— No te preocupes por nada esta tarde y ya casi será de noche falta poco, pero por esta noche, no te aflijas —susurró Diego—. Mañana será otro día. Y entonces, todo será más claro.Luciana solo pudo asentir, porque en ese momento, lo único que quería era olvidarse de todo lo que había sucedido y dejarse llevar por el silencio que Diego le ofrecía.Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que la tormenta no había pasado. Alejandro seguía allí, en algún lugar de su corazón, y la verdad no podía ser ignorada para siempre.Luciana se separó suavemente del abrazo de Diego, con sus ojos llenos de una tristeza profunda que parecía consumirla desde dentro. Las palabras estaban en la punta de su lengua, una mezcla de frustración y dolor que había llevado guardando desde hacía años. El silencio entre ambos fue pesado por un momento, mientras los recuerdos del pasado se deslizaban entre ellos como sombras.— ¿Sabes, Diego? —dijo finalmente, con la voz quebrada—. Ni contigo funcionó el am
Luciana se quedó callada. Parte de ella quería apartarse, quería poner distancia entre ellos. Pero otra parte, una parte que no podía negar, la mantenía allí, en ese lugar peligroso, atrapada en una mezcla de deseo y confusión.— No sé lo que estoy sintiendo ahora… —confesó, sus palabras saliendo entre suspiros—. Esto… esto me está confundiendo, Diego.Él le acarició el rostro, suavemente esta vez, como si la estuviera consolando. Su toque era tierno, pero aún así cargado de esa pasión reprimida que había explotado entre ellos momentos antes.— No tienes que decidir nada ahora, sé que disfrutaste el beso. —le susurró—. Pero quiero que sepas algo, Luciana. Si alguna vez decides dejar todo esto atrás, si te das cuenta de que Alejandro no es el hombre para ti… yo estaré aquí. Siempre lo estuve. Siempre lo estaré.Luciana cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. Pero el eco de ese beso seguía presente, junto con la certeza de que algo entre ellos había
—Espero que esta habitación te guste. —dijo Diego con una leve sonrisa—. Es una de las mejores de la casa. Quiero que estés cómoda.Luciana asintió, impresionada, pero al mismo tiempo abrumada por todo lo que estaba sucediendo.—Gracias, Diego. —murmuró—. De verdad, gracias por todo esto.Diego la miró por un segundo más antes de dar un paso atrás.—Buenas noches, Luciana. —dijo, con una voz suave y amable—. Descansa, te hace falta.—Buenas noches. —respondió ella, mirando cómo la puerta se cerraba lentamente.El clic de la puerta al cerrarse resonó en el silencio de la habitación, y Luciana se dejó caer sobre la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su piel. Pero justo cuando su cuerpo comenzó a relajarse, su celular vibró en la mesa de noche.Lo tomó, viendo el nombre de Alejandro en la pantalla. Su corazón se aceleró."Amor, perdóname. Lo que viste fue el pasado. Videos viejos. Perdón. Vuelve a casa, no quiero rastrearte para saber dónde estás, prefiero que me lo digas tú
Tomó una respiración profunda, sus dedos vacilando sobre el teclado. Sabía que no podía seguir así, guardando silencio sobre lo que sentía. No más juegos. No más mentiras."Estoy bien, Alejandro... es solo que esto es un caos. Creo que todos estos problemas que tenemos, la empresa, todo eso me está afectando, nos están destruyendo a ambos. Y quien más sabe si ese periodista, Ernesto Figueroa, tiene más cosas de ti que yo no sé. ¿Qué pasa si él sabe más de lo que crees? ¿Y si esa información me lastima? Quizá ese sea mi punto débil."Luciana suspiró al terminar el mensaje, sintiendo un nudo en el estómago. Era la primera vez que expresaba tan abiertamente sus dudas. Estaba tan cansada de todo, de los secretos, de los engaños. Pero no podía ignorar el hecho de que algo no estaba bien, y su instinto le decía que había más de lo que Alejandro estaba dispuesto a contarle.El teléfono vibró en su mano casi al instante. El nombre de Alejandro apareció en la pantalla. "Luciana…" Solo decía es
Al llegar al comedor, la imagen que se desplegó frente a ella la dejó petrificada. Alejandro estaba sentado al otro lado de la mesa, con su porte impecable y una mirada que oscilaba entre la furia contenida y el alivio. Diego, a su lado, parecía tranquilo, aunque sus ojos reflejaban cierta tensión, como si supiera que la presencia de Alejandro no prometía nada bueno.Luciana dio un paso atrás, su instinto gritándole que escapara. Pero antes de que pudiera girarse, la voz grave de Alejandro la detuvo en seco.—¿Por qué huyes, Luciana? —preguntó con un tono suave, pero cargado de reproche. Su mirada la atravesaba, intensa y penetrante.Luciana tragó saliva, sin atreverse a responder, pero Alejandro no le dio tiempo para escapar. Se levantó de la silla con calma, su figura dominando el espacio mientras sus ojos seguían clavados en ella.—Qué bueno que aún tienes tu collar de perlas —continuó, su tono cargado de un sarcasmo apenas perceptible—. Por eso pude rastrearte.El aire en la sala
—Confío en que quedarás impresionada, cariño —respondió Alejandro con una sonrisa ladeada, manteniendo los ojos en la carretera.Luciana comenzó a sacar las prendas cuidadosamente dobladas. Todo estaba impecable: vestidos ligeros, conjuntos cómodos para el día, ropa formal para la noche, e incluso sus pijamas favoritas. Sus cejas se alzaron al notar que cada prenda reflejaba exactamente su estilo y preferencias. Pero lo que realmente llamó su atención fue un pequeño conjunto de lencería exquisita, color vino tinto, escondido discretamente en una esquina de la maleta.Ella lo levantó con cuidado, dejando que la delicada tela de encaje se deslizara entre sus dedos, y luego lo miró de reojo, una chispa de diversión brillando en sus ojos.—Vaya, Alejandro... parece que planeas complacerme más de lo que pensaba.Alejandro soltó una ligera carcajada, sin apartar la vista del camino.—Por supuesto. Un hombre inteligente siempre está preparado para cualquier ocasión.Luciana negó con la cabez
En la sala privadaAlejandro entró con paso decidido. Frente a él, el periodista Ernesto Figueroa estaba sentado en una silla, con las manos esposadas y una expresión de frustración en el rostro. A su lado, Marcela e Isabella, las gemelas idénticas de Luciana estaban de pie, impecables en su atuendo, irradiando confianza y determinación, un secreto y la única manera de poder ayudarle a Alejandro para que no salga mas información que pueda dañar a Luciana.—¿Tienen todo? —preguntó Alejandro, su mirada fija en Marcela.—Sí, todo —respondió ella, entregándole una carpeta—. Todo lo que estaba en su computadora. Las evidencias que te involucraban y.… bueno, digamos que el archivo especial ya no existe, prácticamente su computadora quedo sin rastro de la información y videos que él había sacado y grabado sin que tu te dieras cuenta. Ernesto bufó y se movió en su silla, incómodo.—¡Esto es un abuso de poder! —espetó, tratando de recuperar algo de dignidad—. ¡Suéltame ya!Alejandro se inclin
Luciana lo miró, sorprendida, pero también encantada. Alejandro sonreía con una mezcla de orgullo y esperanza, como si este viaje fuera su forma de recuperar lo que habían perdido.—Italia... —repitió Luciana, probando la palabra en sus labios como si fuera un sabor desconocido—. No me lo esperaba.—Ese era el punto. —Alejandro acarició su rostro con ternura—. Quiero que este viaje sea inolvidable, como tú.Luciana lo miró a los ojos, y por un instante, todas sus dudas se desvanecieron.—Espero que sepas lo que estás haciendo, Alejandro.Él le sonrió, seguro, como siempre.—Lo sé, amor. Y haré que valga la pena, lo prometo.Mientras caminaban hacia el auto que los esperaba, Luciana no pudo evitar sentirse cautivada por la promesa de lo que estaba por venir. Algo le decía que este viaje sería más que un simple escape; sería el comienzo de algo nuevo.Bajaron del auto frente a un majestuoso hotel de cinco estrellas que parecía salido de un sueño. La fachada estaba iluminada por una cáli