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—¿Estás molesta? —le preguntó Zack a Amelia cuando al fin llegaron a una preciosa cabaña frente al mar, que tenía un precioso porche en madera y palmas. Una hamaca se colgaba de uno de sus columnas de madera a la otra, meciéndose levemente por el viento.

Todos los demás ya habían entrado llevando su equipaje y el de Zack, sólo ellos se habían quedado un poco rezagados, a propósito. Amelia se echó al hombro el pequeño maletín que contenía su ropa y sus cosas sin mirarlo ni responderle. El clima era cálido, pero había poco sol, y la brisa le alborotaba el cabello.

 Respiró profundo mientras Zack seguía esperando una respuesta. ¿Cómo podía advertirle que se apartara de esa bruja? ¿Cómo le explicaba que, si le ponía el ojo encima, arruinaría su vida, lo que emprendiera, y todo

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