En la sala privadaAlejandro entró con paso decidido. Frente a él, el periodista Ernesto Figueroa estaba sentado en una silla, con las manos esposadas y una expresión de frustración en el rostro. A su lado, Marcela e Isabella, las gemelas idénticas de Luciana estaban de pie, impecables en su atuendo, irradiando confianza y determinación, un secreto y la única manera de poder ayudarle a Alejandro para que no salga mas información que pueda dañar a Luciana.—¿Tienen todo? —preguntó Alejandro, su mirada fija en Marcela.—Sí, todo —respondió ella, entregándole una carpeta—. Todo lo que estaba en su computadora. Las evidencias que te involucraban y.… bueno, digamos que el archivo especial ya no existe, prácticamente su computadora quedo sin rastro de la información y videos que él había sacado y grabado sin que tu te dieras cuenta. Ernesto bufó y se movió en su silla, incómodo.—¡Esto es un abuso de poder! —espetó, tratando de recuperar algo de dignidad—. ¡Suéltame ya!Alejandro se inclin
Luciana lo miró, sorprendida, pero también encantada. Alejandro sonreía con una mezcla de orgullo y esperanza, como si este viaje fuera su forma de recuperar lo que habían perdido.—Italia... —repitió Luciana, probando la palabra en sus labios como si fuera un sabor desconocido—. No me lo esperaba.—Ese era el punto. —Alejandro acarició su rostro con ternura—. Quiero que este viaje sea inolvidable, como tú.Luciana lo miró a los ojos, y por un instante, todas sus dudas se desvanecieron.—Espero que sepas lo que estás haciendo, Alejandro.Él le sonrió, seguro, como siempre.—Lo sé, amor. Y haré que valga la pena, lo prometo.Mientras caminaban hacia el auto que los esperaba, Luciana no pudo evitar sentirse cautivada por la promesa de lo que estaba por venir. Algo le decía que este viaje sería más que un simple escape; sería el comienzo de algo nuevo.Bajaron del auto frente a un majestuoso hotel de cinco estrellas que parecía salido de un sueño. La fachada estaba iluminada por una cáli
De reojo, Luciana lo observó mientras sus palabras comenzaban a formarse, su voz suave pero cargada de emoción.—Sabes, he estado pensando… —Luciana suspiró, como si liberar esas palabras fuera tan difícil como respirar en un lugar demasiado lleno de aire denso. —No sé cómo le voy a decir a mis padres lo nuestro. Después de todo, mi madre fue capaz de separarnos. ¿Y si ella está usando a Tamara para vengarse? Para destruirnos de nuevo...Su voz se quebró un poco, una mezcla de miedo y frustración que se hacía cada vez más grande dentro de ella. Alejandro permaneció en silencio, observando cada movimiento de su rostro, su expresión. Sabía lo que significaban sus palabras, aunque no necesitara que las repitiera. La incertidumbre, el dolor, la guerra entre el amor y las dudas que siempre la habían marcado.—Tengo miedo, Alejandro. —Luciana soltó un suspiro profundo, casi inaudible, y entonces, lo miró directamente a los ojos. —Si mis padres se enteran… No pienso contarles nada. Es como s
—Está bien —susurró, sonriendo mientras lo miraba—. Después de ese beso, me han dado ganas de experimentar un poco más. Pero... prométeme algo.Alejandro arqueó una ceja, divertido.—¿Qué es lo que quieres que te prometa?—Que apaguemos los celulares —dijo, con una sonrisa—. Nada de rastreos, nada de interrupciones. Solo nosotros dos.Alejandro la miró, claramente complacido con la idea. Se acercó de nuevo y le dio un último beso antes de responder.—Prometido, cariño. Solo nosotros. Ahora, ve por tu bolso y regresa aquí.Luciana asintió, sus ojos brillando mientras se dirigía hacia el vestidor. Mientras caminaba, Alejandro la siguió con la mirada, sus pensamientos aún centrados en lo que acababa de decirle. Sabía que, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos, no podía dejar de luchar por ella, por lo que tenían.La hermosa noche caía suavemente, envolviendo el cielo en tonos de azul profundo y estrellas tímidas que comenzaban a brillar. Alejandro tomó la mano de Luciana con fi
Las palabras colgaron en el aire, mientras él permanecía allí, inmóvil, tratando de comprender la magnitud de lo que le estaba pidiendo. Luciana había hablado con la firmeza de alguien que ya no podía seguir viviendo a la sombra de un amor que no estaba dispuesto a sanar por completo.El ultimátum estaba dado. Y ahora, Alejandro tenía que decidir si estaba dispuesto a cortar con su pasado y construir algo verdadero con ella, o si perdería para siempre lo que quedaba de su relación.Alejandro frunció el ceño, claramente preocupado, pero también con un dejo de incertidumbre en su rostro. Se levantó de la cama y comenzó a caminar por la habitación, como si las palabras de Luciana no pudieran ser ignoradas. Se detuvo frente a la ventana, mirando el paisaje que antes le había dado paz, pero que ahora se sentía diferente. "Tienes razón, Luciana... pero hay algo que me preocupa aún más. ¿Y si... si voy preso por todo lo que he hecho en mi empresa? Hay demasiadas cosas que no están en regla,
Alejandro estaba a su lado al instante. Su mano tocó su hombro, y el miedo en su voz era palpable.—Luciana, ¿qué pasa? ¡No te desmayes!Intentó sostenerla, pero Luciana sintió como si todo su cuerpo se desmoronara. La presión de lo que le había dicho su madre, las palabras no dichas de su padre, el estrés de los últimos días... todo era demasiado.De repente, las palabras de su madre, aquellas que le habían marcado en su niñez, vinieron a su mente, como una pesadilla que no podía escapar."No eres nada, Luciana. Eres una niña ahora, pero adulta serás alguien que no sé cómo podre detener, eres terca. Ya sé a quién le saliste, pero lo que te digo es que no eres nada mío."Esas palabras eran un veneno que había estado esperando para aferrarse a ella. La angustia, el miedo y el dolor que había sentido tantos años atrás volvían a consumirla, y en ese instante, todo se oscureció.Alejandro la abrazó fuerte, sin importar las palabras que le vinieran a la mente, sin pensar en nada más que en
—¿Y si ella no es mi madre? —preguntó Luciana en voz baja, como si la idea misma la aterrara. —¿Entonces qué son ellos para mí?Alejandro dejó escapar un suspiro, apretando suavemente la mano de Luciana. Esto iba mucho más allá de lo que él había imaginado. Durante años había creído conocer a Luciana, pero ahora estaba claro que ella misma estaba descubriendo verdades que nunca había considerado.—Luciana, —dijo finalmente, inclinándose hacia ella—, no importa lo que descubras, siempre estaré aquí contigo. Lo que sea que esto signifique... lo afrontaremos juntos.Luciana lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de temor y gratitud. —No sé si estoy lista para lo que venga. —Su voz apenas era un susurro, pero el dolor en sus palabras era evidente.Alejandro acarició su mejilla con el pulgar, sus ojos llenos de una promesa silenciosa. —Nadie está listo para este tipo de cosas. Pero no tienes que hacerlo sola.El momento se sintió íntimo, cargado de emociones no dichas, de preguntas sin res
— Alejandro, no quiero arruinar lo que has planeado. Sé cuánto amas a Luciana, pero hay algo que tienes que saber antes de dar este paso. Es una verdad que hemos ocultado durante años, no por maldad, sino porque creímos que era lo mejor para ella. Pero ahora… ahora no podemos seguir callando.Alejandro tragó saliva, sintiendo que el mundo se tambaleaba bajo sus pies.— ¿Qué verdad? —susurró, con el corazón latiendo fuerte en sus oídos.La madre de Luciana tomó la mano de su esposo y, con la voz quebrada, le reveló la verdad que cambiaría todo.— Luciana… no es nuestra hija biológica.El tiempo pareció detenerse. Alejandro parpadeó, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.— ¿Qué? —fue lo único que logró articular.La madre de Luciana continuó, luchando por contener las lágrimas.— La adoptamos cuando era solo un bebé, en realidad somos sus tíos, nosotros tomamos la custodia, porque sus verdaderos padres eran incapaz de cuidarla, era la hija de un narco, ese padre que solo la cu