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CAPÍTULO 5 – Huyendo.

Mantenía los ojos cerrados, sobre aquella reconfortable almohada me sentía a salvo. Podía escuchar el abundante tráfico que provenía de la ventana, era obvio que había amanecido hacía ya algunas horas. Pero me sentía tan bien en aquel lugar.

El olor que impregnaba la habitación era suave y agradable, olía a limpio y a jazmín.

Abrí los ojos para enfrentarme al día, pues, aunque era mi día libre, tenía que recoger la casa. Esperaba encontrar miles de latas de cerveza y otras tantas botellas de soju por el suelo. Pero quedé totalmente desorientada al percatarme de que no había nada de lo que había esperado, el suelo estaba limpio, olía a comida recién hecha y… pronto me percaté de que no reconocía aquella habitación, aquel lugar no era mi casa.

Salí de la cama bastante más calmada al comprobar que tenía puesta mi ropa, por lo que no había sucedido nada que lamentar, o así lo esperaba.

Me miré en el enorme espejo que se encontraba junto a la cama, admirando mi estropajoso y alocado pelo, y mi rostro… tenía un aspecto horrible. Caminé despacio hacia la cocina, dejándome llevar por aquel olor que impregnaba la casa.

  • Tú – señalé al llegar a la cocina, pues acababa de encontrar frente a mí, cocinando al “cliente apuesto”, justo a aquel que dejaba el dinero justo en la cafetería. Tenía los ojos abiertos como platos, sin poder creer lo que veían.

  • Espero que se encuentre mejor – Decía el hombre, mientras yo me preguntaba cómo había llegado a aquel lugar, pero entonces un recuerdo vino a mi mente, como un flash…

  • Lo siento…- comencé algo abochornada por lo que había hecho ayer delante de aquel cliente y la forma en la que lo había tratado.

  • No se preocupe… - Respondió él, parecía haber descubierto que recordaba lo que había pasado anoche.

  • Pero… ¿por qué estoy aquí? – Pregunté, pues no recordaba en que momento había llegado allí.

  • Usted no recordaba donde vivía, o al menos no recordaba como indicármelo. Así que la traje a mi casa, espero que no le importe – Proseguía el muchacho, que parecía ser muy correcto. Sonreí tranquila, pues sabía que era cierto. Aquello era lo que me gustaba de las personas de aquel país, eran demasiado sinceras.

  • Tengo que irme – Admití bastante nerviosa, pues acababa de sentir como mi corazón se sobrecogía cuando él me había sonreído, no podía dejar que nadie se acercase, ni siquiera él.

  • Al menos desayune.- Insistía él, levantando un cuenco de arroz hacia mí, indicándome que había preparado el desayuno.

Pero yo no podía escucharle, tenía demasiado miedo de que alguien pudiese descubrir quien era, o lo que había hecho en mi pasado.

Cerré la puerta tras de mí, y corrí escaleras abajo, pues tenía demasiado miedo de que el saliese a buscarme, ni siquiera podía arriesgarme a esperar al ascensor.

Cuando llegué abajo estaba exhausta, él vivía en un octavo.

Miré el reloj un poco más tranquila, mientras caminaba hacia casa, pero al ver que eran más de las diez, di la vuelta y comencé  a correr en la dirección opuesta, llegaba tarde al trabajo, pues a pesar de que era mi día libre le había prometido a Shana (una de las nuevas empleadas) que la cubriría en su turno de la mañana para que ella pudiese asistir al médico.

  • Es extraño – comenzó mi compañera – el cliente apuesto no ha venido hoy – señalizó, mientras a mí se me encogía el estómago. Pues no me apetecía para nada volver a encontrarme con él.

  • Buenos días – dijo una persona entrando en la tienda, haciendo que ambas mirásemos hacia él, pues se trataba de aquel del que habíamos hablado – o quizás debería decir buenas tardes.

  • Buenas tardes cliente – decía Sara, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras yo miraba al suelo avergonzada.

  • Marchando un americano con doble de caramelo…- comencé mientras me daba la vuelta dispuesta a preparar su pedido. Ya que quería evitar el contacto visual.

  • Esta vez no – admitió el, haciendo que me volviese sorprendida hacia él - ¿Su nombre? – Preguntó hacia mí, haciendo que Sara me mirase con cara de pocos amigos. Pero yo no pude darme cuenta, estaba demasiado ocupada mirándole sin comprender que ocurría. Ni siquiera se durante cuánto tiempo le miré antes de reaccionar y volver a la realidad.

  • No creo que seamos tan cercanos cómo para decirle mi nombre – le espeté, haciendo que tanto mi amiga como él me mirasen sorprendidos por mis palabras.- Sara, coge su pedido.- Rogué mientras caminaba hacia el almacén, intentando calmarme, intentando que no se me notara que estaba molesta con él por haberse atrevido a acercarse a mí.

Me escondí tras las cajas de café, cerré los ojos con fuerza, bastante frustrada con todo aquello. Recordando la última vez que había temido ser descubierta…

“Me encontraba en Irak, un grupo de rebeldes nos había encontrado y ahora nos disparaba, mientras mis compañeros y yo corríamos hacia el jeap en busca de munición.

Agarré mi arma y disparé hacia ellos, admirando como una de mis balas derribaba a uno de nuestros enemigos: se trataba de un niño de no más de 12 años.

Fue en ese entonces cuando me percaté de que la mayoría de los rebeldes eran tan sólo niños que tenían edad de ir a la escuela y no de disparar hasta la muerte”

Alejé de mis pensamientos aquel recuerdo, mientras una lágrima me recorría el rostro.

  • Su nombre es Ana – Explicaba mi compañera amablemente, mientras yo la escuchaba desde el almacén – Ella no está acostumbrada a tratar con personas, ella nunca deja que nadie se acerque lo suficiente, ni siquiera a mí – Admitía, mientras más lágrimas salían al exterior, pues sentía que estaba traicionando a mi amiga al ocultarle todas aquellas cosas sobre mi pasado, pero no podía dejar que nadie me viese como era realmente.

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Huía del pasado, esa era la verdad, intentaba mantenerme tan alejada como fuese posible de mi antigua yo, intentaba ocultar todo mi pasado con aquella nueva fachada, pero la verdad era que mi verdadero yo seguía dentro de mí, y a pesar de que intentase alejarlo siempre volvía a encontrarme.

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