenzó con las manos en alto, intentando que lo sol
Aquella mañana salí tarde de casa, volvía a ser mi día libre y quería remolonear en la cama un poco más. Había pasado una semana desde aquella cena.Bajé calle abajo, admirando el hermoso sol, y el destello tan hermoso que irradiaba sobre mis cabellos castaños. Sonreí por primera vez en meses, mientras me dirigía al pequeño parque de niños que se hallaba detrás de las casas, me apetecía mucho desconectar y aquel era mi lugar favorito.Observé a algunos niños sobre el tobogán mientras levantaba mis brazos para estirarme y agarrar los barrotes de mi atracción favorita, doblé las rodillas, colgándome de mis manos, dejando caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, sintiendo el sol sobre mis párpados. Desde aquel punto podía escuchar las risas de los niños, el canto de los páj
Algunas semanas habían pasado, no había vuelto a verle.La señora había cerrado por vacaciones y se había marchado a Busan a visitar a su buen amigo, el señor Miyagui. Así que ahora me aburría mucho, no tenía nada en lo que distraer mi mente y aquello era muy frustrante.Caminaba por un centro comercial mientras miles de personas lo hacían a mi lado. Y entonces me percaté de que algo no estaba bien, miré hacia arriba y luego hacia el frente, a escasos pasos de mí una niña de apenas unos 5 años me miraba, justo como aquellos niños de Irak solían hacerlo, ajenos al peligro que corrían.Corrí hacia la niña, antes de que la lámpara que había sobre ella se desprendiera y la aplastase. En cualquier otro momento de mi vida no me habría importado, que otro niño más fuese derribado, pe
Aquella noche hacía frío, era un frío que se expandía por cada poro de mi cuerpo, y podía sentirlo, aunque más que frío era un escalofrío lo que sentía por mi nuca.No podía ver nada, por más que abría los ojos intentando encontrar alguna luz en aquella oscuridad no podía encontrar nada. Estaba cansada de caminar en aquella tenebrosa penumbra y el no poder visualizar nada no calmaba mi corazón, al contrario tan sólo me traía temor y miedo.Había algo distinto aquella vez, podía sentirlo, no era como el resto de las veces en las que me había encontrado en aquel punto. Podía sentir la presencia de alguien más y eso me aterraba…Se lo que hiciste – comenzó una voz tras de mí, haciendo que me diese la vuelta y la luz volviese. Era él, él ún