Luciana esbozó una pequeña sonrisa, y aunque no estaba completamente satisfecha, decidió confiar en Alejandro por el momento. Se sentó nuevamente en el sofá mientras su madre iba a la cocina para preparar el almuerzo. Su padre, un hombre de pocas palabras, pero de gran cariño, le ofreció una sonrisa cálida mientras se sentaba a su lado.—Hija, estamos aquí para lo que necesites —le dijo suavemente—. Tu madre y yo no estaríamos en ningún otro lugar ahora mismo, no después de lo que paso con esa descompensación que tuviste, Afortunadamente las bebitas están bien.Luciana se sintió reconfortada por la presencia de sus padres, aunque su intuición seguía diciéndole que algo más estaba ocurriendo. Alejandro le dio un suave beso en la frente antes de excusarse para hacer una llamada rápida a Héctor, su mano derecha en la empresa.Una vez fuera de la sala y dirigiéndose a su pequeña oficina tipo habitación. Alejandro respiró profundamente, caminando hasta el balcón para despejar su mente ante
El mundo de Luciana se detuvo. Sintió que el aire le faltaba, como si de repente toda su vida hubiera sido una mentira. Miró a su padre en busca de alguna negación, pero él simplemente bajó la cabeza, confirmando lo que su madre acababa de decir.—¿Qué? —murmuró Luciana, con la voz entrecortada—. No… no puede ser…—Te adoptamos cuando eras apenas un bebé —explicó su madre, tratando de mantener la compostura—. Tus padres biológicos… no podían cuidarte. Nos dejaron a tu cargo cuando tenías seis meses.Luciana sintió como si la tierra se desmoronara bajo sus pies. Todo en lo que había creído hasta ese momento se desmoronaba frente a sus ojos.—¿Por qué nunca me lo dijeron? —gritó, con lágrimas brotando de sus ojos. Se sentía traicionada, perdida. Miró a Alejandro, buscando en él algún tipo de explicación, pero él simplemente la miró con tristeza.Su madre se acercó para abrazarla, pero Luciana la apartó, demasiado dolida para aceptar cualquier consuelo.—No sabíamos cómo decirte, cariño
Por primera vez en su vida, el hombre que siempre había sido serio, frío y reservado en algunas ocasiones, se dejó llevar por la emoción. Una lágrima rodó por su mejilla mientras mantenía su mano en el vientre de Luciana, sintiendo las pequeñas pataditas de sus nietas.—Es… es un milagro —susurró, casi sin poder creer lo que estaba experimentando.La madre de Luciana, contagiada por el momento, también se acercó. Luciana tomó su mano y la colocó sobre su vientre. Ambas se miraron a los ojos, y fue como si en ese instante todo el dolor y la distancia de años se desvaneciera. Las gemelas volvieron a moverse, y su madre se llevó una mano a la boca, sorprendida.—Las siento… —dijo con voz temblorosa—. No puedo creer que dentro de ti haya dos vidas tan llenas de energía. No puedo imaginar el regalo tan grande que es ser madre.Luciana asintió, sus ojos llenos de lágrimas.—Es maravilloso, mamá. Y ustedes siempre serán mis padres, no importa lo que haya pasado. Siempre. Lo que importa no es
La madre de Luciana se sentó al borde de la cama y, con ternura, extendió sus manos hacia las bebés.—¿Puedo sostener a una de ellas? —preguntó, con la voz suave, como si temiera romper el frágil momento de felicidad.Luciana asintió, entregando con cuidado a Valentina a su madre. La abuela la sostuvo con delicadeza, mirando a la pequeña con asombro, mientras Valentina se movía ligeramente entre sus brazos.—Nunca pensé que tendría la oportunidad de ser abuela —susurró, emocionada—. Verlas aquí, a ti, a tus hijas... Es un milagro, Luciana. Un milagro del amor.El padre de Luciana se acercó también, con una sonrisa emocionada en el rostro. Se inclinó y acarició la mejilla de Sofía, que descansaba en los brazos de Luciana.—Estoy muy orgulloso de ti, hija —dijo con voz ronca por la emoción—. Y de estas pequeñas. Serán una bendición en nuestras vidas.Luciana, viendo a sus padres tan llenos de amor y orgullo, sintió una paz profunda. Por fin, después de tanto tiempo, estaba rodeada de la
Luciana apoyó la cabeza en el hombro de Alejandro, sintiendo la seguridad de su amor y la calidez de sus amigos a su alrededor.—Tienes razón, amor —dijo ella—. Estamos donde siempre quisimos estar: rodeados de familia y amor.Y así, con las risas y la compañía de sus seres queridos, Luciana y Alejandro supieron que no había mayor felicidad que la de ver crecer la familia que habían formado, y que el amor que compartían seguía siendo la fuerza que los unía, haciéndolos más fuertes con cada día que pasaba.la mansión con una suave luz anaranjada, y el sonido tranquilo de las hojas al viento creaba una melodía casi imperceptible. En la terraza, Luciana y Alejandro estaban sentados en una cómoda silla doble, abrazados, con una manta cubriendo sus piernas. Las gemelas dormían tranquilas en el interior de la casa, dejando a la pareja un momento de paz solo para ellos.Luciana apoyaba su cabeza en el pecho de Alejandro, escuchando los latidos firmes de su corazón. Él acariciaba suavemente s
El viento soplaba suavemente, acariciando sus rostros mientras la noche avanzaba con calma. Luciana y Alejandro permanecieron allí, tomados de la mano, disfrutando de la quietud que les regalaba el momento, un respiro después de la tormenta de emociones que había marcado los últimos meses. En sus corazones, un mismo sentimiento: el agradecimiento por todo lo vivido, por todo lo superado, por la familia que habían formado.Luciana sintió cómo sus ojos se cerraban lentamente, la paz envolviendo cada rincón de su ser. Ya no había miedo, ya no había incertidumbre. Todo lo que alguna vez fue complicado, todo lo que los separó, ahora era solo un recuerdo lejano, reemplazado por una certeza inquebrantable.Alejandro, observando el rostro de Luciana, sonrió para sí mismo. Cada día a su lado era un regalo, y, aunque el futuro estaba lleno de desafíos, estaba listo para enfrentarlos, porque no solo se tenía a sí mismo, sino a la mujer que amaba, y a las pequeñas vidas que los hacían más complet
El ambiente en la oficina estaba cargado de tensión. Luciana había intentado calmarse, pero la aparición de Tomás lo complicó todo. Al entrar en la sala con una copa de champaña en la mano, Tomás parecía despreocupado, como si nada estuviera fuera de lugar. Se acercó con una actitud relajada, pero sus palabras fueron lo que realmente encendió la chispa.—Buenos días, Luciana, Alejandro —dijo con una sonrisa forzada, antes de tomar un sorbo de su bebida—. Quería hablar sobre un pequeño adelanto de dinero, si es posible.Luciana no pudo ocultar la furia que empezó a recorrer su cuerpo. El sonido de la copa al ser levantada de la mesa resonó como una bomba, y su mirada, cargada de ira, no dejaba de seguirlo. Alejandro, que había estado en un momento de calma, se tensó al notar la incomodidad de Luciana.—¿Un adelanto? —preguntó Luciana, con la voz al borde de la explosión—. Tomás, ¿qué te pasa? No te conformas con lo que te damos. Cada mes te pagamos una cantidad generosa, como acordamos
Mientras Tomás se alejaba, Alejandro se quedó mirando su espalda, con la sensación de que aún había algo más que no estaba dispuesto a dejar pasar. La conversación con Tomás había sido tensa, pero sabía que no podía dejar que las cosas se quedaran así, especialmente cuando se trataba de su familia y de los límites que debía imponer.Decidió volver a la oficina, donde Luciana seguía esperando. Al entrar, la encontró recargada en su silla, sus manos entrelazadas sobre la mesa mientras observaban la ventana. Estaba claro que la tensión aún seguía en el aire entre ellos. Luciana, al escuchar la puerta abrirse, se giró lentamente hacia él. Sus ojos estaban fijos en él, una mezcla de preocupación y desconfianza.—¿Hablaste con él? —preguntó Luciana, con voz baja, pero llena de expectación.Alejandro se acercó a su escritorio y se sentó frente a ella, dejando escapar un suspiro pesado. Sabía que Luciana lo observaba, buscando respuestas, buscando la certeza de que había hecho lo correcto.—S