Alejandro, por primera vez en días, permitió que una sonrisa se formara en sus labios. Su voz salió con un tono decidido, como si ya hubiera trazado el siguiente paso en su mente.—Héctor, sigue investigando. Averigua quién está detrás de Ernesto. Si es necesario, quiero que lo interceptes antes de que pueda publicar nada. No importa el costo.Colgó el teléfono y se giró completamente hacia Luciana.—Vamos a salir de esto, y cuando lo hagamos, quiero que te tomes un respiro, que dejes atrás el miedo. —Alejandro la tomó por la cintura, acercándola—. Te lo prometí, Luciana. No dejaré que nada nos separe.Luciana apoyó su frente contra la de él, cerrando los ojos por un instante. Sabía que la batalla apenas comenzaba, pero con Alejandro a su lado, sentía que juntos podrían enfrentarlo todo.—Lo haremos juntos, ¡Vamos a la empresa ahorita mismo —susurró, y en ese momento, nada más importaba.Luciana sujeto su bolso y ambos salieron se metieron al coche y se fueron a la empresa. Alejandro
Alejandro sintió que el estómago se le revolvía al escuchar el nombre de Luciana salir de los labios de Ernesto. Un sudor frío comenzó a formarse en su frente. No era solo una amenaza para él, sino para todo lo que había jurado proteger.—Tú no te atrevas a involucrarla en esto —respondió Alejandro, su voz cargada de advertencia. El control que siempre manejaba con tanto cuidado comenzaba a resquebrajarse—. Si tienes un problema conmigo, lo manejamos entre nosotros. Deja a Luciana fuera de esto.—Oh, no te preocupes —Ernesto sonrió al otro lado de la línea, aunque Alejandro no podía verlo, podía sentirlo—. Aún no estoy interesado en arruinar la vida de la señorita Luciana... Pero todo depende de ti, Alejandro. ¿Cuánto valen tus secretos? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para mantenerlos enterrados?El silencio que siguió era espeso, pesado, como si el aire mismo se hubiera detenido en la habitación. Alejandro apretó el teléfono con más fuerza, mirando hacia la ventana, buscando una sal
Te lo prometo, Luciana, pensó con el corazón apretado. Voy a protegerte de esto, cueste lo que cueste.El sonido de su teléfono vibrando sobre la mesa fue lo único que rompió el tenso silencio en la oficina. Alejandro, que había estado mirando su reflejo en la ventana, no necesitaba ver el número en la pantalla para saber quién estaba llamando. La amenaza de Ernesto Figueroa había sido solo el principio, y ahora, los primeros pasos hacia su caída comenzaban a materializarse.Tomó el teléfono, y antes de ver el mensaje, sintió un nudo en el estómago. La ansiedad lo carcomía, pero estaba determinado a enfrentarlo. Era un recordatorio de que no todo en su vida estaba tan bajo control como siempre había creído. Sin embargo, al abrir el mensaje de Ernesto, la calma que había intentado mantener se rompió por completo.Se trataba de un video, pero no uno cualquiera. Era un video largo, meticulosamente editado, que parecía haber sido preparado con el único propósito de destrozarlo. Los primer
El mensaje estaba acompañado de un archivo adjunto. Alejandro dudó un instante, pero luego, con una mezcla de desesperación y necesidad de enfrentarse a lo que venía, tocó el archivo.Las imágenes comenzaron a cargarse en la pantalla: fotos y videos, que se desplegaron ante él como una pesadilla. Los rostros de sus padres, Paco y Milena, falsificando documentos en su oficina. Luego, otro video, más reciente, de él, hablando con varias mujeres en la oficina, la misma oficina que ahora veía desde su asiento con Luciana. Eran imágenes que no quería ver, que había intentado borrar de su memoria durante años. Y aún más, en el último clip, una conversación en la que él, sin darse cuenta, revelaba detalles privados de su negocio, de sus decisiones, que jamás había tenido intención de que alguien supiera.El último mensaje de Ernesto fue el más cruel de todos: “Esto es solo un recordatorio. Lo que tengo está lejos de ser todo. Si no haces lo que te pido, todo será revelado a todos. No hay vue
Luciana lo observó, sorprendida por la dulzura y sinceridad en sus palabras. Aunque habían terminado mal, en este momento, Diego no parecía ser el hombre del pasado que la había dejado, sino alguien que realmente quería apoyarla.— Por cierto... —agregó, esbozando una sonrisa ligera—. Te ves increíble, ya son las 4 de la tarde Siempre lo has sido, pero ahora... hay algo diferente en ti. Más fuerte.Luciana intentó sonreír, pero la tristeza todavía la envolvía. Apretó el teléfono en su mano, pensando en pedir ese taxi, en escapar de todo, pero Diego no le dio tiempo.— Mi auto está a unas cuadras. Déjame llevarte a casa. No puedes quedarte aquí sola, no en este estado.Luciana negó con la cabeza, limpiándose las lágrimas. La idea de regresar a su hogar, al mismo lugar donde había estado con Alejandro hacía apenas unas horas, era insoportable.— No... no iré a casa. —dijo con voz débil—. Voy a pagar un hotel por esta noche. Necesito estar sola.Diego frunció el ceño y sacudió la cabeza
— No te preocupes por nada esta tarde y ya casi será de noche falta poco, pero por esta noche, no te aflijas —susurró Diego—. Mañana será otro día. Y entonces, todo será más claro.Luciana solo pudo asentir, porque en ese momento, lo único que quería era olvidarse de todo lo que había sucedido y dejarse llevar por el silencio que Diego le ofrecía.Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que la tormenta no había pasado. Alejandro seguía allí, en algún lugar de su corazón, y la verdad no podía ser ignorada para siempre.Luciana se separó suavemente del abrazo de Diego, con sus ojos llenos de una tristeza profunda que parecía consumirla desde dentro. Las palabras estaban en la punta de su lengua, una mezcla de frustración y dolor que había llevado guardando desde hacía años. El silencio entre ambos fue pesado por un momento, mientras los recuerdos del pasado se deslizaban entre ellos como sombras.— ¿Sabes, Diego? —dijo finalmente, con la voz quebrada—. Ni contigo funcionó el am
Luciana se quedó callada. Parte de ella quería apartarse, quería poner distancia entre ellos. Pero otra parte, una parte que no podía negar, la mantenía allí, en ese lugar peligroso, atrapada en una mezcla de deseo y confusión.— No sé lo que estoy sintiendo ahora… —confesó, sus palabras saliendo entre suspiros—. Esto… esto me está confundiendo, Diego.Él le acarició el rostro, suavemente esta vez, como si la estuviera consolando. Su toque era tierno, pero aún así cargado de esa pasión reprimida que había explotado entre ellos momentos antes.— No tienes que decidir nada ahora, sé que disfrutaste el beso. —le susurró—. Pero quiero que sepas algo, Luciana. Si alguna vez decides dejar todo esto atrás, si te das cuenta de que Alejandro no es el hombre para ti… yo estaré aquí. Siempre lo estuve. Siempre lo estaré.Luciana cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. Pero el eco de ese beso seguía presente, junto con la certeza de que algo entre ellos había
—Espero que esta habitación te guste. —dijo Diego con una leve sonrisa—. Es una de las mejores de la casa. Quiero que estés cómoda.Luciana asintió, impresionada, pero al mismo tiempo abrumada por todo lo que estaba sucediendo.—Gracias, Diego. —murmuró—. De verdad, gracias por todo esto.Diego la miró por un segundo más antes de dar un paso atrás.—Buenas noches, Luciana. —dijo, con una voz suave y amable—. Descansa, te hace falta.—Buenas noches. —respondió ella, mirando cómo la puerta se cerraba lentamente.El clic de la puerta al cerrarse resonó en el silencio de la habitación, y Luciana se dejó caer sobre la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su piel. Pero justo cuando su cuerpo comenzó a relajarse, su celular vibró en la mesa de noche.Lo tomó, viendo el nombre de Alejandro en la pantalla. Su corazón se aceleró."Amor, perdóname. Lo que viste fue el pasado. Videos viejos. Perdón. Vuelve a casa, no quiero rastrearte para saber dónde estás, prefiero que me lo digas tú