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CAPÍTULO 4 – Un día diferente.

Aquel día no tenía nada importante que hacer, sentada sobre una de las mesas de la tienda miraba a la gente pasar por la ventana.

Ya había terminado de ordenar toda la documentación que la señora me había dejado, había elegido a los nuevos empleados, y todo parecía estar en calma aquel día, no había nada que hacer.

Me puse mis gafas y caminé hacia el mostrador donde Sara les explicaba a los nuevos las tareas de la tienda. Todos miraron hacia mí al verme aparecer, en espera de respuestas.

  • Creo que es una buena idea hacer algo diferente un día, es decir, un día a la semana servir sólo productos de España. Por ejemplo podríamos servir Torrijas.
  • Es una buena idea – reconocía Sara - ¿crees que podrías encontrar los ingredientes?
  • Claro que sí, iré a buscarlos.
  • Me quedaré a cargo de la tienda

Agarré mi bolsa, saqué mis gafas de sol y me encaminé hacia la salida, pero ya había alguien entrando en la tienda, por lo que me fue imposible salir a mí de ella.

  • ¿Está cerrado?
  • Por supuesto que no, dentro atenderán su pedido
  • Y ¿por qué no lo hace usted?
  • Soy la encargada ahora, ya no hago cosas como esa.
  • El otro día lo hizo
  • Era una excepción y lo estaba preparando para mí
  • Podría haber pedido que se lo preparasen ya que ahora es la jefa.
  • Tengo prisa – le espeté mientras salía por la puerta y corría calle abajo, aunque era difícil hacerlo en tacones.

Casi era la hora de comer cuando volvía a la tienda, había conseguido todos los ingredientes para mi nuevo proyecto.

Los dejé sobre el mostrador, admirando como Sara atendía al último cliente de la mañana.

  • Guárdalo todo, seguiremos esta tarde – le aclaraba mientras agarraba un ordenador pequeñito de mi bolso y me sentaba sobre una de las mesas, dispuestas a entretenerme un poco antes de marcharme – recoge tranquila, que te espero y te invito a comer.

Sonreí divertida mientras observaba el escritorio del ordenador, percatándome entonces de que había una carpeta que realmente no había vuelto a abrir desde hacía mucho tiempo. El nombre de la carpeta era “Maniobras”. Di doble click y la abrí.

Seleccioné una al azar y sonreí al encontrarme vestida de militar, hacía tiempo que no sentía aquello… No había vuelto a disparar desde aquella noche.

Comencé a pasar una a una las fotos hasta llegar a una en la que aparecía riendo junto a él, mi padre, mi mentor, esa persona que siempre me había apoyado, me había admirado… Ahora ya nada quedaba de aquel amor, sin lugar a dudas ya no me admiraba, al contrario sentiría vergüenza de tener una hija como yo, un ser tan egoísta en el que me estaba convirtiendo, un monstruo.

Cerré el ordenador de un golpe, enfadada conmigo misma, mientras levantaba la vista hacia la puerta, admirando como “el cliente apuesto” entraba en el local.

Parecía estar buscándome con la mirada, pero yo más allá de mostrar interés hacia él me volví hacia la ventana, intentando mantener mi mente ocupada en cualquier otra cosa, no quería volver a perder la conciencia como aquel día en que la tragedia se mascó.

  • Ya estamos cerrando – respondía mi amiga ante el pedido del hombre – pero puedo prepararle algo que no lleve café, tenemos un zumo de naranja recién exprimido justo aquí.
  • Volveré a la tarde entonces, gracias – decía él mientras salía por la puerta.

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Estaba realmente cansada, había sido un día largo, en el que había intentado enseñar a los presentes a hacer torrijas, pero la mayoría de los coreanos no entendía muy bien aquel dulce, en opinión de la mayoría era demasiado dulce, por eso había decidido echarle poca miel.

No me apetecía nada volver a casa, así que allí estaba en aquel puesto junto al río Han, mi lugar favorito después de un largo y duro día de trabajo, dispuesta a beber hasta caer redonda en el suelo.

  • ¡Ahjuma! – llamé a la dueña, para pedir otra botella, ya me había tomado dos o tres antes, pero parecía que la pesadez que sentía dentro seguía ahí, tenía que hacerla desaparecer por un rato, y la única forma que conocía era el alcohol.

Y si, como deduciréis hablaba en coreano, es lo que suele pasar, cuando me emborracho olvido el inglés y el único idioma que sale de mi boca es el coreano. Y si, es bastante frustrante que el idioma que temo pronunciar sea el primero que recuerdo al embriagarme.

Levanté el brazo nuevamente, quitándome los zapatos y posando mis pies descalzos en el suelo.

  • ¡Ahjuma! – volví a llamarla, pero al levantar el rostro para visualizarla, encontré frente a mí a alguien que no esperaba para nada. Me levanté con dificultad, mientras agarraba mis zapatos en una mano y me colgaba mi bolso en el hombro con la otra.-¡Iah! – Le espeté, cuando hube llegado a su mesa. El hombre me miró sorprendido por mi aspecto, mientras su compañero miraba hacia mí divertido - ¿cómo te atreves a seguirme? – Pregunté embriagada, sabiendo que no me acordaría de nada al día siguiente, pero estaba tan cansada de ser tratada de aquella manera por los hombres – Eh tú, b****a, ¿cómo te atreves a pretender ser mi amigo?

  • Señorita, por favor –suplicaba la dueña de la tienda, intentando que me volviese a sentar en mi mesa

  • ¿crees que por que eres “el cliente apuesto” ya tienes derechos sobre las mujeres? – Pregunté para luego dejar emitir un hipido borrachín y tambalearme, lo que hizo que él se levantase y me agarrase por el brazo para evitar que lo hiciese - ¡Iah! – Exclamé al sentir su tacto con mi piel - ¡Suéltame! ¿crees que porque estoy herida ya merezco que me cuiden?

  • Creo que ya ha bebido suficiente – respondía el hombre con talante tranquilo, mientras ponía algunos billetes sobre la mesa – lo siento, Park Jae Choon – proseguía mientras agarraba mi mano – tengo que irme ahora, te lo compensaré mañana.

  • ¡Suéltame! ¡Iah! – Le espetaba mientras el tiraba de mi brazo alejándome más y más del puesto del río Han. - ¿no vas a soltarme?

  • No, ¿estás más tranquila sabiéndolo?

  • ¡Iah! Tú…

  • Es realmente lamentable ver a una mujer tan elegante en este estado, jamás pensé verte así.

  • ¿por qué me importaría lo que piense usted de mí?

  • ¿no te importa? A mi me daría vergüenza que cualquiera me viese en ese estado.

  • Suéltame, me haces daño – espetaba mientras intentaba deshacerme de él, y lo conseguí, al menos durante una décima de segundo, antes de que él volviese a atraparme.

  • Si no te portas bien tendré que cargarte

  • ¿perdona?

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